18 ene 2009

Superviviente

Las bolsas estaban encima de la mesa de la cocina. Etienne abrió la nevera y se quedó pensativo mirando la balda de los yogures.
—Algo va mal —me dijo cuando me acerqué a él para darle un beso.
—¿Crees que deberíamos haber comprado más? Bueno, todavía nos quedan los naturales ahí, seguro que se les pasa la fecha de caducidad, siempre igual —lo besé en la comisura de los labios.
—No, no digo eso, me refiero a nosotros, no sé… pero no estamos bien.
—¿Cómo dices? ¿Nosotros, pero qué nos pasa a nosotros?
—Buff… no sé… pero no podemos seguir así… Yo no estoy bien y tú tampoco, no te adaptas a Francia, se te siente triste, no eres la misma desde que llegaste, creo que es mejor que vuelvas a Bilbao y seas realmente feliz porque te lo mereces.
Un dieciséis de septiembre me dejaba, frente al frigorífico de nuestra casa de Lyón, después de haber hecho la compra semanal en el Carrefour. Bajo una escalofriante flema francesa me aseguró que era lo mejor para mí, quince días después me confesó, en el sofá del salón, que se llamaba Severine, que la había conocido antes del verano, y que le encantaba porque corría maratones y hacía viajes a África. Me bastó una semana para empaquetar todas mis cosas, meterlas en el coche y arrancar hasta llegar a casa de mis padres en Bilbao. Se me metió el alma en el bolsillo del pantalón cuando, a las dos de la madrugada, mi madre me abrió la puerta y me abrazó.

Entré en Cruz Blanca, vi a Marieta pidiendo en la barra. No nos veíamos desde hacía casi dos meses pero no fue un reencuentro efusivo. Me miró y me abrazó tiernamente, venga, chiquitina, venga. Nos sentamos en una mesa alta, ella con un botellín de agua y yo una tila. Poco a poco fueron llegando todas, que con cariño me besaban y me preguntaban en silencio qué coño había pasado. A pesar de no haber echado azúcar a la tila, la estuve removiendo durante toda la hora mientras las oía hablar de esto y aquello. La angustia me llegó de dentro, me apretaba el estomago para no dejarla salir, sorbito de tila, tintineo de cucharilla en una taza casi vacía y un gusano amargo que me subía por la tráquea, me faltaba el aire. Se me escapó el dolor sin darme cuenta, ellas callaron, yo me estrujé las tripas para calmarme pero terminé por vomitar llorando mi tristeza.

Su despacho a primera vista me pareció bastante cutre, todo hay que decirlo. Me senté en una de las sillas que tenía frente a la mesa.
—Bueno, bueno, Elvira, a ver, dime, ¿qué te trae por aquí?
Por favor, si ese tipo con pinta de jesuita iba a ser mi psicólogo preferiría que me trajeran directamente a mi verdugo.
Le conté lo ocurrido con Etienne e intenté expresar cómo me sentía, era difícil, no porque me pusiera a llorar cada dos por tres, sino porque casi no me dejaba hablar. Me cansé de que me interrumpiera así que terminé mi relato de cualquier manera.
—Elvira, Elvira, Elvira… —dijo reclinándose sobre la mesa y mirándome como si me fuera a decir que padecía cáncer terminal—, tú no estabas enamora de él, a ti lo único que te asusta es el que dirán, temes que te juzguen, sobre todo tu madre, tu madre, Elvira. Pero te puedo asegurar que tú a Etienne no lo querías.
¡La madre que lo parió! ¿Dónde coño le habían dado el título de psicología, en CCC curso rápido? Escuché sus sandeces una detrás de otra sin pestañear, le pagué los 75 euros y cuando su secretaria me preguntó la fecha de la próxima consulta le dije que se fuera a la mierda. Salí corriendo, al llegar a la carretera el semáforo estaba en rojo y tuve que esperar, se me hacía eterno, maldito semáforo de mierda, quería pasar y llegar a casa cuanto antes, pero no se cambiaba a verde, empecé a agobiarme muchísimo imaginándome que me tendría que quedar allí de por vida. Y otra vez me vino sin avisar esa nausea incontrolada en forma de llanto. Intenté taparme la boca pero no podía dejar de llorar. Una señora se me acercó temerosa.
—Pero bonita, ¿qué tienes?, ¿te llamo a un taxi?
—Yo claro que lo quería y… yo… lo quería con toda mi alma… cómo puede decir que no…
—Ay, bonita, no sé qué dices.

No habían pasado ni dos semanas desde que llegué a Bilbao y sentía que la gente no me entendía. No me había atrevido a contar lo que realmente había pasado entre nosotros, no tenía el valor. Era una sensación de aislamiento total porque en el fondo sabía que el único que podía entenderme era él, mi Etienne. Cogí el teléfono y lo llamé.
—Hola, ¿cómo estás?
—Ey, bebé, vaya… ¿qué tal?
—Bien, bien, nada especial que contar pero, bueno, quería saber cómo estabas y por eso te llamo.
—Claro, claro, bueno, yo también bien, hoy un poco más triste pero bien.
Se me encogió el corazón al escuchar eso. Sólo tenía que pedírmelo y yo iría, no tendría que explicarme nada, nada, sólo decirme: ven, bebé, vuelve a casa.
—¿Y eso? eh… ¿por qué? Cuéntame.
—Buff… es que me pesa, me pesa mucho.
—¿La situación...? —pregunté con esperanza.
—¿Eh? no, no, no. Me pesa que tengo que cambiar de coche, ya sabes, y hoy he ido a Peugeout porque estaba convencido de que hacían un 20% de descuento pero no, que ya no, y tal, y vamos, que sin la oferta no creo que compre el coche.
Fue como si en una heladería pidiesen un helado de corazón, por favor, entonces el heladero con su cucharilla cóncava se acercara a mi pecho y me empezara a rascar el tórax y a sacar trocitos de mi corazón a cucharadas, y luego las tirara con golpes secos a la tarrina de plástico, ¿quiere sirope o chocolate por encima? No, gracias, solo tiene mucho más sabor.
Era duro darse cuenta de que el hombre del que había estado tan enamorada en los últimos cinco años, me había borrado de su vida de un plumazo.

Creí necesitar una eternidad para poder olvidarlo, pero ni siquiera habían pasado dos años y recordar el sentimiento de abandono se me hacía prácticamente imposible.
Cogí la taza de café y abrí la puerta de la calle. El porche estaba nevado, hacía, por lo menos, diez grados bajo cero, West Virginia se había congelado. Respiré profundamente con la boca abierta para sentir el frío helarme las entrañas, me encantaba aquella sensación. Después, apreté la taza contra mi pecho intentado encontrar un poquito de calor.
La puerta de mi vecino se abrió.
—¡Princesa!, ¡te vas a congelar!, ¡entra en casa! —gritó Fred al verme en pijama.
—Tranquilo, Fred, estoy bien…
Fred entró en casa farfullando no sé qué y al segundo salió con una manta.
—Toma —dijo colocándomela alrededor, tan fuerte que casi no me dejaba moverme.
—Pero… ¡FRED! ¡Mírame! Entre la manta, el café y las pantuflas parezco una superviviente del Katrina.
Fred se rió.
—Chica, ¡eres una superviviente!
Lo miré con cariño.
Fred, mientras bajaba las escaleras del porche, me preguntó si necesitaba algo del súper.
—Pan de molde, por favor, paquete pequeño, ¿eh?, del pequeño —insistí.
—¿Tamaño para solteros?
—Sí, tamaño para solteros —contesté riéndome.
—¡Pan de molde, tamaño solteros para mi Princesa Superviviente! —fue tarareando Fred hasta meterse en su camioneta. Desde allí me dijo adiós con la mano, saqué tres deditos de la manta y me despedí de él.
Me apoyé en el marco de la puerta y volví a tomar una bocanada enorme de aire helado, todo mi cuerpo tembló y me sentí inmensamente llena de vida, otra vez.

12 comentarios:

Kaña-mon dijo...

Mi niña!!! He tenido la misma sensacion que cuando lo lei la primera vez, pero este final me gusta mucho mas!! Que vida eh? Que dulce Marieta no? jajajaja. Y yo pq soy tan gordi que compro paquete grande? Me lo voy a mirar.
Mil musus
(beste bat, beste bat, beste bat!!!)

Elvira Rebollo dijo...

Sí, a mí tb me gusta más este final, pero la verdad es que metiendo a Fred cualquier final es bueno.
Marieta dulce???? no la has oído gritar... ;-D
Muaaaaaaaaaaa!!!

ma dijo...

Estoy con vosotras! este final muuuucho mejor! de todas formas siempre se me pondra la carne de gallina y los pelos de punta leyendola! ufff you are an artist!!

La verdad es que Fred se sale!!! Yo quiero un vecino asi! (ya estoy yo con mis envidias, si me leyera Usu....me gritaria y me daria un Zas-PLAS! jajajaa
besazos!

Anónimo dijo...

Si es que es verdad que lo de la corredora de maratones es más de cuento que otra cosa...jijiji
Yo no conozco el otro final pero estoy segura de que éste es mucho más positivo, así que me lo quedo!!!!
Muxu!

Anónimo dijo...

Buf, nudo en la garganta por 2ª vez pero esta vez sin lágrimas. El tiempo lo cura todo! Beso gordo!

REGINA dijo...

Jugais con ventaja las que os sabeis dos finales, a mi este me parece divino. Elvira, es el segundo lunes que me acongojas el desayuno, menudos lagrimones mojando las galletas. Te imagino paradita en el semaforo queriendo llegar a tu casa y... bueno, que agobio.

Gabachos kk

REGINA

María Jesús Rebollo dijo...

Elvira,el cuanto anterior era mucho más duro y triste.
El "jesuitico" se porto como un "cerdo de la misericordía" no merecio que le dieran el titulo.
Me alegro mucho que estes nuevamente feliz.
(Hay que pasarlo muy mal para lugo pasarlo bien).Tienes toda la vida por delante y vas a disfrutarla de lo lindo.
Un abrazo fuerte.

Elvira Rebollo dijo...

Gracias, niñas,habrá que experimentar con un tercer final, a ver qué tal.
María Jesús, "cerdo de la misericordia"??????????? con lo fina que pareces tú y mira con la que me sales, me he partido de risa, mua!
Regina, bienvenida! no sé cómo habrás dado con el blog pero me alegra que te guste y sobre todo que participes, recibe un cariñoso saludo!!

Conde de Galzerán dijo...

Bueno, no sé como era el primer final. Este segundo, me parece muy positivo. Todos hemos pasado por situaciones así. Solo se me ocurre una frase de una canción de Crosby, Stills, Nash& Young. “ Si no puedes amar a quién amas, ama a quién esté contigo”.

Muy bien narrado, Elvira. Besos.

Elvira Rebollo dijo...

Uy, Daniel, la frase me parece tristemente conformista. Siempre hay que amar a quien amas, eso no significa que sea siempre a la misma persona. El amor no es eterno pero la capacidad de amar, del ser humano, es sorprendentemente interminable...

Conde de Galzerán dijo...

En desacuerdo con lo de tristemente conformista.Elvira. Completamente de acuerdo, con lo de “la capacidad de amar, del ser humano, es sorprendentemente interminable...”
Si uno ama y no es correspondido, no veo muchos caminos alternativos. A menos que uno se convierta en una heroína del amor o se quede para vestir santos como decían las abuelas. Hay muchas estrellas por descubrir y mucha gente hermosa a quién amar. Ese era la intención de mi frase.
Besos.

Elvira Rebollo dijo...

Ja, ja, ja!! no, para vertir santos, nunca!!
Creo que no entendí la intención de la frase al principio, pero ahora estoy totalmente de acuerdo contigo, creo que pensamos de la misma manera. Gracias, Jojo.
Un beso, amigo.