Esperaba sentada en la barra del Artajo a Iker, un amigo de la universidad a quien hacía, lo menos, tres años que no veía. Me encantaba volver a Bilbao por Navidad y reencontrarme con viejas leyendas.
Lo vi entrar. Lo saludé con la caña en alto y haciendo una ridícula mueca con la boca. Riéndose levantó los brazos imitando mi mueca. Era nuestra pequeña contraseña desde que teníamos 20 años. Pero antes de que pudiéramos abrazarnos, un sonriente chico le cortó el paso.
—¡Hostias, Iker!
—¡Nacho! ¡Cabrón!
Se abrazaron golpeándose la espalda fuertemente.
—¡Joder, puto gordo! —exclamó Iker cacheándole la cintura.
—¡No me jodas, calvo de mierda!
—Se nos va cayendo todo, tío…
—¡Maricoooooón!
Y sin parar de reír, se volvieron a abrazar.
—Qué puta casualidad, tío, que ayer estuve con Ángel y nos preguntamos qué sería del picha floja de Nacho. Joder, tenemos que quedar los tres.
—¡Hostias Angelito!, que le cortaron los cojones nada más casarse y no le he vuelto a ver, tío.
—¡Otro puto calzonazos!, ¡que sois unos mierdas!
—A mí no me metas, ‘jo puta, que yo me casé, pero sigo vivo, ¡no me jodas!
—¡Cabrón!
—¡Putoooo!
Se dieron el tercer abrazo.
Y tras mencionarse a sus respectivas madres, abofetearse la cara, descojonarse y abrazarse por cuarta vez, se despidieron.
—Es que este tío es la polla —empezó a explicarme Iker después de besarme y hacerme un par de carantoñas—. Es de la cuadrilla de Lekeitio. Qué buena gente es. De verdad, Elvi, de esos pavos majos que pasan los años y andan igual. A ver si llamo a Ángel y es cierto que quedamos los tres, sería el descojono, es que son de puta madre... —Pidió una caña al camarero, luego me miró y dijo con media sonrisa—: Y tú, enana, tan fea como siempre.
Me reí y lo miré con cariño infinito.
Tres días más tarde, entraba en el Bitoque de Albia, porque había quedado para comer con Lorena, la única amiga que me habían dejado mis clases de ballet.
La vi sentada en una de las mesas altas del fondo, estaba hablando con una chica, de unos treinta años, igual un poco más. Ella estaba de pie y la escuchaba con una sonrisa. Me acerqué y saludé.
—¡Elvirísima! —gritó Lorena exigiendo un abrazo con sus manos. Di la vuelta a la mesa y la abracé—. Mira, ésta es Ainara trabajábamos juntas en la BBK de Urquijo —Y mientras yo le daba dos besos, Lorena le explicó quién era yo y que nos conocíamos desde pequeñas.
—Oye, pues nada, chicas, entonces os dejo que comáis tranquilas —dijo Ainara cogiéndome del brazo—, y de verdad, Lorena, que me ha encantado verte, sigues igual que siempre, estupenda.
—¡Estupenda tú, que cualquiera diría que acabas de tener un hijo!
—Que me quieres mucho, porque por lo demás…
—Pero mírate, si estás ideal, además me encanta la chaqueta, te sienta como un guante.
—Uy, pues la tengo hace más años… A ver si un día me acompañas de compras, que siempre has tenido mucho gusto. Es que, chica, tengo el armario desolado.
—Cuando quieras, pégame un toque. Y, oye, ni caso a los de la oficina, que vales mucho, todo lo que te digan, que te entre por un oído y te salga por el otro, ¡vamos, con la experiencia que tienes tú! ¡Ni caso!
—Gracias, cielo.
Se besaron y se despidieron con la promesa de llamarse sin falta.
—Madre mía, pobre mujer… —suspiró Lorena, mientras me sentaba en la mesa frente a ella—. Además de haberse puesto como una vaca después de parir, ahora resulta que la quieren echar, y mira, no me extraña, porque no he visto una tía más incompetente. De verdad, Elvi, era una cosa de sacarte de quicio. Pues que apechugue, porque como vaya a la calle, dime tú, con esa cara, dónde va a encontrar trabajo —Volvió a suspirar, esta vez cerrando los ojos. Cuando los abrió, me miró y, ladeando la cabeza, me dijo—: Me encanta tu camisa, te sienta como un guante.
Tragué saliva y la miré con temor infinito.