9 dic 2013

Percepción (monólogo)



Sobremesa de Javier Avi      

       Madre (sesenta y tantos) e hija (cuarenta y tantos) sentadas en la cocina de la casa de la madre con dos tazas de café. La hija hace el crucigrama del periódico, la madre habla sin descanso.

       MADRE―. Pues hija, qué quieres, he ido. Y deberías haber ido tú también, a fin de cuentas llevas su apellido. Y mira que me negué, ¿eh?, fue cosa de tu abuela, yo con 17 añitos no tenía ni voz ni voto, y menos en aquella época. Me dices después del 75, pues todavía, y vaya, vaya... Acuérdate de Isabelita, que al primero lo tuvo también de soltera y se supone que éramos ya todos muy modernos con Pepi, Luci y la Bum-Bum-Bum, pero la acribillaron en el barrio. Así que imagínate en el 68, vamos, hombre, yo callada como una muerta y lo que me dijera tu abuela iba a misa. Es cierto, estaba loca por él, pero el apellido te hubiera puesto el mío. Total, ¿qué ha hecho por ti?, ¿eh? Nada, pues eso, nada. Una que ha sido muy tonta y se lo permití. Pero es que ni te imaginas cómo era tu padre de guapo, ¡ni te lo imaginas! Una cosa es decirlo y otra verlo. Has sacado sus ojos, el mismo verde mar, pero el mar de aquí, no te hablo del Mediterráneo, ¿eh?, que eso ni es mar ni es nada, es una charca de meados. ¡Hija, qué asco tan caliente siempre! Tus ojos son del Cantábrico. Tus ojos son de él. Si es que era mirarlo y perdía la razón. Pero le tenías que haber visto hoy. Mira, de verdad, cielo, me he quedado, se me ha puesto una cosa así en el pecho de que ni pa’lante ni pa’tras, de que claro… Es que hará de la última vez 30 años, ¡o más! Pues fíjate, te lo voy a decir, fue el año que tu prima Yolanda se casó, me acuerdo pero perfectísimamente. Porque el día que le llevé a Dolores el vestido para que me lo arreglase, que me cogiese de aquí, de la sisa, pues me lo encontré en el paseo de la ría. ¡A tu padre, allí, como un pasmarote! Y te digo me encontré por decirte algo, que el muy sinvergüenza me estaba esperando. Vamos que si me estaba esperando. Para decirme que se mudaban a Valencia. Y antes no era como ahora, que te coges un avión y ya. Eso suponía un no verse más. ¡Un no verse más! Y que sí, que nunca se ocupó de ti, pero por lo menos una vez al mes te llevaba a Lekeitio a comer rabas. Y a mí eso de que, oye, tú lo tuvieras ahí, pues me gustaba. Pero decidió irse a Valencia… Qué guapo y qué sinvergüenza. Llevaba el traje azul oscuro, saldría del banco. El señorito como no tuvo que hacerse cargo de nada, pues estudió y su padre lo colocó en el banco. Dime, ¿dónde coño me iba a colocar tu abuela teniéndote a ti? Un desgraciado. Tanto él como su familia. Pero qué bien le sentaba ese traje. Hoy le habían colocado uno gris que yo nada más verlo, mira, de verdad, ¡vamos, con decirte que no lo conocía! Pensaba que me había equivocado de sala, con eso te digo todo. Y no, no, era la 12, y allí estaba él con ese traje, y gordo… Yo no sé si sería cosa de gases o qué, pero en plan gordo desagradable, de verdad te digo, ¿eh? Compungida me he quedado. Ni qué decirte del pelo porque, además de los ojos, tu padre de joven tenía un pelo onda, como el príncipe, igualito, oye, y el mismo porte aristocrático. Tu padre era de los hombres más elegantes de Bilbao, ¿eh? Eso te lo digo yo. Y esta mañana, hija, el poco pelo que tenía todo colocado hacia un lado, para parecer que tenía más. Punzadas en el corazón tenía de verlo así. ¡Claro!, tú imagínate, en mi cabeza me lo veía junto a la ría con ese traje, esos ojos, ese pelo y de repente encontrármelo así… De verdad… Me he tenido que sentar, fíjate tú. Y al rato ha llegado su hermana, con su prima Carmen y su marido, que es como el Almunia, y sin callar de lo maravilloso que era tu padre. Está claro que hay que morirse para que hablen bien de uno, porque si no, dime tú. En fin, ¿te meto unas croquetas en un túper y te las llevas para las crías?

25 nov 2013

Sirenas en la noche



    
Adiós de Javier Avi
 
     ―¿Cuándo crees que lo superaré? ―preguntó Gael.
     ―Pronto ―contestó su amiga Elvira sin levantar  la vista del libro.
     ―Tu cama es un asco. Todavía no sé qué hago aquí. Será muy bohemio esto de vivir en una buhardilla, pero, hija, tenemos el techo a un palmo, ¡qué agobio! ―Ahuecó la almohada y posó la cabeza en ella con incomodidad. Volvió a ahuecarla y resopló tumbándose, finalmente, boca abajo.
     ―Gael, si no te gusta te vas. No me marees. Fuiste tú el que no quería dormir solo, el que se quiso venir por no estar en casa, porque resulta que al niño su casa le recuerda demasiado a él.
     ―Eres mala. Mala, mala, en plan amargadilla mala. ¡Bicho, fú!
     Elvira cerró el libro y lo miró.
     ―Gael, ¿me vas a tocar las narices toda la noche?
     ―¡Es que no lo entiendo! ¡No lo entiendo! Tenemos que apoyarnos, entendernos, consolarnos…. ¡Se supone que tenemos que sufrir juntos!
     ―¿Por qué voy a sufrir?
     ―¡Porque a ti también te han dejado!
     Elvira volvió a abrir el libro, bajó la vista y dijo en casi un susurro:
     ―A mí no me han dejado...
     ―¡Vaya que sí! Tu pintor está ahora en Montpellier, dibujando a francesitas de sobacos asilvestrados.
     ―Era una oportunidad, ¿cómo iba a rechazarlo?, estaría loco. No es cualquier cosa, es un estudio de ilustración, yo también me hubiera ido y tú, ¡qué coño! Que aquí todos somos muy generosos hasta que nos tocan lo nuestro y entonces nos olvidamos de los demás, pero la mala soy yo, ¿no?, la amargadilla soy yo, ¡claro que sí! ¿Quieres que te recuerde dónde está tu amado Raúl?
     ―Qué mala eres… Mira, mira, si hasta te brillan los ojos viéndome sufrir...
     ―¡En Oviedo con su agente!
      Gael se dio la vuelta dándole la espalda. Pasaron lo menos 5 minutos sin decirse nada.
     ―Vale, lo siento… ―dijo ella. Cerró el libro y lo dejó a un lado de la cama, luego se acercó a su amigo y le sopló la oreja.
     ―¿Te has dado cuenta de que ahora tienes a dos ex viviendo en Francia?
     ―Yo seré mala, pero tú eres perverso.
     ―Igual ya se han conocido. Hola. Hola. Yo soy ex de Elvi. ¿Qué?, yo también. ¡Vaya!, esto se merece un vino. Oh, claro, amigo mío. Sí, ¡brindemos por ella con un Château Pupufuá!
     ―¿Un Château Pupufuá?
     ―Ríete, pero ahora mismo tus ex están con copa en alto celebrando que se han deshecho de ti.
     Elvira se separó de Gael lentamente y se colocó boca arriba mirando a través de la claraboya.
     ―Pienso muchas veces en ello. En la cara de satisfacción que tenía Etienne cuando me dejó. Estaba tan aliviado, estaba tan contento… Tenía tantas ganas, pero tantas ganas de que me fuera de casa, de perderme de vista. Pasan los años y no puedo olvidar su mirada de “lárgate, tía, no puedo más”. Se moría por verme desaparecer de su vida. Imagínate durante cuánto tiempo lo tuvo que estar rumiando, y yo sin enterarme de nada, de nada, Gael… A veces intuyes que va a llover, pero aquello fue una galerna, sin aviso se volvió todo negro. Y ya. Me marché y tiró de la cadena, fui una mierda que se fue por el retrete, y él se quedó bien aliviado… Igual que Joan.
     ―Elvi, no quise decir eso. Sabes que Joan la ha cagado. Su proyecto termina en marzo y luego querrá volver, seguro que te echa de menos. No fueron maneras en cómo se marchó, creo que sólo buscaba una excusa para poder irse sin ataduras, que los tíos somos muy cómodos, cómodos y cobardes. Volverá con las orejas gachas, ya verás. Y Etienne, pff, ¿quién es Etienne? Ah, ¿ese gabacho con el que salías que se parecía a Robert Redford pero que seguro que ahora está gordo y calvo? ¿Ése que te dejó porque quería una vida loca y me apuesto el cuello a que ahora está casado y cargado de hijos? Y casado no con cualquiera, no. ¡Con la típica francesita adicta a la ropa y a los zapatos!, a los zapatos bailarinas para ser más exactos, seguro que los tiene de todos los colores: con brillantina, de charol, de leopardo, de ante… Y seguro que viste a sus hijos como repollos. Sinceramente, a un tipo así no me lo imagino casado con una Marie Curie, ¿qué quieres que te diga? Él es de los que necesita a una maruja en casa para sentirse alguien. Y vale, tú tampoco eres la Curie, pero seguro que ahora estará arrepentidísimo, porque por lo menos contigo tenía más espacio en el armario. Cari, seamos sinceros, aquí la única que hizo de vientre, y se quedó bien a gusto, fuiste tú. Y a Joan déjamelo a mí, que cuando vuelva le van a caer un par de collejas por atonta’o, ya verás ya, qué pronto va a espabilar. Y mientras tanto ¡a disfrutar! A ver, ¿cómo lo quieres?
     ―¿Cómo quiero el qué?
     ―Pues al tío-transición. Lo de tapiar con ladrillo puertas y ventanas se acabó con la Bernarda Alba, ¿eh? En esta casa que entre el viento de la calle y que sople bien fuerte. Nos vamos a poner moradas, cari… ¿Cómo lo quieres?
     ―Ay, pues no sé, bajito, moreno, tronchito, con barba, tímido…
     ―Cari, ése es Joan. Y no queremos a Joan.
     ―¿No lo queremos?
     ―¡Joan, caca. Caca, Joan! ―Bajando el tono de voz―. O por lo menos hasta marzo. ¡Bueno, mira, ya elijo yo por los dos! ―Gael se arrodilló sobre la cama y extendió los brazos en cruz. Alzó la vista hacia la claraboya y empezó a vocear―: ¡Oh, Eros, dios del amor, en ti confiamos y… Cari, arrodíllate ―Elvira lo miró incrédula pero obedeció―. Extiende los brazos, así, como yo. ―Elvira los extendió―. ¡Oh, Eros, dios del amor, de la potencia, de las feromonas! Apiádate de este par de almas que no tienen ná que llevarse a la boca. Envíanos a dos hombres, olvida, oh, señor, lo de tronchito, perdónala, porque no sabe lo que dice. Los queremos bien, con cuerpo y mango…
     ―¡Gael!
     ―¡Calla! Oh, Eros, envíanoslos con un 45 de pie, larga nariz y manos venosas…
     Se empezaron a escuchar sirenas de la calle.
     ―¿Qué es eso, Gael?
     ―Joder, ni puta idea, pero eso suena a movida, seguro… ¿Hoy qué manifestación había?
     ―No sé, pero si es casi la una de la mañana. Ay, Gael, me estoy acojonando, que las cosas andan muy revueltas. Si parece que llega todo un ejército. Están en esta calle, ha pasado algo gordo. Ay, Gael...
     Gael se levantó e intentó mirar por una de las claraboyas.
     ―¡No!, ¡mejor por el ventanuco del baño! ―gritó Elvira.
     Gael saltó de la cama y se asomó por la estrecha ventana. Elvira se acurrucó en la cama esperando noticias. Gael salió del baño con las manos en la boca.
     ―¿Qué ha pasado?
     ―Ay, cari, ay…
     ―¡Gael, por favor, qué pasa!
     ―Eros… que nos ha enviado dos camiones de bomberos, ¡dos camiones!, ¡uno para ti y el otro para mí!
     Gael cogió el abrigo, se calzó torpemente, abrió la puerta y corrió escaleras abajo.
     ―Pero ¿adónde vas, loco?
     ―¡Corre, cari, que hoy nos riegan!
     Elvira sonrió. Entornó la puerta y volvió  a la cama. Comprobó su móvil, ningún mensaje. Se acomodó la almohada y, cogiéndolo de uno de los lados de la cama, siguió leyendo La mujer justa.

27 sept 2013

Rodando un mundo

 Piratas de barrio de Javier Avi

Nena, no. Gael es amigo tuyo, así que vas tú, te diviertes y luego me lo cuentas.
Por favor, por favor, por favor...
Era un jueves. Acabábamos de comer. Mientras Joan fregaba yo, abrazada a su espalda, le suplicaba una y otra vez que se viniera a cenar esa noche a casa de Gael. El conflicto que había surgido últimamente entre mi buen amigo Gael y yo se llamaba Raúl, su novio. Hasta ahora había tenido bastante suerte. La gran mayoría de mis amigas son de Bilbao, y allí no hay problema porque los hombres van por un lado y las mujeres por otro. Cuando hay cena de la cuadrilla, la mesa se divide en dos, en un extremo los chicos y en otro las chicas, las amigas, las de siempre. Este apartheid sexista me ha permitido relacionarme con ellos de manera muy cordial, dado el mínimo nivel de interacción. Todos contentos.
Pero en Madrid las cosas son muy diferentes. Lo normal es que las parejas se sienten juntas y compitan por el título de a ver quién se quiere más. Si a eso le añadimos que la pareja de tu amigo te cae como el culo, tenemos el resultado de una velada insufrible.
Te lo suplico, Joan, por favor, por favor...
Para seguir entendiendo esta situación, debería explicar que la socialización a Joan y a mí nos da un pelín de alergia. Ambos disfrutamos de un mundo interior bastante cómodo y, desde hace casi dos años, mucho más diáfano, puesto que decidimos tirar el tabique que los separaba y formamos un único mundo tranquilo y autosuficiente.
Por favor, no aguanto a Raúl, es un escritor pedante, solo habla de su libro, de él, yo, yo, yo... Porfi, porfi... ¡Friego el resto de la semana! ¡Del mes!, ¿del año...?
Joan cerró el grifo, se dio media vuelta y apoyó los brazos sobre mis hombros, dejando que las manos gotearan a un palmo de mi espalda.
Bueno, lo del año entero era broma, ¿eh? —dije arrepentida temiéndome lo peor.
Cinco polvos.
¿Qué?
Cinco polvos esta noche.
¡Venga ya! ¿Cómo puedes traficar con algo como eso? ¡Es denigrante! ¡Eres lo peor!
Seis polvos.
¡Dos!
Cuatro.
¡Tres y se acabó!
¡Yeah! ¡Gracias, Raúl!

A las 10 de la noche, después de tomarnos unas cañas por Malasaña, estábamos los cuatro sentados en la enorme mesa de comedor que Gael tenía en su impresionante salón de su espectacular dúplex del centro de Madrid. Porque la homosexualidad no es una orientación sexual, es una secta de ricos y triunfadores, hablemos con propiedad.
Ay, Joan, cómo me alegro de que hayas venido. Tengo que decirte que tenía mis dudas, esta tarde se lo decía a Raúl, ay, nene, que este hombre se nos queda en casa dibujando y a ver qué hacemos con tanto muslito de pavo. Pero qué bien que Elvi te haya convencido.
Sí, bueno, todo tiene un precio —Y se tapó la sonrisilla con la servilleta mientras me miraba. Cabrón.
¿Y exactamente qué dibujas? —preguntó Raúl.
Pues me han salido un par de curros pintando murales en bares. A un colega le acabo de terminar la fachada, ha quedado guapa. Y al otro ando con los bocetos, el lunes se los paso y si le mola, la próxima semana me vuelvo a Barcelona un par de semanas. De aquí a allí, donde vayan saliendo cosillas.
¡Un Banksy en potencia! —exclamó Gael dando palmaditas—. ¡Por el arte hoy y siempre! —Y todos levantamos nuestras copas imitándolo.
Y por mi libro —añadió Raúl.
Claro, cómo no, su libro.
No seas modesto, nene, por tu nuevo libro —aclaró Gael.
¿Otro, ya? —pregunté bebiéndome la copa de trago.
Ha sido un verano horrible, lo tengo que decir. He vomitado todo lo que tenía. Del vacío a la nausea perpetua. Brutal. Escritura automática.
Orgánica —dije sirviéndome más vino.
Sí, exacto —afirmó sin darse cuenta de mi ironía—. Han sido tres meses muy duros, muy difíciles. Escribir es un proceso doloroso. La aniquilación de tu propio yo. Dejas de existir para convertirte en las voces de un nuevo monstruo creativo. Sinceramente, lo he pasado mal, pero creo que Gael mucho peor. El que está a tu lado es el que verdaderamente sufre la alienación a la que eres sometido. Bueno, ¿qué te voy a contar a ti Joan si vives con Elvira?
Joan alzó los hombros y dijo:
Pues ni idea. Elvi escribe viendo la tele.

Nos despidieron desde el quicio de la puerta. Se besaron, nos repitieron que deberíamos repetirlo, se volvieron a besar, nos lo volvieron a repetir, se volvieron a besar y el ascensor llegó.
Gracias por los muslitos de pavo —dije alzando la bolsa con el túper dentro. No me escucharon, se estaban besando.
De regreso a casa confesé a Joan que la noche no había sido tan terrible como me la había imaginado, que me gustaba ver a Gael tan contento, que no soportaba a Raúl pero me había reído mucho a su costa.
Así que, como nos lo hemos pasado muy bien, se suspende el precio a pagar.
Joan soltó una carcajada.
No, nena, me debes tres polvos.
Vale, te pagaré, pero con un helado. Tarrina mediana de Mascarpone con dulce de leche.
Tarrina grande de Mascarpone y dos polvos —negoció.
Tarrina grande de Mascarpone y un polvo.
Tarrina grande de dos sabores: Mascarpone y Apple Pie, y polvo y medio.
¿Polvo y medio? ¿Y qué es ese medio?
Dímelo tú, monstruo creativo...
Ganamos. No sé si el título de a ver quién se quiere más, pero, en nuestro único mundo tranquilo y autosuficiente, sexo con helado es un triunfo se mire por dónde se mire.