3 mar 2013

Eufemismo gimnástico

GYM de Javier Avi


Los años pasan. Y en poco tiempo estaré más cerca de los 40 que de los 30 y eso, por mucho que hayas invertido en terapia, acojona. Me miro en el pequeño espejo del baño. Cada vez que encuentro una cana la escondo tras un mechón de pelo que coloco encima. Salgo del baño.
—Nena, ¿por qué llevas todo el pelo sobre la cara?
Me lo aparto, abriéndolo lentamente en canal.
—Estrategia.
Y con un Ah, Joan vuelve a clavar la vista en su ordenador. Está terminando una ilustración que le encargaron la semana pasada.
—¿El dinosaurio pequeño queda mejor en naranja o verde?
—En verde —contesto sin mirar a la pantalla.
—¿En verde? No sé… Hombre, en naranja tiene que quedar chulo también, si le pongo…
—Estoy gorda.
—O verde, sí, igual tienes razón, verde…
—Estoy gorda.
—Si le meto tonos más claros…
—¡Que estoy gorda!
Por fin, Joan levanta la cabeza del ordenador y me hace un gesto para que me acerque.
—¿Dónde estás gorda? —me pregunta.
—Aquí —respondo sujetando una lorza de vientre con ambas manos.
—No estás gorda.
—Ah, ¿no?, ¿y esto qué es?
—¿Eso? Nutella reciclada, y esto —añade dándome un pellizco en el culo—, pasta a la carbonara reciclada, y esto, Doritos jalapeños reciclados. Vamos, que estás riquísima.
Pongan un creativo en su vida. Es adorable cómo difuminan la realidad. Según Joan, yo no soy egoísta sino independiente. No soy desorganizada sino bohemia. No soy mandona sino profesora en casa. No soy gruñona sino vehemente. Y ahora resulta que no estoy gorda sino que soy un reciclaje calórico nuevamente comestible. ¿No se han enamorado de él? Yo sí, pero gracias a mi vehemencia bohemia, sé que un hombre que dibuja dinosaurios verdes no puede entender el mundo de los complejos. Y ahí empieza mi lucha.

—Con matricula se te queda en 47 euros, los meses próximos se te cobraría sólo 40. Tienes 12 pases al mes, tanto para clases como para la sala de máquinas o musculación.
—¿A cualquier hora? —pregunto al encargado.
—Sí, pero solamente una sesión por día.
Me da mi carnet ya plastificado y me indica que debo pasarlo por la puerta giratoria. Tras el bip, la puerta se abre y entro en el gimnasio. Pregunto por la clase de yoga. Me dicen que es la sala del fondo pero que hasta dentro de 15 minutos no empieza. Recorro el pasillo fijándome en todas las clases. Las paredes son de cristal. Me paro en la de Spinning. Unas 20 personas montadas en una bicicleta, pedaleando al ritmo de Afrojack con el corazón entre los dientes.
Y la clase de yoga empieza. Somos 10 mujeres. Arrodilladas sobre una  esterilla. Formamos tres líneas. De cara a los espejos. Frente a nosotras un hombre treintañero, con el torso desnudo y unos pantalones de hilo blanco, estilo ibicenco. De fondo suenan unas campanillas. Inspiramos y espiramos con los ojos cerrados. Bueno, yo hago como que los tengo cerrados, pero estando en grupo nunca he podido cerrarlos del todo, me da cosita. Siento que alguien siempre se queda mirando y se descojona del resto. Lo cierto es que lo hago muy bien, lo de fingir que los tengo cerrados, si no fuera porque giro la cabeza de un lado a otro para ver cómo están los demás, sí, eso me delata. El de los pantalones blancos nos pide que nos pongamos de pie. Saludo al sol. Imito al resto. Levanto los brazos juntando las palmas en alto y me inclino un poquito hacia atrás. El de los pantalones de hilo se acerca y me dice que tenga cuidado con la espalda. Se coloca delante y me estira los brazos y comienza a empujarlos suavemente hacia atrás. Hace lo mismo con mi compañera de la izquierda y es cuando me doy cuenta de: ¡Madre mía, no lleva calzoncillos!, ¡no lleva, no lleva!, ¡todo al aire, todo al aire! Y como si nunca hubiera visto unos genitales desprendidos de cualquier sujeción, me empieza a entrar la risa quinceañera. Solo puedo pensar en las risas que me voy a echar con Marieta cuando se lo cuente. Polla, pollita, pollón y jajajajajaja. Recojo la esterilla y salgo de la clase disculpándome.
Despliego mi lista mental de modalidades y marco una equis junto a yoga.
Segundo intento: Body Combat.
Al día siguiente, me meto en una sala algo más grande que la de yoga. 8 tías y 4 tíos, esperan en silencio. Algunos de ellos llevan unos semiguantes, sin dedos. Empiezo a dudar si golpear al aire termina doliendo. Al de unos minutos entra un joven rubio y bajito, también con semiguantes, y al llegar al final de la clase levanta los brazos y grita:
—¿Cómo están mis guerreros?
—¡Bieeeeen! —contesta la clase entera y empiezan a aplaudir. Los miro y aplaudo también, pero con esa medio sonrisa de no sé por qué lo hago, pero no me excluyáis del grupo, por favor.
La clase empieza con Rammstein a todo volumen, y allí todo el mundo empieza a dar saltitos como si estuviera en un ring y golpea al aire con la derecha, con la izquierda, con la derecha-derecha, izquierda-izquierda, patada-patada, salto alto con rodillas contra el pecho, saltitos, saltitos, salto alto, puñetazo, puñetazo, patada delante-detrás, salto alto, patada de lado y:
—¡Jay! —gritan.
—Jay… —grito en diferido.
Han pasado tres minutos y estoy agotada.
—¡Muy bien! —exclama el rubio y bajito—, ¡quiero que aplastéis a vuestros ex, a vuestros jefes, al que os insulta, al que os jode! ¡Guerreros!
—¡Jay!
—Jay…
Body Combat: equis.
Tercer intento: Aerolatino.
Sala amplia. La más grande de las tres. Unas 20 mujeres de todas las edades. La profesora, una veinteañera, de melena castaña impecable hasta la cintura. Música: Los hermanos Rosario.
—¡Derecha, doble paso! ¡Eso es, muy bien! ¡Paso cruzado! ¡Izquierda, doble giro, arañita baja, y twist con la izquierda! ¡Twist derecha! ¡Repetimos! ¡Hermosuuuura!
Y sí, voy de derecha a izquierda, y perdón a la de la derecha y perdón a la de la izquierda y levanto los brazos cuando el resto los baja, y me cruzo, cuando dan paso al frente, y giro cuando toca paso rumba, y ¡hermosuuuura!
—¡Sin parar! —grita la del pelo hasta el culo—. ¡Paso repetido y: 5, 7, 8, 1-2-3, y 9, 4, 6, 1-2-3!
Pero, ¿por qué no me cuentas en orden? Si los números van para arriba o para abajo, o de dos en dos, o cómete tres si lo prefieres, pero sigue la frecuencia, ¡sigue la frecuencia, mujer! ¿5, 7, 8?, ¿9, 4, 6?, ¿qué es eso? ¡Un poco de orden! Y golpe a la derecha y a la izquierda. Tropezón delante y tropezón detrás. Clase terminada y frustración anclada a los talones.
Abro la puerta de casa.
—¿Qué tal esta vez? —pregunta Joan.
Me acerco arrastrando los pies y lo abrazo.
—No tengo coordinación…, había mujeres de 50 años que lo hacían mejor, no he dado ni una…, ni una…, no tengo coordinación, no sé seguir al grupo, un desastre… Al revés de toda la clase, al revés… ¡Iba siempre al revés!
—No es que fueras al revés, lo que pasa es que te gusta innovar.
Lo dicho, pongan a un creativo en su vida que dibuje dinosaurios verdes.