25 nov 2013

Sirenas en la noche



    
Adiós de Javier Avi
 
     ―¿Cuándo crees que lo superaré? ―preguntó Gael.
     ―Pronto ―contestó su amiga Elvira sin levantar  la vista del libro.
     ―Tu cama es un asco. Todavía no sé qué hago aquí. Será muy bohemio esto de vivir en una buhardilla, pero, hija, tenemos el techo a un palmo, ¡qué agobio! ―Ahuecó la almohada y posó la cabeza en ella con incomodidad. Volvió a ahuecarla y resopló tumbándose, finalmente, boca abajo.
     ―Gael, si no te gusta te vas. No me marees. Fuiste tú el que no quería dormir solo, el que se quiso venir por no estar en casa, porque resulta que al niño su casa le recuerda demasiado a él.
     ―Eres mala. Mala, mala, en plan amargadilla mala. ¡Bicho, fú!
     Elvira cerró el libro y lo miró.
     ―Gael, ¿me vas a tocar las narices toda la noche?
     ―¡Es que no lo entiendo! ¡No lo entiendo! Tenemos que apoyarnos, entendernos, consolarnos…. ¡Se supone que tenemos que sufrir juntos!
     ―¿Por qué voy a sufrir?
     ―¡Porque a ti también te han dejado!
     Elvira volvió a abrir el libro, bajó la vista y dijo en casi un susurro:
     ―A mí no me han dejado...
     ―¡Vaya que sí! Tu pintor está ahora en Montpellier, dibujando a francesitas de sobacos asilvestrados.
     ―Era una oportunidad, ¿cómo iba a rechazarlo?, estaría loco. No es cualquier cosa, es un estudio de ilustración, yo también me hubiera ido y tú, ¡qué coño! Que aquí todos somos muy generosos hasta que nos tocan lo nuestro y entonces nos olvidamos de los demás, pero la mala soy yo, ¿no?, la amargadilla soy yo, ¡claro que sí! ¿Quieres que te recuerde dónde está tu amado Raúl?
     ―Qué mala eres… Mira, mira, si hasta te brillan los ojos viéndome sufrir...
     ―¡En Oviedo con su agente!
      Gael se dio la vuelta dándole la espalda. Pasaron lo menos 5 minutos sin decirse nada.
     ―Vale, lo siento… ―dijo ella. Cerró el libro y lo dejó a un lado de la cama, luego se acercó a su amigo y le sopló la oreja.
     ―¿Te has dado cuenta de que ahora tienes a dos ex viviendo en Francia?
     ―Yo seré mala, pero tú eres perverso.
     ―Igual ya se han conocido. Hola. Hola. Yo soy ex de Elvi. ¿Qué?, yo también. ¡Vaya!, esto se merece un vino. Oh, claro, amigo mío. Sí, ¡brindemos por ella con un Château Pupufuá!
     ―¿Un Château Pupufuá?
     ―Ríete, pero ahora mismo tus ex están con copa en alto celebrando que se han deshecho de ti.
     Elvira se separó de Gael lentamente y se colocó boca arriba mirando a través de la claraboya.
     ―Pienso muchas veces en ello. En la cara de satisfacción que tenía Etienne cuando me dejó. Estaba tan aliviado, estaba tan contento… Tenía tantas ganas, pero tantas ganas de que me fuera de casa, de perderme de vista. Pasan los años y no puedo olvidar su mirada de “lárgate, tía, no puedo más”. Se moría por verme desaparecer de su vida. Imagínate durante cuánto tiempo lo tuvo que estar rumiando, y yo sin enterarme de nada, de nada, Gael… A veces intuyes que va a llover, pero aquello fue una galerna, sin aviso se volvió todo negro. Y ya. Me marché y tiró de la cadena, fui una mierda que se fue por el retrete, y él se quedó bien aliviado… Igual que Joan.
     ―Elvi, no quise decir eso. Sabes que Joan la ha cagado. Su proyecto termina en marzo y luego querrá volver, seguro que te echa de menos. No fueron maneras en cómo se marchó, creo que sólo buscaba una excusa para poder irse sin ataduras, que los tíos somos muy cómodos, cómodos y cobardes. Volverá con las orejas gachas, ya verás. Y Etienne, pff, ¿quién es Etienne? Ah, ¿ese gabacho con el que salías que se parecía a Robert Redford pero que seguro que ahora está gordo y calvo? ¿Ése que te dejó porque quería una vida loca y me apuesto el cuello a que ahora está casado y cargado de hijos? Y casado no con cualquiera, no. ¡Con la típica francesita adicta a la ropa y a los zapatos!, a los zapatos bailarinas para ser más exactos, seguro que los tiene de todos los colores: con brillantina, de charol, de leopardo, de ante… Y seguro que viste a sus hijos como repollos. Sinceramente, a un tipo así no me lo imagino casado con una Marie Curie, ¿qué quieres que te diga? Él es de los que necesita a una maruja en casa para sentirse alguien. Y vale, tú tampoco eres la Curie, pero seguro que ahora estará arrepentidísimo, porque por lo menos contigo tenía más espacio en el armario. Cari, seamos sinceros, aquí la única que hizo de vientre, y se quedó bien a gusto, fuiste tú. Y a Joan déjamelo a mí, que cuando vuelva le van a caer un par de collejas por atonta’o, ya verás ya, qué pronto va a espabilar. Y mientras tanto ¡a disfrutar! A ver, ¿cómo lo quieres?
     ―¿Cómo quiero el qué?
     ―Pues al tío-transición. Lo de tapiar con ladrillo puertas y ventanas se acabó con la Bernarda Alba, ¿eh? En esta casa que entre el viento de la calle y que sople bien fuerte. Nos vamos a poner moradas, cari… ¿Cómo lo quieres?
     ―Ay, pues no sé, bajito, moreno, tronchito, con barba, tímido…
     ―Cari, ése es Joan. Y no queremos a Joan.
     ―¿No lo queremos?
     ―¡Joan, caca. Caca, Joan! ―Bajando el tono de voz―. O por lo menos hasta marzo. ¡Bueno, mira, ya elijo yo por los dos! ―Gael se arrodilló sobre la cama y extendió los brazos en cruz. Alzó la vista hacia la claraboya y empezó a vocear―: ¡Oh, Eros, dios del amor, en ti confiamos y… Cari, arrodíllate ―Elvira lo miró incrédula pero obedeció―. Extiende los brazos, así, como yo. ―Elvira los extendió―. ¡Oh, Eros, dios del amor, de la potencia, de las feromonas! Apiádate de este par de almas que no tienen ná que llevarse a la boca. Envíanos a dos hombres, olvida, oh, señor, lo de tronchito, perdónala, porque no sabe lo que dice. Los queremos bien, con cuerpo y mango…
     ―¡Gael!
     ―¡Calla! Oh, Eros, envíanoslos con un 45 de pie, larga nariz y manos venosas…
     Se empezaron a escuchar sirenas de la calle.
     ―¿Qué es eso, Gael?
     ―Joder, ni puta idea, pero eso suena a movida, seguro… ¿Hoy qué manifestación había?
     ―No sé, pero si es casi la una de la mañana. Ay, Gael, me estoy acojonando, que las cosas andan muy revueltas. Si parece que llega todo un ejército. Están en esta calle, ha pasado algo gordo. Ay, Gael...
     Gael se levantó e intentó mirar por una de las claraboyas.
     ―¡No!, ¡mejor por el ventanuco del baño! ―gritó Elvira.
     Gael saltó de la cama y se asomó por la estrecha ventana. Elvira se acurrucó en la cama esperando noticias. Gael salió del baño con las manos en la boca.
     ―¿Qué ha pasado?
     ―Ay, cari, ay…
     ―¡Gael, por favor, qué pasa!
     ―Eros… que nos ha enviado dos camiones de bomberos, ¡dos camiones!, ¡uno para ti y el otro para mí!
     Gael cogió el abrigo, se calzó torpemente, abrió la puerta y corrió escaleras abajo.
     ―Pero ¿adónde vas, loco?
     ―¡Corre, cari, que hoy nos riegan!
     Elvira sonrió. Entornó la puerta y volvió  a la cama. Comprobó su móvil, ningún mensaje. Se acomodó la almohada y, cogiéndolo de uno de los lados de la cama, siguió leyendo La mujer justa.