13 feb 2018

Amistades peligrosas


Mi lindo gatito de Javier Avi

―Me has decepcionado ―espetó Lorenzo, y con un enérgico movimiento de cabeza se retiró el flequillo chuletero que le tapaba el ojo derecho.
―¿Yo? ―pregunté mirando detrás de mí, a la puerta del bar, por si alguien estuviera entrando en aquel momento a quien pudiera culpar.
―Sí, y sabes de lo que te hablo.
Pues no, no tenía ni idea. Quité la servilleta de papel enroscada a la boca de mi botellín de cerveza y le pegué un sorbito. Al volverlo a dejar sobre la mesa, comencé a despegarle la etiqueta, necesitaba estar entretenida mientras los latigazos continuaban.
―Éramos amigos, tía.
―¿Éramos? ―Quería volver a mirar a la puerta a ver si tenía ahora más suerte.
―Te marchaste sin más. No me dijiste nada. Esperé tu llamada al día siguiente, pero nada.
Abrí mucho los ojos. Mucho. Pero mucho, muchísimo. Porque por primera vez me estaba pareciendo que me había acostado con un tío y no recordaba nada. Bueno, vale, no era la primera vez, me había pasado alguna que otra vez. Vale, quizá sí, varias veces. ¡Pero nunca con un tío gay!
―Lorenzo, ¿de qué me estás hablando?
―Del teatro, del día del estreno.
―¿Qué estreno?
―El estreno de la obra.
―Pero Lorenzo, cariño, si no trabajas desde que interpretaste La tortuga de Darwin.
Silencio.
―¿Desde La tortuga de Darwin?
Silencio.
―Lorenzo, ¡pero si la estrenaste en diciembre de 2015!
Silencio.
―Jódete, que llevas enfadado conmigo desde diciembre de 2015.
―Me dirás que no te habías dado cuenta.
―Hombre, rarillo te notaba.
―¿Rarillo? ¡Elvira, no te llamo desde ese día!
Sí, bueno, es que yo, sinceramente, el tema de los amigos como que no lo gestiono muy bien. Es lo malo de haber nacido en Bilbao. Es decir, allí se te asigna una cuadrilla en el colegio y otra en el pueblo de veraneo, que con el tiempo terminan fusionándose en una bien grande. Es una amistad que te la tatúas al alma, serán tus amigos para el resto de tu vida pase lo que pase. Es tu cuadrilla, personal e intransferible. Y qué queréis que os diga, es cómodo. Así que forjar nuevas amistades duraderas nunca se me dio especialmente bien. No os voy a engañar, no sé cómo hacerlo.
―¿Tanto tiempo llevamos sin hablar…?
―¡Sí!
Y de repente me dio por pensar en mi amiga Nerea, de la cuadrilla de Bilbao, y recordé que quizá no hablábamos desde la boda de Saioa, hacía casi 4 años. Saqué el móvil de mi bolso y le mandé un emoticono, el que lanza un beso con corazón.
―¿Qué haces?
―Nada…  ―contesté guardando el móvil.
―La obra fue un desastre y necesitaba tu apoyo en ese momento.
―Te lo di, ¡fui al estreno!
―¡Elvira, coño, te faltó tiempo para salir corriendo!
No lo recuerdo. No os voy a mentir. Que la obra fue una mierda, sí. Que su interpretación fue de vergüenza ajena, también. Que me fuera rápido para evitar la temida preguntita “Elvi, ¿qué te ha parecido?”, también. Sin embargo, que lleváramos dos años sin hablarnos es algo de lo que ni me había dado cuenta. Dos años. Soy un monstruo, y como tal solo se me ocurrió decir:
―Bueno, no escribí reseña, estate tranquilo.
―¡Tus putas reseñas de mierda me dan por culo!
―Ajá…
Se hizo un silencio taaaaaaan largo que me dio tiempo a terminarme el botellín.
―Elvira, solamente quiero desearte lo mejor, no creo que seas una mala persona aunque a mí me hayas hecho mucho daño. Sé que no te das cuenta de todo el dolor que provocas. Así que te he llamado para decirte que no quiero volver a verte, se acabó, hasta aquí, tengo que cerrar esta herida.
Pero llevando dos años sin vernos y yo sin ni siquiera haberme dado cuenta ¿era necesario?
―Te entiendo ―mentí. Y bajé la mirada fingiendo arrepentimiento. Lo veía hacer mucho en las pelis, y los psicópatas necesitamos imitar constantemente las emociones de los demás para parecer menos monstruos, aunque actores se les llame a otros, a Lorenzo por ejemplo.
Se levantó, apretó mi antebrazo y salió del bar.
Yo me pedí otro botellín, y al ir a pagarlo saqué el móvil y vi que Nerea me había contestado no con uno sino con tres emoticonos que lanzan besos con corazón, sonreí y comencé a beberme la cerveza, me encantaba aquel bar.