15 jun 2010

Un beso, Txiki, un hasta siempre, poeta

REVELACIÓN
Sergio Oiarzabal

Quiero ahogar mi noche en tu noche, en la estela de tu luz sin día y como tú ser agua, rumor de pedernal fugitivo, olvidado de sí, rehaciendo la historia erigida en los lindes mientras apenas calas, suspiro de sal, las orillas de tu nombre y todo en tu larga melena de ría queda, soñado por la voz arrastrada en los siglos y las redes, por el cielo reflejado en tu piel de escamas, y aprender una vez abecedarios negros, y dormir una sola vez con los puños llenos de arena, y callar para siempre con tus labios vividos.


Oiarzabal, Sergio. "REVELACIÓN". Delicatessen Underground (Bilbao Ametsak). Masmédula Ediciones, España, 2008

11 jun 2010

Jueves del Amor

Flowers, por Grenuj

Nunca entendió por qué sus amigas al jueves lo llamaban: Jueves del Amor. Porque, para ella, el jueves se convertía siempre en la lamentación de un odiado miércoles.
―Elvira, deja de llorar. Joder, qué tía más pesada… ―farfulló Marieta mientras intentaba desenroscar una tanga de entre un pantalón vaquero recién centrifugado.
Elvira estaba tirada en el diminuto sofá del diminuto salón del diminuto apartamento de Marieta. Con una mano se tapaba la cara mientras que con la otra se restregaba un kleenex usado por la cabeza. No paraba de llorar.
Marieta cerró la puerta de la lavadora y dejó el pantalón, con su ensortijada tanga, sobre la encimera de su diminuta cocina americana. Desde allí miró a su amiga y no pudo evitar reírse, pero mírate, le dijo, ¡como te sigas poniendo mocos en el pelo te vas a quedar pegada al sofá!
―Nadie me quiere… ―balbuceó Elvira en un intento de volver a ser persona.
―¡Qué sí! Blanquita creo que te quiere un poco ―y riéndose se acercó al sofá―. Anda, quita los pies que no entro.
Marieta se sentó junto a Elvira. Estiró un poco el brazo y, del armario de la televisión, cogió una bolsa llena de gominolas. Se la ofreció a su amiga, ésta la rechazó y se sentó abrazando sus propias rodillas contra el pecho, se mecía lentamente con la cabeza gacha, parecía una tarada. Buscando un poco de cariño se dejó caer totalmente hacia el lado de Marieta.
―¡No!, ¡no, eh! ¡Mimos y mariconadas con Blanquita!, ¡a mí ni te me acerques que me das grima cuando te pones así!―. Y de un empujón, Marieta mandó a Elvira al otro lado del sofá. A ésta no pareció importarle, seguía en trance, restregándose los mocos por la cabeza.
El timbre sonó. Marieta, no sin enorme esfuerzo, se levantó y abrió la puerta.
―Corazona, pero corazona, ¿qué nos ha pasado? ―preguntó Blanquita entrando, a la vez que dejaba su bolso sobre la mesita y besuqueaba la coronilla de Elvira.
―Ya te lo cuento yo que tardo menos ―se apresuró a decir Marieta mientras recuperaba su sitio―. Pues que la Elvirilla no encuentra trabajo, y eso siempre agobia, además ayer en el INEM le dijeron que hasta agosto no vería la ayuda del emigrante retornado, que ya sabes que ni llega a 400 euros…
―Ya, ya, ya… ―asintió Blanquita con la mano en la boca.
―Y, después de eso, encima quedó con Pedro.
―¿Con Pedro?
―Pedro… ―babeó Elvira sin ni siquiera levantar la cabeza.
―Pues sí, por si éramos pocos parió la abuela ―reflexionó Marieta metiéndose una gominola en la boca―. Y al tío, que a veces parece que le faltan un par de luces, no se le ocurrió mejor idea que comparar las tetas de Elvira con las de Virginia.
―¿Virginia?
―Sí, su ex de veintitrés añitos, buff, ¿dime tú? ―y, alzando la mano izquierda, gritó con contundencia―: ¡Tetas de veinteañera frente a tetas de treintañera! ―dijo esta vez dejando caer la mano derecha exageradamente, como si de una descompensada balanza se tratara.
El alarido de Elvira se escuchó en todo el vecindario.
―Jolín con Pedrito… Pero corazona, no te preocupes, ¿eh?, la próxima vez que lo veas dile: caca-culo-pedo-pis.
―¡Y una mierda! ―exclamó Marieta―. La próxima vez dile: ¡pues Etienne, mi ex, era un cabrón de mierda pero le aguanté cinco años porque tenía el pedazo pollón!
Elvira rompió a reírse como una loca. Las tres se carcajeaban como idiotas, y es que no era para menos.
―Pero espera, Blanca, que la cosa no termina ahí ―dijo Marieta cogiendo aire y retomando la conversación―. Elvi que es muy Elvi, después del encontronazo con Pedro decidió llorar en el hombro de su querido amigo Jaime, de su inseparable y cooperante amigo Jaime, capaz de cruzar a nado el Atlántico con tal de salvar Nicaragua pero incapaz de sentir compasión a menos de dos metros.
―Ay, madre, que me imagino lo peor ―interrumpió Blanquita apoyándose en el posabrazos del sofá.
Elvira, como si no quisiera volverlo a escuchar, se encogió como un bicho bola.
―Bueno, pues Mr. ONG, intentando dar una inyección de autoestima, le salta a nuestra querida Elvirilla que de cuánto está.
―No entiendo, ¿cómo que de cuánto está? ―repitió Blanca con cara de confusión.
Marieta se fijó en Elvira y, al ver que no la miraba, hizo un gesto de embarazada.
―¡Ostras!, ¡¿la estaba llamando gorda?!
Marieta puso los ojos en blanco al ver que toda su discreción se había ido al garete con aquel grito de Blanquita.
―Corazona, ni caso, ―aconsejó Blanquita a una Elvira que levantaba triste la carita para mirarla―. La próxima vez que lo veas dile: oye, Jaime, gordo lo serás tú.
―¡Y una mierda! ―gritó Marieta―. Tú dile: ¿gordo?, ¿gordo?, ¡para gordo el pollón de Etienne!
Elvira no sabía si llorar o reír pero por supuesto se decantó por lo segundo, más que nada porque era facilísimo seguir el ritmo de sus amigas.
Durante el resto de la tarde, no faltaron hilarantes críticas al género masculino, mientras se ventilaban la bolsa entera de gominolas entre las tres. Y al quinto intento, Marieta pudo desenroscar su tanga del pantalón entre aplausos teatrales de sus amigas.
Al final, aquél sí que fue un merecido Jueves del Amor.