31 mar 2019

China, maravilloso teatro


Ópera gatuna por Javi Avi

Me desperté a las 5:30 de la mañana y no por vicio precisamente. Vivir en el este de China significaba no que clareciera sobre las 5, sino que el sol ya estaba descojonándose con fuerza de todos nosotros a esas horas. Calenté agua en el termo que me había regalado Verónica, vecina y compañera del departamento, porque lo habitual cuando llegaba un profesor nuevo al campus era abastecerlo, para que fuera tirando, con lo que entre unos y otros se había ido acumulando y sobrando. En mi caso, Verónica y Rober me dieron la bienvenida con dos platos, tres cucharillas, un tenedor, un cuchillo, un túper, una sartén pequeña, un secador y el termo. Vertí el agua caliente en el vaso y disolví el café instantáneo, todavía no había encontrado un supermercado donde vendieran café molido. Rober ya me había dicho que en el centro de la ciudad había uno con productos extranjeros, pero bajar a la ciudad desde el campus suponía una hora y media de bus y, sinceramente, por el momento no había encontrado el día oportuno para semejante expedición. Salí a uno de los balcones que tenía mi apartamento a beberme el café. Las vistas no eran ninguna maravilla. Edificios del campus, más edificios del campus y algún que otro edificio del campus. Sin embargo, a la derecha, allá a lo lejos podía ver el mar, y con ese poquito me conformaba. “Sí, muy bien, tengo vistas al mar”, dije a mi hermano la primera vez que me llamó. Mentira lo que desde dice mentira no era, ¿no?, y es que, aunque hubiéramos pasado de los 40, el ‘y yo más’ seguía siendo nuestro juego favorito.
Pensé en Joan, pensé en nuestro gato Tomás, pensé en mi ex universidad de Madrid, pensé en mis ex compañeras, pensé en mi tesis sobre teatro, pensé en las vueltas que da la vida y pensé si debía depilarme el bigote hoy o mejor dejarlo para el fin de semana. Sí, levantándote a las 5:30 de la mañana puedes arreglar el mundo aunque sea con café instantáneo.
Me metí en la ducha casi una hora más tarde. Dejé esperar el tiempo suficiente para que el agua saliera caliente, pero aquello no dejaba de estar congelado. Después de tres ‘joder’ y un ‘me cago en la mierda del chocho-ano’, cogí mi móvil y mandé un mensaje de voz al grupo de profes y, a su vez, vecinos.
―No me lo creo, ¡¿no hay agua caliente?!
El primero en contestar fue Rober también con un audio.
―A ver, mendruga, no hay hasta el día 23, están de obras. Hay una notificación en el portal.
―¡¡¡¿Te refieres al papel pegado en la puerta que está en chinoooo?!!!
Rober y Verónica hablaban chino perfectamente. Verónica se había especializado en Lingüística Aplicada tanto de la enseñanza del chino como del español, y Rober, a pesar de haber hecho la tesis sobre cultura china, se había decantado finalmente por la Literatura Hispanoamericana.
―¡¡¡Pero no me chilles!!!
―¡¡¡Rober, no te estoy chillando!!!
―¡¡¡Pero si te estoy oyendo a través de la pared, mequetrefe!!!
Me dio tal ataque de risa que tuve que apoyarme en la lavadora (sí, tengo la lavadora dentro de la ducha, pero eso se merece otro relato). También oí reírse a Vero. Y es que compartíamos tabiques, porque los tres vivíamos en el sexto piso del bloque 4, bloques reservados únicamente a profesores extranjeros. Rober ocupaba el apartamento 1, yo el 2 y Vero el 3. Así que oírles a ambos en estéreo estaba siendo lo mejor de aquella mañana.
Después de una refrescante ducha, salí de casa con el tiempo suficiente para pasarme por el despacho de la decana antes de empezar con las clases. Me había citado. Y debo reconocer que andaba bastante nerviosa. Hacía tan solo 4 semanas que había llegado a trabajar a la Universidad y no consideraba que mis clases estuvieran dando problemas, aun así me inquietaba que quisiera comentarme algo. Toqué a la puerta de su despacho.
―¿Profesora Wang? ―pregunté con timidez. Oí algo en chino desde el otro lado así que abrí la puerta y entré.
―Oh, Elvira.
La Decana Wang se levantó de su escritorio al fondo de la habitación y se acercó a la puerta, me estrechó la mano con las dos suyas y me invitó a sentarme en el sofá. No sabría calcularle la edad, con los chinos es difícil, pero supongo que estaría cerca de los 60, no tanto por su aspecto sino por su larga trayectoria como hispanista.
―¿Te estás adaptando bien, Elvira?
―Sí, muy bien, no hay ningún problema.
―Bueno, tú además ya habías vivido en China, así que es un punto a tu favor.
―Sí, lo es.
―Me alegro. ¿Y las clases?
―¿Las clases? ―Necesitaba tiempo para pensar. Tragué saliva―. ¿Las clases en su conjunto o… o… las clases, así, una por una?
―Sí, los estudiantes comentan que eres muy divertida y veo que es cierto ―dijo riéndose tapándose la boca con la mano. Yo también me reí aunque sin entender por qué y mostrando toda mi dentadura cual caballo―. Bien, hay algo que debo comentarte.
―Comprendo ―contesté inquietándome otra vez.
―¿Conoces al Profesor Huang?
―No ―contesté con cierta vergüenza.
―Bien, el Profesor Huang es el decano de la facultad de japonés.
―Oh.
―Y sabes que esta Universidad es reconocida por tener la mejor facultad de japonés no de China, sino del mundo.
―Oh, del mundo…
―Bien. Hace años, el Profesor Huang levantó el grupo de teatro de su facultad. Y ha cosechado muchos éxitos. ¿Conoces Talent Show?
―No. ―En realidad me vino a la cabeza Risto Mejide, pero seguro que no iba por ahí la cosa.
―Bien, es un programa de televisión con mucha repercusión en el país y lo ganaron en 2010, 2014 y 2016, gracias a sus representaciones.
―Oh.
Creo que el trabajo del Profesor Huang es admirable, porque no solamente incorpora nuevas técnicas de enseñanza de la lengua japonesa, sino que además sabe promocionar la facultad a nivel nacional.
―Oh, sí, es maravilloso…
―Bien, por eso Elvira, hemos pensado que la facultad de español debería abrir su propio grupo de teatro, es muy conveniente, y queríamos saber tu opinión.
―¡Uy! ¡Pues me parece una idea genial!, no veo mejor manera para incentivar a los chicos.
―¿De verdad? Qué alegría tan enorme, muchísimas gracias. ―La Decana Wang se levantó y fue a su mesa, cogió unos papeles y me los entregó con ambas manos―. Bien, tienes 32 estudiantes matriculados en el Taller de Teatro, empiezas la próxima semana.
―¿Perdón? ¿Yo?
―Claro, Elvira, estamos muy contentos de tenerte en esta Universidad habiéndote especializado en teatro.
―¡Oh, no, no, no! ―Me reí―. ¡No, madre mía! Creo que está habiendo una confusión bastante grande. Lo siento pero yo no tengo ni idea de llevar un grupo de teatro. Mi especialidad son textos teatrales, literatura, y estoy muy contenta pero, de verdad, Profesora Wang, yo no sé cómo se monta una obra teatral, lo siento.
―Comprendo, no quieres hacerlo.
Utilizando aquel verbo, la Profesora Wang, muy amablemente, me había llevado al borde de un precipicio. La decisión era mía: un paso adelante o uno hacia atrás.
Reflexioné unos segundos, apreté los labios y finalmente contesté:
―Sí, sí quiero hacerlo. ―Y me alejé del vacío.
―Qué buena noticia, Elvira. Los alumnos van a estar muy contentos. Y además, no es importante, pero hoy voy a comer con el Profesor Huang y quiero decírselo.
Utilizando aquí el verbo, La Profesora Wang se había colocado el dorsal a la espalda y había tomado su posición en la pista de salida, la carrera estaba a punto de empezar.
Salí de su despacho con la lista de los estudiantes en la mano, la miré y suspiré. No tenía ni la menor idea de por dónde empezar. Y comprendí que el café instantáneo no era suficiente para arreglar el mundo, aquel mundo.

Continuará…