21 dic 2022

Little Sin

Vieja mesándose los cabellos de Jan Massys

                              

    —¿Con muerto te refieres a muerto, muerto? —Al escucharlo, Almudena clavó la vista en su amiga Elvira que estaba a su lado con un café hablando por el móvil—. Claro, pues sí, muerto entonces. —Almudena cruzó los brazos sobre la mesa y la observó intrigada—. Uy, no, no, el mío sigue vivo, habrá que esperar. —Elvira rio con ganas, se despidió de su interlocutor con un beso y dejó el móvil en la mesa—. Mi amiga Débora, encontraron a su padre muerto en casa, un infarto o vete a saber qué. ¿Pedimos algo de comer?

     —Nunca me acostumbraré, eres un monstruo.

    —Es lo que hay. ¡Perdona! —exclamó al camarero levantando el brazo—. ¡Una tostada Little Sin, por favor!

    —¿Con jamón o salmón? —gritó el chico desde la barra.

   —¡Salmón, gracias! Qué mono es… —añadió levantando las cejas. Después se fijó en Almudena que tenía la cabeza baja y estrujaba con lentitud el sobre del azucarillo—. Vamos, Almu, no te pongas así. Spoiler: todos vamos a morir. —Se rio y frotó la espalda de su amiga.

    —En serio, ¿no tienes miedo?

    —¡¿A morirme?! Nunca pensé que llegaría a los 40 y, mira, llevo 5 años extras. En realidad me sobran, no tengo más narrativa que añadir a mi existencia. Mis días hace tiempo que se convirtieron en una sucesión repetitiva de hechos sin sentido, vida lo llaman. Vida. Pues para quien la quiera. Yo ya he tenido suficiente.

    —Y aquí llega su Little Sin, señora, y no tenga cuidado, el pan está tierno —dijo el camarero depositando el plato con la tostada en la mesa.

    —Gracias, qué buena pinta. —Lo vio regresar a la barra y añadió—: Tú piensas en tirártelos y ellos solo ven a una vieja con problemas dentales. La vida, Almu, la vida. La mierda de vida.

    —A la muerte no, pero a la vejez sí. Estás acojonada, Elvi.

    Elvira sonrió. Volvió a frotarle la espalda con mimo y después miró su plato. Acarició con el cuchillo el huevo poché. Presionó sobre él y dejó que la yema se desparramara sobre el aguacate y la fina loncha de salmón.

    —Y pensar que por esto voy a pagar 12,70 €. La vida.

   —La vida en el centro de Madrid, sí —dijo Almudena—, esa vida. Pronto nos echaran a todos. Nos mandaran al extrarradio. Dejarán el centro solo para turistas y ricos. Y nosotras no somos ni lo uno ni lo otro.

   —Sí que lo estoy. —Almudena la miró contrariada—. Acojonada. Lo estoy. Si soy incapaz de atar una soga a la viga de mi salón, ¿cómo no me va a aterrar la vejez?

    —Elvira… —dijo su amiga agarrándole de la mano—, no pierdas la esperanza, siempre pueden diagnosticarte un cáncer terminal.

   Los dos mujeres se miraron un instante antes de romper a reír. Eran tal para cual. Compartieron la tostada, se terminaron los cafés, pagaron a medias y salieron de la cafetería cogidas del brazo.

    De camino a casa de Almudena, Elvira se apretó a su amiga para camuflar el frío y dijo:

    —Quizá no esté tan mal eso de hacerse viejas. No sé. Es posible que conserve algo de vista, que las tetas no me cuelguen más allá del ombligo, que el extrarradio me encante… —Almudena rio—. Mira a tu madre, ¿78?

    —¡Ochenta y tres años!

    —Madre mía, y ¡mírala! Desde que la tienes en casa Abel está mucho más sereno.

    —Sí, es una muy buena influencia para él.

    —Lo es, es extraordinaria. Se encarga de todo.

    —Cada vez menos, porque últimamente la veo un poco flojita pero sí, me ayuda mucho, la verdad. Sé que echa de menos la casona del pueblo, pero allí sola no podía quedarse, son muchos años los que tiene por muy bien que esté.

    —Claro, claro, mejor en Madrid. Aquí está bien, firmaría por llegar a su edad así. Tu madre resta temor a lo que se nos viene. Es admirable.

    Llegaron al portal de la casa de Almudena y Elvira se apoyó en la fachada.

    —Te espero aquí, bájame los libros —dijo.

    —No, mujer, sube. Así saludas a mi madre que le hará ilusión.

    Al abrir la puerta de casa, Almudena voceó un hola que fue respondido por su madre e hijo desde el salón. Ambos estaban sentados en el sofá, Abel más bien tumbado. Elvira al entrar besó la cabeza del chico quien la miró con asco.

    —Hola, Sabina, ¿cómo estás? —preguntó acercándose a la vieja y besándola en la sien.

    —Bien, hija, bien, cómo iba a estar. Bien, bien.

    Elvira le frotó el brazo y la miró con cierta lástima.

    —Echas de menos el pueblo, ¿verdad?

    —Pues bueno, a días. Días un poco más, días un poco menos.

    Almudena entró en el salón con tres libros en la mano.

    —Toma —dijo ofreciéndoselos a Elvira—. Te pueden servir. No tengas prisa, me vale con que me los devuelvas después de año nuevo.

    Elvira se lo agradeció y los metió  en el bolso. Después ayudó a Sabina a levantarse del sofá.

    —Gracias, hija, las rodillas no son lo que eran, una ya está mayor.

    —¿Mayor? Estás estupenda, Sabina. Lo comentábamos viniendo para acá.

    —Pues no tanto. Oye, dime, ¿pasarás las navidades con tus padres?

    Elvira apretó los labios y sonrió con cierto nerviosismo.

    —Bueno, bueno… las pasaré con la familia de mi marido, sí. Yo no tengo padres, Sabina. Mi madre murió hace ya 8 años y mi padre… Yo no tengo padres.

   —Vaya, cielo, cuánto lo siento, cuánto lo siento. Te has tenido que sentir muy sola, pobrecita… ¿Y tú? —preguntó acercándose a Almudena—, ¿tú tienes padres, bonita?

    Almudena palideció, se apretó el vientre con las manos y dijo bajito:

    —Sí… Tengo madre, vive conmigo…

    —Oh, eso está bien, muy bien —dijo y con una serena sonrisa salió del salón.