30 jul 2023

Eso es todo

 

Fotograma de la película Safety Last! (1923)

Me levanté el vaporoso vestido y mostré mi entrepierna desnuda al ventilador del salón. Madrid ardía a sus casi 40º. Solté un placentero gemido. Después me di la vuelta y, doblando el torso en ángulo recto, le proyecté mi trasero.

—¿Es del todo necesario? —preguntó Joan que veía mi reflejo en su pantalla del ordenador.

—Si me dejaras encender el aire acondicionado…

—Hay unas reglas.

Sí, había unas reglas. La casa de las reglas. Las suyas: en verano, el aire no se enciende antes de las 16.00; quien tiende la ropa no la recoge; y a las 21.00 solo se puede ver “Crónicas carnívoras” en televisión. Las mías: las obras de teatro las elijo yo; no importa quien haya comido más helados, si solo queda uno en el congelador se echa a suertes; y el edredón no se quita de la cama hasta finales de junio. Las de Tomás (nuestro gato): disfrutar de un imperturbable sueño de 16 horas durante el día; practicar parkour a las 03.00 a.m.; y pedir la comida con agudos maullidos y zarpazos en los pies de 05.30 a 06.00 de la mañana.

—Ya. ¿Y qué hora es? —pregunté a Joan.

—Las tres menos cuarto.

—Ya. ¿Y no podríamos saltarnos las reglas solo por un día…? —dije apoyándome en su escritorio y levantándome el vestido con una cándida sonrisa.

—¿Quieres decir que el helado de galleta Oreo que queda es para mí?

Me casé con un hombre incorruptible.

Lo cierto es que no sé si esta es la vida que quería tener a mis 46 años, porque nunca imaginé que pasaría de los 40. Siempre creí que 40 era una perfecta edad para morirse. Sin embargo, la enfermedad terminal no termina de llegar.

—Todo perfecto —dijo el doctor separándose un poco de su ordenador y devolviéndome la mirada.

—¿Perfecto, perfecto? —dije con cierta molestia.

—Sí, perfecto —contestó con un desairado levantamiento de hombros.

—Ya, pero a veces los tumores se esconden entre las cavidades, ya me entiende. No sé, por ejemplo, el huequecito que hay entre el corazón y el bazo. ¿Ha mirado bien ahí?

—No, no he mirado ahí —contestó con cierta sorna. Se fijó de nuevo en el ordenador para recordar mi nombre—. Elvira, estás completamente sana. Excepto por el glaucoma, que ya conoces sus devastadoras consecuencias, pero estás en muy buenas manos, el Dr. Fernández de la Maza es una eminencia, conseguirá ralentizar tu ceguera.

—Ya. Pero ¿y morirme pa’ cuándo?

No, desde los 40 no tenía ninguna expectativa de futuro, lo que había convertido mi vida en un valle de plena libertad por la completa ausencia de responsabilidad. Poco o nada me importaban las cosas. Vinieran como viniesen sabía encajarlas con irónica deportividad. Supuestamente nada podía ser peor que la muerte y la llevaba esperando 6 largos años. Mi vida se asemejaba a esa fiesta a la que asistes sin que te hubieran invitado y en la que no conoces a nadie, puede ser aburrida, sí, pero por mucho que hagas el ridículo, sabes que no va a haber consecuencias. Si ya eres aliado del 'no', ¿de qué preocuparse?

—Se me ha desmoronado el mundo, Elvi —dijo Fátima, mi compañera de la universidad, al cerrarse las puertas del ascensor.

El marido de Fátima la había dejado hacía 7 meses, a sus 49 años y con dos hijos adolescentes y uno pequeño. El susodicho se había vuelto a casar hacía 3 semanas, con su amante de hacía 3 años, algo de lo que Fátima nunca llegó a sospechar nada.

Apreté el botón del tercero y el ascensor comenzó a ascender.

—Esta no es la vida que me había imaginado a mis 49 años, no es el futuro que habíamos diseñado, las cosas no tendrían que estar discurriendo así. ¿Sabes lo que quiero decir, Elvira?

—Claro, te entiendo, te entiendo muy bien… —mentí frotándole la espalda y mirando al frente con cara de circunstancia.

Yo no tengo hijos ni padres. Mi responsabilidad vital se centra únicamente en mí, y eso es tan liberador que hasta te hace sentir injustamente culpable. Y no, no soy egoísta, soy libre, por lo que dibujar un futuro es, cuanto menos, absurdo. Sería como aferrarte a una estrella teniendo toda una agrupación galáctica.

Miré la hora en el móvil: 15.57. Cogí el mando del aire acondicionado y lo sostuve en la mano con determinación mientras seguía vigilando el tiempo. Tenía por delante tres dilatados minutos y eso era todo.