23 may 2023

En la niebla manchega (segunda parte)

 


Nota: Este relato es la segunda parte de este.

Elvira escuchó una voz junto a la cama. Abrió los ojos asustada y buscó entre la oscuridad de la habitación algo de lógica que pudiera relacionarse a ese susurro. Extendió la mano detrás de sí y notó la cama vacía. ¿Almudena?, preguntó al aire, ¿Almudena?, volvió a preguntar. Intentó encender la lamparita de la mesilla, pero no atinó a encontrar el interruptor. ¿Almudena?, preguntó por tercera vez. Alcanzó el móvil, miró la hora: 03.36 a.m. Soltó aire por la nariz lentamente y conectó la linterna. Iluminó la estancia con miedo. La recorría con lentitud. La butaca, el armario, la ventana, la cómoda y el lado de la cama vacío a su derecha. Apagó la linterna y escuchó de nuevo un susurro. Quieta, con el aire estancado en el pecho, dejó que el ruido se repitiera. Lo hizo. Un meloso y continuado chasquido de lengua provenía del pasillo. ¿Almu, eres tú?, preguntó encendiendo la linterna de nuevo. Salió de la cama, se llevó el brazo con el que no sostenía el móvil al estómago y anduvo unos cuatro pasos. La puerta de la habitación estaba cerrada, aun así se colaba una fina línea de luz por debajo. Elvira se paró delante y agarró el pomo. ¿Almu?, preguntó con la nariz rozando el quicio. Escuchó un grito al otro lado tan fuerte que hizo que se le cayera el móvil. Angustiada se agachó para recogerlo, las voces iban in crescendo. Apoyó primero la oreja en la puerta y después las yemas de los dedos. Un golpe sordo la hizo despegarse, parecía como si algo se hubiera caído al suelo de baldosas. Abrió la puerta con recelo y se percató de que la luz del baño estaba encendida y la puerta entreabierta. Los susurros se volvieron claros y contundentes. Cruzó el pasillo que separaba ambas estancias y con una mano poco segura empujó la puerta del baño. ¿Almudena…?, preguntó con la esperanza de que fuera ella. Sin embargo, era a Sabina a quien vio apoyada en el lavabo y hablando a su imagen reflejada en el espejo.

Sabina, ¿estás bien? ―Elvira se acercó y le tocó el hombro.

―No se quiere ir. No se va, digo vete, no es tu casa. No se quiere ir.

―¿Quién…? ¿Quién no se quiere ir?

―¡Ella! ¡Ella! ―señaló el espejo.

Elvira observó el reflejo, en él aparecían la vieja y ella misma agarrándola del hombro.

―Eres tú, Sabina.

―¿Quién?

―Vale, vamos a la cama, yo te acompaño.

Sabina obediente salió del baño no sin antes darse la vuelta y farfullar algo al espejo.

―Se llevó a mi hijo ―dijo entrando en la habitación.

―Anda, métete en la cama. ¿Estás bien así o quieres más cojines?

―Hace años, pero yo me acuerdo, ¡me lo robó!

―Yo creo que Almudena te pone más cojines porque dice que te gusta dormir recostada, ¿verdad?

―¿Y tú?

No, no, no ―contestó Elvira sonriendo―, a mí me gusta dormir con almohadas muy bajas. Porque si no me duele el cuello, bueno, el cuello, la espalda, los hom…

―¿Y tú?, ¿tienes hijos?

―No, no tengo, Sabina ―contestó parándose frente a ella.

―¿También te los robó?

Elvira sonrió con cierta condescendencia.

―No, nunca quise tenerlos.

―Los hijos te matan por dentro. Te agujerean el esternón como gusanos hambrientos y cavan grutas en tus pulmones hasta que un día te falta el aire y sabes que debes morir para que ellos sigan respirando.

Elvira se sentó en el borde de la cama. La arropó y la contempló en silencio. Le acarició una de las piernas por encima de la manta.

―Tú todavía respiras, Sabina.

―¿Qué? ¿Te preparo leche con galletas?

La vieja sonreía con inocencia.

 

―Te digo que no sé. Que no oí nada anoche y cuando me he despertado mi madre ya no estaba, en plan missing. ¡Pero así no puedes disparar! ―gritó Abel. Elvira lo miró y le pidió paciencia―. Que no, es que no vas a poder, si la apoyas en tierra en plan…

―En plan, en plan, en plan, ¿en serio? Llevo 23 años intentado enseñar una gramática impecable del español y llega vuestra generación y se la carga con tanto en plan, rollo, tipo, sí-soy, bro, me renta, ¿pero qué idioma habláis? ―Resopló y, tumbada en el suelo, se ajustó la culata al hombro. Después acercó el ojo izquierdo hasta alinearlo con la mira trasera.

Ok, boomer! Pereza máxima…  ―El chico miró a la amiga de su madre y gritó―: ¡Ni de coña le vas a dar! ¡Es a la botella pequeña no a la grande! ¡Estás torcida!

―Abel, cariño, un pequeñito consejo, jamás pongas nerviosa a una mujer con una escopeta en las manos.

El joven se acuclilló detrás de ella y esperó. El perdigón salió disparado impactando en el culo de la botella de plástico llena de tierra.

―¡Toma! ―exclamó Elvira. Se levantó y se sacudió la tierra de los pantalones.

―¿Cómo puto lo has hecho? ―preguntó Abel recogiendo la escopeta del suelo―. Eres una ciega de mierda y la carabina pesa más que tú.

―Lo llevo en la sangre, mi madre era igual.

―¿Cazaba?

―No, arrasaba en las casetas de tiro de las ferias. Me decía, qué muñeco quieres. Y pum, pum, pum, los tres palillos quebrados a la primera y el muñeco era mío. Traía de cabeza a los feriantes.

―Joder. ¿De qué murió?

―¿Mi madre? ―Elvira se quedó pensativa mirando la escopeta colgada del hombro de Abel―. Sabía disparar muy bien pero no supo apuntar al objetivo correcto.

―¿Qué haces con la escopeta?

Almudena estaba frente a ellos de la mano de Sabina que seguía en camisón y bata.

―Almu, solo estábamos…

―Cállate, estoy preguntando a mi hijo. ¿Qué haces con la escopeta?

―El tío José me deja cogerla.

―El tío José no está. ¿Qué haces con la escopeta?

―Joder, mamá, no sé… pasarlo bien, obvio.

―Vamos, Almu, es de perdigones… ―intentó apaciguar Elvira.

Almudena soltó la mano de su madre y se encaró a su amiga.

―Por qué será, Elvira, que todo lo haces tan mal.

Elvira no dijo nada. Nunca había visto así a Almudena, la conocía desde hacía 13 años y en todo este tiempo jamás la había sentido con tanta rabia contenida.

―La guardaré ―dijo el chico.

―Que la guarde Elvira ―respondió su madre tomando otra vez la mano de Sabina―. Tú ayúdame a vestir a tu abuela, hoy está muy desorientada.

Abel le dio la escopeta a Elvira quien la recogió fingiendo una sonrisa para calmar al chico. Los tres se encaminaron a casa con paso procesionario. Elvira los estaba mirando cuando la vieja se dio la vuelta y gritó con un hilillo de voz:

―Me lo mataste, tú, mujer.

                                                                                                             (continuará…)