28 ago 2013

Bodas, análisis y otros males

Espanta-males de Javier Avi
Elvira lo miró buscando una solución. Gael, sin decir nada, cogió su móvil y llamó a su amiga Leticia.
Cielo, mira, te cuento: tengo aquí a mi amiga Elvi, que es pobre..., sí, sí, pobre de sin dinero. Resulta que de aquí a diciembre tiene tres bodas, y no hay cosa más horrible que invitar a un pobre a una boda, porque en vez de disfrutar del evento lo convierten en una hoja excel de contabilidad..., ¡Ja, ja, ja!, ni que lo digas, ¡terrible!, la tengo a mi vera sin parar de hacer numeritos. Pero espera, que ahora viene lo mejor, va y me dice que tiene pensado llevar el mismo modelito a tres bodas, ¡y las amigas son del mismo grupo!...., ¡Te lo juro, reina! ¡Sigo en shock!
Marica mala...
¡Te he oído!..., No, a ti no, cielo. Así que a ver si le puedes prestar algo. Tendréis la misma talla, tú más menudita, claro, a ella le pierden las palmeras de chocolate..., ¿Zapatos? Sí, creo que también, espera un segundo. Cari, ¿qué pie tienes?
El cinco.
Un 35..., ¿el 36?, perfecto, le metemos algodón y listo..., ¡Genial!, pues te llamo en unos días para que te vengas a casa y hacemos probaturas, ¡te adoro, reina!
Gael dejó el móvil sobre la mesa de la cocina y miró a Elvira esperando su agradecimiento.
Viva el marxismo —dijo ésta con el puño en alto.
Cari, ahí tienes el baño, vete a cagar un rato.
Elvira cogió una cerveza de la nevera y fue al salón donde se dejó caer en el sillón de piel de vaca. Miraba al infinito mientras se mordisqueaba el labio inferior.
Me superan las bodas... —dijo.
Gael, también con cerveza en mano, se sentó sobre la mesita de café, frente a ella. Le acarició la rodilla.
Elvi, tengo que contarte algo.
Elvira lo miró de golpe.
¡No!, ¡no me digas que te casas porque no! ¡No me invites! —Se levantó—. ¡No!, no quiero tu banquete y ¡mucho menos tu número de cuenta bancaria!, ¡no! ¡Basta ya! ¡No-a-las-bodas-capitalistas!
Elvi...
Vale, iré... pero no me cobres la entrada, porque con tres tengo más que suficiente... —Y se tumbó en el sofá dejando la cerveza en el suelo.
No, no me caso.
¿Ah, no? ¿Y entonces? —Al reincorporarse vio la cara de su amigo desencajada. Se levantó y se sentó junto a él, en la mesita de café—. ¿Qué pasa, amor?
Es Raúl.
¿Qué Raúl, vida?
Raúl Perella. El escritor. Que fuimos juntos a la presentación de su libro hará cosa de dos meses.
¿El orgánico?
¡Elvi!
Perdón.
Bueno, pues nos liamos.
Sí, claro, para eso fuimos a la presentación, ¿no?
La verdad que estamos muy bien. Bien de verdad. Es un tío genial, estoy súper a gusto con él, no sé, como que la cosa ha empezado a ir un poco en serio, un poco bastante.
Ay, me encanta, ¡pero no os caséis!
Elvi... —Poco quedaba del chico que pedía a Leticia, con energético sarcasmo, vestidos de boda para su amiga la pobre. Estaba cabizbajo y tembloroso. Elvira se juntó más a él y con un gesto de cabeza le animó a que hablara—. Me ha pedido que tengamos relaciones sin condón porque, claro, estamos limpios y claro, es mejor, y claro, él está muy seguro y claro, yo también le he dicho que sí, que estoy seguro, que estoy limpio —Pausa—. Elvira, estoy acojonado, no me he hecho nunca los análisis.
¿Qué? Tienes 33 años y ¿nunca te has hecho los análisis? Vale, no pasa nada, el VIH no sé coge así como así, si siempre has tenido sexo seguro no pasa nada. ¿Gael?
No sé, a veces... Yo... Joder, Elvira, estoy acojonado. No quiero morir. ¡No quiero morir!
No vas a morir.
Elvi, ¿qué voy a hacer?
Los análisis.
No puedo, te lo juro, no puedo, he ido varias veces y no puedo, me rajo, no puedo. Vete tú...
¡Yo ya me los he hecho unas 10 veces! Es lo primero que te hacen cuando aterrizas en un país extranjero para trabajar en una entidad pública, si no olvídate del visado. Y desde que estoy en España dos veces, una porque pedí análisis de tiroides y otra de diabetes tipo 1. Ambos médicos me aconsejaron hacerme una serología completa, no sé, debo tener cara de promiscua irresponsable.

Al día siguiente por la mañana, fueron al centro de salud del barrio de Gael.
Hola —dijo Elvira agachándose, en el puesto de Información, para que su voz saliese por el hueco de la ventanilla—. Venía para unos análisis.
Muy bien, dime el nombre de tu médico, por favor.
Sí, un momento —Elvira se dio la vuelta. A su espalda Gael con las manos apretándose los ojos mientras gimoteaba una y otra vez que no podía—. Sí puedes. Venga, el nombre de tu médico.
Aguilar Sáinz de Buruaga.
Aguilar Sanz de Luaga —dijo agachándose de nuevo.
Aguilar Sáinz de Buruaga —repitió Gael destapándose los ojos.
Sí, perdón, Aguimar Sáinz de Luaga —dijo esta vez con la cabeza casi metida en el hueco y lo repitió por si acaso—. Luaga, Sáinz de Luaga, Aguimar.
Joder... —Y Gael volvió a tapárselos.
¿Aguilar Sáinz de Buruaga? —preguntó la recepcionista.
¡Sí! —gritó Gael saltándose a la intermediaria.
Te puedo dar cita para hoy a las 4:22 de la tarde. ¿Está bien?
Elvira se dio la vuelta esperando respuesta de su amigo.
Sí...
Sí —repitió ella a la recepcionista, y le dio la tarjeta de salud de Gael.
Al salir del centro, Elvira devolvió a Gael su tarjeta sanitaria.
Hoy a las 4:22. Te espero en la puerta a y cuarto, ¿vale? Y apunta bien el nombre de tu médico: Aguilar Sáinz de Buruaga, no te vayas a volver a equivocar.

A las 5.10 de la tarde Gael y Elvira seguían sentados en la sala de espera del centro de salud.
¿Por qué tardan tanto? —preguntó Gael a su amiga que deslizaba el dedo índice por la pantalla de su móvil mientras se reía a cada rato.
Me encanta Facu Díaz.
¿Por qué...?
Porque es un genio. Tiene a todo twitter revolucionado. ¡Mira! —Y estampó el móvil en la cara de su amigo.
Elvira...
Venga, que le voy pedir que salude a todas las víctimas de la Seguridad Social, ya vas a ver qué risas.
Me troncho...
5:27, 5:32 y a las 5:46...:
¿Gael Álvarez Carrillo? —preguntó la enfermera ante la puerta del médico.
¡Aquí! —gritó Elvira como si llevara tres días perdida en el Amazonas y la acabaran de encontrar.
Se sentaron ante la mesa, y esperaron a que Aguilar Sáinz de Buruaga dejara de revisar algo en el ordenador y les prestara un poco de atención. Elvira cogió la mano de Gael y asintió cerrando los ojos. Gael se desprendió de su mano abriéndolos mucho.
Perdonad, que ando liadillo con esto —dijo el médico y, dejando a un lado el ordenador, masculló sonriendo—: Este Facu Díaz es la hostia... Bien, Gael, cuéntame.
Quería unos análisis.
¿Una analítica completa?
Sí, para lo del colesterol que lo llevo fatal y eso... —Elvira lo miró de golpe—. Y, bueno, para lo otro también.
¿Lo otro?
VIH —contestó la resabionda de la clase.
Me estoy mareando —dijo Gael sujetándose la frente.
El médico se rió y le dio un papel.
Entrégalo en recepción, allí te darán cita para hacerte los análisis. Siendo verano, imagino que mañana por la mañana tendrás hueco. En diez días estarán los resultados.
¡Diez días! —Gael colocó su cabeza entre las rodillas—. Me estoy mareando mogollón... ayuda...

Efectivamente tuvo hueco al día siguiente. A las 8:13 de la mañana, Elvira colocaba las pequeñas pegatinas rojas, que le había dado una de las enfermeras, bajo el clip de las hojas de la analítica. Luego le explicó a Gael que, según lo que le habían dicho, debía esperar en la cola. La línea de unas 7 personas se cortaba ante una puerta cerrada. Detrás, cinco mujeres, tras cinco pequeñas mesas, extraían sangre como si de una central lechera se tratara. Cuando le tocó el turno a Gael, fueron los dos quienes cruzaron la puerta.
Lo siento, sólo puede entrar uno —dijo la mujer de la primera mesa apretando la goma del brazo de su ternerita.
Por favor, es que soy muy aprensivo —dijo Gael.
Y yo —dijo Elvira.
Y si tú también eres aprensiva ¿para qué lo acompañas?
Dos aprensivos mejor que uno.
La mujer se rió y los mano a la mesa del fondo. Y los dos, como niños, corrieron al final de la sala no fuera a ser que la ganadera cambiara de idea.
Media hora más tarde Elvira se terminaba su café en el bar de al lado y Gael no dejaba de mirar el papel con la nueva cita para recoger los análisis.
Diez días... —decía—. No lo voy a soportar.
Pasan en seguida —mintió Elvira.
Y si me da positivo, ¿qué voy a hacer?
Eso no va a pasar.
¡Y si pasa! —El camarero los miró desde la barra.
¡Pues si pasa, pasa! ¡No te vas a morir! —Después, Elvira bajó el tono de voz—: Tener los anticuerpos del VIH no significa que vayas a desarrollar la enfermedad. Gael, por favor, no me hagas darte una clase de sexualidad ahora, pero creo que ser más responsable y tener un poquito más de cabeza, no te vendría mal.
Gael bajó la vista. Elvira se percató de que lloraba. Se acercó a él. Lo abrazó.
Eres una amiga de mierda, cari...

Diez días más tarde.
Eran las 4:38 de la tarde y Elvira abanicaba a Gael con un folleto sobre la diabetes gestacional, en la sala de espera del centro de salud.
¿Tengo pulso?
Elvira le tocó la muñeca.
Sí, Gael, tienes pulso.
Me mareo...
Elvira lo abanicaba con más fuerza. De reojo miró el reloj de la pared: 4:53.
Nunca jamás voy a follar con nadie, se acabó, te lo juro, nunca más... Me están entrando nauseas.
Elvira dejó de darle aire.
Gael, tranquilo, respira por la nariz, por la nariz, fuerte, mira así, ¿ves?
Una mujer se fue a sentar junto a la chica, pero en el último momento prefirió hacerlo tres sillas más allá, por si las moscas.
¿Gael Álvarez Carrillo?
¡Aquí! —Y del Amazonas volvió a resurgir.
Una vez ya ante el médico esperaron en silencio. Éste revisaba de atrás a adelante las dos hojas que contenían los resultados de la analítica completa. Aguilar Sáinz de Buruaga, por fin, pareció decidido a hablar. Chasqueó la lengua y levantó la vista con gesto raro.
Ay, madre... —suspiró Elvira.
Creo que me estoy muriendo... —Gael.
Pues como no te cuides va a ser que sí. Chico, para lo joven que eres tienes el colesterol disparado.
Y tras un grito eufórico al unísono, los dos amigos se abrazaron ante la perpleja mirada del médico.
Al salir del centro con los análisis estrujados en la mano de Gael, Elvira propuso celebrarlo por todo lo alto.
Vale, pero a mi manera, cari. —Sacó del bolsillo su móvil y tras buscar en la agenda el nombre, esperó tono—. ¿Leti?, cielo, en 30 minutos en mi casa, no olvides traer los vestidos de boda, a mi amiga le gustan como muy de princesa..., sí, nos vamos a reír...
Marica mala...
¡Te he oído!..., No, cielo, a ti no.