30 nov 2020

¿Y si la vida fuera la opción B? (Tercera parte)

Fotograma de Back to the future de Robert Zemeckis

Nota: Continuación del relato ¿Y si la vida fuera la opción B y  ¿Y si la vida fuera la opción B? (segunda parte)

—Deja de llorar, tenemos que seguir.

—No quiero continuar, volvamos a Madrid.

Carol retiró la bicicleta de la fachada de hormigón y dijo:

—No podemos volver. Levántate, tenemos que seguir.

Acaricié el suelo de gravilla, intenté alisarlo. Arrastraba la mano por la superficie hacia la derecha y luego hacia la izquierda.

—¿De qué moriste?

—¿Yo? —preguntó Carol y soltó una risotada—. Nunca estuve viva. Ya te lo dije, soy tu ángel de la guarda, no un puto fantasma. A ver si vemos menos películas.

—Y ¿yo?

—¿Tú qué?

—¿De qué voy a morir?

—A este paso de deshidratación. Anda, deja de llorar, levántate y vámonos —La oí acercarse con la bicicleta—. Si quieres te dejo conducir esta vez.

Alcé la vista y me limpié las manos sobre el pecho. Carol me ofreció la bici. Me levanté. Sonreí y me monté apretando con todas mis fuerzas el manillar.

—¡Vienes o qué! —grité. Carol se rio y con energía se sentó en la parrilla abrazándome la cintura.

No di ni tres pedaladas cuando todo empezó a dar vueltas. Intenté sostener el equilibrio sobre la bicicleta pero fue imposible. En esta ocasión el golpe lo recibí en la cabeza. Había aterrizado contra una columna cilíndrica de ladrillo. Me apoyé en ella para levantarme y eché un vistazo a mi alrededor, reconocí aquel enorme vestíbulo.

—¿Atocha? ¡Estamos en la estación de tren de Atocha! ¡Carol, estamos en Madrid! ¡He regresado a Madrid! —Grité con pasión. ¿Cuánto se puede amar a una ciudad?

Vi acercarse a Carol, traía la bicicleta en la mano, me temía lo peor.

—¡Has roto la cadena! —gritó cuando ya me tuvo delante.

—No es mi culpa. Esa bicicleta es de los años 80 por lo menos. Dile a Dios que invierta más en transporte.

—Por favor, no trabajo para Dios.

—Entonces, ¿para Satán? ¿Estoy en las filas de Satán?

—Deja de decir tonterías y ayúdame a buscar el timbre de la bici, se habrá caído por aquí, en tu aterrizaje.

Lo encontré detrás de la columna. Se lo ofrecí a Carol pero me pidió que lo guardara, que en cuanto tuviera un rato lo arreglaría, así que me lo metí en el bolsillo de la chaqueta del pijama. Dejó la bicicleta junto a la columna y me pidió que la acompañara. Lo hice contenta, estábamos en Madrid, sentirme de nuevo en casa me aportó cierta calma.

—Ahí. —Señaló Carol.

Seguí su dedo hasta la puerta de acceso a Largas Distancias. Rebusqué entre la multitud que se agolpaba a la entrada, pero no reconocí a nadie. Carol me cogió de la mano y nos acercamos a una esquina donde parecía haber menos gente. Carol volvió a señalar al frente, fue entonces cuando me vi. Me llevé las manos a la boca y ahogué un gritito. Porque me reconocí cercana, quizá era mi yo de hace 8 o 9 años, no más, pero me di cuenta enseguida de que llevaba lentillas, el calvario de mi ceguera degenerativa todavía no había empezado y parecía otra mujer completamente diferente. Despreocupada, risueña, liberada… ¿Cómo era posible que en tan poco tiempo el sentido de tu vida pudiera cambiar radicalmente? Me froté la cara con cierta desesperación y me tiré hacia atrás el pelo. Carol me hizo un gesto para que nos acercáramos y así fue como lo vi: un Joan de hace 8 años me agarraba de la cintura. Al verlo me reí como una loca. Tenía el pelo larguísimo cogido en una coleta baja y la barba la llevaba al estilo de Lemmy Kilmister, cantante de los Motörhead. Madre mía, mi macarra, qué guapo…

—Bueno, Joan, pues sí, lo he pasado muy bien y quizá en otra ocasión más adelante… —decía mi otro yo.

Miré a Carol, necesitaba contextualizar aquello.

—Encontraste a Joan en la cola de un supermercado —comenzó explicando—, ese mismo día te pidió quedarse en tu casa porque era de Barcelona y todavía no le apetecía regresar. Te prometió que sería solo un fin de semana, que lo podríais pasar bien juntos. Tu opción A fue dejar que aquel fin de semana se convirtiera en 8 años de relación, sin embargo en esta opción B, decidiste que terminado el fin de semana, terminada la relación. Lo has acompañado a la estación para despedirte, Joan regresa a Barcelona y nunca os volveréis a ver.

Con cierta pena volví a mirar a Joan y a mi otro yo.

—Claro, quizá después de verano pueda bajar, ¿te parece? Lo hablamos y bajo sin problema. Barcelona y Madrid están cerca, ¿eh?, ¿te parece? —preguntaba Joan con ese nerviosismo de alguien que no se da por vencido.

—Lo siento, es que no lo veo, Joan, no termino de verlo, lo he pasado genial, pero mi vida en Madrid es un poco caos, el máster, el trabajo, el teatro… Además tú tienes la granja de caracoles y no quiero que…

—Ah, no, no, no te preocupes por la granja. Se la dejo a mi hermano. Sí, sin problema, vamos, los caracoles no son animales de los que te encariñes.

Mi otro yo se rio a carcajadas a mí también me hizo reír. Lo seguí mirando con ternura.

—De verdad, Elvira, en Madrid no te daría problemas, podría encontrar trabajo de lo que sea. ¿Sabes que yo también tengo un máster?

—Ah, ¿sí? ¿En qué?

—En descargar camiones. Ahora te descargo uno aquí y te monto el escenario de un concierto, te descargo otro y te lleno el almacén de un supermercado, otro y te apilo palés de ropa para ese o aquel centro comercial.

—Eres un macarra —dijo mi otro yo riéndose como una tonta—. Me gustas, Joan, de verdad que sí, pero no veo que tengamos futuro. Ha sido divertido, pero creo que buscamos cosas diferentes.

—¿Cosas diferentes? ¿Tú no buscas pasártelo bien en esta vida? —Mi otro yo levantó los hombros y no contestó—. Si me pides que me quede, te prometo que te haré reír cada día de mi vida, porque eres preciosa cuando te ríes así.

—Lo siento, Joan…

Joan abrazó a mi otro yo y antes de marcharse, sacó de su bolsillo un papelillo arrugado, lo estiró y se lo ofreció.

—¿Qué es esto?

—Es un dibujo. Eres tú cantando delante de tu ordenador, es lo que haces nada más levantarte, encender el ordenador y ponerte a cantar. Bueno, sin más, un dibujo tonto, es que me gusta darle al lápiz, ¿sabes? Tonterías para pasar el rato.

—No sabía que dibujaras.

—Bueno, sí, pero eso no te da de comer.

—Vaya, dibujas realmente bien, eres un artista, estoy sorprendida… no sé…

Mi otro yo dobló de nuevo el papelillo y se lo metió al bolso. Con un gracias y un largo beso se despidieron.

Miré a Carol.

—¿Ya estás llorando otra vez? ¡Es que no te aguanto! —me espetó—. Anda, vamos, que esto no ha terminado aquí.

Recogimos la bicicleta junto a la columna. Carol metió la cadena y enderezó el manillar. Le di el timbre pero me dijo que de momento no lo necesitaba así que lo volví a guardar. Me senté en la parrilla de la bicicleta, no pregunté a dónde íbamos, seguía con el corazón apretado, lo cierto es que todo me daba un poco igual.

Esta vez el aterriza no fue menos aparatoso que el resto. Me estampé contra unos taburetes de cocina. Me toqué los dientes, los tenía todos, respiré tranquila y me levanté.

—¿Carol?

Estaba en una pequeña cocina. Me era muy familiar.

—¿Carol?

Al salir al pasillo me di cuenta de que estaba en la anterior casa de Almudena. En la que compartía con César. Carol salió a mi encuentro y me pidió que la acompañara. Entramos en la habitación de Almu. Estaba amaneciendo, empezaba a clarear. Almudena nunca duerme con las persianas bajadas, no le gusta. La encontré sentada en la cama con el móvil en la mano, se lo llevó al pecho y empezó a llorar.

—Almu, ¿qué te pasa?, ¿qué pasa, loca mía?, ¿qué pasa…? —dije acercándome a ella.

No puede oírte, Elvira, no puede oírte.

César se despertó a su lado, asustado la abrazó, ella le dio el móvil, leyó algo y después lo lanzó a los pies de la cama y la abrazó con más fuerza. El llanto de Almudena era paralizante, me apreté las manos contra el pecho, ¿qué te pasa, mi Almu?

Carol recogió el móvil y me lo mostró. Era una conversación de WhatsApp entre ella y yo. Mi último mensaje era del 18 de octubre de 2017 a las 03.47 am:

No me odies, solo cambio de vía. Dicen que en esta no necesito luz. Ven cuando quieras, pero no tengas prisa. Nos vemos, loca mía.

—Después de escribir este mensaje hoy mismo —me explicaba Carol—, abriste la ventana de tu primera buhardilla en la Plaza Olavide y te arrojaste.

—Pero, ¿por qué…?

—En 2014 murió tu madre, dos meses después te diagnosticaron glaucoma. Un año más tarde perdiste la visión completa de tu ojo derecho. Y tras una multitud de tratamientos y 3 operaciones fallidas, el 16 de octubre de 2017 tu oftalmólogo te dice que tu glaucoma no es tratable y que la ceguera completa será inevitable en 4, 5 o 6 años.

—Lo sé, recuerdo esa conversación perfectamente con mi oftalmólogo pero… lo asumo y lo acepto, incluso me río a veces, me río, me, me, me, yo me río…

—No, Elvira, no te ríes, os reís. Joan y tú os reís. Os reís cada día, cada puñetero día os reís a carcajadas de esto o de aquello. Os pasáis el día riéndoos, incluso agradecéis que haya una pandemia mundial para no tener que ver a nadie y quedaros en el sofá haciendo campeonatos de pedos y risas bajo la manta. Elvira, pero Joan no está en este 2017, elegiste la opción B y Joan tomó el tren a Barcelona y no os habéis vuelto a ver desde el 23 de julio de 2012.

—¿No está Joan en mi vida?

—No, no está Joan en tu vida.

—Entonces, ¿mi vida ya no es un chiste?

—No, tu vida dejó de ser un chiste. El dolor se abrió camino hasta que ya no pudiste más.

El ruido de los cristales rotos me sobresaltó.

—Pero, tonta, ¿qué has hecho? Ven, te vas a cortar.

Joan me hablaba desde la puerta de la cocina. Nuestra cocina. La de nuestra pequeña buhardilla en el centro de Madrid. Miré al suelo y vi el vaso de café estrellado.

—Joan…

Me dio la mano y de un salto crucé el charco de cristales.

—Joan, me encanta que hagas de mi vida un chiste…

—¿Ahora te gusta?, ¿ahora sí? Contigo nunca se sabe, de verdad, que me vuelves loco.

—Eres mi opción A, Joan…

—¿Sí? Pues tú eres mi opción Z. ¡Que me tienes contento, Fiona! ¡La Z!

Me reí y lo abracé.

—No soy tan verde como Fiona.

—¡Pero sí tan ogra! ¡Fiona!

Lo besé y me colgué de su cuello.

—¿Sabes que he viajado por mis otras posibles vidas?

—Ah, ¿sí?, y ¿cómo eras en esas vidas? —Me besó en la nariz.

—He sido una nacionalista vasca, católica con 3 hijos; una gorda de 100 kilos con un marido y una hija que me detestaban; y una enferma incapaz de reírse de la vida.

 Joan sonrió y me estrujó entre sus brazos mientras me susurraba que yo estaba muy, muy, pero que muy mal de la cabeza. Y al agarrarme de la cintura para irnos a la cama, me preguntó:

—¿Qué es esto?

—¿El qué? —pregunté yo.

—Esto. —Y del bolsillo de mi pijama sacó el timbre de la bicicleta de Carol.

               

               FIN


10 nov 2020

¿Y si la vida fuera la opción B? (Segunda parte)

 

Fotograma de Back to the future de Robert Zemeckis

Nota: Continuación del relato ¿Y si la vida fuera la opción B?

Nuevamente un fuerte golpe hizo que me arrastrara por un suelo de gravilla con el que me raspé las manos. Me las miré y al ver que tenía algo de sangre las agité al aire.

—¡Carol!, ¿es que en el más allá no os enseñan a montar en bicicleta?

—Ya te he dicho que no vengo del más allá. Anda, levántate.

Dejó la bicicleta apoyada en la fachada de una moderna casa independiente. La formaban 3 cubos gigantes de hormigón blanco superpuestos de manera escalonada. Las ventanas no parecían seguir ninguna regla de simetría, enormes orificios acristalados salpicaban la fachada. Un cuidado jardín la rodeaba y una pequeña piscina rectangular asomaba por la parte de atrás.

—Joder, menuda casita, ¿quién vive aquí? —pregunté.

—Tú. —La miré atónita—. Te casaste con un arquitecto.

—¿Etienne?

—Etienne. ¡Vienes o qué!

Nerviosa seguí a Carol. Entramos en la casa. Del hall pasamos a un impresionante salón minimalista de techos de más de 8 metros de altura.

—Debe haber un error… —dije sin despegar la vista de los colosales muros—. Etienne nunca fue mi opción B. Un día, tras 4 años de relación, él me dejó y ya, nuestra historia no tuvo más opciones.

Carol me sonrió con cierto cinismo.

—Detesto a las mujeres que se hacen las víctimas —dijo y desapareció por un estrecho y larguísimo pasillo blanco que se abría en un lateral del salón. ¡Oye, oye!, le gritaba mientras intentaba seguir su apresurado paso. Se paró en seco y se dio la vuelta—. Agosto, 2008. Singapur. La relación con tu jefe es insostenible. Lanzas tu CV al mundo para comenzar el curso académico en otro país. Recibes 3 ofertas: un colegio internacional en la India, una universidad en EEUU, y un lectorado en Francia, en Lyon, en la misma facultad en la que ya habías trabajado un año antes. Descartas la India, no te interesan los niños. Por lo tanto, tus opciones se reducen a dos: Estados Unidos o Francia. Escribes a Etienne y se lo explicas. Le dices que hay una gran posibilidad de regresar a Lyon. Te contesta un breve email animándote a aceptar el trabajo porque le harías, palabras textuales, “el hombre más feliz del mundo”. Lees su email. Lloras. Lloras. Sigues llorando. Pasas la noche llorando. A la mañana siguiente confirmas a la universidad de EEUU que aceptas el trabajo. Tu opción A fue irte sola a un pueblo estadounidense del que nunca habías oído hablar. Esa fue tu opción A. Y ahora, si dejas de hacerte la víctima, voy a mostrarte lo que hubiera pasado de haber elegido la opción B.

Me quedé petrificada. No es que me hubiera hecho la víctima durante los últimos 13 años, es que simplemente no lo recordaba. Memoria selectiva creo que lo llaman, no lo sé, pero sí es cierto que soy capaz de borrar episodios completos de mi vida. Y, sinceramente, es maravilloso. Pero volviendo al caso, antes de poder asentir, Carol ya había desaparecido. Corrí hasta el final del pasillo. No la encontré. Me metí en una habitación que tenía la puerta entreabierta. Era un dormitorio. Vi a Carol sentada sobre la cama. Con una risita de adolescente me señaló la otra punta de la habitación, junto a la ventana. Un hombre de torso desnudo y jeans sin abrochar hablaba por teléfono de espaldas a nosotras. El corazón me reventó el esternón al escuchar su voz otra vez.

—Oh, madre mía, Etienne… —Me acuclillé y respiré como buenamente pude.

Al darse la vuelta y verlo de nuevo, después de trece años, me quebraron las rodillas y caí al suelo. Me apreté las tripas y empecé a llorar.

—¡Ya estamos otra vez! —espetó Carol.

—Es que lo quería tanto, tanto, tanto… ¿Qué nos pasó?

—Que elegiste la opción A.

—¿Por qué eres tan simple, Carol? ¡La vida no es A o B! La vida tiene pequeños parámetros que hacen que tus decisiones parezcan razonables en un momento determinado pero que llevados a otro punto de la línea temporal son absurdas. Sin sentido. Incluso, incluso… ¡son decisiones de las que te arrepientes día sí y día también! Vivimos siempre en una vida equivocada, ¿no te das cuenta? En una vida que de haber entendido en el presente nuestros errores del pasado, el futuro sería, no sé si correcto, pero sí plenamente justificado y por lo tanto convincente.

—Y ahora le da por filosofar a la llorona…

Carol no me entendía, pero al volver a ver a Etienne había comprendido que fue un error mi opción A. Siempre supe que Etienne y yo formábamos un buen equipo. ¡Míralo! Está como siempre, apenas ha cambiado. Se le ve feliz, tranquilo, la vida junto a mí le sienta realmente bien. Tuvimos nuestros problemitas, sí, claro que los tuvimos pero seguro que supimos hablarlo y solucionarlo, no hay más que verlo, es un hombre pleno junto a mí. Hemos formado el perfecto tándem que siempre creí que fuimos.

—Entiendo, mi amor —decía en francés por teléfono. Me levanté del suelo y me senté en la cama junto a Carol—. Sí, sí, ya sabes, hoy ha hecho algunas preguntas pero no te preocupes por ella, está en su mundo, y así mejor, no da demasiados problemas. No pienses en ello, por favor, mi princesa…

—Oh, está hablando conmigo —dije a Carol—. Siempre me llamaba princesa.

—Ya… —contestó ella.

—…Sí, acabo de salir de la ducha, en 30 minutos salgo para allá… ¿Sí?, bueno, voy a quitarte todo en cuanto te vea… ¿qué?... ¿con la boca? Oh, bebé…

—Buf, es que éramos muy piel con piel, ya sabes, unos guarrillos y, míranos, seguimos igual después de más de 17 años de relación, ¡madre mía! —grité fingiendo vergüenza.

—Ya, piel con piel…

En la habitación entró una jovencita espigada, pelirroja y de ojos miel claro. Confundida miré a Carol.

—Es Marion —me explicó—. Vuestra única hija de 12 años. Te quedaste embarazada al poco de llegar de Singapur. Os casasteis un año después.

—Es igual que él… —dije.

—Lo es, sí.

La niña hizo un gesto a su padre. Etienne terminó la conversación telefónica de manera abrupta y lanzó el móvil a la cama, Carol y yo lo esquivamos con cierta risa.

Su hija le preguntó si se marcharía también este fin de semana.

—Sabes que sí, cariño, el nuevo proyecto está en Ginebra y solo puedo revisar la obra los fines de semana. Salgo en 30 minutos.

—Es que no quiero quedarme sola con mamá, está loca.

¿Hola? ¿Cómo que la princesa está loca? ¿Coucou?

—Marion, no hables así, tu madre está enferma, ten paciencia con ella —contestó Etienne. La miró con cierta pena y luego continuó—: Está bien, ¿quieres pasar el fin de semana en casa de tu amiga Chlóe? Llámala y si le parece bien a sus padres te dejo con ella, me pilla de camino.

—Oh, gracias, papi, ¡gracias, gracias, gracias! —Y tras abrazarlo con fuerza, salió corriendo de la habitación.

—¡Y date prisa, en media hora me voy! —Se rio y terminó de vestirse.

Preparó una pequeña maleta, recogió su móvil de la cama y salió. Carol me estiró con fuerza del brazo y, con un “vamos”, le seguimos. Llegamos hasta la diáfana cocina. Etienne dejó la maletita junto a la puerta y se acercó a la mesa del fondo, una enorme plancha de mármol vetado sobre dos pies de piedra negra.

—Dios mío, Carol, ¿qué es eso…? —pregunté.

Eso eres tú.

En una de las sillas de aquella regia mesa vi a mi otro yo. A mi enorme otro yo. A mi desbordante otro yo. Pesaba por lo menos 50 kilos más que ahora. Me llevé las manos a la boca y retrocedí tres pasos, no lo podía creer, estaba completamente deformada.

—Tienes graves problemas de ansiedad que no sabes gestionar —empezó a explicarme Carol—. Intentas saciarte con comida y el resto del día duermes o lloras. Al poco de regresar a Lyon, las cosas volvieron a ir de mal en peor entre vosotros y teniendo un hijo pensasteis que se solucionarían, sin embargo la llegada de Marion no hizo más que empeorarlas. Etienne enseguida comenzó a hacer su vida fuera de casa, y desde hace 5 años mantiene una relación más estable con Sylvie Morin, su princesa.

No lo entendía. No lo podía entender. Soy independiente. Soy una mujer independiente. Con una carrera profesional que me da libertad para elegir cómo y dónde vivir, ¿por qué no me voy?

—¡¿Por qué no me largo de esta mierda-casa?!

—Primero, porque solo te quedaría la opción de regresar a Bilbao, a casa de tus padres. Tienes 43 años y una simple licenciatura, ni masters ni doctorado, y llevas casi 10 sin trabajar porque no lo has visto necesario ganando Etienne lo que gana. Mira todo esto, os sobra el dinero. Entonces, dime, ¿quién te contrataría ahora con semejante currículo? Y en segundo lugar, estás tan anulada psicológicamente que no tienes capacidad de decisión. Tu única inquietud desde hace 11 años es comer, comer y comer.

Cerré los ojos intentando procesar toda aquella información.

—Elvira —dijo Etienne acercándose a mi otro yo por detrás—. Me voy. Paso el fin de semana fuera, ya sabes, por trabajo, te lo he explicado antes. Me llevo a Marion, la dejo en casa de Chlóe.

—¿No quiere quedarse conmigo? —preguntó mi otro yo sin ni siquiera mirarlo.

—No es eso. Volveremos el lunes por la mañana.

Se dio la vuelta y recogió la maleta junto a la puerta.

—Etienne —dijo mi otro yo con muy poquita voz—, sois todo lo que tengo…

Etienne salió de la cocina sin contestar.

Se me saltaron las lágrimas de la impotencia.

—Dios santo, Carol… ¿qué he hecho con mi vida?

—Elegir la opción B.

                                                                                       (Continuará…)

 

2 nov 2020

¿Y si la vida fuera la opción B?

Fotograma de Back to the future de Robert Zemeckis

                          

—¡¡Eres un oso hormiguero!! —grité a Joan desde mi lado de la cama.

—¿Pero qué he hecho ahora? —preguntó desde el suyo.

—¡¡Respirar!!

—Ya, bueno, es que si no sería un oso hormiguero muerto, ¿no? —Y se rio.

—No se puede discutir contigo —dije desesperada y salí a la cocina.

—Es que no sé por qué discutimos —le oí contestar, así que me faltó tiempo para regresar a la habitación furiosa.

—¡Quiero el divorcio!

—No estamos casados.

—¿Tienes respuesta para todo?

—Amor, en serio, en vez de escribir teatro ¿por qué no lo interpretas? —Y volvió a reírse.

—Joan —dije— haces de mi vida un chiste y no siempre vale. —Levanté el dedo y lo señalé—. Esta es mi vida pero podría haber sido otra completamente diferente, solamente tendría que haber elegido la opción B y te aseguro que he tenido muchas opciones B, de haberlas elegido mi vida sería distinta y es posible que mucho mejor…

En la cocina de nuevo, me preparé un café aun siendo las 2 de la mañana. Pensé en por qué estábamos discutiendo, no podía recordarlo. Quizá porque se estaba llevando parte de mi nórdico, o porque había apartado sus muslos cuando intenté calentarme los pies, o porque empezó a besarme justo cuando estaba mirando las stories de Instagram, no lo sé. No podía recordarlo. Ahora ya no podía recordarlo. Con cierta culpa me llevé el café a los labios.

—Elvira Rebollo, ¿verdad?

Del susto se me cayó el vaso al suelo reventándose en mil pedacitos. En mi cocina había una mujer joven de rasgos asiáticos mostrándome unos papeles.

—¿Pero qué mierda es esto…? ¡Joan, Joaaaaaan! —grité aterrada.

—No puede oírte.

—¿Lo has matado? ¿Vas a matarme? ¿Ahora vas a matarme a mí? Que sea con un arma, por favor, no quiero sufrir. Un disparo, rápido, ¿vale? No pondré resistencia, pero no me tortures, por favor, te lo suplico… Muerte sí, dolor no. ¡Muerte sí, dolor no!

—Oye, flipada, que no estás en una puta manifestación. Soy tu ángel de la guarda.

—Mi qué…

—Tu ángel de la guarda. Me llamo Zhou Jing, pero puedes llamarme Carol. —Extendió su mano. Con miedo extendí la mía y la apretó con fuerza.

—¿Por qué te cambias el nombre? —pregunté intentado asimilar la situación con cierta calma.

—Porque si no, con tu pésima pronunciación en chino, me llamarías Chochín, y ante eso prefiero Carol.

—Claro.

—Carol.

Era alta y muy delgada. Ceñida en unos leggins imitación a cuero, con un jersey amplio, también negro, de cuello barco ladeado hacia el hombro derecho dejándolo completamente desnudo. Llevaba botas militar negras. Una media melena recta que no llegaba a rozarle los hombros y maquillada sutilmente, excepto los labios, que eran de color rojo mate.

—Ya te habrás imaginado por qué estoy aquí —dijo.

—Pues si te digo la verdad…

—Voy a mostrarte tus opciones B. Acompáñame.

—¿Qué, así? ¡Estoy en pijama!

—Estamos en una realidad paralela, nadie puede verte. ¡Vienes o qué!

Supongo que estaría soñando, soñando o que ya me había matado (y espero que lo hubiera hecho con un arma). De cualquiera de las maneras no tenía nada que perder, así que decidí ir. De un salto crucé el charco de cristales y la acompañé hasta el pasillo donde tenía una bicicleta. Se subió y me pidió que me colocara en la parrilla, que ella me llevaría.

—Será una broma, ¿no? ¿Una bicicleta? ¿No tienen presupuesto en el más allá?

—No vengo del más allá. ¡Te montas o qué!

Me monté y todo a nuestro alrededor empezó a dar vueltas. Grité o por lo menos lo intenté porque me faltaba el airé. Tras un fuerte golpe, caí al suelo. Abrí los ojos y vi a Carol apoyando su bicicleta en una pared color salmón. Me ayudó a levantarme.

—¿Dónde estamos? —pregunté todavía aturdida.

—En Bilbao. En tu casa de tu primera opción B.

Carol me pidió que la acompañara. Recorrimos parte de ese pasillo color salmón y entramos en la segunda puerta. Era un enorme salón con un ventanal al fondo desde donde se podía ver una amplia avenida. Carol me golpeó el hombro, quería que mirara al sofá y, al hacerlo, fue cuando me vi a mí misma. Di un pasito hacia atrás llevándome las manos a la boca, no podía creerlo. Estaba prácticamente igual pero llevaba el pelito muy corto. Me estaba riendo, me estaba riendo a carcajadas porque un hombre me abrazaba y parecía decirme algo al oído. Cuando dejó de hacerlo pude verle la cara.

—Dios mío… Mikel, Mikel, Mikel… No me lo puedo creer.

—Efectivamente: Mikel Igartua Zabaleta. Tu primer y único novio. Tras 12 años de noviazgo, os casasteis en la iglesia de los Jesuitas de Indautxu donde los dos trabajáis como profesores y donde vuestros hijos asisten al colegio.

—Pero, pero, pero ¿por la iglesia…? —Reaccioné— ¡¿Hijos?!

—Tienes tres hijos: Olaia de 11 años, Katixa de 9 y Markel de 6.

—Creo que me falta el aire…

—Normal si no te quitas las manos del cuello.

Intenté tranquilizarme y me observé de nuevo. Me acerqué un poquito más. Realmente parecía tan feliz, tan, tan, tan, tan feliz…

—Mikel… —dije extendiendo la mano, quería tocarlo. Hacía casi 21 años que no hablaba con él. Lo dejé por un chico alemán que apareció en mi vida y al que tomé como opción A. Mikel nunca me lo perdonó y jamás volvió a dirigirme la palabra. ¿Cómo iba a imaginar que aquella opción A iba a destrozar una vida tan idílica? Una vida sencilla pero perfecta. ¿Cómo iba a imaginármelo yo?, ¿cómo?, tan solo fue la inocente elección de una chica de 23 años. ¿Cómo iba a imaginar que cambiaría tanto el curso de mi vida? —Mikel… —repetí acercándome un poquito más a él.

Una niña entró en el salón corriendo.

—¡Aita, aita, aita! ¡Markel ha entrado en nuestra habitación! Jo, dice que no quiere dormir.

—Dile que como vaya yo le caliento el culo —dijo mi otro yo. Me reí. Había tenido 3 hijos pero de pedagogía seguía sabiendo más bien poco.

—¡Markel, cuento hasta tres! —gritó Mikel—. Uuuuuuno, dooooooooos, dos y meeeeeeedio…

Y escuché unos piececitos correr por el pasillo. La niña salió y mi otro yo se acurrucó junto a su marido.

Todo me parecía tan tierno, envidiaba tanto aquella escena...

—¿Saldremos de esta pandemia? —preguntó mirando la televisión

—Claro, tonta —contestó Mikel—, ¡mira a los chinos!, fueron los primeros en meterse en todo este lío y ahí están, haciendo vida normal ahora mismo.

—Pero nosotros no somos como ellos. No sé, ellos son especiales… muy diferentes. Me hubiera encantado vivir en China, conocerlos: su forma de vida, su forma de trabajar...

—Elvi, txiki, ¿qué hubieras hecho tú en China? Son muchos, ¡te habrías perdido!

Mi otro yo se rio como una tonta.

Miré incrédula a Carol.

—¿Nunca he vivido en China? —pregunté.

—Nunca —contestó ella—. Te dieron la beca del Gobierno en el 2003 para trabajar en una Universidad de Liaoning, al norte de China, pero tras hablarlo con Mikel decidiste rechazarla y prepararte el EGA.

Estaba perpleja.

—¿Me estás diciendo que rechacé una de las mejores becas del Gobierno para estudiar euskera?

—Sí, 5 años.

—¿CINCO años?

—Sí, estudiaste euskera 5 años, en Euskaltegis y Barnetegis. Al sexto año aprobaste el EGA y al año siguiente entraste con plaza en el colegio de los Jesuitas. Dos años más tarde consiguió plaza Mikel y hasta hoy, siempre juntos.

—¿Entonces nunca he vivido en China?

—No. Ni siquiera has ido de viaje.

—Joder, joder… ¿Y a Singapur? Dime por lo menos que viví en Singapur.

—Nunca. Aunque estuviste cerca. En Bali, de viaje de novios.

—Ya, qué típico… ¿Y en Cuba? ¿Trabajé en Cuba?

—No.

—¿Estados Unidos? ¿Francia? ¿Madrid?

—No. No. Y no.

—¿Solamente he vivido y trabajado en Bilbao?

—En Indautxu, para ser más precisos. Nunca has salido del centro de Bilbao.

—JO-DER. No me extraña que sea tan feliz ¡¡¡si no conozco lo que es la vida!!!

Me apoyé en la pared y volví a mirar a mi otro yo, en el sofá, tan ajena al mundo de fuera. Pobre, pensé.

—¿Hay algo más que deba saber? —pregunté a Carol derrotada.

—Votas al PNV.

—¡Vale!, ¡suficiente! ¡Larguémonos de aquí!

Carol empezó a reírse, era la primera vez que lo hacía desde nuestro accidentado encuentro en la cocina, creo que empezábamos a entendernos.

—¡Me encanta mi trabajo! —dijo. La seguí y desanduvimos el pasillo. Se subió a su bicicleta—. ¡Te montas o qué!

—¿Regresamos a Madrid?

—Nop. Vamos a conocer tu siguiente opción B.

                                                                                                   (Continuará…)