19 feb 2023

En la niebla manchega (primera parte)

 

Molinos en la niebla de José María Moreno García

Almudena los veía desde la ventana del dormitorio de su madre, en la casona de la Mancha. Su hijo arrastraba por el suelo a su amiga Elvira frente al portón. Elvira reía a carcajadas y Abel la zarandeaba de lado a lado como si fuera un cazador de cocodrilos.

—¡No me lo puedo creer! —gritó Almudena al abrir la ventana—. ¡Elvira, pareces tú más cría que él! ¡Levántate!

—¡Es él! —explicó Elvira alzando la vista y viendo a su amiga asomada a la ventana—. ¿O es que no lo ves? ¡Es tu hijo!

Abel aprovechó que estaba distraída para quitarle una bota y salir corriendo. Elvira chilló y fue tras él a la pata coja. Almudena sonrió y cerró la ventana. Vio a su madre sentada en la cama, la miró desde atrás con pena. Al acercarse le frotó la espalda y le dijo que la ropa de la maleta se la iría colocando en el armario, pero que las mudas y la combinación se las dejaría en el primer cajón de la cómoda.

—¿Te parece bien, mamá? —preguntó.

—¿Por qué no iba a parecerme bien?

Almudena se acercó a la cama.

—¿Sabes quién soy?

Sabina levantó la cabeza molesta.

—¿Es la tercera vez que me lo preguntas hoy? Y tú, ¿sabes quién eres tú?

—Mamá…

—Eres muy pesada, Almudena, hija, muy pesada. Muy, muy pesada. Yo solo necesito que me dejes un poquito tranquila.

—Está bien, lo siento. Te guardo esto y bajo a dar una vuelta al bosque antes de empezar a preparar la comida, ¿te parece?

—Bien, bien, pero dile a Arturito que como se manche esos pantalones cobra, ¿me has oído? Son 3 los que llevo lavando esta semana. ¡Que si quiere coger lombrices que lo haga con un palo! ¡Con un palo y sin arrodillarse!

Almudena abrió el primer cajón de la cómoda, dejó las mudas y la combinación y sin levantar la cabeza salió de la habitación.

 

—¡Mira lo que me ha hecho tu hijo! —Elvira entró en la cocina de barro hasta las cejas y con la bota del pie derecho en la mano—. No tiene respeto por sus mayores. ¿Qué haces, tortilla de patatas?

Almudena dejó de batir media docena de huevos en un bol de cristal.

—No sé si ha sido buena idea traerla aquí.

Elvira dejó la bota en el suelo y se frotó las manos sobre su parka.

—Yo creo que sí, tres días en su casa le van a venir muy bien.

—Habla de mi hermano pequeño como si fuera un niño.

Elvira extrañada se apoyó en la encimera. Estaba hecha de azulejos blancos, aunque lucían algo amarillentos. Repasó las juntas con el dedo índice y dijo no demasiado convencida:

—Pensaba que eras tú la pequeña, que tu madre te había tenido ya siendo mayor, mucho después de haber tenido a tus hermanos.

—Sí, pero después de mí todavía tuvo a mi hermano Arturo.

—Ah, pues no lo sabía. ¿Y vive en Valladolid como tus otros dos hermanos?

—No, no vive en Valladolid. A ti te gusta la tortilla con cebolla, ¿verdad?

 

Abel lanzó un par de ramas al centro de la hoguera.

—¡No lo avives tanto! —le espetó su madre—. Vamos a salir incendiados.

—Se agradece un poco de calor, las noches son frías, son muy frías y largas… —dijo Sabina sin apartar la vista del fuego.

Elvira se levantó de su desgastada silla de tela y aluminio y dijo que entraba en casa a por otro botellín de cerveza. Antes de cruzar el portón, Almudena le gritó que le sacara otro para ella. Al abrir la nevera y agacharse para coger las bebidas, escuchó unas pisadas detrás de sí.

—Abel, no pienses que te voy a dar una cerveza.

Los pasos parecieron retroceder. Eran claros chasquidos de tierra sobre la loseta de la cocina. Elvira se dio la vuelta.

—¿Abel? —Cerró la nevera con el codo al tener un botellín en cada mano—. ¿Abel? —Salió de la cocina y se quedó mirando las escaleras que subían al segundo piso. Escuchó los últimos escalones crujir—. ¡Abel, no tiene ninguna gracia, ninguna!

Enfadada salió de la casa. Al llegar a la hoguera, ofreció la cerveza a su amiga y se quejó de su hijo.

—¿Qué he hecho yo ahora? —preguntó el chico sentado al otro lado de la hoguera.

Elvira lo miró, miró a su amiga, miró a Sabina y volvió a mirar a Abel.

—¿Qué haces aquí? —preguntó.

—Joder, mamá, tu amiga es una puta chalada —y el joven soltó una risotada.

Elvira no dijo nada. Se acomodó en la silla y bebió su cerveza.

 

Almudena arropó a su madre en la cama.

—Dame la foto, la foto.

—¿Esta? —preguntó Almudena cogiendo de la mesilla un marquito de plata.

—Sí, sí, dámela. —Almudena se la dio y Sabina tras besarla se la apretó en el pecho—. Son muy guapos, ¿verdad?

—Sí, los abuelos siempre fueron muy guapos. —La besó en la mejilla y salió de la habitación. Cuando llegó a la suya se encontró a Elvira dentro de la cama—. ¿Qué haces aquí?

—No pienso dormir sola. Esta casa está llena de fantasmas.

Almudena se rio. Se metió en la cama y le explicó que era una casa demasiado vieja, le crujían las entrañas.

—No son las entrañas lo que cruje, Almu —dijo imitando el dulce tono de voz de su amiga.

Almudena se dio media vuelta. Estaban cara a cara sobre la almohada.

—Elvi, ¿me prometes una cosa? —Elvira asintió—. No dejes que me vaya estando todavía viva, mátame antes.

(continuará…)

 

4 feb 2023

Mesa para cuatro

Escena de Our realtions de Harry Lachman (1936)

Nuestros amigos dicen que somos una pareja rara, pero yo finjo no serlo y por eso se lo propuse a Joan aun sabiendo cuál sería su respuesta.

—No —contestó y volvió a su pantalla del ordenador.

—¿No? —insistí.

Joan se giró de nuevo y me miró. No, repitió.

—Yo lo haría por ti —dije.

—Tú no lo harías por mí, tú no lo harías por nadie.

—Soy buena —dije rodeándole el cuello con los brazos.

—No he dicho que no lo fueras. —Me dio un beso en el antebrazo y con un par de palmaditas en la muñeca me pidió que lo soltara. Lo hice y me volví a sentar en mi escritorio, junto al suyo.

—Es por Almudena, pobre, ha pasado por mucho… Sigue pasando por mucho: su hijo, su madre… —Le iba mirando de reojo, pero él mantenía la vista en su ordenador—. Y lo de Darío, ya sabes. —Seguía sin mirarme—. Muy fuerte lo de Darío, muy, muy, muy fuerte... —¡Me miró!

—¿Qué pasó con Darío?

—Que la dejó.

—Ya, ¿y qué es lo fuerte?

Joan y yo teníamos un extraño concepto del amor y un todavía más extraño concepto de la pareja. Que alguien rompiera, se volviera a juntar, saliera con varias personas a la vez, mantuviera relaciones sexuales con todo Madrid o fuera devoto del celibato era algo que, sinceramente, nos importaba más bien poco por no decir nada. Si en general la vida de los demás no nos creaba ningún tipo de interés, qué decir de ciertas parejas en particular. Así que me quité la careta, la manipulación con Joan no me serviría de nada en este campo.

—Vale, yo tampoco quiero ir, pero es Almudena. Lo ha conocido por Tinder, está emocionada y quiere que lo conozcamos. Será una cena rápida. Joan, te lo prometo, no pediremos ni postre.

—Hombre, si hay tarta de queso...

—Mesa para cuatro —dijo Almudena al camarero nada más entrar en el restaurante.

Habíamos quedado a las 20.00 para tomarnos unos vinos antes de cenar. En el caso de Joan, quien dice vinos dice… Pidió un Bitter Kas, al chico Tinder de Almudena no pareció cuadrarle así que le insistió en que se pidiera una cerveza, Joan amablemente la rechazó, pero el chico Tinder erre que erre. Soy abstemio, aclaró Joan.

—¡Joder! ¿Y eso? —preguntó.

Eso son las personas que no beben alcohol —contesté yo con una irónica sonrisa.

—Ya, pero ¿por qué? ¡Tómate una cerveza!

Hay dos tipos de personas a las que pondría contra un muro y las fusilaría: a las que les suena el móvil en el teatro y a las que insisten a un abstemio a beber alcohol. Bueno, también es cierto que fusilaría a los coach motivacionales y a las doulas. Y a los que andan despacio por la calle, y a los baristas que te explican que el café se toma sin azúcar, y a los que te dicen que tienes mala cara sin haberles preguntado nada, y a los que visten a sus mascotas, y a los que dicen que un padre es un padre, y a los que leen a David Foster Wallace creyéndose especiales, y a los que se pasan la lengua entre los dientes después de comer, y a los que, y a los que, y a los que… Sí, me cargaría a medio mundo, pero no tengo fusíl.

En el restaurante las cosas parecían haberse calmado.

—Y vosotros, ¿tenéis hijos?

Y a los que preguntan si tienes hijos o no.

—No —contesté.

—Ya, ¿y eso?

Y a los que preguntan por qué no.

—Teníamos miedo de que nos saliera preguntón —contestó Joan.

Llegaron los entrantes y el chico Tinder nos recalcó que se llamaba Eudald y no Eduard como la mayoría de las personas creían. Agradecí que lo aclarara porque hasta ese momento no lo había podido llamar de ninguna manera.

—Es de Girona, Joan —dijo Almudena mirándolo, luego se dirigió a Eudald—. Es que Joan es de Barcelona, cariño. Creo que vais a tener muchas cosas en común.

Almudena estaba pletórica. Reía de manera imparcial los comentarios de unos y otros sin entender que eran puñales. Nos acercaba los platos y nos instigaba a comer como si hubiera sido ella misma quien los hubiera preparado. Estaba contenta, muy contenta.

Cuando el camarero dejó frente a Joan la tarta de queso, Eudald volvió a la carga.

—Entonces te dedicas a hacer cómics, ¿no, Joan?

—No —contestó. Porque lo había explicado hasta en tres ocasiones a lo largo de toda la noche.

—¿No? ¿Y eso?

Y a los que pregunta con ¿y eso?

—Porque no hago cómics. Me dedico a la ilustración para grupos musicales.

—Ya, pero vamos, es lo mismo, me refiero a que te pasas el día haciendo dibujitos, ¿no?

—Joan tiene mucho talento —intervino Almudena.

—Si no lo niego, pero no es comparable a las 12 horas diarias que le dedico a la consultoría.

Y a los que presumen de hacer horas extras en negocios que ni siquiera son propios.

Fuera ya del restaurante, Almudena y yo nos abrazamos, me preguntó al oído por Eudald y le mentí, ella me sonrió emocionada y me prometió llamarme al día siguiente. Se subieron a un taxi y los despedimos desde la acera. Después, Joan me agarró por la cintura y encaminamos Gran Vía arriba.

—Simpático este Eduard —me dijo.

—Eudald —corregí.

—¿Eudald?

—Sí, Eudald, de Girona, con hijos y consultor.

—¿Y tú cómo sabes todo eso?

Y es que Joan podía haber estado cenando con una cabra verde con ukelele que le hubiera importado lo mismo. Le sonreí con admiración y le pregunté si quería escuchar la lista actualizada de la gente a la que me encantaría fusilar.