31 mar 2011

Ese ruidito


Ay, hace ese ruidito con la nariz, no es que me moleste, porque no, no me molesta pero es ese ruidito así como soplido de hoja de árbol. Flautilla floral. No me molesta, no es eso. Es que no sabía que silbara, no le pega. Me gusta que esté aquí. Podría roncar, es verdad, podría roncar, no, por eso no me quejo, que silbe. ¿Y si le tapo la nariz?, ¿se despertaría o llegaría a matarlo estando dormido?, no sé, tiene pinta de despertarse a la mínima o igual no.
―¿Rafa…?, ¿estás dormido…?
Está dormido.
Buffff… jo, qué rollo, ¿qué hora serán? Tengo que llamar a Silvi, joder, y a mi madre, la tengo que llamar, hace una semana, no, no, me llamó ella el martes pasado, pues…bufff, casi diez días. ¿Qué hora serán?
―¿Rafa…?
Me gusta, si no me importa y el silbido tampoco, pero yo me hubiera ido a mi casa, si fuera él me hubiera ido a mi casa después. ¿Por qué se ha quedado? Ahora ya no silba, uy, ya no silba, ¿a ver si se ha muerto? ¿Y si me muero yo?, ¿y si me muero en Madrid?, ¿cómo me llevarían a Bilbao?, ¿en avión?, ¿en coche, en plan Guantanamera? Ay, qué calor, me cago en el Nórdico de las pelotas, no hay término medio. ¿Y si se muere mi padre?, ¿y mi madre?, ¿y si se muere Zapatero? Me apetece un Brooklyn Roll del Vips.
―¿Rafa…?
Se ha muerto.
―¿Rafa…?
Bufff… ¿Por qué no se ha ido a su casa? Me encanta, jo, me encanta pero necesito dormir, ¿qué hora serán?, ¿las cuatro?, no, miró el reloj justo antes de meternos en la cama, ¿y qué hora eran…?, la una y pico, sí, ¿o las dos?, bueno, no sé, qué más da, ¡quiero dormir!, ¡quiero un Brooklyn Roll!, ¡vete a tu cama! Uy, vuelve a silbar, ¿a ver?, ya no, ah, sí, ahora sí, piiiiiiiiiiii, es como si tuviera un moquillo atascado, piiiiiiiiiii, hace así como piiiiiiiiiiii, qué sexy. Me tiraría a Ernesto Sevilla y a Luis Piedrahita, me tiraría a… Quim Gutiérrez y a… a… Raúl Arévalo, no, a ése no, bueno, sí, sí, sí, me lo tiraría, ¡ja!, ¡y a Gael García!, a ése el que más y, bueno, a Diego Luna también, a los dos, sí, ¡a los dos a la vez! Ay, qué calor, mañana quito el Nórdico y pongo la manta ya… ¿Qué hora serán? No tengo azúcar, jo, ni huevos, mañana tengo que ir. ¿A cuántas tías se habrá tirado éste?, ¿diez?, ¿veinte?, no, son muchas. Quince y conmigo dieciséis, qué feo dieciséis, no me gusta. Actimel. Que no se me olviden tampoco los Actimel, mañana tengo que ir. La veintitrés, sí, ser la veintitrés es bonito, número dulce. Veintitrés.
―¿Rafa…?
One, two, three, bat, bi, hiru, lau, bost, six, seven… ba, jiu, shí, shí yi, shí er, shí san, shí sì, quinze, seize, dix-sept, dix-huit, caca, culo, pedo, pis, qué asco de francés, ¿se habrá casado?, él no hacía ese ruidito con la nariz, no, él no… ―¿Rafa…? Jo…
Vete a tu cama…, pero si la tienes dos pisos más abajo, ¡qué calor!, ¡qué agobio!, ¡necesito dormir!, ¡vete a tu cama! Jo, jo, jooôôÔÔOO...
―¡VETE!
―¿Eh?, ¿eh?, ¿Elvi? ¿Elvi…?
No te muevas, no te muevas. Te has pasado, te va a tomar por loca, no te muevas, menudo grito le has metido, te has pasado.
―¿Elvi, duermes…?
No te muevas. Dormida, así, dormida. Te aguantas con el calor, sin el Brooklyn Roll y con el ruidito, te aguantas porque es lo que siempre has querido. Te aguantas.

28 mar 2011

Un beso de cuento

El beso del Hôtel de Ville por Robert Doisneau

―Cari, ¿es cosa mía o en tu salón está lloviendo?
Sabía a qué se refería, así que riéndome y sin dejar de preparar la ensalada de gulas con aguacate le dije a Gael que cerrara la claraboya.
―Es guapa tu casa, ¿eh? ―dijo cerrando el ventanal―. Tiene su punto poético lo de vivir en un minúsculo estudio abuhardillado, cari, con la lluvia y la luna dentro de tu salón, no sé, inspiración total, en plan: llueve en mi salón / llueve en mi corazón / llueve en mí / en mí sin ti.
―¡Bravo! ―grité aplaudiendo―. Eres todo un poeta… ―y riéndome volví a mi exótica ensalada.
A pesar de mi antropofobia, disfrutaba muchísimo de la compañía de Gael, a quien apenas conocía, pero que decididamente le había hecho un hueco en mis amistades. Era un tío muy inteligente y divertido, mucho de lo que muy pocos podían presumir. Lástima que no fuera hetero pero todo en esta vida no se puede pedir.
Cenamos la ensalada mientras discutíamos qué peli ver. Los dos estábamos de acuerdo en una comedia americana, el cine de culto se lo dejábamos a la gente que, aun siendo viernes, conservaban neuronas activas, no era nuestro caso, así que: ¿Meg Ryan o Jennifer Aniston? Ganó Ryan con su Women.
Recogimos la mesa. Gael fregaba los platos y yo preparaba el DVD cuando el timbre de la puerta sonó. Nos miramos sorprendidos, eran casi las doce de la noche. Después, Gael en un gesto rápido cerró el grifo y, secándose las manos con un trapo, abrió la puerta. Al escuchar su voz saludar a Gael, se me removieron los intestinos y me imaginé, por un segundo, a las gulas cobrando vida en su interior. Gael le devolvió el saludo y lo invitó a entrar para después darse la vuelta porque se moría de ganas de ver mi cara. Y sí, allí estaba yo, de cuclillas frente al reproductor, con la peli en una mano y los intestinos en la otra.
―Hola, Rafa ―dije con una forzada sonrisa poniéndome de pie.
No nos veíamos desde aquella fatídica noche en la que terminó enrollándose con la que, hasta entonces, era mi mejor pésima amiga para luego convertirse en la tía asquerosa que ojalá tenga alopecia sarnosa y le crezcan monguis en los labios vaginales: Silvi.
―Hola… ―respondió evitando mirarme a los ojos y escondiendo algo tras su espalda―. ¿Íbais a ver una peli?― añadió señalando mi mano izquierda.
―Sí ―dije.
―¡No! ―desmintió Gael con cierto histerismo―. Ella iba a verla, yo me voy porque ya llego tarde, ¡tardísimo!
Con prisa recogió su chaqueta de la cama, se plantó delante de Rafa y dándole dos sonoros besos se despidió de él, y sin que éste lo viera me hizo un gesto nervioso con la mano para que lo acompañara hasta la puerta. Una vez allí, fingió un eterno abrazo que le sirvió para susurrarme todo tipo de soeces sobre el motivo de la inesperada visita de Rafa.
Entre risas lo empujé hacia las escaleras y, mandándole un beso con la mano, le dije que lo llamaría al día siguiente.
Al darme la vuelta, vi a Rafa apoyado sobre el reposabrazos del sofá pasando las hojas de un libro que por su colorida portada supe enseguida cuál era. Nerviosa me mordisqueé el labio inferior. Rafa levantó la cabeza y, al verme allí quieta, agitó el libro al aire con una enorme sonrisa diciendo:
―Era el último que quedaba en la Casa del Libro de Gran Vía. ―Hizo una pausa y, ofreciéndome la novela, añadió―: He subido para que me lo firmes.
Tomé el libro y lo arrojé sobre la mesita para sentarme después en el sofá.
―¿No vas a firmármelo?
Respondí negando con la cabeza.
―Oye, que tu novela me importa una mierda, sólo quiero tu autógrafo para venderlo cuando seas una famosísima best seller. ―Consiguió arrancarme una carcajada, él también se rió. Al serenarnos dijo casi en un susurro―: Empezaba a echarte de menos, ¿sabes?
―Pues aquí he estado.
―Lo sé y lo siento…
No sé por qué se disculpaba, no me atreví a decir nada.
―Bueno, ¿y cómo es la vida de una escritora? ―preguntó con un cambio radical de tono.
―Pues es bonito ver cómo medio Bilbao se saca fotos con mi libro para apoyarme mientras un amargado profesor del máster me augura fracaso y utiliza mi novela para humillarme delante del resto de la clase.
Rafa se rió y me aseguró que eso era una muy buena señal porque quien se pica ajos come. Eres como mi abuela, le dije entre risas.
―De verdad que he echado mucho de menos tu risa, bufff… mogollón, tía... ―Después agachó la cabeza y se frotó con lentitud las rodillas, levantó de nuevo la vista y me sonrió.
En ese momento entendí su anterior disculpa. Le devolví una tímida sonrisa y tomé el libro de la mesita. Me levanté y del escritorio cogí un bolígrafo azul. Abrí la novela por la tercera página y escribí:
Para Rafa, con ilusión de saber que tu cuento todavía no se ha terminado…
Le devolví el libro y me senté de nuevo junto a él. Rafa tras leer la dedicatoria lo cerró frotando la portada con mimo y, sin levantar la cabeza, lo dejó a un lado del sofá. Después me miró, ven aquí, chiquitina, dijo. Me acerqué a él un poquito más. Me tomó del cuello con ambas manos, me acarició la mejilla con su nariz y, con un susurrante terminémoslo juntos, me besó.

16 mar 2011

No existen fracasos, sino intentos

Portada de la novela: Loca Novelife
Ilustración: Martín Juaristi

Blanquita y Marieta estaban sentadas en una mesa alta de la Cervecería 100 Montaditos, en la Calle Mayor de Madrid. Era lunes, casi las once de la noche y esperaban a Elvira con dos cañas y echando un vistazo a la variada carta. Al día siguiente, las dos amigas regresarían a Bilbao tras pasar cuatro días en la ciudad celebrando la publicación de la primera novela de Elvira.
Veinte minutos más tarde, Elvira entró en el bar buscando con la vista a sus amigas. Cuando llegó a la mesa, Blanquita le preguntó cómo había ido la clase del Máster, ofreciéndole su mejilla para que le diera un beso. Elvira besó a sus dos amigas pero no contestó a la pregunta. Sin decir nada arrastró un taburete de la mesa de al lado, se quitó la chamarra de cuero, la dejó sobre el taburete, la volvió a coger, se sentó y la colocó sobre la mesa para después ponerla sobre sus rodillas. Se descolgó el bolso del hombro, miró a su alrededor y después de murmurar dos veces mierda se lo volvió a colgar. Se retiró el pelo hacia atrás con una sola mano y se pellizcó la punta de la nariz mientras inspiraba profundamente con los ojos cerrados, al abrirlos vio a sus amigas mirándola fijamente, ¡¿Qué?!, les espetó ella, ¡Nada, nada…!, contestaron las dos con pocas ganas de meterse en problemas, porque sabían que si Elvira tenía el día cruzado, tenía el día cruzado.
Marieta se ofreció a pedirle una caña para ver si se tranquilizaba un poco.
―¿A que no sabes lo que hemos hecho esta tarde, corazona? ―le preguntó Blanquita. Elvira negó con la cabeza y ésta continuó―: Hemos entrado en la Casa del Libro y hemos dicho…: Perdona, ¿me das la última novela de Elvira Rebollo? ―Y seguido metió un gritito dando palmas―. ¡No me he podido resistir y le he dicho al chico que eras amiga mía!, ¡qué fuerte, qué fuerte!
―¿El qué es fuerte? ―preguntó Marieta dejando la caña frente a Elvira.
―Le cuento lo de la Casa del Libro. ―Y volviendo a mirar a Elvira añadió―: Pero nos han dicho que hasta la próxima semana no lo traen.
Elvira apoyó los codos sobre la mesa y con lentitud dejó caer la cabeza hasta taparse la cara con las manos.
―Pero, corazona mía, no te pongas así, que lo van a traer, bobona, que es cosa de una semana, que te tenían en el ordenador, ¡a que sí, Marieta!
Elvira se quitó las manos de la cara, estaba llorando. Las dos amigas se miraron sin saber qué decir. Elvira se inclinó hacia atrás y, secándose las lágrimas con un solo dedo, dijo:
―Hoy en el Máster, mi profesor de Creación Literaria me ha dicho que mi novela va a ser un fracaso, así tal cual, un fracaso, me dice… buff… me dice: Elvira, mira, te auguro un gran fracaso.
―Ese tío no folla, ¿verdad? ―dijo Marieta.
―Corazona, no llores, anda, que hay gente muy mala…
―¡Hay gente muy hija de puta! ―puntualizó Marieta.
―Es que, buff… ―intentaba explicar Elvira mientras se sonaba los mocos con un kleenex―, es que lo alucinante es que ni siquiera se ha leído la novela, ha sacado la conclusión después de corregir uno de mis relatos, ¡además yo no le he pedido su opinión! ¡¿Por qué me odia?!
―Sí, decididamente ese tío no folla… ―dijo Marieta suspirando y cruzando los brazos sobre la mesa, después con un rápido vistazo a su móvil, que estaba junto a su cerveza, comprobó que no tenía llamadas perdidas y entonces, como si algo le hubiera iluminado, levantó la vista y añadió con solemnidad―: Tengo un plan, vamos a hundirlo...
Blanquita volvió a dar palmas, le encantaban los planes de Marieta, era fascinante tener una amiga tan cruel.
Marieta sacó un boli del bolso, tomó una servilleta con el logo de 100 Montaditos y mirando a Elvira le dijo con absoluta seriedad:
―Escúchame, enana, necesito que me digas, uno por uno, todos los títulos de sus novelas. Venga, empieza. ―Bajó la vista y apuntando a la servilleta con su boli esperó a que Elvira enlistara.
Elvira frunció el ceño mirando a Blanquita, ésta levantó los hombros con una mirada muy inocente, Elvira se rió, ¿cómo podía tener dos amigas tan diferentes?
―¡Enana, títulos! ―gritó Marieta sin levantar la vista de la servilleta.
―Pero, pero… si es que no tiene ―explicó Elvira.
―¡¡¿QUÉ?!!
―Pues, eso, que no ha publicado ninguna novela.
Marieta le lanzó el bolígrafo y luego buscó la mirada cómplice de Blanquita a la vez que le decía lo imbécil que era su amiga además de una enana de mierda.
―Joder, Blanca, ¿pero tú ves el mal rato que se está pasando por un tío que no es más que un cretino frustrado? ¡Elvira, piensa! ―gritó dirigiéndose esta vez a ella directamente―, ¿no te das cuenta de que tu profesor no puede entender que alguien como tú publique una novela, según él, tan superficial?, Elvi, tía, que tu profe llevará años intentando publicar, según él, buena literatura.
―No, no, no ―decía Elvira a la vez que giraba la cabeza de lado a lado―, él siempre dice que no quiere publicar, que nunca le ha interesado publicar, que no le llama, vamos, además dice que en España sólo se publica mierda y que él no quiere pertenecer a esa mierda.
―¡Los cojones! ¡Enana, que no! Que la próxima vez que te diga eso de “te auguro fracaso”, le dices: ¡pues yo a ti no te lo auguro, yo te lo confirmo porque con la edad que tienes y sin publicar es todo un fracaso!
Blanquita y Elvira se partían de risa, les encantaba ver a Marieta al límite.
Marieta se hizo la ofendida por considerar que no la tomaban en serio, tomó la carta de tapas y la zarandeó por delante de la cara de sus amigas.

Al de un rato, estaban riéndose alrededor de un plato con 12 montaditos variados y otro de patatas fritas.
―¡Por la Loca Novelife! ―exclamó Blanquita alzando su caña.
―¡Y por los que no follan! ―añadió Marieta.
―Y por amigas como vosotras…