23 oct 2019

¿Hay sexo en China?


I am your father por Aquatro
―¿Profesora?
Preguntó la estudiante entornando la puerta del despacho que Elvira compartía con su compañera Verónica, en una universidad al norte de China.
―Pasa, pasa ―dijo Elvira.
Recogía los papeles de su escritorio. Por lo menos los intentaba ordenar. Finalmente desistió y decidió llevarlos todos a tropel hacia el lado derecho del ordenador para comenzar a amontonar en el izquierdo los libros.
―Dame un segundo…
―Sí, no pasa nada.
―Es que busco mi agenda.
La estudiante, que ya se había sentado frente a la mesa de la profesora, se levantó y echó un vistazo al escritorio.
―Ahí, profesora.
―Oh, no ―dijo cogiendo un cuaderno lila de piel―, esta es la personal, busco la de clase, la roja.
―La roja… ¿Ahí?, ¿debajo de los libros?
―¡Sí! Aquí estás. ―Y al sacarla del montón volvió a derrumbar la montaña esparciendo nuevamente los libros por la mesa. Los retiró hacia un lado sin darle mayor importancia y, levantando unos y otros trastos más, encontró un bolígrafo―. ¡Boli! ¡Para escribir!
―Sí, para escribir… ―contestó su alumna dudando si había sido una buena idea elegir a aquel caos de mujer como tutora de su tesis de fin de carrera.
Elvira abrió su agenda y en voz alta se contextualizó así misma.
―… y…. bla, bla, bla… de tema… ¿VIH?
La profesora sorprendida le preguntó si su tesis era sobre el virus VIH en España. La estudiante asintió y miró a la puerta que seguía entreabierta.
―VIH… no lo sé… no entiendo por qué quieres escribir sobre ello…
Toc-toc
―Profesora, busco a la profesora Verónica.
En la puerta un estudiante asomaba la cabeza.
―En 20 minutos termina su clase, pásate después ―dijo Elvira y volvió la vista a su alumna que permanecía sentada frente a ella con las manos entrelazadas sobre los muslos.
―Perdona, te preguntaba sobre el VIH…
La estudiante miró la puerta que seguía abierta.
―Bien, cerraremos la puerta, ¿verdad?, que parece que entra algo de frío. ―La profesora se levantó y la cerró. Volvió a sentarse y esperó a que su estudiante hablara.
―Me interesa ―dijo.
―¿Qué es lo que te interesa exactamente?
―Me interesa. ―Y agachó la cabeza.
―Sí, por supuesto, es un tema interesante pero yo no sé cómo puedo ayudarte.
―Es que usted no es como los otros profesores.
Elvira, que empuñaba el boli en una mano y sostenía la agenda en la otra, decidió dejar sus cosas sobre la mesa y acercar la silla un poco más a la de la estudiante.
―¿A qué te refieres?
―Que para usted no somos niños.
―No, claro que no, tenéis… ¿22, 23, 24 años?
―No todos los profesores lo creen y entonces a veces es difícil expresar lo que pensamos realmente.
―Comprendo. Pero considero que es una apreciación tuya, todos los profesores son excelentes y seguro que os tratan con la madurez que demostráis tener en clase. ―Su alumna no contestó, se miró las manos y giró varias veces el anillo que tenía en la izquierda―. Dime, ¿por qué quieres hablar del VIH?
―¿Sabe que el año pasado cursé tercero en una universidad en España?
―Sí, lo sé, en Madrid.
―Sí. ¿Puedo hablar claramente?
―Siempre.
Y su alumna habló. Tardó en hacerlo, comenzó con muchos rodeos y pausas pero por fin le contó que desde los 17 años mantenía relaciones sexuales abiertas. Nunca había tenido novio, quizá un par de relaciones más duraderas pero nada serio y que disfrutaba del sexo libre y sin compromiso. Sin embargo, el año pasado en España, se topó con una gran mayoría de jóvenes que no querían mantener relaciones sexuales seguras, rechazaban el preservativo, así que se había visto obligada a dejar de mantenerlas. Elvira tras escucharla se inclinó hacia adelante.
―Creo que te estoy entendiendo. Lo que te parece alarmante y digno de estudio es la irresponsable actitud de los jóvenes españoles ante las relaciones sexuales abiertas y sus consecuencias.
―¡Sí! ¡Eso, eso, eso!
―Bien, pues vamos a trabajar sobre ello. ¿Te parece que lo centremos solo en jóvenes universitarios?
―Claro, perfecto.
―¿Estudio comparativo?
―Sí, ¿China-España?
―No, céntralo más, Madrid ¿y? Piensa una ciudad en China con características similares a las de Madrid.
―Claro, entiendo. ―La estudiante sacó una libretita de su bolso y anotó algo en ella―. Y… profesora, ¿cree que tendré algún problema por defender este tema como tesis?
―¡Por favor, ninguno!, ¿qué piensas de nosotros? Todos los profesores sabemos que sois adultos y os tratamos como tal. Deja de tener semejantes prejuicios, de verdad, no lo voy a permitir.
La puerta se abrió y apareció Verónica.
―Uy, perdón, ¿molesto? Dejo las cosas y me voy.
―No, tranquila, ha venido para definir su tema de tesis y ya hemos terminado ―dijo Elvira.
―Vaya, genial ¿y sobre qué va a tratar? ―preguntó Vero a la alumna.
Esta miró a Elvira, luego se miró las manos y finalmente respondió:
―Es un estudio comparativo entre estudiantes universitarios españoles y chinos.
―¡Qué chuli! Y ¿lo vas a enfocar solo académicamente?, o ¿también vas a hablar de los primeros novietes y esas cosillas…?
La estudiante no respondió, recogió su bolso, agradeció a Elvira su tiempo y salió del despacho.
―Pobres…―dijo Vero―, les mencionas el amor y pasan una vergüenza… Ay, estos estudiantes chinos son tan, tan, tan infantiles, ¿no crees?

13 oct 2019

Alexitimia


Ellos de Javier Avi

―Elvira, quieres dejar el móvil ya, pero ¿qué te pasa?
Era sábado noche y seis profesores nos habíamos ido a cenar, entre ellos Verónica, a quien tenía a mi lado.
―No lo miro tanto, mujer.
―No has parado desde que hemos salido de casa.
Joan me tenía en cuarentena. Las cosas no terminaban de andar bien entre nosotros, los problemas empezaron cuando, en verano, le confesé que me estaba planteando renovar en China.
―Primero dijiste 6 meses, luego ha resultado un año y ¿ahora dos?
―Joan, son muy buenas condiciones las que tengo allí.
―Vale, quédate otro año o dos o tres o los que quieras, pero casémonos.
Y yo le hice un corte de manga. Sí, esa era yo. Respondiendo a propuestas matrimoniales con cortes de manga. Es cierto que en ese momento nos entró la risa, pero también es cierto que desde aquella semana Joan se alejó, algo cambió.
―¿Vas a acompañarme al aeropuerto? ―le pregunté el día antes de venirme a China.
―No, no somos así.
―Sí, no somos así.
Una vez en China, las llamadas eran contadas y los mensajes pocos. Eran muchas las veces que cogía el teléfono y llevándomelo a la frente me imaginaba diciéndole todo lo que sentía por él, luego, desesperada, dejaba el móvil en la mesa y abría el balcón para que entrara el viento, el viento frío de aquella ciudad que tanto me ayudaba a serenarme a veces.
Aquella tarde, antes de salir a cenar, lo llamé. No pareció sorprendido al oírme y eso me gustó. No hablamos de nada, esas conversaciones estúpidas que mantienes con la típica compañera de trabajo que acabas de encontrarte por segunda vez en un día.
―Lo pasaréis bien ―dijo.
―Sí, supongo, somos todos profes, yo haré tándem con Vero.
―Yo en breves iré a la estación de tren a recoger a Anita, se queda hasta el martes.
―Ah, no sabía que fueran a verte Bruno y Anita.
―No, viene Anita sola.
Quedé en silencio. Los pinchazos empezaron en la planta de los pies y llegaron hasta detrás de las orejas, molesta me las rasqué.
Bruno fue compañero de la escuela de dibujo a la que Joan había ido, haría cosa de 6 ó 7 años, para un curso especial de ilustración tradicional. Pronto hicieron muy buenas migas. Es cierto que Joan y yo nunca salimos en parejas, ni compartimos amigos, nosotros no hacemos eso, nosotros no somos así. Pero un día, la casualidad hizo que nos encontráramos con Bruno y Anita en el concierto de Mr. Big y, a la salida, nos fuéramos a cenar juntos. Lo cierto es que encajamos muy bien, así que las quedadas se repitieron varias veces hasta que hace 3 años se mudaron a Oviedo.
―¿Sola?
―Sí, Bruno se ha ido a Escocia y Anita se viene al concierto de Alice Cooper, vamos juntos, me ha conseguido entrada, ya sabes cómo es.
Sí, lo sabía. Anita tenía una personalidad arrolladora. Era rubia, de pelo largo e híper rizado, estilo afro, y se lo zarandeaba de un lado a otro con una energía que solo ella sabía contener. Su voz cascada llamaba muchísimo la atención, sobre todo su risa. Sus manos eran huesudas y llevaba los dedos hasta arriba de anillos de plata, y cuando hablaba siempre señalaba al aire con un ímpetu que la definía como una mujer implacable. Lo cierto es que siempre nos habíamos llevado muy bien hasta que un día las cosas cambiaron, para mí. Habíamos quedado los 4 y terminábamos de comer en un restaurante de Malasaña, Bruno se levantó al baño y no sé qué tontería dijo Joan que Anita y yo nos reímos, después ella añadió algo que no entendí bien pero que Joan parece que sí y soltó una enorme carcajada, se reía como un loco, ella también, se tapaba con la servilleta y le agarraba a Joan del antebrazo, los dos estaban muertos, literalmente, de la risa, y yo me di cuenta de que los miraba seria desde enfrente, pero ellos ni se percataron, claro, estaban siendo demasiado cómplices para reparar en los demás. Me dolió. Fue cosa de dos minutos, pero se me hicieron eternos y me dolió.
Alguien estableció que la infidelidad era mantener sexo fuera de la relación, supongo que quien lo decretó nunca se rio con su pareja, porque de haberlo hecho sabría que no hay nada más íntimo ni más personal ni nada que recuerdes con tanta intensidad como una relación en la que ambos lloréis de la risa. Y esa relación es la que tenía yo con Joan. Esa. Al llegar a casa estaba muy molesta. Pero ¿cómo vas a explicar a tu chico que lo que te molesta no es que se tire a otras mujeres sino que se ría con ellas? Tenía todas las de perder, así que no dije nada y esperé a que se me pasara.
―Vaya, Alice Cooper… ―dije.
―Me gustaría que estuvieras aquí, Elvi, y a ti, ¿te gustaría?
Asentí con la cabeza muy rápidamente. Empecé a llorar, me tapé la boca para que no me oyera. Cómo explicarle que era yo la que le tenía que hacer reír, cómo explicarle que lo echaba tanto de menos que a veces creía morir, cómo explicarle que jamás renunciaría a mi trabajo por nadie, cómo explicarle… tenía todas las de perder, así que no dije nada y esperé a que se me pasara.
―Elvira, háblame…
―Tengo que irme… ―y colgué.
Cuando vi que Vero andaba despistada, volví a sacar el móvil del bolso y revisé el Wechat, no tenía mensajes, pero era cierto que en aquel restaurante la cobertura iba y venía, así que levanté el móvil y lo agité. Vero me vio.
―¿Me vas a explicar qué te pasa? ―preguntó.
Se lo expliqué. Vero me escuchó, no hizo ningún comentario, solamente pidió una servilleta de papel que estaban al fondo de la mesa, sacó un boli de su bolso y escribió los 5 sentimientos sobre los que tenía que hablar con Joan. Los había escrito en lista, enumerados, y me dijo que debía hablar con calma y mencionándolos uno por uno, que no me saltara ninguno.
―Sí ―contesté cogiendo la servilleta de papel.
―Pues venga, sal y llámalo. Y tranquila, ya sabes, uno por uno.
―Sí, uno por uno.
Salí del restaurante. En la misma acera junto a la puerta, cogí mi móvil y lo llamé. Mientras esperaba el tono repasaba la lista de Vero, repetía el nº1 sin cesar.
―¿Elvira?
―Joan, Joan, verás, Joan…
―Elvira, vamos a entrar al concierto, te llamo luego.
―No, Joan, escúchame, por favor, por favor… Tengo 5 puntos. El nº1 es el sentimiento, el de la sensación de sentir… de saber que… cuando te viene la sensación de estar lejos de alguien, ¿sí…?
―¿Echar de menos?
―¿Eh?, eso pone aquí.
―¿Dónde lo pone?
―Es una lista, Joan, de cinco cosas que debo decirte.
―¿Me echas de menos? ¿Esa es la primera cosa?
―¿Eh?, yo, no sé… eso pone aquí.
―¿Me echas de menos, Elvira?
Estrujé la servilleta y agité la cabeza afirmativamente pero era absolutamente incapaz de verbalizarlo y solo dije:
A veces...
―¿A veces me echas de menos? ―Silencio―.  ¿Qué más dice esa lista?
―No sé, porque la he estrujado tanto que la he roto.
Oí a Joan reírse. Me apreté más el móvil a la oreja quería escuchar bien su risa.
―Ríete otra vez ―le pedí.
―Vamos a entrar al concierto, Elvira, ¿hablamos luego?
―Joan, yo ya estoy casada contigo.
―No, Elvi, no lo estamos.
―Es que nosotros no somos así.
―No, no lo somos pero ojalá lo fuéramos.

8 oct 2019

Proceso creativo

Typewriter Four Hands. Desconocido

Nota: Para contextualizar este relato, te recomiendo leer la entrada anterior Viernes de Joker

          ―Elvira, ¿qué vamos a hacer con esto?
Elvira acababa de salir del ascensor, en la séptima planta de la facultad de la Universidad China donde trabajaba desde hacía dos semestres. Frente a los despachos encontró a su compañero Rober que le mostraba una pelota de papel arrugada.
―¿Y qué es eso?
―Nuestra novela.
―¿Nuestra novela? ¿Qué novela?
―La de los amantes reencontrados 15 años después. Antonio y Vero. Nuestra novela.
―Querrás decir mi obra de teatro. Es una obra y es solo mía.
Roberto puso las manos en jarras y respiró fuerte.
―Ya sabes que Antonio ha vuelto a llamar a Vero, ¿no?
―Sí, lo sé.
―Para quedar.
―Sí, lo sé.
―Está claro que Antonio no es inmensamente feliz.
―Sí, lo sé.
―Bien, pues si lo sabes, tenemos historia.
―La historia, Rober, la tengo yo. Dos actores, un único espacio, 70 minutos y una sala off de Madrid. La empiezo a escribir en unos días y la monto en enero cuando regrese a España.
―Ya. ¿La vas a montar igual que tus otras obras?
―Gracias, Rober, eres un mierda.
Elvira entró en clase con rabia. Dejó sus cosas en la silla junto al atril. Encendió el ordenador y desplegó la pantalla del proyector. Pidió silencio. Se quitó las gafas, se frotó los ojos, miró por la ventana y resopló. Podría gritar, reír y llorar al mismo tiempo. Se puso de nuevo las gafas y pidió, por segunda vez, silencio. Miró al proyector, lo señaló y comenzó.
―Bueno, como ya dije la semana pasada, Valle-Inclán revolucionó el teatro…
Tocaron a la puerta. Rober entró.
―¿Puedes salir? ―preguntó.
―Acabo de empezar la clase.
Rober la miró y ella, apretando los dientes, salió del aula.
―Joder, Elvi, lo que intento decirte es que es posible que tus obras no funcionen porque quizá, y solo quizá, no sepas contar las historias.
Elvira recibió la bofetada fingiendo no haber sentido ni una pizca de escozor aunque tuviera la cara ardiendo.
―Gracias por tus consejos, mi querido literato, sin embargo te aseguro que esta historia de amor la voy a saber contar muy pero que muy bien.
―¡Lo ves! Ahí está tu error, porque esto-no-es-una-historia-de-amor, ¡mendruga!
Rober cruzó el pasillo y entró en su clase. Elvira entró en la suya repitiendo “imbécil de mierda” como si fuera un mantra. Pidió a sus alumnos abrir un par de ventanas. Se arremangó el jersey. Se frotó los ojos, pero está vez por debajo de las gafas y pidió silencio aunque nadie estuviera hablando.
―Valle-Inclán con la construcción de Max Estrella puso de manifiesto… ―Pausa. Elvira clavó los ojos en una de la estudiantes de la primera fila―. Dadme un minuto, chicos, por favor.
Salió de la clase y tocó a la puerta del otro lado del pasillo. Rober salió.
―¿Antonio no busca a Verónica, 15 años después, porque la ama? ―preguntó ella.
―No.
―¿Quieres decir que Antonio pone en jaque su matrimonio por una infidelidad que ni le va ni le viene?
Rober se agachó a la altura de su compañera que apenas medía un metro y medio y le susurró:
―Antonio no es el personaje infiel en esta historia. ―Y entró en clase.
Elvira cruzó el pasillo de vuelta. Cerró la puerta de su sala pensativa y miró a sus alumnos.
―Bien, decía que Valle-Inclán, ¿verdad?, con sus más de 50 personajes arma a uno solo: Max Estrella. Todos y cada uno de ellos, con sus intervenciones, cimientan sus rasgos. Todos. ¡Todos! Incluso aquellos que en un principio parecen estar relegados a figurantes son… ―Silencio―. Dadme un minuto, chicos.
Y la profesora salió corriendo de clase.
Ya en el pasillo frente a Rober:  
―¡Es la mujer, Rober! ¡El personaje infiel es la mujer!
Su compañero le dio una palmadita en el hombro.
―Bien, pedazo de mendruga, lo vas pillando. Está claro que su mujer disfruta en Barcelona del salario y de la libertad que le ofrece un marido expatriado en China.
―Vale, a veces los hechos son complicados de explicar, pero sigo sin entender el punto de inflexión, ¿por qué Antonio llama a Vero si hemos decido no otorgarle el rasgo de marido infiel? ―Rober adoptó su postura en jarras y sonrió con aquella pregunta, sabía que Elvira era de procesamiento lento, así que esperó―. ¡Coño! ¡Antonio lo sabe!
―Ay, amiga mía, tú los has dicho: a veces los hechos son complicados de explicar.
―No me gusta. Muy folletinesca. ¿Antonio actúa por venganza?
―Joder, no diría venganza, ¿torpeza?
―Sí, Antonio es torpe emocionalmente. Cree que mueve ficha. Antonio sigue enamorado de su mujer.
―¿Enamorado? Joder, Elvi, 10 años de matrimonio, 3 de noviazgo, 2 hijas, ¿enamorado?, ¡macho, ni en Walt Disney!
―Sí… ―La profesora se apretó el labio inferior mascullando palabras que solo ella parecía entender―. Está bien. Antonio es muy competitivo y ha perdido por primera vez, pero decide jugar en la siguiente partida: Vero.
―Antonio ha perdido por primera vez… Vale, te lo compro.
―¡Sí!
Elvira regresó a su clase dando palmaditas.
―¡Muy bien, muy bien! ¡Vamos que lo tenemos! ―jaleaba a sus estudiantes como si de futbolistas se trataran, y ¡plas, plas, plas!, y más ¡plas, plas, plas! ―¡Lo tenemos!
―Profesora ―un alumno de la tercera fila levantaba la mano―, yo no entiendo el valor que aporta  el Preso.
―¿El Preso? ¡Es un personaje indispensable!
―Sí, profesora, ¿pero cuál es su valor?
Alguien tocó a la puerta y Rober entró. Subió a la tarima y acercándose a la profesora le dijo al oído:
―¿Qué valor le damos a Verónica?
Elvira miró a su estudiante de la tercera fila y luego hizo un barrido a la clase entera.
―Dadme un minuto, chicos, por favor.
―Hemos dejado a Vero como mero instrumento funcional de Antonio.
Elvira arrastró a Rober a la pizarra, daban la espalda a los estudiantes.
―Dale la vuelta ―dijo Elvira―. Si hemos dicho que Antonio era muy torpe emocionalmente, hagamos que pierda esta segunda partida también. Convirtámoslo en el objeto fetiche del arco dramático de Vero.
―Objeto fetiche… Vale, te lo compro.
―Entonces, ¿estamos de acuerdo en que Vero sea nuestra heroína?
―No lo veo, había pensado en la mujer ―respondió Rober, en jarras, su postura favorita.
―Vero parte con unos valores legítimos que marcan los supuestos cimientos de la novela: el amor verdadero; esto, por supuesto, irá cambiando. A la mujer necesitamos presentarla adulterada desde el principio, no nos sirve.
―Entiendo, pero no veo a Verónica como voz narrativa, nos fallaría en Barcelona. Y no me coloques a un omnisciente en tercera persona, se carga la historia.
―Sí, pero un narrador deficiente podría funcionar. Sería engañoso… ―Elvira escribió los nombres de los personajes en la parte baja de la pizarra. Rober se agachó apoyando las manos en las rodillas.
―No aporta nada que sea engañoso.
―La duda. Y no deja de ser una novela que trata sobre la mentira y la apariencia ―explicó ella.
―Ya, y ¿por qué no dejamos que hablen los tres?
Elvira asintió, pareció gustarle la idea. Marcó primero a la mujer en la pizarra:
―Ella es inteligente, cínica, controladora y manipuladora. Voz narrativa en segunda persona, siempre se dirige a Antonio. Rápida, frases cortas y vocativos insultantes. ¿Me encargo yo?
―Sí, toda tuya. ¿Antonio? Competitivo, pragmático y cero inteligencia emocional, ¿no?
―Eso es, y hay que dibujarle como un hombre bastante frustrado, incluso acomplejado diría yo. Primera persona. Frases largas e inacabadas. Que introduzca reflexiones figuradamente existencialistas pero que sean de lo más elementales.
―Un papanatas.
―Un perdedor ―matizó Elvira―. ¿Tuyo?
―No, creo que le vas a sacar más jugo tú.
―Vale, pues para ti la heroína.
―¿Profesora?
―Un momento, chicos ―respondió a la clase sin darse la vuelta.
―Vero sería el personaje antagonista de Antonio.
―Cuidado, Rober, porque también lo sería de la mujer. Ten en cuenta que los conflictos se establecerán directamente con Antonio pero no dejan de ser una consecuencia de los establecidos entre Antonio y su mujer.
 ―¿Profesora? Es que…
―Sí, chicos, un segundo.
Rober miró a Elvira. Elvira, que seguía observando los garabatos en la pizarra, dejó la tiza y se llevó las manos al cuello, se lo frotó.
―Lo tenemos, Rober…
―Lo tenemos, mendruga.
―¿Profesora?
―¿Quééééé? ―respondió por fin dándose la vuelta.
Al girarse la vio. La Decana Wang estaba en medio de la clase, con las manos cruzadas sobre su falda, mirándolos con curiosidad.
―Roberto, ¿podría preguntarte por qué tus alumnos llevan más de 20 minutos solos en su clase?
Los dos profesores se miraron y finalmente Rober contestó:
―Profesora Wang, es que… a veces los hechos son complicados de explicar.


5 oct 2019

Viernes de Joker

Joker de Jeziquina on DeviantArt

―Me parece una historia increíble ―decía Elvira desde el cuarto de baño. Estaba en China, en la casa de su compañera y vecina Verónica. Era viernes, su amiga se preparaba para salir y Elvira, en pijama, trasteaba en su neceser de pinturas. Desde que se había quedado ciega de un ojo y perdido la visibilidad de parte del otro ya no se maquillaba, principalmente porque su reducido campo de visión no se lo permitía, así que aprovechaba la estancia en casas ajenas para desquitarse―. De verdad, Vero, tu historia es para escribir una obra de teatro. ¿Me puedo echar sombra de ojos?
―¡Claro, échate lo que quieras! Puedo ayudarte, si necesitas  ―contestó Verónica desde su habitación.
―No, no te preocupes, me apaño yo, me sirvo de la uña del meñique para medir las distancias en el párpado. ―Bueno, eso creía ella, porque el eyeliner parecía la mismísima carretera Yungas.
Verónica entró en el baño, miró a su compañera que empezaba a esparcir sombra verde sobre el ojo que veía, es decir, dirigía la operación con el ciego. No hay nada más que decir.
―Te queda muy bien ―dijo su Verónica tapándose la boca para no reírse.
―Gracias, al final te haces a todo.
―Claro, adaptarse, ¿verdad?  ―Y le frotó la espalda con cierta ternura.
―Y ahora, que lo he visto hacer en Youtube, te pones blanco en el lagrimal. ―Y colocando primero la uña del meñique se imaginaba las distancias, y digo imaginar porque lo que es calcular, realmente calcular, más bien poco―. Y cuando te llamó ¿qué cara pusiste?
―¡Imagínate! No te exagero si te digo que han pasado 15 años desde la última vez que nos vimos.
―Qué fuerte. Me pasó algo similar la semana pasada. Me llamó el amigo de un ex, de hace 10 años, para quedar.
―¿De verdad? ¿Y te dijo algo de tu ex?
―Sí, que se había muerto. ¿Me echo colorete o contouring?
―Vaya, Elvi, lo siento.
Elvira levantó los hombros y se echó colorete con una brocha enorme que encontró en el neceser.
―Bueno, Antonio está vivo, fue él el que me llamó. Es mucha casualidad, ¿verdad? Que esté trabajando temporalmente en esta ciudad, que me haya localizado por redes y que vayamos a quedar esta noche. Es… no sé… mucha casualidad, demasiada... ¿El destino?
―Sí, es una historia para contar, de verdad. El  reencuentro de dos amantes después de 15 años. ¿Dónde tienes los pintalabios?
Verónica abrió un cajón del armarito que tenía a su espalda y sacó otro neceser algo más pequeño.
―Toma. Amantes no creo que sea la palabra. Sí, estuvimos saliendo, pero él solo me ha invitado a cenar.
―Ya… ―dijo mientras rebuscaba en el nuevo neceser―. Pero ¿cuántos pintalabios tienes aquí?
―Treinta y dos.
―Joder, qué fantasía… ―Y sacó uno anaranjado y otro púrpura. Los probó primero en su mano y luego fue directa a los morros―. Quien dice cenar, dice follar.
―¡Elvira! ¿Tienes tú mi espumadera?
En la puerta del apartamento, que estaba abierto, apareció Rober, también vecino y compañero del Departamento. Elvira asomó la cabeza  por el cuarto de baño.
―¿Qué espumadera?
―¡Coño! ¿Por qué te has puesto esa pinta de Pennywise?
―Ja-ja-ja-ja, Rober. Me mondo. Aquí no se te ha perdido nada.
―Pues sí, mi espumadera.
―Yo no la tengo.
―Elvira, con la excusa de que no sabes cuánto tiempo vas a quedarte, arramplas con todas nuestras pertenencias.
―No se llama arramplar, se llama comunismo, todo es de todos.
―¿Sí? ¡Yo lo llamaría Elvirismo: lo tuyo es mío y lo mío es mío!
―Pero ¿a ti qué te pasa?
―¡A mí nada, mendruga, que quiero mis cosas!
―¡Pues cógelas, mi puerta está abierta!
―¡Pues las cojo!
―¡Pues vale!
―¡Pues ya!
―¡Pues eso!
―Chicos, por favor, haya paz ―aconsejó Verónica.
―¡Es él, Vero!
―¡Ladrona!
―¡Capitalista!
―¿Sí? Pues gracias a que soy un capitalista consumista tú puedes hacerte un huevo frito con MI espumadera en MI sartén y después beber agua en MI vaso. ¡De nada!
Y Rober salió del apartamento.
―Lleváis así un año ―dijo Verónica a su amiga con tono recriminatorio.
―Es muy pesado. Él sí que necesita que le llame una ex, a ver si le da vidilla a su existencia porque es un amargado.
―Elvira, los ex no llaman para dar vidilla, llaman para ponerse al día, para verte y para pasar un rato agradable recordando viejos tiempos.
―Los ex llaman para follar. Punto.
―¡Por favor! ¿Tú no llamarías a alguno de tus ex para saber cómo está?
―No.
―No te creo.
―No, de verdad. Al único que tendría algún sentido llamarlo sería a un ex francés que tuve, y de la que le estaría llamando él estaría poniendo una orden de alejamiento.
Verónica se rio a carcajadas, no se esperaba aquella respuesta.
―Es que no te ves, pero con esa cara pintarrajeada, no me extrañaría, pareces el puto Joker…
Se fueron a la habitación donde Verónica se probó diferentes chaquetas.
―Creo que Antonio solo quiere verme y ya, pero es cierto que ha insistido mucho en quedar, no sé… Yo lo quería con locura. Estuvimos 8 años juntos.
―Madre mía… 8 años… Es como si Joan ahora me dejara y en 15 años me llamara… Qué movida.
Salieron y, junto a la puerta de casa, Verónica empezó a ponerse los zapatos, su amiga le ayudaba a sostener el equilibrio mientras se ponía uno y luego el otro.
―Pues sí, una movida... ―dijo, luego la abrazó y las dos salieron de casa. Elvira la despedía con la mano a medida que Verónica iba bajando los pisos, folla por las dos, le decía, y se reía.
Entró en su apartamento y encontró a Rober con una ensaladera en las manos y dentro de ella: la espumadera, dos cucharillas, un vaso, la sartén y dos trapos.
―Esto es mío.
―¿Y te lo llevas?
 ―Sí, es mío, y como buen capitalista amo la propiedad privada.
―Muy bien, llévatelo.
―Eso hago.
―Vale.
―Bueno, la sartén te la voy a dejar, porque además de tocarlos, sé que te gusta desayunar huevos.
Y dejó la sartén en la mesa del salón.
―Bien. Gracias.
―Y bueno, los trapos también, porque el aceite salta, y… con lo torpe que eres lo vas a poner todo hecho una mierda.
―De acuerdo. Gracias por lo de torpe.
―De nada. Y claro… la espumadera también te la dejo, porque si no tú me dirás cómo coño vas a hacer los putos huevos.
―Vale. ¿Quieres un café?
―¿Un café? ¿De quién es la cafetera?
―De la Decana Wang, me la ha prestado durante el tiempo que me quede, porque ella sí que es comunista.
―Ya. Vale. Un café.
―¿Sí? Bien. Siéntate.
―A eso voy.
―Vale.
―Bien.
Y Elvira se empezó a reír.
―¡Pero qué porculera eres, tía! ¡Joder!
Se tomaron el café hablando de la historia de Verónica. Para ambos era fascinante. El reencuentro de dos enamorados 15 años después no les dejaba impasibles, desde luego. Elvira ya la había convertido en una obra de teatro. Una noche, una habitación de hotel. Dos actos. Por el contrario, Rober defendía que la historia necesitaba narración, que en los detalles estaría el atractivo, así que propuso una novela corta y capitulada. Discutían sobre la estructura de ambas creaciones, incluso Rober esbozó en un papel el esquema temporal al que estaría sujeto su novela, cuando oyeron ruido en las escaleras. No habían pasado ni tres horas desde que Verónica se había ido, así que se extrañaron de que pudiera ser ella ya de vuelta.
Elvira se levantó y abrió la puerta.
―¿Vero?
Su compañera subía el último piso con lentitud.
―Hola, Elvi.
Elvira abrió con amplitud su puerta invitándola a entrar.
―Anda, pasa, dentro está Rober.
Rober la vio llegar y no dijo nada, solamente estrujó el papel donde había garabateado el esquema de su novela y se lo metió en el bolsillo de la sudadera. Vero se sentó en una de las sillas y habló:
―Que está casado, que tiene dos niñas y que es inmensamente feliz. Para eso me ha invitado a cenar. Para eso. Para decirme que es inmensamente feliz. Y yo con casi 40 años no sabía ni qué contarle de mi vida. Cada vez que sacaba el móvil de mi bolso tenía cuidado de que no viera los condones que había cogido.
El silencio fue largo, hasta que Elvira, acariciándose el maquillaje con la yema de los dedos, afirmó:
―Vero, lo que no te mata, solo te hace más... extraño.