8 jul 2018

'Cositas' de mujeres


Mafalda "Basta!" por Quino

El viernes me llamó mi amiga Rosana para tomar algo. Es cierto que no quedamos muy a menudo pero desde que se fue Gael a vivir a Oviedo con Raúl, me sentía bastante sola y las pocas veces que me llamaba no solía rechazarla.
―No es la primera vez que pierde el trabajo, no me asusta ―dijo atusándose el pelo para airearse el cuello. Hacía bastante calor, julio había entrado con ganas en Madrid.
―Marcos tiene mucho talento, algo encontrará, mujer, no te preocupes ―contesté llevándome el botellín de cerveza a la boca.
―Qué quieres que te diga, siendo guionista ya sabes cómo va esto. En el gremio nunca han ido bien las cosas y en estos días todavía peor. Además ahora con el crío pues… te agobias más ―Y señaló con la mirada a su hijo Daniel de 7 años que de un salto mortal se había bajado del columpio y venía brincando a la mesa de la terraza.
―¡Hola, Dani! ¡Pedazo de salto! ―dije mientras le aplaudía.
―¿Te has comido el bocadillo? ―preguntó su madre.
―Sí.
―¿Y el zumo?
―Sí. Elvira, ¿sabes hacer esto? ―Estiró con ambas manos todo lo que pudo de sus mejillas hacia abajo intentando poner los ojos en blanco. Me entró la risa.
―¡No hagas eso, hijo, por favor, que te vas a quedar ciego!
Yo seguía riéndome.
―Elvira, mira, ahora junta las manos así ―Y las junté según sus indicaciones, como si fuera a rezar. Dani me las separó un poco y sopló en el interior y me las volvió a cerrar rápidamente, de golpe, ¡plas!―. ¡Corre, corre! ¡Tienes que olerte las manos y decir de qué era el bocadillo que me ha comido!
Mientras su madre le recriminaba lo cochino que era, yo me partía de risa. Aquel chico podía ser una mina de oro, si me lo llevara a casa podríamos escribir la comedia del año, nos forraríamos. Como no dejaba de reírme, Dani atacó esta vez con el baile.
―¿Y sabes bailar, Elvira?
―¿Bailar?
Esta vez las dos nos reímos.
―A ver, muéstranos, hijo, cómo se baila ―pidió su madre.
Dani se separó unos centímetros de la mesa, alzó los brazo, flexionó un poco las rodillas y comenzó a cantar:
―¡Dame tu cosita, uh, uh! ―Dio un salto y cambió de dirección―. ¡Dame tu cosita, uh, uh!
―¡Daniel! ―Su hijo paró en seco y la miró sin decir nada―. ¿Cuántas veces te hemos dicho que esas canciones en casa no nos gustan y como no nos gustan no se pueden cantar? ¡No se cantan esas canciones!
―Mujer…
―Elvira, cállate, por favor. Dani, ven aquí ―Su hijo se acercó―. ¿Quién te ha enseñado esa canción?
―Christian y Simón, y Alejandra también. ¡Pero mamá no es la canción es el baile! Mira, yo te lo enseño, es un extraterrestre verde que baila, déjame tu móvil.
―Dani, es el baile y es la canción, ya te hemos explicado muchas veces tu padre y yo que estas canciones hacen daño a las chicas, y nosotros no queremos canciones así.
―¡Pero si la canta Alejandra, mamá! ¡Y cuando se junta con Lucía y Rebe también la cantan!, ¡y son todo chicas!, ¿eh, mamá?, ¡ellas son chicas y no les pasa nada y la cantan muy fuerte y la bailan también!
―Mira, Dani, siempre te lo decimos, lo que hagan los demás no nos debe importar, papá y yo no queremos esa música en casa, esas canciones no son buenas y punto. Así que no vuelvas a cantarla, ni esa ni ninguna de reggeaton. Otro cosa no, pero tus padres te educaremos en el respeto a las mujeres nos cueste lo que nos cueste. Y ahora vete a los columpios, ¡venga!
―Pero a mí me gusta…
―No, no te gusta ―replicó su madre.
―Es divertida…
―No, no lo es, Dani. Vete a jugar.
Dani la miró con recelo y se marchó a los columpios.
―Rosana, igual es meterme donde no me llaman, pero Dani es un niño de 7 años, ¡no sabía ni lo que estaba cantando!
―Tienes razón, Elvira, es meterte donde no te llaman.
Cogí el botellín y pegué un enorme trago. No quería problemas.
―Siento si he sido borde, Elvi…
―Tranquila, tienes razón.
―Son muchas cosas, ¿sabes? Son muchas responsabilidades, pero como la de educar a un hijo ninguna, y creo sinceramente que lo estoy haciendo bastante bien, déjame por lo menos pensarlo.
―Claro, Rosana, nadie lo pone en duda.
―Con Marcos en el paro me siento presionada a sacarlo todo adelante y, bueno, ya lo ves, Dani, es un crack, mal no lo estoy haciendo.
―Sí, sí que lo es ―me reí.
―Y quiero que lo siga siendo pero respetando al máximo a las mujeres, que las valore con todo su potencial, no por su “cosita”. Con Marcos en esta situación a veces me siento sola, y creo que si Marcos hubiera tenido otra madre, que no digo que la suya… solamente digo… que si hubiera sido educado bajo la igualdad quizá yo, ahora mismo, no estaría tan agotada.
―Entiendo ―dije sintiéndome realmente mal.
―Yo comprendo que Marcos no está en un buen momento, pero sabes lo que es llegar de la oficina y encontrarme con que tengo que bañar al niño y preparar la cena para los tres porque Marcos ha tenido una idea y lleva toda la tarde escribiendo un guión que, según él, nos sacará de esta situación pero que tú y yo sabemos que no llegará ni a terminarlo porque ha perdido hasta la disciplina de la escritura diaria. Son todo chapuzas, una detrás de otra. Chapuzas que comete sabiendo que voy a estar yo ahí para arreglar todo lo demás, y lo consiente. No, Dani no. Dani no va a interiorizar por bazofias de canciones que las mujeres estamos ahí para lo que el hombre quiera. La mujer, por desgracia, tiene que demostrar con el doble de esfuerzo todo lo que vale, cada puesto de trabajo debe estar justificado y dentro de la familia parece que si no demostramos tener súper poderes debamos pedir perdón.
―Lo siento Rosana, siento no haberte entendido ―Me llevé las manos al pecho, porque sinceramente me sentía culpable por haber pensado mal de ella. La gente suele resaltar mi falta de empatía o lo egoísta que soy pero hasta ese día no me di verdadera cuenta de lo complejo que podía ser mi carácter y, ay, lo pasé mal―. Es cierto, que jamás se me ocurriría censurar nada en mi casa, bueno, con nada me refiero a ninguna expresión artística, ¡vale!, es cierto que el reaggeton es difícil considerarlo como tal, pero no deja de ser un estilo musical con un origen y una historia y… no sé, es difícil, sí, pero te entiendo y entiendo que tú lo hagas. Y perdóname, porque no sabía que las cosas con Marcos estaban tan mal.
―Encontrará trabajo pero se está haciendo cuesta arriba.
Miré a lo lejos y vi a Dani tirándose de cabeza por el tobogán. Me reí. Después volví a mirar a mi amiga abanicándose con una servilleta de papel. La admiré y sonreí.
―Oye ―dije de repente acordándome de una conversación con mi amigo Luisje―. Hará cosas de dos meses un amigo que trabaja en Telemadrid me dijo que por estas fechas saldría a concurso el puesto de directivo en contenidos audiovisuales en la cadena. Hombre, yo creo que Marcos habiendo trabajado en Bambú y Zebra Producciones
Rosana torció le morro.
―Sí, se presentó.
―Vaya, y ¿no ha habido suerte?
―Pues no, le han dado el puesto a una mujer, a Carola Fernández.
―No me suena.
―A nadie le suena. Pero es mujer.
―Cómo que es mujer.
―Pues chica, Elvi, mujer. Que Telemadrid quiere dejar atrás su imagen patriarcal, con el 90% de los puestos directivos ocupados por hombres, así que han dicho: pues venga, el próximo puesto se lo damos a una mujer, sea cual sea su CV. Carola Fernández, ¿mujer?, sí, mujer, pues hala, para adentro, con todo su coño.
―Perdona… ―empezaba a ver doble y no me había terminado ni la primera cerveza.
―Pues, chica, por lo mismo que Isabel Coixet se llevó el Goya. Ser mujer en un tiempo en el que el feminismo está de moda es sinónimo de éxito. Mujer. Punto. Su único mérito. Y ya ves, a mí plin, porque Coixet no le ha quitado el Goya a Marcos pero la tal Carola Fernández sí se ha quedado con el puestazo que le correspondería a mi marido.
Con lentitud me levanté de la silla y grité hacia los columpios:
―¡Dani, Dani, Dani! ―Cuando por fin el niño me miró, levanté los brazos, flexioné un poquito las rodillas y canté con todas mis fuerzas―: ¡Daaaaame tu cosiiiiitaaaa, uuuh, uuuh! ¡Daaaaame tu cosiiiiitaaaaa, uh, uuuh! ¡Daaaameeeee tu cosiiiiitaaaa, uh, uuuuh!


13 feb 2018

Amistades peligrosas


Mi lindo gatito de Javier Avi

―Me has decepcionado ―espetó Lorenzo, y con un enérgico movimiento de cabeza se retiró el flequillo chuletero que le tapaba el ojo derecho.
―¿Yo? ―pregunté mirando detrás de mí, a la puerta del bar, por si alguien estuviera entrando en aquel momento a quien pudiera culpar.
―Sí, y sabes de lo que te hablo.
Pues no, no tenía ni idea. Quité la servilleta de papel enroscada a la boca de mi botellín de cerveza y le pegué un sorbito. Al volverlo a dejar sobre la mesa, comencé a despegarle la etiqueta, necesitaba estar entretenida mientras los latigazos continuaban.
―Éramos amigos, tía.
―¿Éramos? ―Quería volver a mirar a la puerta a ver si tenía ahora más suerte.
―Te marchaste sin más. No me dijiste nada. Esperé tu llamada al día siguiente, pero nada.
Abrí mucho los ojos. Mucho. Pero mucho, muchísimo. Porque por primera vez me estaba pareciendo que me había acostado con un tío y no recordaba nada. Bueno, vale, no era la primera vez, me había pasado alguna que otra vez. Vale, quizá sí, varias veces. ¡Pero nunca con un tío gay!
―Lorenzo, ¿de qué me estás hablando?
―Del teatro, del día del estreno.
―¿Qué estreno?
―El estreno de la obra.
―Pero Lorenzo, cariño, si no trabajas desde que interpretaste La tortuga de Darwin.
Silencio.
―¿Desde La tortuga de Darwin?
Silencio.
―Lorenzo, ¡pero si la estrenaste en diciembre de 2015!
Silencio.
―Jódete, que llevas enfadado conmigo desde diciembre de 2015.
―Me dirás que no te habías dado cuenta.
―Hombre, rarillo te notaba.
―¿Rarillo? ¡Elvira, no te llamo desde ese día!
Sí, bueno, es que yo, sinceramente, el tema de los amigos como que no lo gestiono muy bien. Es lo malo de haber nacido en Bilbao. Es decir, allí se te asigna una cuadrilla en el colegio y otra en el pueblo de veraneo, que con el tiempo terminan fusionándose en una bien grande. Es una amistad que te la tatúas al alma, serán tus amigos para el resto de tu vida pase lo que pase. Es tu cuadrilla, personal e intransferible. Y qué queréis que os diga, es cómodo. Así que forjar nuevas amistades duraderas nunca se me dio especialmente bien. No os voy a engañar, no sé cómo hacerlo.
―¿Tanto tiempo llevamos sin hablar…?
―¡Sí!
Y de repente me dio por pensar en mi amiga Nerea, de la cuadrilla de Bilbao, y recordé que quizá no hablábamos desde la boda de Saioa, hacía casi 4 años. Saqué el móvil de mi bolso y le mandé un emoticono, el que lanza un beso con corazón.
―¿Qué haces?
―Nada…  ―contesté guardando el móvil.
―La obra fue un desastre y necesitaba tu apoyo en ese momento.
―Te lo di, ¡fui al estreno!
―¡Elvira, coño, te faltó tiempo para salir corriendo!
No lo recuerdo. No os voy a mentir. Que la obra fue una mierda, sí. Que su interpretación fue de vergüenza ajena, también. Que me fuera rápido para evitar la temida preguntita “Elvi, ¿qué te ha parecido?”, también. Sin embargo, que lleváramos dos años sin hablarnos es algo de lo que ni me había dado cuenta. Dos años. Soy un monstruo, y como tal solo se me ocurrió decir:
―Bueno, no escribí reseña, estate tranquilo.
―¡Tus putas reseñas de mierda me dan por culo!
―Ajá…
Se hizo un silencio taaaaaaan largo que me dio tiempo a terminarme el botellín.
―Elvira, solamente quiero desearte lo mejor, no creo que seas una mala persona aunque a mí me hayas hecho mucho daño. Sé que no te das cuenta de todo el dolor que provocas. Así que te he llamado para decirte que no quiero volver a verte, se acabó, hasta aquí, tengo que cerrar esta herida.
Pero llevando dos años sin vernos y yo sin ni siquiera haberme dado cuenta ¿era necesario?
―Te entiendo ―mentí. Y bajé la mirada fingiendo arrepentimiento. Lo veía hacer mucho en las pelis, y los psicópatas necesitamos imitar constantemente las emociones de los demás para parecer menos monstruos, aunque actores se les llame a otros, a Lorenzo por ejemplo.
Se levantó, apretó mi antebrazo y salió del bar.
Yo me pedí otro botellín, y al ir a pagarlo saqué el móvil y vi que Nerea me había contestado no con uno sino con tres emoticonos que lanzan besos con corazón, sonreí y comencé a beberme la cerveza, me encantaba aquel bar.