![]() |
Ilustración creada por IA |
Tener una
amiga como Beatriz nunca ayuda, pero que fuera tu única compañía en San Isidro
era como aceptar la invitación personal de Dante al séptimo círculo.
—Estás
pálida.
—Soy así,
Bea, gracias.
Sacó su
abanico y comenzó a agitarlo a un centímetro de mi cara.
—¡Por
favor, no se acerquen tanto! ¡Mi amiga está perdiendo la vista y la concentración
de gente le provoca síncope vasovaginal!
—¡¿Vasovaginal…?!
—No hay
más que verte la cara, Elvi. ¡Señora, deje el espacio de cortesía, hágame el
favor! ¡No se puede andar en este país! ¡Apártense, apártense!
Cruzar el barrio de La
Latina medio ciega, entre setecientos cincuenta mil millones de personas, mientras
tu amiga de metro ochenta te lleva del cuello como si fueras su zombi-escudo en
Walking Dead, no era lo que había previsto para aquel sábado por la mañana.
Llegamos
a una calle más tranquila y Bea me recolocó el pañuelo de la cabeza atusándome
el flequillo como si fuera una niña.
—Estás
ideal.
—Parezco
Doña Rogelia —dije.
Ella, en
cambio, impecable, como si el viento le consultara antes de moverle un pelo. El
mismo pañuelo que a mí me daba pinta de señora atracada en un bingo, a ella le
marcaba las facciones con ese tipo de elegancia que una finge no notar. Impresionantes
pestañas de catálogo de perfumería de aeropuerto, y una sonrisa color cereza
que no era amable ni sincera, solo perfectamente colocada. Suspiré y pensé que
si existía Dios, era un cabrón.
Me dejó
aparcada en una esquina y fue a pedir a una de las barras que durante las
fiestas improvisaban en la calle. Me ajusté las gafas como pude, porque el
pañuelo me incomodaba y saqué el móvil, tenía varios mensajes de WhatsApp, los empecé
a leer.
—Vale,
aquí está tu zumito de piña —interrumpió Bea sin dejar esa mirada paternalista—.
¿Qué haces? —Le mostré el móvil—. ¿Joan?
—No, mis
amigas de Bilbao.
—¿Qué
amigas? —Y pegó un sorbo rápido a su botellín de cerveza.
—Las de
Bilbao —repetí.
Hizo lo
de siempre: puso sus labios de pato y desvió la mirada hacia un lado buscando a
esa testigo imaginaria para confirmar que yo estaba cu-cu. La odiaba, un poco
más cada vez.
—¡¿Qué?!
—Nada,
nada, Elvi, no he dicho nada. No te alteres, venga, que no es bueno para tu
tensión ocular.
—Bea,
tengo amigas, tengo muchas amigas en Bilbao.
—Sí, sí,
lo sé, lo sé, ¿cómo lo llamas?, ¿cuadrilla?, que sois como una manifestación,
¿treinta, cuarenta?
—Somos
catorce.
—Catorce,
catorce, sí, catorce, que os vais a comer y habláis todas juntas, tú con las catorce,
con lo que te gusta hablar a ti... Te imagino perfectísimamente.
—Tengo
catorce amigas en Bilbao.
—Elvira,
por favor, si cuando nos juntamos más de cinco ya te sale urticaria. Empiezas a
echar a la gente de-mi-casa: ¡Aquí sobra gente, aquí sobra gente! ¡Tú, tú y tú
fuera! No te rías, Elvi, porque sabes que es tal cual lo cuento. Odias a la
humanidad, solo se salvan Almudenita y Joan y quien te conozca me dará la razón,
al resto nos metes en un saco y nos tiras al Manzanares.
—Está
seco.
—Ya no.
—Tengo
catorce amigas por mucho que te pese.
—Ya. ¿Y
quién te ha escrito?
—Una de
ellas.
—Ya. ¿Y
qué te ha dicho esa amiga tuya? —Labios de pato y desvío de mirada.
—Que se
casa.
—Bueno,
bueno, oye, pues es una información relevante, importante, quizá sí estemos
ante una amiga real, de esas que dices que son de la infancia, igual no todo te
lo inventas... ¿Y cuándo se casa?
—En tres semanas.
—Ya.
Cariño, ¿te lo explico yo o tú solita vas atando cabos?
—Es amiga
mía de toda la vida.
—Elvi, no
tienes amigas y no me extraña. Eres intratable. Y esa chica te ha dicho que se
casa porque alguien cercano le habrá comentado que te estás quedando ciega y le
habrá dado penita y la compasión nos puede. Además, una ciega en una boda luce,
luce porque la inclusividad está de moda, y tú, ahí sentadita en la mesa de las
amigas le haces brillar a la novia por inclusivista e inclusividora. Elvi… que
yo sé que te hace ilusión decir lo de la cuadrilla, lo de que si en Bilbao esto,
que si en Bilbao lo otro, pero yo no veo muchas visitas por aquí… Vamos, tus
amigas a Madrid ni se han acercado, ¡eso o las has escondido! A ver, pero
entiéndeme, no estoy diciendo que te lo estés inventando. Si tú dices que
tienes catorce amigas, yo te creo, porque eres muchas cosas: insoportable,
maniática, egoísta, vinagres, huraña, antipática, sabelotodo, pero mentirosa no
eres, esa es la verdad, no mientes, me jode porque de esta manera tendría
muchas más cosas que achacarte, pero no mientes, eres un asco de mujer, pero un
asco de mujer-sincera. Bien, así que yo sí te creo: tienes catorce amigas.
Aunque quizá vaya siendo hora de admitir que en verdad CREES que tienes
catorce amigas, esto nos encajaría con la realidad que vives, ¿no? Es decir,
que Almudena y Joan son las dos únicas personas en este mundo que te aguantan. Bueno, vale, y
yo cuando no tengo a nadie más, oseasé hoy. No sé, ¿tú qué piensas?
—Que creo
que me está dando un síncope vasovaginal.