23 mar 2020

Fade to black


Fuck you, Glaucoma de Javier Avi



—Hay que operar, Elvira —dijo mi oftalmólogo, un martes, sin despegar la vista de su ordenador. Me explicó cosas, que se me acababan las opciones, que intentaría implantarme una nueva válvula, que sería difícil, que habría que pensar en el vaciado de ojo, que existían prótesis, que poco más se podía hacer, que si lo entendía.
—Sí, lo entiendo  —dije con serenidad mientras me clavaba las uñas en el pulgar hasta hacerme sangre.
Ese mismo viernes por la tarde, en una comparecencia en directo, el presidente del Gobierno decretaba el estado de alarma por el coronavirus. El país se paralizaba. Tres horas más tarde, el oftalmólogo, algo nervioso, me llamaba a casa para explicarme que me operaría esa semana, había conseguido meterme en la lista de operaciones de urgencia, ya que las operaciones comunes y las pruebas médicas se habían anulado en todo el país hasta nuevo aviso. Sin embargo, el martes, el hospital me cerraba las puertas, cancelaba mi intervención. Mañana me operan, expliqué desesperada al conserje. Aquí no se opera ni dios, vamos a empezar a caer como moscas por el puto virus chino, ¡y a un metro de distancia, señora!, gritó él. Tras muchas llamadas y una angustia cosida al estómago, el miércoles estaba en quirófano. Una enfermera inmovilizó mi cabeza con correas a la mesa de operaciones y, al percatarse, me pidió que no llorara, que todo saldría bien. Cuatro horas más tarde, Joan me sujetaba la frente mientras vomitaba la anestesia en una palangana. Habemus ojo, susurró en mi oído. Quise sonreír pero una nueva arcada me lo impidió. Tenía ojo. Tenía algo más de tiempo. Algo más. El viernes, con su ayuda, contesté a mensajes, no respondí a ninguna llamada, no quería hablar con nadie. El sábado, me levanté pronto y el día se me hizo eterno sentada en el sofá mirando al frente, cuando Joan se despertó me propuso escribir algo, él lo haría por mí, le dije que no, que me dejara sola un rato más. El domingo, a las ocho de la tarde, bailábamos abrazados en la cocina Fade to black de Metallica, mientras la gente aplaudía en los balcones.
—¿Nos aplauden a nosotros, Joan? —pregunté.
—Sí, cariño, nos aplauden a nosotros. —Y con una sonrisa, que no pude ver pero sí intuir, me besó.


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