6 nov 2022

No es cosa de dos

 

Raíces de Frida Kahlo

Hace 8 semanas

Almudena giró el botellín de cerveza sobre la barra y después, con una sonrisa forzada, se recolocó en el taburete.

—¿Tú no piensas lo mismo? —preguntó Darío.

—Me encanta que los bares hayan recuperado las barras. La pandemia se ha hecho eterna pero otra vez estamos aquí —dijo ella sin quitar el ojo de su bebida.

—Almudena, hace tiempo que no estamos bien, yo no sé, pero no estamos bien.

—Yo sí estoy bien.

—Almu, no, no es verdad. Son muchas cosas: tu madre viviendo contigo, tu hijo que no es fácil, son muchas cosas. No estamos bien. Los dos lo sabemos.

 Almudena levantó el botellín, lo sostuvo un tiempo en el aire y luego lo volvió a dejar sobre la barra. Se giró y miró a Darío.

—Yo sí estoy bien.

—No, no los estás, ninguno de los dos lo estamos.

Hace 6 semanas

—Son unos cobardes. Todos. Son unos cobardes. ¿Qué fila tenemos? —preguntó Elvira.

—La sexta —contestó Almudena que la seguía por el pasillo central del teatro con el móvil en la mano.

—Disculpe, señor, esa butaca es nuestra, tenemos la 13 y la 15, ¿lo ve? —Elvira quitó el teléfono a Almudena y se lo mostró al caballero de la sexta fila.

El hombre resopló, con pereza recogió su chaqueta posada en la butaca de delante y se levantó. Las dos amigas se apartaron para que el señor pudiera salir al pasillo.

—¿Y cuál es mi butaca entonces? —preguntó con desgana.

Elvira lo miró y sin contestar entró en la fila seis. Hizo un gesto a su amiga y ambas se sentaron en sus asientos.

—Cobardes e inútiles —dijo Elvira inclinándose sobre el oído de Almudena—. A partir de cierta edad los hombres deberían desintegrarse automáticamente. Puff, game over.

Hace 4 semanas

—Yo no sé, Darío…

—Sí, Almu, sí… los dos queremos…

—Ya bueno, yo quería un café… yo… hablar….

—Los dos sabíamos que esto iba a pasar si subía a tu casa…

—Yo… Yo… Espera, me hago daño en la espalda, en la cama mejor...

—Lo deseábamos… tanto, tanto, Almu… Lo estábamos deseando los dos… ¡Oh, Dios!

—No grites, mi madre está en el salón… En salón, mi madre… Darío…

—Hacía un mes que lo estábamos deseando… Así, oh, Almu, así, los dos…

Hace 3 semanas

—¡¿Qué?!

—No grites, Elvira, te lo pido por favor. Demasiado tengo encima como para aguantar tu furia.

—¿Ya saben lo que van a pedir las señoras? —Un joven camarero, sosteniendo una libretita, las señalaba con un bolígrafo y una cínica sonrisa.

—De momento con que nos dejes de llamar señoras me conformo —contestó Elvira.

—Oh, disculpen, por supuesto, pero pensaba que a su edad llamarlas chicas sería una falta de respeto.

Elvira, sin dejar de mirar al joven, comenzó a juguetear con los cubiertos de la mesa. Cogió la cucharilla de postre y la golpeó repetidas veces contra la mesa formando un molesto repiqueteo, después la dejó junto al cuchillo y con una enorme sonrisa dijo:

—Para mí, rabo de toro, por favor.

Hace 12 días

—No sé, solo digo que, que, que, ¡no sé, Darío! —gritó Almudena en su tercer intento de abrocharse el sujetador—. Pensaba que, que lo estábamos intentando, yo, no sé ni qué decir.

—Toma —dijo Darío ofreciéndole las bragas que estaban en el suelo sobre sus calcetines.

—Gracias. Darío, no entiendo nada. —Se puso las bragas y se sentó en la cama.

—Los dos teníamos claro que esto podía pasar, Almu. Somos adultos, estaba claro. Era cuestión de tiempo. Hemos roto hace casi dos meses pero hace más de un año que no estábamos bien y los dos lo sabíamos. Lo raro es que no nos haya pasado antes.

—¿Antes?

—Que haya aparecido Claudia en mi vida y que nos estemos conociendo era lo más normal, esto iba a pasar sí o sí.

—Pero, ¡¿por qué te sigues acostando conmigo?!

—¡Porque los dos lo queremos!

Hace 4 días

Almudena se empezó a reír al ver a su amiga Elvira sentada en un banco del parque de El Retiro con una larga gabardina y unas enormes gafas de sol.

—Pareces una pervertida —le dijo al acercarse. La besó y se sentó a su lado—. ¿Llevas algo debajo?

—Claro que no, voy desnuda. Me encanta asustar a los hombres mostrándoles el cuerpo de una mujer de casi 50 años sin operar. ¿Qué tal estás?

Almudena se recostó en el banco, echó la cabeza hacia atrás y se detuvo observando el lento baile de las copas de los árboles.

—Me gustaría ser así de flexible —dijo. Alzó una mano y comenzó a seguir el ritmo del vaivén de las ramas.

Elvira se recostó también, pegó la cabeza a la de su amiga y alzó de igual manera la mano.

—Lo eres —dijo—. El mundo no quiebra por la flexibilidad de la mujer.

 

No hay comentarios: