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Escena de Our realtions de Harry Lachman (1936) |
Nuestros amigos dicen que somos una pareja rara, pero yo finjo no serlo y por eso se lo propuse a Joan aun sabiendo cuál sería su
respuesta.
—No —contestó y volvió a su pantalla del
ordenador.
—¿No? —insistí.
Joan se giró de nuevo y me miró. No, repitió.
—Yo lo haría por ti —dije.
—Tú no lo harías por mí, tú no lo harías por
nadie.
—Soy buena —dije rodeándole el cuello con los
brazos.
—No he dicho que no lo fueras. —Me dio un beso
en el antebrazo y con un par de palmaditas en la muñeca me pidió que lo
soltara. Lo hice y me volví a sentar en mi escritorio, junto al suyo.
—Es por Almudena, pobre, ha pasado por mucho…
Sigue pasando por mucho: su hijo, su madre… —Le iba mirando de reojo, pero él
mantenía la vista en su ordenador—. Y lo de Darío, ya sabes. —Seguía sin
mirarme—. Muy fuerte lo de Darío, muy, muy, muy fuerte... —¡Me miró!
—¿Qué pasó con Darío?
—Que la dejó.
—Ya, ¿y qué es lo fuerte?
Joan y yo teníamos un extraño concepto del
amor y un todavía más extraño concepto de la pareja. Que alguien rompiera, se
volviera a juntar, saliera con varias personas a la vez, mantuviera relaciones
sexuales con todo Madrid o fuera devoto del celibato era algo que,
sinceramente, nos importaba más bien poco por no decir nada. Si en general la
vida de los demás no nos creaba ningún tipo de interés, qué decir de ciertas
parejas en particular. Así que me quité la careta, la manipulación con Joan no
me serviría de nada en este campo.
—Vale, yo tampoco quiero ir, pero es Almudena.
Lo ha conocido por Tinder, está emocionada y quiere que lo conozcamos.
Será una cena rápida. Joan, te lo prometo, no pediremos ni postre.
—Hombre, si hay tarta de queso...
—Mesa para cuatro —dijo Almudena al camarero nada
más entrar en el restaurante.
Habíamos quedado a las 20.00 para tomarnos
unos vinos antes de cenar. En el caso de Joan, quien dice vinos dice… Pidió un Bitter Kas, al chico Tinder de Almudena no pareció
cuadrarle así que le insistió en que se pidiera una cerveza, Joan amablemente
la rechazó, pero el chico Tinder erre que erre. Soy abstemio, aclaró
Joan.
—¡Joder! ¿Y eso? —preguntó.
—Eso son las personas que no beben
alcohol —contesté yo con una irónica sonrisa.
—Ya, pero ¿por qué? ¡Tómate una cerveza!
Hay dos tipos de personas a las que pondría contra
un muro y las fusilaría: a las que les suena el móvil en el teatro y a las que
insisten a un abstemio a beber alcohol. Bueno, también es cierto que fusilaría
a los coach motivacionales y a las doulas. Y a los que andan
despacio por la calle, y a los baristas que te explican que el café se toma sin
azúcar, y a los que te dicen que tienes mala cara sin haberles preguntado nada,
y a los que visten a sus mascotas, y a los que dicen que un padre es un padre, y
a los que leen a David Foster Wallace creyéndose especiales, y a los que se
pasan la lengua entre los dientes después de comer, y a los que, y a los que, y
a los que… Sí, me cargaría a medio mundo, pero no tengo fusíl.
En el restaurante las cosas parecían haberse
calmado.
—Y vosotros, ¿tenéis hijos?
Y a los que preguntan si tienes hijos o no.
—No —contesté.
—Ya, ¿y eso?
Y a los que preguntan por qué no.
—Teníamos miedo de que nos saliera preguntón —contestó
Joan.
Llegaron los entrantes y el chico Tinder
nos recalcó que se llamaba Eudald y no Eduard como la mayoría de las personas creían.
Agradecí que lo aclarara porque hasta ese momento no lo había podido llamar de ninguna
manera.
—Es de Girona, Joan —dijo Almudena mirándolo,
luego se dirigió a Eudald—. Es que Joan es de Barcelona, cariño. Creo que vais
a tener muchas cosas en común.
Almudena estaba pletórica. Reía de manera
imparcial los comentarios de unos y otros sin entender que eran puñales.
Nos acercaba los platos y nos instigaba a comer como si hubiera sido ella misma
quien los hubiera preparado. Estaba contenta, muy contenta.
Cuando el camarero dejó frente a Joan la tarta
de queso, Eudald volvió a la carga.
—Entonces te dedicas a hacer cómics, ¿no, Joan?
—No —contestó. Porque lo había explicado hasta en
tres ocasiones a lo largo de toda la noche.
—¿No? ¿Y eso?
Y a los que pregunta con ¿y eso?
—Porque no hago cómics. Me dedico a la ilustración
para grupos musicales.
—Ya, pero vamos, es lo mismo, me refiero a que
te pasas el día haciendo dibujitos, ¿no?
—Joan tiene mucho talento —intervino Almudena.
—Si no lo niego, pero no es comparable a las
12 horas diarias que le dedico a la consultoría.
Y a los que presumen de hacer horas extras en
negocios que ni siquiera son propios.
Fuera ya del restaurante, Almudena y yo nos
abrazamos, me preguntó al oído por Eudald y le mentí, ella me sonrió
emocionada y me prometió llamarme al día siguiente. Se subieron a un taxi y los
despedimos desde la acera. Después, Joan me agarró por la cintura y encaminamos
Gran Vía arriba.
—Simpático este Eduard —me dijo.
—Eudald —corregí.
—¿Eudald?
—Sí, Eudald, de Girona, con hijos y consultor.
—¿Y tú cómo sabes todo eso?
Y es que Joan podía haber estado cenando con
una cabra verde con ukelele que le hubiera importado lo mismo. Le sonreí con
admiración y le pregunté si quería escuchar la lista actualizada de la gente
a la que me encantaría fusilar.
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