14 sept 2024

Domingo bidireccional

 

Joan Crawford, 1927

Era domingo por la tarde y Enrique había invitado a casa a sus tres amigos ‘Teatreros’, según su grupo de WhatsApp, para celebrar su despedida de soltero. Se conocieron hace catorce años en un Máster en Estudios Teatrales del que todos creían que saldrían triunfando en las artes escénicas. Para algunos fue así al principio, pero todos, ahora, tenían sus propios trabajos alejados del espectáculo, aunque seguían incurriendo en el mundo del teatro sin éxito alguno.

En ningún momento se barajó la idea de salir de fiesta, ni siquiera de alquilar una casita en la sierra madrileña para un fin de semana. Se sentían cuarentones maniáticos y compartir habitación o baño no le ilusionaba en absoluto. Enrique les propuso una tarde en su casa con cerveza y patatas de la Esteban y a los teatreros les pareció perfecto.

Darío estaba en pleno alegato contra la actriz Carmen Machi, cuando de manera enérgica Beatriz lo mandó callar.

Lo siento, Darío, es solamente que me estoy dando cuenta de que…  —Hizo una pausa y se retiró su larga melena al lado derecho. Se repasó los labios con la lengua y siguió—: ¿Qué hace Almudena aquí?

—¿Y a ti qué más te da? —preguntó Elvira alzando la barbilla.

—A mí me da exactamente igual, pero si se dijo que iba a ser una reunión de los teatreros, pues…

—Oye, no, no, por favor, si queréis yo me voy —dijo Almudena intentando ponerse en pie, pero Elvira la agarró de la muñeca y la volvió a sentar a su lado de un tirón.

—Tú de aquí no te mueves. Si a Bea le molesta que hayas venido que se vaya ella.

Enrique pidió calma y aseguró que nadie se iría a ningún sitio e inmediatamente después añadió:

—Y sí, bueno, Machi en cine tiene un pase, sin embargo, en teatro no vale nada.

Beatriz se levantó, se sacudió con ímpetu los anchos pantalones y con paso decidido fue a la cocina. Al entrar se apoyó en la mesa y cruzó los brazos. Enana asquerosa, murmuró. Dio una vuelta a la mesa y terminó apoyando los codos en la encimera enterrando los dedos en el pelo. Elvira entró y Beatriz sobresaltada se irguió. Al percatarse, Elvira se justificó:

—Quieren más cervezas. —De la nevera sacó un pack de seis y se las mostró.

—No sé cómo lo haces —dijo Bea.

—Cómo hago el qué.

—Fingir que no ha pasado nada.

—¿Qué ha pasado? —preguntó y dejó las cervezas en la mesa, empezaban a pesarle, empezaba a pesarle el domingo entero.

—Sabes muy bien qué ha pasado. Llevas un año sin hablarme y ahora de repente llegas aquí con tu amiguita del alma, a la que utilizas como parapeto, y a la carga otra vez. A por Beatriz. Así funcionas. Primero castigas con el silencio y cuando la presa vuelve a confiar en ti, ¡zas!, a la jaula y vuelta a empezar.

Elvira sacó su móvil del bolsillo de atrás de sus vaqueros. Lo dejó sobre la mesa y lo señaló.

—Ese trasto tiene exactamente once años, de hecho, ya no existe su fabricante. Es un BQ, míralo, cógelo, no me importa, cógelo. —Beatriz lo miró sin moverse—. Es un ladrillo, solo tengo descargadas 12 aplicaciones porque no me caben más. Suficiente para mí: mensajes, llamadas, internet y fotos.

—Muy bien, precioso, ¿qué quieres?, ¿una medallita por anti consumista? ¿Hay que aplaudirte? ¿Nos tenemos que postrar ante tu personalidad incorruptible? No sé, dime qué quieres que haga con el discursito que te has marcado.

—Lo que te quiero explicar es que mi móvil me es suficiente porque es bidireccional. Puedo hacer llamadas y mandar mensajes, pero también los recibo. Muy práctico, ¿verdad? —Elvira lo recogió de la mesa, abrió la aplicación de WhatsApp y con el dedo parecía buscar algo concreto—. Nuestra última conversación es del fatídico 13 de octubre de 2023, dos mensajes. El mío, leo: “Loca, dice Almu que llega tarde. Hacemos tiempo en Malpica con un vinillo? En el metro ya, llego en 15 mins.”. Respuesta tuya, leo: “Ok, saliendo de casa, en 25’, sorry, pago yo, no enfadarse.” Y ya, nada más. Ni por mi parte, ni por la tuya. Nada más. Bidireccional. Yo no te he escrito en un año, cierto, pero tú tampoco. No obstante, no-obs-tan-te, por alguna extraña razón, tú has decidido coronarte como la víctima. Pues ya me explicarás, porque estoy un poco harta de que por ser la rara, la insociable, la huraña, la especialita..., se me carguen culpas que no tengo. Así que la pregunta te la hago yo a ti: ¿Por qué no me has escrito en un año?

Beatriz salió de la cocina sin responder. Elvira cogió las seis cervezas y también regresó al salón. Allí, Enrique mirando primero a una y luego a la otra les preguntó si todo iba bien. A lo que respondieron que sí con sendas sonrisas.

El tema Machi no daba más de sí, así que derivaron el debate al clan Larrañaga-Merlo y su omnipresencia en la producción privada teatral de la capital. Uno decía que por lo que había que luchar era por los teatros públicos, otro preguntó que por qué lo llamaba “públicos” si las obras eran programadas por deditocracia,  otra que si las patatas se habían acabado, otro que las salas teatrales pequeñas se ahogaban en impuestos, otro que el gazpacho de la Esteban no era tan bueno como las patatas, otra que por qué no se representaba el teatro de Unamuno, otra que estaba pensando en pasar las navidades en Túnez, otro que porque Unamuno no sabía escribir teatro, otra que quien quisiera más cerveza que levantara la mano, otro que si la boda al estar tan llena de franceses habría que llevar mascarilla, otra que no tenía claro si Tabarka o Hammamet, otra que esas cuatro cervezas eran las últimas, otro que si se callaban un poco podría recitar a Cossa, otra que hacía tres meses que no follaba, otra que reconocía que su tesis de Unamuno era una mierda, otro que si lo de no follar era porque no quería o no podía, otra que si Nayua Rinri era así o se lo hacía, otro que si no había más cerveza habría que abrir el vino, otra que solo un culín, otro que era Najwa Nimri, la otra que qué, el otro que si quieres vino, la otra que si se lo hace o es así, otra pues lo que sea pero con Luis Merlo te partes, otra que cuando se ríe tose, otra que también, que también qué, que cuando como sandia me ahogo.

Era casi medianoche y Elvira le servía otro culín a Almudena que no podía dejar el vaso quieto. Enrique desparramado en el sofá se reía frente a Darío quien interpretaba unas líneas de La Nona. Y Beatriz escribía un mensaje de WhatsApp.

—¡Almu, me vibra el culo! —gritó Elvira y las dos se rieron como idiotas. Elvira sacó su móvil del bolsillo trasero y leyó el mensaje en voz alta con cierta dificultad—: “Cómprate otro móvil, tacaña de mierda.” —Elvira se giró hacia Beatriz y sonriendo le mostró el móvil triunfante—: ¡Bidireccional!

—Bidireccional —repitió Bea, y estiró el brazo para que también le sirviera más vino a ella.