12 nov 2009

On the road

Estábamos cruzando West Virginia en coche, pronto llegaríamos al estado de Virginia. No lo sabía con certeza pero habían pasado casi dos horas, así que seguro que estábamos cerca. Me quité las botas de oso como las llamaba él, y me senté a lo indio. Iba de copiloto, me encargaba de la música, del abastecimiento de agua y de chocolatinas y de leer los mapas. Nunca he sabido leer un mapa de carretera, aun él sabiéndolo no dijo nada cuando con entusiasmo le propuse que yo me encargaría de ellos.
—¿Cuándo dejamos la 64? —preguntó con una mano al volante y buscando ciego con la otra la botella de agua que le estaba ofreciendo.
—Uy, pues casi en Washington. De la 64 a la 66 que nos lleva directamente a la Avenida Constitución ya dentro de la ciudad.
Mentira. Aquello no era así, no iba a resulta tan fácil, y lo decían claramente los mapas. La 64 no se juntaba con la 66 en ningún punto de los Estados Unidos. Pero el ser una analfabeta de carreteras implicaba meter la pata hasta el fondo y terminar perdidos por la 95 dirección Miami, pero esto no lo supimos hasta casi tres horas más tarde.
—Oye, loco, ¿un café?
—Pues igual sí, ¿no?
—Vale, marca que a dos millas hay una estación de servicio —dije desdoblando un tercer mapa. Estaba enterrada entre líneas de colores que cruzaban estados, de los cuales no sabía ni sus nombres.
—¿Washington pertenece al estado de Viginia?, ¿no?
—¿Virginia? —pregunté con cierta duda—. No, al de Maryland, ¿no…? —lo cierto es que no lo tenía nada claro.
—Ni puta idea, Washington DC… —reflexionó en voz alta.
—DC, sí, Distrito Federal.
—¡Ostia, pava! —gritó muerto de la risa—, ¡¡ostia, qué graveeeeeeee!!! —seguía riéndose— ¡DC!, ¡de-ce, no efe o fe según tú! ¡Eso es México, México DF!
No le pudo contestar porque estaba hecha una bola en el asiento muriéndome de la risa. Esas meteduras de pata eran muy mías, y lo peor de todo es que me quedaba más ancha que larga después de soltar semejante barbaridad.
—Así que me sonaba fatal… —dije finalmente a modo de absurda justificación sin parar de reír—. Bueno, pues ¿qué es DC, listo?, ¿eh?, que eres un listo, ¿a ver?
—Distrito de Columbia —dijo fingiendo cierta soberbia porque sabía que me acaba de ganar por goleada—. Lo que no sé es si eso es un estado —y me miró con ganas de que le sacara de dudas.
—¿¿Y me lo preguntas a mí??
Los dos nos reímos de nuevo. Los mapas que tenía encima crujían al compás de mis carcajadas. Él pareció calmarse de repente y dijo con una fría sonrisa en los labios:
—He sido un amigo de mierda, ¿eh, chiquitina?, llevo años siendo un amigo de mierda, pero no pretendo compensarte con esta visita, con el viaje, digo, pero, no sé, tía, no sé... me gusta vernos así, descojonarnos por tonterías nuestras.


Conocí a Gaizka con trece años. Me acuerdo perfectamente de ese momento. Era junio y Jaime y yo nos íbamos a inscribir en el campamento de verano.
—Éste es Gaizka, mi amigo del equipo que te dije que vendría al campamento con nosotros —me dijo Jaime a modo de presentación—, y ésta —dijo, esta vez a Gaizka, señalándome a mí— es Elvira, amiga mía y, bueno, es maja.
¡¡¡¿Y, bueno, es maja?!!! ¿Ya? ¿Nada más? ¿Y qué pasaba con mis tetas? Tenía una noventa de pecho desde los once años, y apenas alcanzaba el metro y medio, ¡era el sueño de cualquier treceañero onanista!
En fin, si entonces hubiera analizado el concepto tan asexuado que Jaime tenía de mí, me habría ahorrado muchos disgustos.
Gaizka hizo un gesto como de saludo con la cabeza y luego se puso a explicar no sé qué cosas sobre fútbol a Jaime, los dos se partían de risa. Dejé de existir. Era una enana de tetas inmensas que forzaba la risa para no sentirse marginada.
Aproveché un segundo que Gaizka se acercó a la papelera para tirar el envoltorio de la palmera de chocolate, que se acaba de comer, para agarrar a Jaime por banda.
—Yo no quiero que este tío venga con nosotros —Jaime me puso cara rara—, es que es un poco chulito.
—No digas paridas, es un descojono de tío. Joder, cuando te pones en plan moñas no hay quién te aguante, qué chorra eres.
Cuando te pones en plan moñas no hay quién te aguante, qué chorra eres, creo que a este último concepto también le tendría que haber dado un par de vueltas mucho tiempo antes.
—¿Eres chorra? —me preguntó inocentemente Gaizka que ya estaba de vuelta.
—No, claro que no —dije muy poquito convencida.
—Pues yo soy mogollón de chorra, todo el mundo me lo dice, éste también —dijo dando un golpe en el pecho a Jaime— pues sí, soy un chorra pero es mejor que ser un vinagres como éste —y volvió a darle a Jaime en el pecho riéndose como un loco, después añadió—: Oye, tía, vaya tetas que tienes, ¿no?
Sí, señor, ahí empezó una larga y sincera amistad pero sincera de verdad.


Lo miré.
—Pero ¿tú qué dices, subnormal? —dije tirando al suelo del coche todos los mapas, empezaba a estar harta de ellos.
—Ya sabes a qué me refiero, no he estado ahí últimamente.
—Normal, llevo más de siete años dando tumbos por el mundo, si hubieses estado ahí serías el mismísimo espíritu santo convertido en paloma.
—Elvi, joder, ya sabes…
—¡Anda, calla! ¡No seas pesado! —grité.
Estaba más que convencida que las amistadas que no fallaban nunca era porque no habían durado lo suficiente para cagarla. Pero si tienes tiempo la cagas y bien además. Así que yo me quedaba con eso, con los casi veinte años de amistad, con la opción de hacerlo mal porque estadísticamente es lo que toca y porque sólo unos pocos privilegiados pueden cagarla. Y Gaizka y yo, se mire como se mire, éramos unos privilegiados.
—¿Preparado? —le pregunté cambiando de tema. Saqué el CD de Amaral y metí uno nuevo.
—¿Eh?, ¿para?
No le contesté, seleccioné la última pista del CD y empezó a sonar Tonight is what it means to be young.
—¡Ostias! ¡Ostiasssssssssss! ¡Street of fire!
Nos miramos y a los dos pareció poseernos un algo infernal. Gaizka aceleró, yo empecé a dar botecitos en el asiento con las manos en alto mientras intentaba ajustarme al estribillo con mi: guichi son for de night magic chubi yong. A Gaizka no pareció importarle mi carnicería con el inglés, incluso lo agradeció así él pudo empezar sin complejos con su: over, over bifor is nouguin to go to nait. Al ritmo de la frenética batería, saludaba como una loca a los camioneros que adelantábamos. Ellos me miraban desde sus colosales cabinas sin poder evitar reírse. Gaizka empezó con su singular coreografía de cuello, para‘lante y para’trás. Lo imité sin dejar de mover al libre albedrío mis brazos. Cómo gritábamos, qué histeria a dúo tan poco canalizada, qué gozada, realmente qué gloria de catarsis.
La canción terminó pero seguíamos riéndonos contagiados por la energía de Calles de Fuego.
—Jo, Gaizka, ¿qué me dices ahora?, ¿eh? Disfrutando de la carretera americana, a nuestro aire por la 95 —dije justo después de ver un cartel con el signo de autopista interestatal en blanco y azul con ese número—, camino a Washington…
—¿Cómo 95? —preguntó serio.
—No sé, ponía ahí 95.
—Richmond siete millas—leyó en voz alta al pasar por debajo de un enorme cartel que lo anunciaba—. Busca Richmond en el mapa, Elvi.
Me agaché para recoger todos los mapas que había tirado antes.
—¿Ruckersville?
—No, Richmond —corrigió Gaizka un tanto sorprendido de que hubiera confundido ambos nombres, no se parecían en nada, pensó.
Pasé mi dedo por la ruta que se suponía que teníamos que haber seguido, y pronuncié el siguiente pueblo.
—¿Culpeper?
—¡Noooooo! ¡Richmond! Elvi, ¿qué ostias andas? ¡Richmond!
Me entró la risa. Hay gente responsable pero no es mi caso, y me entró la risa porque tuve claro que no sabía ni dónde me daba el aire. Lejos de agobiarme me reí como una idiota zarandeando el mapa sin sentido.
—Lo siento, Gaizaka, lo siento, es que viene todo tan pequeñito que me lío al verlo… —intenté disculparme al ver su cara de pocas bromas.
Llegamos a una gasolinera y Gaizka cogió el mapa para aclararnos, por fin, dónde estábamos.
—Aquí, tía, estamos aquí, Richmond en la 95. ¡A tomar por culo de la ruta!, porque no era la 64 sino la 29 a la que debíamos habernos desviado, pavita pura, que eres un mito de puta madre, tía.
Lo miré fingiendo cara de afligida porque lo sentía un tanto cabreado, pero lo cierto es que me estaba costando mucho aguantarme la risa.
—Venga, Gaizka, bah, no me seas vinagres tú ahora, ¿eh? ¿Sabes lo que vamos a hacer? —hice una pausa para ver si su cara cambiaba de rictus, pero no lo estaba consiguiendo—, vamos a buscar un Motel al más puro estilo Norman Bates, con madre loca y todo.
—Bueno, loco él, porque su madre estaba muerta, la pobre.
—Ah, sí… entonces, ¿de quién era la madre loca?
—¿De Carrie? ¿Sthephen King?
—De ésa… —dije con gesto pensativo con los dedos en el mentón, rememorando la escena de la sangre de cerdo—, qué mala era, ¿eh?, qué mala…
—Estás como una puta cabra, tía —dijo riéndose y devolviéndome el mapa—. Anda, toma, guárdalo, que el viaje no ha hecho más que empezar…

2 comentarios:

Zuri dijo...

Elvira, como si os estuviera viendo, me ha encantao! jajja... yo te dejo en la gasolinera por sinsorga! ;) Beso gordooo!

Monis dijo...

Muy diver, Elvi! ¿Pero seguro que no fuiste tú la que llamó "chorras" a Gaizka?jeje. Muxus