20 nov 2009

Rioja 33


—¿Señora Rebollo? —en la puerta de mi despacho tenía a un alumno del grupo 203, parecía muy nervioso.
Lo miré desde mi mesa. Me di cuenta enseguida de la situación. Hoy había habido examen pero ni rastro de este chico en todo el día.
—Es por el examen, señora Rebollo… —me hacía mucha gracia, sabían cuándo llamarme Elvira y cuándo señora Rebollo—. No he podido venir, porque he estado muy, muy enfermo.
—Y ¿ahora ya estás mejor?
—Sí, sí… hoy ya muy bien y quería venir pero el coche se me ha averiado esta mañana y además... cuando he ido al…
—¡Para, para!, está bien —dije riéndome— podrás repetir el examen mañana después de clase.
—¿De verdad? —mi estudiante no podía creérselo.
—Claro, y sigue disfrutando de tu Rioja 33, todo el mundo debería vivir uno —dije en español.
Mi alumno no entendió ni un apalabra pero prefirió no preguntar, por si acaso.


Oí desde la cama el portazo y los llantos de Lorena. Parecía que Marta intentaba consolarla. Me levanté, me puse mi enorme albornoz de girasoles y salí de mi habitación. Las tres vivíamos en la calle Rioja 33, muy cerca del campus, era nuestro último año en la universidad.
Pero ¿qué pasa?, pregunté en mitad del pasillo atándome el cinturón del albornoz. La Lore, que ha perdido el tren, maja… contestó Marta que estaba junto a la puerta de la calle abrazando a Lorena.
Lorena, al escucharlo en voz alta, sollozó todavía más. Se acuclilló dejando el violín con su funda a un lado y se tapó la cara con las manos, pobre, no dejaba de llorar. Miré perpleja a Marta pellizcándome el labio, no sabía ni qué decir. Marta, como si estuviera sacudiendo un termómetro, agitaba la mano en el aire con cara de: qué fuerte, qué fuerte, tía.
—Venga, mujer, que seguro que te pueden repetir el examen —dije en un intento vano por animarla.
—Cuarto de violín… tías, acabo de echar a la mierda cuarto de violín… —dijo Lorena a trompicones.
Marta volvió a agitar la mano en el aire, qué fuerte, qué fuerte, la oí pensar de nuevo.
—Y ¿un taxi? A ver, Martis, ¿cuánto hay hasta Donosti? Vitoria-Donosti, ¿en cuánto se hace? —no es porque fuera idea mía pero es que era buenísima.
—Buff, ni de coña, no llega ni de coña. Hora y media fijo. El examen empieza a las 10 y son casi las nueve. Y no puede llegar tarde, es el conservatorio, examen oficial, no valen excusas.
Abrí los ojos como platos para hacerla callar pero ni por esas.
—Tías, ¡me pasa a mí y me muero!, ¡me muero!, bueno, es que yo teniendo examen hoy a las diez me hubiera ido ayer, no sé, Lore, tía, muy fuerte… —y volvió a sacudir su termómetro imaginario.
Lorena terminó tumbándose en el suelo abrazada a su violín, cómo lloraba, a grito pelado.
Qué hacemos, pregunté a Marta, vocalizando en silencio de hombros encogidos. Marta no me hizo ni caso, miró detrás de mí y gritó:
—Pero, y éste ¿quién es?
De mi habitación salía un tío colocándose la sudadera y desordenándose el pelo con los dedos. Qué mono era.
Hola, dijo tímidamente al acercarse a nosotras. Yo ya me iba.
A las dos nos entró la risa al ver cómo intentaba sortear a Lorena, que estaba en el suelo, para poder salir de casa. Estaba atrapado. Así que se dio la vuelta y dijo la frase que sólo dices cuando no te queda otra. Te llamo, ¿vale, tía? Claro, dije tronchada de la risa.
—Lore, córrete un poco pa’llá, para que pueda salir éste —dijo Marta.
Lorena, sin soltar su violín y sin parar de llorar, se arrastró un metro más hacia allá dejando la entrada libre. El chico abrió la puerta y con un gracias y un falso te llamo, de verdad, se fue.
A Marta y a mí nos faltó tiempo para morirnos de la risa y a empujones entramos en la cocina.
En bajines, para no desmerecer el dolor de Lorena, le conté que se llamaba Iñigo. Iñigus, Iñigus, Iñigus, repitió ella a ritmo de samba. Le expliqué que era amigo de Amaia. No sabía quién era. Sí, la de Filología Francesa, la sin-cuello, que sí, a la que le crecen los hombros de las orejas. Ah sí, ya cayó quién era. Pues resulta que estando con Lorena y éstas en el Zelaia tomando unas cañas, apareció Amaia con Iñigo porque eran compañeros de piso. Y allí nos juntamos todos. Que si unas cervecillas por aquí, unos bailes por allá, unas babillas por acullá y luego… un poco de Rioja 33. ¡Iñigus, Iñigus, Iñigus!, gritó Marta con su ritmo sambero, yo la seguí zarandeando el culo de lado a lado. Bueno, y ¿qué?, me preguntó después. Puse cara arrugada. Sin más, respondí.
—Y ¿eso?
—Método desatascador.
—Ay ¡nooooo!
—Sí, maja —pero le hice gesto de silencio con el dedo en los labios para que Lorena no se molestara al escucharnos cotillear en la cocina. Continué susurrando—. No sé de dónde les viene la idea que con el mete-saca nos va de perlas.
Marta amortiguó su risa con las manos.
—Pero no sabes lo peor —Marta negó con la cabeza con cara de intriga—, el interruptor.
—¿El interruptor?
—El interruptor… —repetí con mucha pereza—. Ya sabes que lo tengo en la cabecera, ¿no? Pues con cada toma encendía la luz con mi cabeza —Marta rompió a reírse como una loca, intenté pedirle con gestos que se riera en bajo pero era imposible—. Martis, pero es que encima se paraba y me pedía perdón y volvía a apagar la luz, perdona, tía, perdona, tía, me decía y luego… ¡toma!, otra vez la luz encendida —Marta se tronchaba y recordándolo me empezó a entrar la risa de mala manera, ya casi no podía continuar—, pero calla, que falta lo mejor —y ja, ja, ja, ja, ja las dos—, que el tío cogió carrerilla, y: toma-daca, toma-daca, toma-daca, enciende-apaga, enciende-apaga, enciende-apaga automáticamente, te lo juro, ¡mira el chichón que tengo!
Martis se moría y yo con ella. De la risa nos dábamos hasta manotazos, no podíamos parar. Terminamos en el suelo, completamente deshechas.
—¿De qué os reís, perras…? —preguntó Lorena entrando muy lentamente en la cocina, arrastraba su violín de la correa de la funda, parecía que traía un perro degollado.
Marta y yo nos levantamos del suelo y nos tiramos encima de ella.
—¡Abrazo a tres de Rioja 33! —gritó Martis a modo de insignia del piso.
—¡Rioja 33! —grité yo absolutamente contagiada por su entusiasmo.
—Rioja… treinta y… tres… —dijo Lorena con muy poquitas ganas.

No fuimos a clase. Marta preparó café. Nos rifamos los pocos yogures de coco y vainilla que quedaban en la nevera, porque las tres queríamos los de coco. Pasamos toda la mañana en la cocina intentando arreglar nuestro pequeño mundo, que a los veintidós años era todo un universo de desafíos.

9 comentarios:

Kaña-mon dijo...

Jajajajaja. Genial. Bss

Monis dijo...

GRACIAAAAAAAAAAAAAAAASSSSSSSSSS!
Elvi-Elvi-Elvi, eres la mejooooooorrr!
Qué bueno, de moriirrse!
Solo me gustaría que pudiera llegar también al país de la cerveza, el codillo y las salchichas. Sí, estoy segura de que llegará.
Muaaaaaaaaaaaaaa!

Yiso dijo...

Una de las mejores historias que he leido, en especial en este día viernes, me ha alegrado el día...

Gracias por compartirla.

lopillas dijo...

Jjajjjajja gracias por estas risas sanas. Buen relato para empezar el finde!

Besitos

sempiterna dijo...

Muy divertido, siempre me han gustado los momentos de cuchicheos y complicidad de los pisos de estudiante. Ay, qué tiempos. Nos das una de cal y una de arena con los post. Beso!!

Elvira Rebollo dijo...

Chicas, mil gracias! tan pocholas como siempre!!
Os mando un besito rápido desde Las Vegas, estoy llenando la cartera, no de dinero precisamente, pero sí de historietas para regalaroslas cuando vuelva. Eso sí, como dice Sempiterna, habrá de cal y de arena, para darle vidilla al blog ;-D
Muaaaaaaaaaaa!!
(Monis, me alegro de que te haya gustado, todito para ti, y no te preocupes que a salchilandia seguro que llega, mua, mua, mua!!)

Amanda Manara dijo...

Divertido y bien escrito. Me ha gustado encontrarte. Te seguiré.

Pásate por el mío, y ya me dirás:
http://amandamanara-diariodeunaswinger.blogspot.com/

Un besazo

La abuela frescotona dijo...

juventud divino tesoro ¡¡¡¡¡esos recuerdos les daran vida cuando tengan mi edad. abrazos para todas.

08181 dijo...

Muy bueno. COmo se extraña la vida de estudiante en esas cositas.