No sé lo que me despertó, quizá un ruido. La habitación estaba congelada. Tenía la luz de la mesilla encendida. ¿Me había quedado dormida con la luz? No lo recordaba. Quise sacar el brazo del edredón para poder apagarla pero desistí en el primer intento. Necesitaba que mis dedos, poco a poco, se acostumbraran a la temperatura de fuera de la cama. Así que con la mano a medio camino, volví a cerrar los ojos y pensé en el granate, el granate intenso. Un caballo granate. La luna granate. Una piscina granate. La botella de leche granate. La barandilla de mi porche granate. La cajera del supermercado granate. Me reí. Abrí de nuevo los ojos. Decidí sacar el brazo y apagar la luz. No llegaba. Lo volví a intentar pero no llegaba. Me incorporé en la cama. Al hacerlo vi que la puerta de la habitación estaba abierta. Nunca dejaba la puerta de la habitación abierta. Nunca. Me recorrió un escalofrío por el cuerpo. Estaba asustada. Me levanté de la cama y lentamente me acerqué a la puerta. Me apoyé en el marco. El resto de la casa estaba a oscuras. La luz del porche se colaba por entre las cortinas del ventanal del salón y por el cristal de la puerta de la entrada. Aquella luz me permitía ver lo suficiente para darme cuenta de que todo estaba como lo había dejado, y de que allí no había nadie. Avancé hasta la cocina. Vi la taza de café encima de la mesa junto al plato sucio de la cena. Me había dado pereza recogerlo antes de meterme a la cama. Miré a través de la ventana. Vi el árbol del jardín. Dos de sus ramas parecían quejarse por el peso de la nieve. Estaban retorcidas y cansadas. Crucé los brazos, tenía mucho frío. Estaba descalza. Dando saltitos llegué hasta el cuarto de baño. Encendí la luz y me miré al espejo. Qué cara. Madre mía, qué ojeras. Estaba hasta hinchada. Levanté la tapa del váter y fue entonces cuando la vi. Su manita salía de entre la cortina de la ducha. Solté la tapa de golpe y de un salto retrocedí hasta la pared. Me temblaba todo el cuerpo. No era capaz de moverme. Sentía el cuerpo congelado por el pánico. Me fui deslizando por los fríos azulejos de la pared hasta quedar sentada en el suelo. La niñita salió de la bañera y me extendió su brazo. Me llevé la mano a la garganta, me faltaba el aire. No podía respirar, no podía respirar. La niña se acercó hasta mí. No tendría más de seis años. Era rubia. Tenía los ojos grises, vacios. Sonreía. ¿Se lo vas a decir a mi padre?, me preguntó sin mover los labios, ¿se lo vas a decir a mi padre?, volvió a decirme rozándome con su manita la pierna. De la impresión me dio un espasmo que agitó involuntariamente todo mi cuerpo y solté un grito ensordecedor.
Me desperté. Me revolví en la cama. Me quemaba la piel a pesar del frío que hacía en la habitación. La luz estaba apagada y la puerta cerrada. Entraba claridad de fuera. Miré el despertador. Las nueve y media de la mañana. Era domingo. Me gustaba quedarme hasta tarde en la cama los domingos. Pero no podía seguir allí, sentía todavía el miedo. Tenía la garganta seca. Necesitaba beber agua. Me levanté. Fui a la cocina descalza. El suelo era hielo. Dejé correr el agua del grifo y después llené un vaso y lo bebí. Desde la ventana vi como Fred, mi vecino, se subía en su camioneta. Lo saludé pero no me vio. A mí me gusta éste, oí detrás de mí. Me di la vuelta lentamente y la vi sentadita en la mesa de la cocina con un libro de Winnie the Pooh para colorear. Sí… me gusta éste, y ¿a ti?, me dijo sin levantar la vista del libro. Se me escurrió el vaso de la mano. Oí el crash al romperse contra el suelo pero no sentí dolor al clavarme los cristales. La niñita levantó la cabeza. Qué gélida mirada. ¿Se lo vas a decir a mi padre?, ¿se lo vas a decir?, me dijo sin separar un ápice sus labios. Negué aterrada con la cabeza. Volví a negar mientras me tapaba la boca con dos temblorosas manos.
—Disculpe… disculpe… su cinturón…
Oía una voz, a lo lejos, parecía que venía de fuera. Abrí los ojos y me recliné hacia adelante sobre el asiento.
—Disculpe, por favor, abróchese el cinturón, en veinticinco minutos aterrizaremos en el aeropuerto de Charlotte —me dijo la azafata señalándome mi abdomen.
Aturdida la obedecí y antes de que se marchara le pedí un vaso de agua. Tenía la garganta completamente seca. Me ajusté la coleta dos veces. Miré el reloj, hacía más de seis horas que había salido del aeropuerto de Los Ángeles. Qué grande era este país. Me entró un escalofrío. Estaba destemplada. Creo que había dormido durante todo el viaje. Cerré de nuevo los ojos pero un golpe en el brazo me hizo abrirlos de nuevo.
—¡Oh, perdona, perdona, por favor! ¡Qué torpe!
El señor que tenía a mi derecha intentaba disculparse por su codazo. Era demasiado grande y le faltaba espacio a la hora de maniobrar para guardar los libros y las revistas que tenía desparramados sobre la mesita plegable.
—Tranquilo, está bien —dije medio adormilada.
—Éste es para mi hija, le encanta —dijo el señor mostrándome orgulloso un pequeño libro en alto. Me quedé helada—. Le encanta colorear a este oso, el Winny Puú o cómo se llame, no hay nada como el buen marketing de Disney para engañar a niñitas de seis años, ¿eh? Viene con su madre a buscarme al aeropuerto, yo no quería porque me da miedo con las carreteras tan nevadas pero al no poder pasar Acción de Gracias juntos, Amber, mi esposa, ha insistido. Y tú, ¿cómo has pasado las vacaciones?
No le contesté. Me apreté el cinturón y miré al frente, me temblaban los labios. Tome, su agua, dijo la azafata ofreciéndome el vaso.
10 comentarios:
Bufff, Elvira, me impacta tu mente... A ti te impactaría mi cara delante de la pantalla. Con cada historia me sorprendes un poquito mas. Bss
Guau, que decir, estuve pegada en la pantalla de mi pc leyendo esta historia, y es más, debo confesar que se me puso la piel de gallina por el miedo...
Genial, no sé que mas decir, simplemente genial...
INCREIBLE!!!!!!!! me ha recorrido un escalofrio por todo el cuerpo......
Gracias, locas de la vida!
La verdad es que ya tocaba pasar un poquito de miedo, no?
Me alegro de que os asustara, jijijiji...
Besos!!!
loca!!! yo me he quedado con las ganas de que siga! ay me encantan tus historias, se me hacen cortas.
Deberias escribir un libro que nos saciara de verdad.
Un besazo
He empezado a leer... lo he dejado... he visto que había comentarios... los he leido para confirmar que hay gente tan cagueta como yo ;) y sobretodo para comprobar que a nadie le ha dado un patatús, jajja... genial! Beso gordo!
dios, primero pensé que algo iba a salir de la taza del váter, pero lo de la manita saliendo de la cortina fue peor aún.
Pupupum pupupum pupupum
Yo también soy cagueta, je
Besos
siempre me atrapas con tus relatos.Buenisima eres tu
Gracias porque siempre es un placer pasar por aqui
qué perra, si te cuento yo esa historia te cagas encima...
Me da que el que se ha hecho caquitas has sido tú...
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