—¡Ay, ay!, ¡ay, que me escurro! —gritaba compungida la gotita de lluvia—. ¡Que me escurro! ¡Por favor!
La gota de lluvia se deslizaba a trompicones por el cristal del ventanal. El viento insinuaba a la gotita un camino diagonal. La ventana intentaba helarse para que su frío congelara a la gotita y así poder tenerla allí para siempre. La quería, la quería de verdad.
Elvira se levantó de la butaca. Se amarró el jersey al pecho con ambas manos y se acercó a la ventana. Llevaba todo el día lloviendo. Tic-tic-tic, hizo su uña al golpear el cristal. La gotita, que llevaba sujetándose con angustia largo rato, no pudo superar semejante golpe. Se estrelló contra la tierra del jardín desapareciendo al instante, como si jamás hubiese existido.
—Empapada por la lluvia, parece que lloras —dijo Elvira a la ventana, colocando su mano sobre el frío cristal.
La ventana crujió rota. Elvira volvió a la butaca.
4 comentarios:
Ay Elvira!!! una sorpresita a mitad de semana! Me encanta... JO, para esta tarde anuncian tormentas... no voy a mirar al cristal de la misma manera... bss.
Si es que no hay compasión , Mai, cuántos amores hemos roto sin darnos ni cuenta... ;-)
que profundidad la tuya Elvi!
y cuantos han roto y nos hemos dado muucha cuenta? :-)
besos
Ma
Un instante de esos...con final abierto. Se lee bien en otoño.
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