Eran las once de la mañana. Cruzaba las canchas de baloncesto de la universidad, abarrotadas de estudiantes. Acaba de terminar mi última clase del día y me iba a comer a uno de los pequeños restaurantes fuera del campus. Había llegado a China hacía tan sólo dos meses y me costaba, enormemente, acostumbrarme a aquel horario.
—¡Profesora!
Un grupito de estudiantes pasaba por mi lado en ese momento.
—¿Has comido ya, profesora? —me preguntó una de ellas con cierta timidez.
—No, todavía no, voy ahora —respondí halagada porque lo más probable es que quisieran acompañarme. Sabían que, al no hablar chino, no podía leer el menú. Por ello, siempre deseaba que alguien me recomendara platos nuevos porque, al final, terminaba comiendo lo mismo todos los días.
—Ah, muy bien, adiós, profesora —dijo mi estudiante tímida.
—Adiós —dijo el resto al unísono mientras me adelantaban.
—Eh… adiós, adiós —dije yo con cara tonta.
Sin darle muchas más vueltas seguí caminando hasta salir del campus. Cruzando la carretera de la estrecha calle en la que desembocaba la universidad, un estudiante me saludó con energía y se acercó a mí.
—Profesora —dijo agachando un poquito la cabeza cuando ya lo tenía frente a mí.
—Hola, Carlos. —Todos los estudiantes chinos se rebautizaban con nombres originarios del idioma que estuvieran estudiando. Aquello me parecía muy curioso y a la vez, inmensamente, útil para los extranjeros porque si no, nos sería imposible recordar sus nombres chinos—. ¿Cómo estás?
—Bien, bien, ¿has comido ya?
Lo miré confusa, no sabía qué contestar.
—No, Carlos, todavía no, voy ahora —respondí finalmente.
—Vale, profesora, adiós —y sin más se fue.
Adiós, me dije a mí misma porque el estudiante ya se había marchado. Tras permanecer inmóvil un momentín, reflexionando el sentido de la pregunta, avancé hasta llegar al restaurante.
Los restaurantes del barrio universitario eran pequeñas lonjas en las que servían la comida rápida y a muy buen precio. El horario era el mismo para toda la universidad así que, antes del mediodía, siempre estaban a tope. Era un auténtico ir y venir de platos, risas y gritos de los estudiantes mientras comían a una velocidad increíble. Para ellos el tiempo era sagrado, así que no se concedían más de quince minutos para el almuerzo. Querían aprovechar todo el descanso del mediodía para ir a la biblioteca y estudiar o practicar un poco de deporte, pero lo de tomar un café de sobremesa y disfrutar de una buena charla, no iba con ellos.
Me senté en una mesa de dos, compartiéndola con un joven un poco gordito que apenas levantó la vista de su plato único. Pedí tofu japonés y un bol de arroz con huevo. No tuve mucho problema en hacerme entender, porque mi compañera Li Ni me había aconsejado aprenderme de memoria las páginas y el lugar, en el menú, de los platos que me gustaban. Por ejemplo, las alitas de pollo al wok con salsa de Cocacola, que me encantaban, estaban en la página 3 y era la segunda línea empezando por abajo. Revuelto de tomates, en la página 4, en la primera línea después del segundo título en negrita. Me había aprendido el lugar de unos cinco platos, en el menú de tres restaurantes diferentes, y cada vez que iba rezaba para que no hubieran cambiado los menús porque, si así era, estaba perdida.
Necesité más de cuarenta minutos para comer mi tofu y el arroz porque, por aquel entonces, los palillos no me resultaban nada fáciles de manejar. Me lo tomaba con calma.
Cuando terminé fui directa a la biblioteca. Había quedado con Feng Min para grabar material de audio para los estudiantes. Eran actividades que complementaban los temas del manual de español, principalmente para ayudar a los estudiantes con la fonética.
Aceleré el paso subiendo las escaleras porque me di cuenta de que llegaba tarde.
—Elvira.
Levanté la cabeza de los peldaños y vi al viejo profesor Chan, director del departamento de español, bajando las escaleras.
—Profesor Chan, ¿cómo está?
—Bien, bien, Feng Min te espera.
—Sí, llego un poco tarde, lo siento.
—Está bien. ¿Has comido ya?
—Sí… —dije titubeante.
—Bien, adiós, Elvira.
—Adiós, profesor Chan.
Abrí la puerta del estudio de grabación.
—Llegas tarde —Feng Min me acababa de dar la bienvenida.
Por alguna extraña razón no le caía demasiado bien a aquella chica. Imagino que ocuparse de una extranjera que no sabía chino, lo que la convertía en una ciega-sordo-muda, podía llegar a ser muy pesado. Y se notaba que, en algunas ocasiones, ella estaba un poco harta de mí.
—Sí, lo sé, es que he pedido tofu japonés, el que se resbala entre los palillos, como tiene esa salsa viscosa pues es muy difícil sujetarlo, por eso… —decidí callarme porque a ella no parecía interesarle lo más mínimo, estaba ordenando la mesa y comprobando los micros.
—¿Empezamos? —preguntó con una inexpresiva sonrisa.
Me senté a su lado, ajusté mi micrófono y comencé a leer un texto sobre una mujer que se llamaba Ema y su esposo Paco y que vivían en una casa grande a las afueras de la ciudad. De repente, dos párrafos más abajo, Paco preguntaba a uno de sus compañeros del trabajo si había comido ya, su compañero le dijo que no y ambos se despidieron en las líneas siguientes sin que el diálogo ofreciera más detalles. Levanté la cabeza como un resorte y pregunté a Feng Min con enorme intriga:
—Pero ¿qué tipo de pregunta es ésta?
Feng Min cerró los micrófonos y paró la grabación. Después me miró escondiendo cierta molestia.
—¿Qué pregunta?
—La de, ésta, la de que dice aquí: “¿has comido ya?”
—Bueno, es una pregunta sin más, para saludarse.
—¿Para saludarse?, ¡jajajajajaja! —¡Algo era ello! Y yo creyendo que todos mis estudiantes querían llevarme a comer, ¡qué ilusa! —. Claro, ahora comprendo, es como decir, hola, ¿qué tal?, bien/mal, y te vas, ¿no? O sea, ¿has comido ya?, sí/no, y te vas.
—Exacto —contestó esbozando la misma sonrisa inexpresiva de antes.
—Ay, es muy gracioso, ¿has comido ya?, ¿has comido ya?, ¿has comido ya? —repetía una y otra vez muerta de la risa.
—¿Continuamos? —sonrisa inexpresiva en acción.
—Joe, bufff, son textos aburridísimos, ¿no te cansas de grabar? —pregunté con el morro torcido. Ella estiró el cuello y apretó los labios, hay que hacerlo, dijo con sequedad y después añadió:
—No solucionas nada quejándote, sólo que perdamos más tiempo.
Aquello era disciplina china y lo demás tonterías.
Por supuesto me callé y en hora y media terminamos de grabar, con apenas un descanso de tres minutos.
Una vez fuera de la biblioteca Feng Min me recordó que al día siguiente deberíamos grabar cuatro textos más.
—Bien, vale —dije desganada—, ¿a qué hora?
—¿A las dos está bien para ti?
—Sí, no tengo nada que hacer por la tarde —respondí salpicando los hombros hacia adelante, después hice una pausa y pregunté—: ¿Te apetece un café?
—Oh… —Feng Min parecía sorprendida—. ¿Un café? No sé, siempre bebo té, pero vale, bien, sí.
—Vale, bueno, adiós —y, levantando la mano para despedirme, empecé a caminar hacia el lado contrario al que ella estaba, después me di la vuelta para mirarla, ella seguía quieta, así que me detuve y, acercándome de nuevo, le expliqué—: Feng Min, se trata de una pregunta para despedirse, se utiliza mucho en España: ¿te apetece un café?, es como decir, adiós, pasa un buen día. Pero no significa que te vaya a invitar a un café, ¿lo entiendes?
—Oh… ya, entiendo, no lo sabía.
Me empecé a reír como una loca, pobre Feng Min, qué carita tenía.
—¡Que no!, ¡que es broma, boba! —le grité muerta de la risa.
Feng Min me golpeó el brazo con su puño y se empezó a reír también. Qué delicia oírla. Y es que aquella chica de sonrisa inexpresiva tenía una de las carcajadas más bonitas y contagiosas que jamás había escuchado.
—Claro que te invito a café, loca —y agarrándola del brazo nos fuimos, con la risa tonta todavía, hacia mi apartamento.
Estaba claro que, aunque llevábamos dos meses hablando el mismo idioma, fue a partir de aquella tarde cuando empezamos a entendernos.
2 comentarios:
Jajaja, Elvira, que mala, probre Feng Min. Oye un dia te ayudo con las grabaciones que les pones a tus chic@s, jjejejejeej. Beso enorme.
Qué mala eres, no te rías tanto que algún día relataré el viaje en tren a Pekín. Un besazo, loca! Muaaaaaaaa!!
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