3 may 2010

Historias de un teléfono

Al teléfono por Noël Leindekar

Ras, ras, ras. Corría las perchas de un lado a otro por la barra de metal del armario. Ras, ras, ras.
Las cajas estaban en el suelo de la habitación esperando impacientemente ser llenadas con algo, porque llevaba más de veinte minutos mareando la ropa sin decidirme qué empaquetar primero, y es que no hay cosa que más pereza me pudiera dar que una mudanza.
El teléfono sonó. Me detuve ante el horroroso abrigo de invierno, no quería moverme por si delataba que estaba allí. Sonó el segundo tono. Seguí sin moverme. El tercero. Grité:
—¡No pienso coger! ¡A cagar todo el mundo! —llevaba dos semanas muy deprimida, ésa era la verdad.
Activé el movimiento. Ras, ras, ras. Cuarto tono. Saltó el viejo contestador y escuché mi propia voz diciendo, con un macarrónico inglés, el mensaje de bienvenida:

Hola, soy Elvira, en este momento no estoy en casa pero si quieres puedes dejarme un mensaje después del tono, gracias, aguuuuur.

Agur, claro. Siempre meando el terreno.
Piiiiiiiiiiiiiiiiiiii.

—Hola, Elvira… soy yo, Silvia —al escuchar su temblorosa voz, me paralicé de nuevo y miré al suelo abriendo los ojos, como si aquel gesto me permitiera escuchar con mayor claridad—. Elvira, jo… yo te llamo porque…—empezó a llorar—, me ha dejado, tía, Francesc me ha dejado… me he mudado, llámame, porfis… estoy ahora en el 91 371…
Salté por encima de las cajas y acelerada cogí el teléfono antes de que pudiera terminar de decirme el número.
—¡Silvi! —dije con el corazón en la boca.
—Elvi…
—Pero, Silvi…
—Ay, Elvi…

Silvia era mi mejor pésima amiga. Nos conocimos con tres añitos en una colorida clase de parvularios en el santísimo colegio de monjas, en el que nuestros respectivos padres nos habían encarcelado.
Silvia, junto con Blanquita, se convirtió en mi mejor amiga. Formábamos un equipo estupendo de tres. El tiempo convirtió a Blanquita en una extraordinaria amiga, paciente, comprensiva y con enorme sentido de la empatía, del que siempre, he de reconocer, había abusado. Por otro lado, los años transformaron a Silvia en una fan absoluta de su propio ombligo, era la faraona de su imperio microscópico de fantasía y color. A pesar de todo, yo sólo podía presumir de tener una mejor pésima amiga, en cambio Blanquita, la pobre, llevaba casi treinta años aguantando a dos.

—Loca mía, ¿qué ha pasado? —dije sentándome lentamente en el suelo.
—Tía, se acabó… —decía sin parar de llorar—, que dice que lo agobio, ¿de qué lo agobio, Elvi?, ¿eh?
—Ya, los tíos son así. —Aquella afirmación te salvaba de muchas situaciones como ésa. Era una generalidad tan ambigua que, sin saber de qué iba el asunto, matizaba cualquier causa masculina con enorme compromiso.
—Sí, eso es verdad —dijo absorbiéndose los mocos. Yo respiré tranquila porque, una vez más, había colado—. Me siento una mierda, Elvi, nada me sale bien… no sé…
—No digas eso, loca.
—¡Claro! ¡Para ti es fácil decirlo! Estás encantada con Pablo que está buenísimo, vives a cuerpo de rey en Estados Unidos dando clase en una universidad de la que se hizo una peli en la que, el mismísimo, McConaughey fue el protagonista. ¡Y encima te van a publicar una novela!
Tomé aire con parsimonia para tragarme la mala ostia que me estaba entrando. Cerré los ojos y me froté el entrecejo con brusquedad.
—Silvia, para empezar, el tío buenísimo no se llama Pablo sino Pedro y me dejó hace ocho meses. Si hubieras leído mis emails o si me llamaras más de vez en cuando, te habrías enterado. No vivo a cuerpo de rey en Estados Unidos y por eso he dejado mi trabajo. Me mudo pero todavía no sé adónde —poco a poco me iba calentando—, tengo la casa llena de cajas sin destino etiquetado, y me temo que tendré que regresar a Bilbao a vivir con mis padres de nuevo, porque no me sale trabajo y no voy a cobrar el paro, sino una simbólica ayuda de 300 euros como emigrante retornado. 300 euros es lo único que el gobierno puede darme después de haber danzado, durante ocho años, por medio mundo en busca de un trabajo digno ¡porque en España el profe de español es humillantemente ninguneado! ¡Y sí! —dije totalmente fuera de mí—, ¡me van a publicar una novela!, pero porque ¡me he pasado, dos putos años, encerrada en un pueblo de mierda en medio de la más absoluta nada, escribiendo día y noche! ¡Qué menos, coño!
Con el último grito se me escaparon las lágrimas.
Silvia, de pronto, rompió el silencio que se había prolongado por largo rato.
—Elvi, ¿estás segura de que se llamaba Pedro y no Pablo?
Me atraganté con mi propia carcajada, salió sin avisar, y es que todo el mundo sabe que no es fácil reír y llorar al mismo tiempo.
—No, en serio, ahora hablando en serio, de verdad —continuó diciendo Silvia mientras me oía reír—, si llego a saber que tu vida era mucho más mierda que la mía hubiera llamado a Blanquita y no a ti.
Me dio tal ataque de risa que me eché hacia atrás quedando totalmente tumbada sobre la moqueta del salón.
—Eres una idiota —le dije recobrando un poco de aire.
—Oye, petarda, si no tienes adónde ir, vente para Madrid.
—¿A Madrid?, ¿qué hago yo en Madrid? —pregunté volviéndome a sentar con las piernas cruzadas.
—¿Aquí? Bufff… ¡Esto es Madrid, Elvira!, hay grandes trabajos para una filóloga como tú, con tu experiencia.
—¿Sí…? ¿Tú crees? —Y mi cabeza empezó a repasar el archivo de todos los centros de enseñanza de español de la capital, es cierto que la boca se me hacía agua—. No sé, Silvi, ¿por ejemplo?
—¡¿Por ejemplo?! Pues, por ejemplo, sexadora de ardillas en el Parque del Retiro.
—¡¿Qué?! —dije muerta de la risa y arrepintiéndome por haber creído que hablaba en serio. Quise cambiar de tema porque me sentía avergonzada por haber sido tan vanidosa, además la oía reírse y eso me hacía sentir peor. Había caído en su trampa, qué cabrona, pensé—. Bueno, y entonces ¿qué pasó con Francesc? —Me consideraba tan mala persona que prefería ahondar en la herida ajena que seguir agujereando la mía.
—Pfff… que hace tres días se levantó del revés y me pidió que hiciera las maletas y que me fuera, no sé qué cosa de agobios o qué sé yo, que me fuera y ya.
—Bueno, Francesc siempre ha sido muy peculiar, no sé… ¡es publicista y catalán! Si es que ¡lo tiene todo! —dije riéndome para ver si le podía arrancar una risotada con este tema.
—¡Pues mira que Etienne! ¡Arquitecto y francés! ¿No encontraste nada más aburrido? —Lo conseguí porque me dijo aquello entre carcajadas—. Por cierto, hace tiempo que no hablas de él, ¿qué es de su vida? —me preguntó mientras le oía sonarse los mocos.
—No sé, lo cierto es que no sé nada de él desde hace casi diez meses —empecé diciendo mientras hacía memoria—. Lo último que sé es que lo habían trasladado a Chile, para un proyecto de renovación de no sé qué en Santiago. La cosa es que me llamó un día para saber cómo estaba en Estados Unidos y no me digas por qué, o hacia qué avanzó la conversación, pero terminé pidiéndole explicaciones de por qué me había dejado. Ya sabes que nunca hablamos de ello, él me pidió un día que me marchara y yo me marché, sin gritos, ni malas caras, nada. Y claro, con el paso del tiempo yo he necesitado de una explicación, de por qué tanto desprecio de, no sé, de por qué ella fue mejor que yo…
—¿Qué dices? Qué fuerte, no sabía nada de esto, y ¿qué te dijo?
—Mmm, nada, la verdad es que nada, empezó diciendo: allô, allô, Elviga, se va la conexión, se va, Elviga, allô, allô. Clonck. Y me colgó. Sin más, hasta hoy.
—¡Ja, ja, ja, ja! ¡Ostia, qué fuerte! —Silvia se reía con muchísimas ganas—. ¡Este tío es un genio!, ¡es mi ídolo del escaqueo!, tiene cojoncillos de gorrión, metidos pa’dentro del cague que lleva encima. ¡Joder, me encanta!
Hombre, contado así, y después de casi un año, yo también le encontraba su gracia.
—Mira, Elvi, piensa en positivo, si dices que estaba en Chile es muy posible que se haya muerto por el terremoto ése que hubo.
—¡Silvia! —grité horrorizada por semejante broma.
—¡Pero imagínatelo, mujer! Mira, en plan: allô, allô, allô y… ¡chof! Espachurra’o, totalmente espachurra’o bajo sus propias obras arquitectónicas, ¡ja, ja, ja, ja!, ¿te lo imaginas, tía? —hizo una pausa sin dejar de reírse y añadió—: Y yo ¿sabes lo que voy a hacer?
—¿Qué…? —pregunté amortiguando la risa con el cuenco de mi mano, porque me sentía fatal al reírme de aquello, aunque la verdad contado por Silvi tenía muchísima gracia.
—Le voy a mandar a Francesc a Bali.
—¿A Bali?
—Sí, porque dicen que antes del 2011 viene un tsunami gigante.

Solté el teléfono y me llevé las manos a la cabeza tronchada de la risa. Sólo pedí que la ética de Blanquita nunca supiera de este tipo de conversaciones telefónicas por parte de sus dos mejores pésimas amigas.

6 comentarios:

Kaña-mon dijo...

Elvi!! Otro inicio de semana concentradiiiisima en tu cuento, encantada. Hoy llueve sin parar, y miro las gotas del cristal muy atenta... Me dejaste marcada, jajaja. Haz rapido las maletas, que no te queda nada!!!! Bsos

Monis dijo...

Elvira! Me ha encantado el cuento, super diver y muy tuyo. No sé cómo lo haces pero en cada relato te veo, tía, tirada en el sofá, muerta de la risa, lloriqueando a moco tendido haciedo las maletas...eres tú, y me encantas! Vente para acáaaaa! Muaaa!

ma dijo...

Tia eres una crack!
Gracias! Increibleble!
Besos
Ma

Noël dijo...

Un honor que mi dibujo te haya gustado y que esté ilustrando este relato que encontré super fresco y ameno.
Si querés y mi tiempo lo permite, decime a tiempo y capaz que sale un dibujo exclusivo (y gratis) para tí.
Besos.
PD: Avisame al mail!!

Elvira Rebollo dijo...

Mai, mira las gotas y las ventanas porque al final, cuando sale el sol, son las que más solas se quedan ;-)

Monis, a ver si me meto en los años universitarios porque tengo un par de historias que me rondan, y seguro que nos reímos, muaaaa!!

Ma, no te pierdes uno, eh? gracias mil,loca, mua!!

Elvira Rebollo dijo...

Noël, el honor es mío!!
Como te dije, tus dibujos son geniales. Hay otro que me encanta: "La niña y el gato", tengo ganas de hacer un cuento expresamente para esa ilustración, porque es especial, enternece.
Te agradezco muchísimo que hayas tenido el detalle de pasarte por el blog y dejar un comentario.
Y por supuesto que me encantaría pedirte un dibujo en exclusiva, sería todo un lujo, es súper amable por tu parte.
Muchas gracias por todo, Noël, un beso!!