4 nov 2010

Ruido

El grito por Edvard Munch

Llegó del suelo y como un perdigón entró taladrándome el cerebro. Atormentada me llevé la mano al oído. La presioné clavándome las uñas en la cabeza. Para, para, para, suplicaba mordiéndome los labios. Era fuerte y agudo como una torpe tiza al rayar la pizarra. Chirriaron mis dientes ahogados en dentera. Rebotaba metalizado de derecha a izquierda, de izquierda a derecha aumentando en volumen, cobrando fuerza con cada saque lobular. Y amarrado a él ese incesante y monstruoso cascabel que, con su tintineo descomunal, me encarnizaba los nervios. Cerré los ojos apretándolos con dolor y, con la cabeza túmida por la atroz orquesta interna, me dejé caer al suelo y a tientas alcancé las llaves. Las sujeté con rabia, ¿cómo se me pudieron haber resbalado de las manos?, qué torpe.
Con el aire todavía contenido, me quité el audífono. Respiré. Y escuché serena la oscuridad del silencio.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me gusta verte en este, al menos desde mis ojos, nuevo registro. Muy bueno, Elvira.
Besos

Elvira Rebollo dijo...

Gracias, Sofía, siempre tan atenta.Sí, nuevo registro, puro laboratorio experimental, jejeje!
Un beso enorme, mua!