3 feb 2011

Cita a cigas (Parte II)

Broken-heart-less por Ron Gamble

―Tía, ¿te imaginas que es mexicano? ―preguntó Elvira ajustándose el cinturón de seguridad. Silvi prefirió no contestar.
Era martes y se suponía que las dos amigas tenían una cita a ciegas en el Lateral de Chueca a las ocho de la tarde, pero eran casi las diez y estaban todavía metidas en un taxi atravesando Glorieta de Quevedo.
―Estoy más que convencida de que Gael va a ser mexicano y vamos a encajar. ¡Ay, ay! ―exclamó excitadísima sujetando el brazo de Silvi―: ¡¿Te imaginas, te imaginas, te imaginas que es de esos mexicanos, de los que ronronean chingo-guarradas-güey mientras te lo hacen?! ¡Tía, es mexicano! Lo presiento, ¡es me-xi-ca-no! ¡Me-xi…
―¡ELVIRA! ―gritó Silvia en un desesperante intento por hacerla callar―. ¡Es de Albacete! ¡Me lo dijo ayer Marcos, pesada! ¡Gael es de Albacete!
―¿Albacete, Albacete?
―¡Sí! ¡Albacete, Albacete!
―Bueno, ―y en un intento por recuperar su dignidad, se retiró el pelo de la cara y, mirando al frente, añadió―: de siempre los de Albacete han tenido su morbillo, ¿no?

A las 22.10 horas, las chicas subían los tres peldaños que separan el bar de la calle. Al entrar, Elvira reconoció a Marcos apoyado al fondo de la barra.
Cuando se acercaron a ellos comenzó la danza de palabrería sin sentido: Que si cuál era tu nombre. Que si soy abogado. Que si yo profesora, sí, de español. Que si Gael, pero no soy actor ni mexicano. Que si de Bilbao centro. Que si lo siento que te piso. Que si cuántas cervezas. Que si pues, venga, ponme cuatro. Y que sí, coño, ¡de Albacete!
Después de gritarla, Gael se arrepintió. Elvira no le parecía la típica tía imbécil pero es que ya era la tercera vez que se lo preguntaba. La miraba de reojo porque parecía ofendida, se había pasado, sí.
―Oye, perdona ―se disculpó Gael apartándola del grupo. Elvira sonrió e hizo un gesto negando con la cabeza, dando a entender lo poco que le había molestado. Sí, parece una tía maja, pensó después. Lo que no terminaba de encajar en ella era lo que le había comentado Marcos, así que decidió preguntárselo directamente―: ¿Tú eres lesbiana? ―Elvira sólo pudo abrir los ojos como platos porque se quedó muda. Gael añadió―: Perdona, es que verás, Marcos me dijo que eras lesbiana y que podía estar tranquilo, porque no ibas a pretender nada conmigo. ―Elvira parpadeó con nerviosismo exigiendo más explicación―. Soy gay.
―Gay… ―repitió atónita.
―Sí, mira, acabo de salir de un tormento, ¿vale? Ramón, ¿vale?, llevo dos meses en casa, ¿vale?, y Marcos me pidió este favor, ¿vale?, pero me aseguró que sólo era para acompañarle porque estaba más que convencido, cari, de que tú eras lesbiana, ¿vale?
―No soy lesbiana, ¿vale?
―A la vista está, cari, fashion-hetero total.
Elvira se había subido a unos tacones de infarto, metido en unos ceñidos pantalones negros con cinturón ancho y llevaba un blusón de escote interminable. Un poco de maquillaje, espuma y difusor para el pelo y, la verdad, es que parecía otra persona. Nada tenía que ver con el espantapájaros que Marcos conoció el domingo.

Después de las primeras cuatro cervezas llegaron las ocho siguientes. Marcos se había autoproclamado el líder del grupo. Proponía los temas de conversación y marcaba el ritmo al que había que beber. Silvia estaba en su salsa. Se reía como una boba por cualquier cosa que se dijera. Elvira, en cambio, estaba haciendo verdaderos esfuerzos por pasárselo bien. Es cierto que Gael le resultaba un tío simpático y con muchísimo sentido del humor, pero por más que intentaba analizar la situación no entendía por qué su amiga tenía tan buena suerte y ella tan mala, ¿dónde se había quedado el principio de retribución?
Cuando Marcos propuso la siguiente ronda, Elvira anunció que se iba. A Silvia no pareció importarle, de todas formas cuando su amiga se ponía de nones con esa cara de malas pulgas era mejor que se fuera o si no podría amargar al bar entero.
―Oye, tía, pues nada, encantado y a ver si se repite. ―Estaba claro que a Marcos también le importaba un comino que la chica se fuera.
―Ah, no, no, cari, si te vas tú me voy yo, ¿vale?, ¿qué coño pinto yo aquí solo con estos dos? ―Y tomando su abrigo Gael se enlazó al brazo de Elvira y, tras despedirse por décima vez unos de otros, salieron del bar.

Gael sólo tardó un par de calles en convencer a Elvira de tomarse juntos la última.
Cogieron un taxi y quince minutos más tarde estaban bebiendo un mojito, sentados en la barra de un tranquilo bar de Callao.
Elvira miraba divertida los aspavientos que hacía su recién amigo para escenificarle el momento en que Ramón decidió dejarlo.
Sin perder detalle de la historia, la chica rechupeteaba la pajita de su bebida muerta de la risa. Aquel tío estaba siendo todo un descubrimiento.
Después, tras hacer un rápido repaso sobre las extraordinarias cualidades sexuales del hombre francés y árabe, se enzarzaron en un histriónico debate sobre si los preferían circuncidados o no. Llegados a este punto Elvira sólo podía gesticular porque estaba absolutamente ahogada en su propia risa. El braisntorming que Gael estaba montando no podía ser más soez. Aun así intentó contar su experiencia con gestos.
―Vale, cari, no te entiendo, a ver, sí, tres, sí, sí, ¿tres circuncidados? ―Elvira lo negaba desternillada de la risa e intentó dibujar y situar en el aire el mapa de Estados Unidos―. Vale, sí, América, norte, norte, ¿Nueva York?, ¡sí!, vale, churros en el pelo, más churros, así ―e imitando a Elvira se formaba bucles ficticios a los dos lados de la cara― ¡Coño, judío! ¡Judio de Nueva York! ―Elvira asintió y, tras tomar un poquito de aire, se estiró los ojos― Vale, cari, judío en China, no, ¡ay!, no uno, tres, ¿pero qué coño es tres? ¡Tres judíos en China! ¡NO! ¿Japón?, ¿Tailandia?, ¿Vietnam?, ¿Singapur?, ¡Sí, Singapur! Vale, dale, cari, te pillo, te pillo, sí, tres, tres, reloj, reloj, ¿horas?, ¿minutos?, reloj, sí, dale, cari, ¡días! ¡TE TIRASTE A UN JUDIO NEOYORKINO EN SINGAPUR DURANTE TRES DÍAS!

Elvira se amarraba a la barra para no caerse, estaba en pleno ataque de risa desestabilizador. Y Gael daba saltos delante de ella con los brazos en alto celebrando la victoria. El bar entero los miraba.
―Eres mi ídolo, cari, ¡oe, oe, oe, oe!, vamos, porque ya estaba circuncidado que no llega a ser judío y se la pelabas igualmente, ¡tres días, locura pura!
―¡Pero estamos locos!, ¿qué barbaridad es esa? ―exclamó Elvira recuperando la voz―. ¡Noooooo!, lo que te quería decir es que salí en Singapur con un judío de Nueva York durante tres días.
―Ya, pero eso no tiene gracia, ¿y cuándo te lo tiraste?
―¡No me lo tiré! Pero bueno, no sé, hablábamos de circuncidados pues me acordé de mi judío y en plan anécdota, no sé, sin más, anécdota.
―¿Anécdota? Anécdota de mierda, cari, pa’eso es mejor no decir nada. Bueno, paso palabra, a ver ¿y ahora a quién te estás tirando?
―¿Ahora de ahora?
―Vale, a nadie.
―Bufff, es que no sé… ―y pensativa buscó con la lengua la pajita de su mojito, absorbió un poco e intentó explicarse mejor―: No estoy en ese momento ahora, ¿sabes?
―No, no, ni ahora ni antes, porque que te parezca fascinante la anécdota del judío…
Elvira lo miró con reproche, no la estaba entendiendo y eso le fastidiaba.
―Venga, cari, no te enfades, a ver, cuéntame.
Ésta no dijo nada, levantó la vista y con pesadumbre la volvió hacia el camarero que estaba en el otro extremo de la barra, suspiró y volvió a bajar la vista mientras se pellizcaba la mano.
―Uy, uy, uy, uy… ―exclamó Gael apartándose unos centímetros hacia atrás, como para coger perspectiva de la situación, parecía una de aquellas señoras que en la charcutería se apartan ladeando la cabeza y apretando el morro para ver mejor los productos de la nevera―. Tú estás enamorada. ―Elvira se rió―. Vale, llámalo X, cari, pero tú estás pilladísima y eso te está matando.
Elvira lo pensó unos segundos. Tenía razón en cierto modo. Ella también se estaba dando cuenta y lo que había empezado como una ilusión se estaba convirtiendo en algo silenciosamente angustioso. Tenía que admitirlo:
―Se llama Rafa, es mi vecino y llevo 5 meses enamorada de él sin poder decir ni una palabra porque se supone que somos amiguísimos.
―Putadón.
Elvira le explicó que no se lo había contado a nadie, ni a sus amigas, que se sentía ridícula diciéndolo en voz alta, que sin más, que ya se le pasaría, que tampoco era para tanto.
¡Llámalo! ¡Ni hablar! ¡Llámalo y dile que venga! ¡¿Estás loco?! ¡Cari, llámalo! ¡Es la una de la mañana! Esto es Madrid, cari, seguro que anda de cena por ahí, ¡llámalo! ¡NOOOOOOOO!

Minuto y medio después:
―Esto… esto… ¿Rafa?, sí, sí, soy yo, oye, es tarde y siento que… ah, ¿sí?... ¿En Callao?… ¿qué dices?, ¡ja, ja, ja, ja! Claro… vale, vale… sí, en el bar de al lado del Templo del Gato… ya… dos mojitos, vale, genial, adiós…, sí, sí, agur.
Al colgar, Gael se abalanzó sobre ella gritándole que era la mejor, mientras ésta daba palmitas al ritmo de su oe, oe, oe, oe. Nuevamente el bar entero los miraba.

Trece minutos después, Rafa entraba por la puerta del bar. Al verlo, Elvira se atragantó con su propia saliva porque ya estaba con ese taca-taca-taca-taca en el pecho.
Chiquitina mía, le dijo mientras la escondía en un tierno abrazo. Cómo le gustaban aquellos abrazos a Elvira, cómo se dejaba querer, cómo anhelaba que no fuera oficialmente para siempre.
La joven presentó a los chicos. Gael enseguida empezó a hacerle preguntas sobre esto y aquello. Rafa se reía, le hacía gracia su forma de expresarse. Le estaba cayendo bien, muy bien aquel tío. Elvira los miraba sentada en su taburete mientras bebía el final del mojito. Notó la mano de Rafa en su espalda, se la frotaba suavemente en círculos. Rafa era de esos chicos amables y protectores y ahí estaba con su lenguaje no verbal: estoy bien, me gusta tu amigo y me encanta que me hayas llamado. Rafa era así, siempre pendiente de que todo el mundo se sintiera a gusto.
Elvira se relajó y preguntó por otra ronda.

Ya con un cubata en la mano, Rafa le dijo a Elvira lo guapa que estaba, que no sabía qué era pero que la veía cambiada. Gael, por detrás, haciendo muecas y dibujando corazones en el aire. A Elvira le costaba no reírse.
Aprovechando que Rafa acababa de irse al baño, Gael se explayó:
―¡Me encanta! ¡Este tipo es maravilloso! ¡La perfección hecha hetero! Cari, cari, cari, hoy te lo tiras seguro, lo tienes bobo perdido, pero ¿tú le ves cómo te mira, qué te dice, cómo te toca?, ¡¡¿y esos abrazos?!! Te digo yo que a partir de hoy puedes enterrar la anécdota del judío, hay material nuevo.
Mientras se reía, Elvira sacaba su móvil del bolso, estaba sonando. Puso cara rara. Gael le preguntaba qué pasaba. No me lo puedo creer, decía ella al auricular. Gael se tapaba la boca intentando escuchar la conversación acercándose lo máximo posible. Pues cógete un taxi y vente, ¡vente ya!
Rafa llegó del baño y al ver la cara tan seria de Elvira preguntó qué pasaba.
―Nada, Silvi, mi amiga de la que te he hablado varias veces, pues resulta que estaba con un amigo en el Lateral de Chueca ―prefirió omitir lo de la cita a ciegas no fuera a creerse que eran dos frikis desesperadas―, y que le ha dejado colgada, en plan: ahora vuelvo, ahora vuelvo y el tío se ha largado.
Gael abrió los ojos como platos y empezó a sacudir la mano como si le quemara, qué fuerte, qué fuerte, murmuraba.

Entre los tres sacaron un montón de teorías sobre lo que podía haber pasado. El más conciliador, por supuesto, fue Rafa: no sé, es posible que se haya encontrado con alguien y se haya liado la manta a la cabeza. El que menos Gael: ¡sí, con su ex!
Y Silvi llegó. No pudo contar nada nuevo, sabía lo mismo que los tres. Gael se responsabilizó en llamar al día siguiente a Marcos y aclarar el asunto, mientras tanto Rafa se presentó, ya que nunca habían coincidido, y la invitó a un gin tonic. Rafa siempre pensando en todos.

La tertulia comenzó tranquila, Rafa habló de su aburrida condición de consultor en un banco y Silvi le gastó irónicamente un par de bromas sobre su profesión, después le contó que a ella le apasionaba ser abogada. Pero a eso de las 2.30 de la mañana, en el bar empezó a sonar Barbra Streisand de Duck Sauce, y con ella la hecatombe.
Gael y Elvira, absolutamente poseídos, saltaron de sus taburetes y comenzaron a bailar sin ningún tipo de acuerdo rítmico. Se cogían, se soltaban, se daban vueltas, saltaban paralelamente, levantaban los brazos, se agachaban, se cogían de nuevo, se señalaban haciendo gestos raros, quizá pretendían ser originales, pero eran gestos raros y, cuando por fin se terminó aquel infierno de canción, volvieron a sus taburetes tambaleándose entre carcajadas.
Pero algo había cambiado. Gael clavó su mirada en Elvira y ésta en la mano de Rafa que sujetaba la cadera de Silvi mientras que ella le quitaba migas imaginarias del pelo acariciándole con la nariz su sien.
Elvira se llevó la mano al esternón, Gael la seguía mirando, después tomó aire pero se le entrecortó, le pasaba cuando se ponía nerviosa, era una sensación de no poder abarcar todo el oxigeno necesario para continuar con esa inspiración, el respirar se volvía actividad consciente y era tremendamente ardua llevarla a cabo.
―Elvira, cari, ¿nos vamos? ―preguntó Gael con rapidez al tiempo que recogía los abrigos, quería largarse, veía a su amiga amoratarse por segundos, aquello la iba a matar.
―Sí… ―dijo a media voz―. ¿Rafa compartimos taxi o te has traído la moto? ―Gael al escuchar la pregunta cerró los ojos, no quería ni oír la respuesta.
―Pues, es que, no sé… ―Miró a Silvia y preguntó―: ¿Te quedas? ―Ésta asintió fingiendo timidez y luego le pasó la mano por el cuello sonriendo como sólo ella sabe hacerlo, con esa hermosura tan natural a la que nunca Elvira pudo aspirar.

Con mimo, Gael tomó de la mano a Elvira y la sacó del bar. Le enroscó la kilométrica bufanda gris al cuello, le puso el abrigo, y la besó en la mejilla y en la nariz, pero ella parecía estar ausente. Salió a la carretera y paró un taxi. Dentro, Elvira dictó en voz muy bajita su calle y después Gael la repitió en alto y, además, añadió la suya.
Ya frente a su portal, Elvira bajó del taxi besando a su amigo.
―Venga, cari, échame una sonrisa guapa de las tuyas ―le gritó el chico asomado a la ventanilla del taxi, pero Elvira ni se dio la vuelta―. ¡Ahueva, pinche chingona, ráscame una risota, güey!
Elvira se dio la vuelta cuando ya estaba abriendo el portalón y no pudo evitar decir con lánguida sorna:
―Así no hablan, lo haces fatal…
―Lo sé, cari, pero ¡es que soy de Albacete, coño! ―gritó al tiempo que el taxi arrancaba.
Elvira se rió y, cerrando la puerta tras de sí, asumió encontrarse con sus temidas soledades nuevamente.

3 comentarios:

Elvira Rebollo dijo...

Ánimo, chicas! que esta historia es larguita, ¿eh?

Kaña-mon dijo...

Elvira!! con lo contenta que estaba yo con la historia, lo que me estaba riendo, lo que me gusta la letra de la cancion de Barbara, jajaja, y de repente... qué ha pasado? Jooo, que disgusto... joeeeeee, quiero parte III con final feliz!!!!! Ayyy, que vida tan perra, jajaja. Pero como siempre, encantada de leerte!!! bsotes

Elvira Rebollo dijo...

Ayahara, mil gracias, si es que la Loca Novelife somos todos!! ;-D
Y ánimo con tu Rafa, no te desanimes que al final caerá, todos caen...
Beso enorme, loquísima!!

Y a las dos os digo que habrá que escribir un cuento de final feliz que ya toca, no? Mua!