Sin título de Ana María Pérez
―Cari, de verdad, qué coñazo eres. Mira, qué solete tan rico hace, ¿eh? Noviembre y este solete, aquí sentaditos los dos, terracita, Plaza Dos de Mayo, cervecitas… Ay, si es que Madrid cuando quiere da…
―Odio el sol… ―respondo a Gael, secándome las lágrimas con un kleenex.
―Joder, menos mal que Dios, sabiendo que le salía marica, me dio paciencia.
Lo miro escondiendo la risa en el pañuelo. Porque cuando estoy triste me gusta estarlo 24 horas al día, con sus 1.440 minutos y sus 86.400 segundos. Firme en mi desidia, sin tregua, angustiada hasta la médula, no hay lugar para las risas. Pero Gael se da cuenta y me achucha con fuerza, mientras repite una y otra vez que doy mucha guerra. Después, acunada en sus brazos, le oigo criticar a Rafa, alabar mi nuevo corte de pelo, menospreciar el gusto de todos aquellos que han criticado mi novela, piropear mi risa y lamentarse de no ser hetero para poder disfrutar, en ese momento, del roce de mis tetazas en su pecho.
Reconfortada como una niña que acaba de creerse la falsa realidad dibujada, me termino la cerveza y le digo a Gael que entro al bar a pedir otras dos y, de paso, a mear. Cuando salgo con los dos botellines en la mano, veo a Gael hablando con una pareja. Me acerco, saludo, dejo las cervezas en la mesa y me presento. Ella, Marta, es hermana de Ramón, el ex de Gael. Él, Quique, es el recién marido de Marta. Nos sentamos los cuatro.
―Y ¿a qué te dedicas? ―me pregunta Marta.
―Soy profe.
―Anda, qué chulo, ¿de niños?
―Sí, niños de 22 añitos ―respondo con rabia contenida. Y es que el que midiera un metro y medio y pesara 45 kilos, no significaba que mis pupilos tuvieran que ser pitufos.
Gael entra en el bar para pedir sus consumiciones. Marta aprovecha y me pregunta por él, por cómo lo veía tras la separación de Ramón. Le contesto que muy bien, que es un tío optimista y que se pone el mundo por montera. Me pide que lo cuide, porque en el fondo se trata de una persona muy sensible y un poco débil. Bebo para evitar mirarla con asco. Llega Gael con un té para ella y una Cocacola para él. Amargados.
―Gracias, guapo. Le estaba contando a Elvira lo de la empresa de catering que hemos montado Quique y yo.
¿Ah, sí?, ¿me estabas hablando de eso?
―Es un lujo trabajar desde casa. Por la mañana recogemos pedidos, y a eso de mediodía nos ponemos en marcha con la cocina, y a las siete salimos con la furgo a servir las cenas.
―Suena bien eso de estar juntos todo el… santo día ―digo. Gael carraspea.
―Un lujo, ya te digo, un lujo. Bueno, es que Quique y yo es como si fuéramos una sola persona. Pensamos lo mismo. La idea fue de él, y es verdad que yo le di forma, pero estamos de acuerdo en todo, es muy fuerte, pero es verdad.
Quique la mira y con una sonrisa le toca el pelo con cariño.
Como un acto reflejo me toco el mío, parece estropajo.
Joder, y yo me pregunto qué es lo que hago mal. Mi último novio había pretendido durante un año convencerme de que era retrasada mental, estaba paranoica, además de ser una verdadera putonga.
―Oye, ¿sabéis lo que podemos hacer? ―dice después de haber pegado un sorbito a su té―. Organizar una cena en nuestra casa. Y así podéis criticar nuestras dotes culinarias. Elvi, puedes traer a tu chico.
―Elvira ―corrijo. Siempre he odiado que desconocidos abreviaran mi nombre con obscena confianza. Gael carraspea de nuevo―. No tengo chico, vamos, que lo acabamos de dejar, sin más.
―Ostras..., bueno, sin más no, claro, tienes que estar pasándolo mal. Digo yo que será duro, muy duro ―afirma ella ¿empatizando?―. Es que es una edad complicada. Los treintañeros es lo que tenemos, que encuentras a esa persona que se identifica con tus proyectos de vida o… vamos, estás condenado a pasar por un indefinido tiempo de soledad que asusta, ¿no?
―¿Qué…? ―digo mordiéndome los carrillos por dentro, porque estoy a punto de llorar. Me coloco el bolso sobre mi regazo y lo aprieto.
―¡Hostia, Marta!, ¡qué dramática eres! ―exclama Quique dándole un cachete en el muslo, ella se ríe. Después me mira y dice―. Tranquila, Elvira, es difícil que alguien pase por alto esa sonrisa tan guapa que tienes.
Los había juzgado mal. Pensaba que ella era la típica pedorra y él el típico calzonazos. Pero no. Son reales. Ella segura de sí misma, con energía para iluminar la peor de las tinieblas. Él sensible cocinero, creativo y enamorado. Se llevan bien. Funcionan a la perfección como equipo, y seguro que en la cama saltan chispas.
Con enorme esfuerzo sonrío a Quique y le agradezco su comentario.
Dos semanas más tarde, al fondo de un bar de Lavapiés, me seco las lágrimas con un kleenex mientras le digo a Gael que odio la lluvia. Él se ríe y me achucha. Mira al frente y me suelta de golpe. Con nerviosismo me espeta que nos larguemos. Se levanta, recoge sus cosas y deja sobre la mesa un billete de 5 euros.
―¿Qué pasa…? ―pregunto imitando su susurrante tono de voz.
―Nada, que nos vamos, ¡corre…!
Gael me tira de la manga del abrigo para que salga por la puerta lateral, no por la principal. Eso hace fijarme en las mesas de delante, y es cuando también lo veo. Quique se la está comiendo a besos. No es Marta. Miro a Gael. Éste abre la puerta y salimos sin decir nada. Aprieto los labios para no sonreír, porque me asusta comprobar cómo el mal ajeno resulta, en este momento, tan placentero.
7 comentarios:
:))))))))))...te sonrío enorme con complicidad manifiesta...jajaaaa...
MENCANTÓ!!
Besazo!!
Pero Elvira estás segura? Igual era Marta con peinado nuevo o algo!! Ay qué gente, y tanto que las apariencias engañan. Bss
Lo sabía! sabía que tanta felicidad y perfección no podía acabar bien! Besos!
No, no era Marta con peinado nuevo, no... era OTRA
Puuufff...... Menos mal ... Qué envidia más askerosa y que empatxo me estaba entrando, por Dios ....
Yo envidiaba a la gente que iba por la calle cogida de la mano porque pensaba que estaban enamorados... hasta que fui de la mano de un rollo cualquiera. Nunca se sabe desde fuera lo que verdaderamente hay entre dos! (a veces incluso ni dentro, jijiji)
Pues seré así de raspa, pero a mí Marta me caía mal, pero vamos, que hasta me ha dado penita por ella XD.
Qué mala malísima eres,jajajaja
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