Tenía
18 años y estaba en primer año de la universidad. Estudiaba psicología. Había
suspendido todas las asignaturas del primer cuatrimestre, así que estando en el
segundo tenía bastante claro que aquello no era lo mío, aun así decidí terminar el curso, simplemente, por curiosidad. Un día, en la asignatura de
Aprendizaje y Condicionamiento II, a un grupo reducido de 10 estudiantes nos
llevaron al laboratorio y nos asignaron, a cada uno de nosotros, una pequeña
jaula, con un comedero en lo alto del que salía un embudo, y una bombillita
roja en uno de los costados con un pequeño botón a su lado a modo de interruptor.
Dentro de la jaula había una ratita blanca de ojos rojos. Instintivamente metí
el dedo entre los barrotes para acariciarla.
―Las
ratas no se tocan ―dijo la profesora. Así que me apresuré a sacar el dedo y
miré al techo para disimular―. Tenéis delante de vosotros la caja de Skinner ―dijo
a continuación―. Debéis conseguir que la rata presione el interruptor junto a
la bombilla. Recordad la manipulación de su conducta por medio del estímulo
reforzante, en este caso el alimento.
Levanté
la mano porque algo no me encajaba y pregunté:
―¿Qué
pasa si no quiere comer?
―Querrá,
créeme, lleva dos días en huelga de hambre.
La
clase se rió y, sin darle mayor importancia, se volcó en sus cajas. A mí, en cambio,
se me retorció el estómago. Observé a mi pobre rata, muerta de hambre, chuparse las manitas, luego
frotarse el hocico y correr de un lado a otro de la jaula desquiciada perdida.
Así que decidí darle de comer sin ningún tipo de criterio. “Come, bonita, come”,
le decía. Tres días más tarde la
profesora se paseaba por cada una de las cajas para ver el resultado. Al llegar
a la mía, vio cómo una bola enorme de pelo blanco tenía la boca encajada al
embudo del comedero diciendo “dame más, dame más, oh, yeah”.
―Eres
Elvira Rebollo, ¿verdad?
―Sí.
―Suspendida.
―Gracias.
Bien, suspendida, pero la manipulación de un ser vivo con carencias básicas, me parecía algo aberrante.
Bien, suspendida, pero la manipulación de un ser vivo con carencias básicas, me parecía algo aberrante.
Trece
años después, conocí a un hombre que me convirtió en ese ser vivo manipulado aberrantemente. Tenía el don de marcar con sutileza cada uno
de mis defectos. Así, poco a poco, como el envenenamiento con raticida. Cuando
acabó con mi autoestima, me metió en una caja y decidió atenderme y darme todo
ese cariño que, según él, nadie había conseguido darme. Era uno de esos hombres
tan atentos que me tenía el comedero a rebosar, porque él disponía del hambre
que yo debía tener. Qué bueno era, y cuánto me quería. Pero un día no presioné
el interruptor y la luz no se encendió. Supongo que si la rata se hubiera revelado
dentro de la jaula, Skinner no se lo habría pensado dos veces y hubiera
contraatacado activando el suelo electrificado. Porque el objetivo es
condicionar, manipular, bien sea con refuerzo positivo o negativo. Y aquel
hombre también electrificó mi caja, hasta hacer la convivencia insostenible. Me
marcho, le dije, y recogí mi autoestima rota en pedazos y esparcida por toda la
caja. Con paciencia la he ido cosiendo hasta convertirla en un original patchwork, como los que hace mi prima.
Ahora
estoy enamorada de un chico que viste camisetas negras y que,
al poco de conocerme, retiró el comedero y me preguntó directamente:
―Nena, ¿tienes hambre?
―No
―respondí, levantando la cabeza del portátil.
Y
entonces él dejó que siguiera disfrutando de mi libertad sin ningún tipo de
condicionamiento.
4 comentarios:
Yo también recuerdo la rata que adjudicaron a nuestro grupo, pobrecita ella.
Me alegro de que hayas unido tus pedacitos, te habrá costado, pero una tela hecha de trozos es mucho más bonita y única en el mundo.
Un besito.
pd. a mi también me gustan los que llevan camisetas negras...
:)
reeurdo el experimento de skinner, también que hicimos llorar al profesor que nos lo explicó (3º de bup, 15-16 años)..algunas veces me rrepiento, me da un poquito de cosa, pero cuando recuerdo sus labios bulbosos y cómo se los mojaba con la lengua a la hora de explicar, pienso que las cuatro amigas (las mejores notas de la clase) hicimos bien en plantear la discusión pública...que conste, sólo le hicimos ver que las gallinas no vuelan (era otro apartado del tema de la semana)
Pero lloró.
Él lloró.
De impotencia. Nunca se me olvida.
Un beso, Elvira
No hay nada como que te den libertad para irte para que quieras quedarte.
Y lo eficiente que es el condicionamiento para algunas cosas, y lo difícil que es escapar de verdad de él... los trocitos al final los has cosido como tú has querido, que es lo importante.
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