Vísteme despacio de Javier Avi
Odio las bodas.
Clara se casa, dijo Marieta. Y mientras Blanquita daba
palmaditas y enumeraba los posibles vestidos que podría llevar, yo me retiraba
el sudor frío de la frente y enumera los euros que me quedaban en mi cuenta
corriente. Adoro a mis amigas. A algunas de ellas las quiero más que a mi
propia vida, aunque siendo una depresiva que desea morir antes de los 40, no es
decir mucho, pero sí, las quiero con locura. Sin embargo me he cagado en todas
sus bodas. Creo en el amor, lo considero el ibuprofeno del alma. Amo amar. Y
por lo tanto, no entiendo cómo alguien un día se levantó y dijo: “Voy a
inventar las bodas. Que sea una fiesta en la que los novios y los invitados se
disfracen, que las familias se enfrenten, que el banquete cueste una pasta y
para compensar que los regalos sean igual o más caros”. Este hombre, decididamente,
odiaba a su novia, a la familia política y a la suya propia, y a sus amigos. Aunque
también es posible que lo inventara una mujer. En ese caso, habría sido creado
con el único fin de mostrar a todos sus allegados lo mucho y, sobre todo, lo bien que quiere a su hombre. “Le quiero,
¿ves?, y por eso llevo unas cortinas como vestido, y un moño que me hace 30
años más vieja, ¡porque le quiero, le quiero, le quiero!”. La mujer es muy de
reafirmarse y más si hay gente delante.
—Blanquita, ¿tú te vas a casar? —pregunté después de
repasar mi cuenta bancaria.
—Pues sinceramente, a estas alturas ya se me pasó la ilusión.
Andoni y yo estamos bien como estamos.
—Gracias… —respondí con enorme gratitud—. ¿Y tú, Marieta?
—¡Ya está la enana de mierda con sus preguntitas!, ¡¿pues
tú me dirás con quién?! Qué asssco de
vida… —Creo que Marieta también es de las que quiere más a sus amigas que a su
propia vida.
—Joan… —dije susurrándole en la nuca—. ¿Estás dormido…?
—Ya no… —contestó resoplando y dándose la vuelta en la
cama.
—¿Tú quieres casarte?
—¡Acabáramos!
—Es que Clara se casa.
—¡¿Y?!
—Digo. No sé. Ha sido una pregunta sin más.
—Jo, nena, tú y tus preguntitas.
—Eso dice Marieta.
—Que se casa.
—No, lo de las preguntas.
—¿Pero qué dices? —Y se rió. Después me abrazó y me dijo—.
Vale, hagamos un trato.
¡Sí! Me encantan los tratos. Hago la cena, si bajas la
basura. Fumas en casa, si pagas un euro de multa. Escuchamos a Gotthard, si luego ponemos a Macaco. Vemos Muchachada Nui, si luego cae la de Cuando un hombre ama a una mujer. Si friegas, te doy un beso. Pero nunca
le basta con un beso…, así son los tratos.
—¡Vale! —acepté entusiasmada.
—Si coges el ramo, nos casamos.
—¿De verdad…?
—Tú coge el ramo.
No pude dormir aquella noche, ni las noches de las tres
semanas siguientes. Y es que no era para menos… ¡Me iba a casar! Había conocido
a un hombre entre los tomates del Carrefour, y dos meses después pactábamos nuestra
boda, ¡ni en las mejores pelis de Meg Ryan!
Llegó el gran día y me enfundé en aquel ajustado vestido.
Fue elección de Joan, todo hay que decirlo. No me quedaba mal, aunque con tres
kilos menos hubiera podido respirar mejor. Me aconsejó hacerme una alta coleta
con tupé, porque me daría un toque más rockero. Dice que a pesar de mi aspecto
moñoño, tengo alma rockera. Yo tengo mis dudas, sinceramente.
Entré en el hotel.
—¡Ostras, Elvira, qué cambio! ¡Qué guapa!
—Gracias. Y tú, Elena.
—¿El vestido es de Purificación García?
—¿Eh?, no, no, del mercado de Fuencarral.
—Oh…
Encontré mi hueco entre Blanquita y Marieta. Me preguntaron
por el protagonista de mi cambio de look.
—En Madrid. No ha podido venir, tenía que presentar el
proyecto final de dibujo —Las dos se lamentaron y me expresaron las ganas que
tenían de conocerlo. Pronto, pensé, en mi boda.
Habían montado una carpa en el jardín del hotel, donde
los novios se intercambiaron unos poemas y promesas varias. No hubo ceremonia.
Blanquita me explicó que, en realidad, se habían casado la semana anterior en
el juzgado. Después, un amigo de la cuadrilla de Mikel, el novio, tocó con su
trompeta Mission Impossible. Tuvo su
gracia, la verdad. Y tras felicitarlos,
empezaron a llegar camareros portando todo tipo de canapés y copas de
vino. Empecé a impacientarme. Hablaba con unos y otros sin saber muy bien lo
que me estaban contando. Sólo pensaba en el momento del ramo. Pero el tiempo
pasaba. Me tragué 12 canapés, 5 copas de vino, 2 de champán, bailé unas 20
canciones, expliqué a 8 personas que el vestido no era de Purificación García,
y a 13 que Joan no había podido venir. Acompañé a Blanquita 4 veces a fumar, y 3 a Marieta al
baño. Me recoloqué las tiritas, de los dedos de los pies, en un par de
ocasiones y me perfilé los labios cuidadosamente antes de la tercera copa,
después no me importaba salirme de la línea. Pero y… ¿el ramo? En la canción
21, vi a Clara atravesar el jardín, iba sola. Me descalcé y corrí tras ella.
—Clara, necesito hablar contigo —dije sujetándola del
brazo.
—¡Elvi! ¡Pero qué guapa estás!
—Sí, sí, no es de Purificación García. Oye, el ramo.
Mira, voy a ser muy directa: tienes que darme el ramo a mí. Si habías pensado en Blanquita, no te preocupes, no lo quiere,
me lo dijo ayer. Esto entre tú y yo: no se casa. Y Marieta con su asssco de vida, parece que tampoco. Así
que soy tu única amiga soltera, por lo tanto debes darme el ramo. Dámelo.
—Elvi, te lo daría encantada, pero no tengo.
—¿Cómo…?
—He pasado de tradiciones y chorradas. ¡Mírame! ¿Tengo
pinta de llevar un ramo?
La miré. Es cierto que la había visto toda la noche
revolotear por el jardín, sin embargo
era la primera vez que la miraba. No llevaba cortinas, sino un vestidito de
volantes, color crema, por encima de las rodillas. Tampoco tenía un moño que le
avejentara 30 años, sino el pelo suelto recogido en dos finas trencitas. Era
una novia sin artificios, real y, enormemente, bonita.
—Estás preciosa... —dije.
Me abrazó y, después de besarme en la mejilla, entró en
el hotel. Me quedé allí, en medio del jardín, mirando a mis amigas bailar a lo
lejos y reafirmándome una y otra vez, aunque no hubiera gente delante, que no
me importaba, porque odio las bodas, odio las bodas, odio las bodas. Saqué el
móvil y le mandé un mensaje:
Perdí.
No hay ramo.
Me puse de nuevo los zapatos y, al acercarme a la carpa,
oí el bip de mi móvil. Lo saqué y
leí:
Te
compro un ramo, si te casas conmigo, ¿trato?
10 comentarios:
El día de mi boda me lo pasé pipa, pero reconozco que el moño, como bien dices, me hacía 10 años mayor y necesité media hora para quitarme todas las horquillas que me taladraban el cerebro. Un sin sentido...
Un besito.
Oe,oe,oeeeeeee! Que tenemos bodorrio de la Elvi!!!!
Estoy loca de emoción!!!! Una boda rockera!!!! Oeeeee!
Tendré que pasarme por Purificación García a ver los modelitos, porque... estaré invitada, ¿no? jejeje
Muaaaaaaaaaaaaaa!
¡¡¡Vaya, boda a la vista XD!!! Soy como tú, no me gustan las bodas, ni las tradiciones que van unidas a ellas, ni los vestidos ni los peinados... soy una Scroodge, lo sé.
¡Qué gran respuesta! Alguien así, sin duda, merece la pena :)
Itsas,por lo que te toca, creo que podríamos decir que tu boda realmente fue rockera ;-) Mmmuaaaaa!!! (y estabas guapísima)
Moniss, qué te parece en Las Vegas?, mira, Joan vestido de Elvis cogido de la mano de una mini Betty Boop, jajajaja!!!
Anchoa, pues ya somos dos!!
Miss Hurry, síiiiiiii!! merece la pena!! Besito!
¡Qué ilusión, tenemos boda a la vista!
Me encantan tus relatos y este, además de tu "toque", tiene cierto optimismo en el final que me ha alegrado el corazón. Muxuak preciosa!
Cómo me gusta el final!!!! :-) Felicidades!!!!!
Nooooooooo! Aiiinssss tenía que haber llevado ramo!?!?
Me encantan sus tratos !!
Y estabas ideal!
Hay una foto tuya en el photo call que me Flipa! Sabes cual digo?
Como siempre tus blogs se salen!
Muuuuuuaaaaaaa
Ma
Glori, cuánto me alegro!!
Amalie, gracias, amor!!
Ma!! quizá la de la sombrillita?? jajaja!! no sé, la verdad que fue una boda original y divertidísima, es cierto que faltó el ramo, pero te lo perdono... ;-)
Muaaaa!!
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