Adiós de Javier Avi
―¿Cuándo
crees que lo superaré? ―preguntó Gael.
―Pronto ―contestó
su amiga Elvira sin levantar la vista
del libro.
―Tu cama es
un asco. Todavía no sé qué hago aquí. Será muy bohemio esto de vivir en una
buhardilla, pero, hija, tenemos el techo a un palmo, ¡qué agobio! ―Ahuecó la
almohada y posó la cabeza en ella con incomodidad. Volvió a ahuecarla y resopló
tumbándose, finalmente, boca abajo.
―Gael, si no
te gusta te vas. No me marees. Fuiste tú el que no quería dormir solo, el que se
quiso venir por no estar en casa, porque resulta que al niño su casa le
recuerda demasiado a él.
―Eres mala.
Mala, mala, en plan amargadilla mala. ¡Bicho, fú!
Elvira cerró
el libro y lo miró.
―Gael, ¿me
vas a tocar las narices toda la noche?
―¡Es que no
lo entiendo! ¡No lo entiendo! Tenemos que apoyarnos, entendernos, consolarnos….
¡Se supone que tenemos que sufrir juntos!
―¿Por qué voy
a sufrir?
―¡Porque a
ti también te han dejado!
Elvira
volvió a abrir el libro, bajó la vista y dijo en casi un susurro:
―A mí no me
han dejado...
―¡Vaya que
sí! Tu pintor está ahora en Montpellier, dibujando a francesitas de sobacos
asilvestrados.
―Era una
oportunidad, ¿cómo iba a rechazarlo?, estaría loco. No es cualquier cosa, es un
estudio de ilustración, yo también me hubiera ido y tú, ¡qué coño! Que aquí
todos somos muy generosos hasta que nos tocan lo nuestro y entonces nos
olvidamos de los demás, pero la mala soy yo, ¿no?, la amargadilla soy yo,
¡claro que sí! ¿Quieres que te recuerde dónde está tu amado Raúl?
―Qué mala
eres… Mira, mira, si hasta te brillan los ojos viéndome sufrir...
―¡En Oviedo
con su agente!
Gael se dio
la vuelta dándole la espalda. Pasaron lo menos 5 minutos sin decirse nada.
―Vale, lo
siento… ―dijo ella. Cerró el libro y lo dejó a un lado de la cama, luego se
acercó a su amigo y le sopló la oreja.
―¿Te has
dado cuenta de que ahora tienes a dos ex viviendo en Francia?
―Yo seré mala,
pero tú eres perverso.
―Igual ya se
han conocido. Hola. Hola. Yo soy ex de Elvi. ¿Qué?, yo también. ¡Vaya!, esto se
merece un vino. Oh, claro, amigo mío. Sí, ¡brindemos por ella con un Château Pupufuá!
―¿Un Château
Pupufuá?
―Ríete, pero
ahora mismo tus ex están con copa en alto celebrando que se han deshecho de ti.
Elvira se
separó de Gael lentamente y se colocó boca arriba mirando a través de la
claraboya.
―Pienso
muchas veces en ello. En la cara de satisfacción que tenía Etienne cuando me
dejó. Estaba tan aliviado, estaba tan contento… Tenía tantas ganas, pero tantas
ganas de que me fuera de casa, de perderme de vista. Pasan los años y no puedo
olvidar su mirada de “lárgate, tía, no puedo más”. Se moría por verme
desaparecer de su vida. Imagínate durante cuánto tiempo lo tuvo que estar
rumiando, y yo sin enterarme de nada, de nada, Gael… A veces intuyes que va a
llover, pero aquello fue una galerna, sin aviso se volvió todo negro. Y ya. Me
marché y tiró de la cadena, fui una mierda que se fue por el retrete, y él se
quedó bien aliviado… Igual que Joan.
―Elvi, no
quise decir eso. Sabes que Joan la ha cagado. Su proyecto termina en marzo y
luego querrá volver, seguro que te echa de menos. No fueron maneras en cómo se
marchó, creo que sólo buscaba una excusa para poder irse sin ataduras, que los
tíos somos muy cómodos, cómodos y cobardes. Volverá con las orejas gachas, ya
verás. Y Etienne, pff, ¿quién es Etienne? Ah, ¿ese gabacho con el que salías
que se parecía a Robert Redford pero que seguro que ahora está gordo y calvo?
¿Ése que te dejó porque quería una vida loca y me apuesto el cuello a que ahora
está casado y cargado de hijos? Y casado no con cualquiera, no. ¡Con la típica
francesita adicta a la ropa y a los zapatos!, a los zapatos bailarinas para ser
más exactos, seguro que los tiene de todos los colores: con brillantina, de
charol, de leopardo, de ante… Y seguro que viste a sus hijos como repollos.
Sinceramente, a un tipo así no me lo imagino casado con una Marie Curie, ¿qué
quieres que te diga? Él es de los que necesita a una maruja en casa para
sentirse alguien. Y vale, tú tampoco eres la Curie, pero seguro que ahora
estará arrepentidísimo, porque por lo menos contigo tenía más espacio en el
armario. Cari, seamos sinceros, aquí la única que hizo de vientre, y se quedó
bien a gusto, fuiste tú. Y a Joan déjamelo a mí, que cuando vuelva le van a
caer un par de collejas por atonta’o, ya verás ya, qué pronto va a espabilar. Y
mientras tanto ¡a disfrutar! A ver, ¿cómo lo quieres?
―¿Cómo
quiero el qué?
―Pues al
tío-transición. Lo de tapiar con ladrillo puertas y ventanas se acabó con la
Bernarda Alba, ¿eh? En esta casa que entre el viento de la calle y que sople
bien fuerte. Nos vamos a poner moradas, cari… ¿Cómo lo quieres?
―Ay, pues no
sé, bajito, moreno, tronchito, con barba, tímido…
―Cari, ése
es Joan. Y no queremos a Joan.
―¿No lo
queremos?
―¡Joan,
caca. Caca, Joan! ―Bajando el tono de voz―. O por lo menos hasta marzo. ¡Bueno,
mira, ya elijo yo por los dos! ―Gael se arrodilló sobre la cama y extendió los
brazos en cruz. Alzó la vista hacia la claraboya y empezó a vocear―: ¡Oh, Eros,
dios del amor, en ti confiamos y… Cari, arrodíllate ―Elvira lo miró incrédula
pero obedeció―. Extiende los brazos, así, como yo. ―Elvira los extendió―. ¡Oh,
Eros, dios del amor, de la potencia, de las feromonas! Apiádate de este par de
almas que no tienen ná que llevarse a la boca. Envíanos a dos hombres, olvida,
oh, señor, lo de tronchito, perdónala,
porque no sabe lo que dice. Los queremos bien, con cuerpo y mango…
―¡Gael!
―¡Calla! Oh,
Eros, envíanoslos con un 45 de pie, larga nariz y manos venosas…
Se empezaron
a escuchar sirenas de la calle.
―¿Qué es
eso, Gael?
―Joder, ni
puta idea, pero eso suena a movida, seguro… ¿Hoy qué manifestación había?
―No sé, pero
si es casi la una de la mañana. Ay, Gael, me estoy acojonando, que las cosas
andan muy revueltas. Si parece que llega todo un ejército. Están en esta calle,
ha pasado algo gordo. Ay, Gael...
Gael se
levantó e intentó mirar por una de las claraboyas.
―¡No!, ¡mejor
por el ventanuco del baño! ―gritó Elvira.
Gael saltó
de la cama y se asomó por la estrecha ventana. Elvira se acurrucó en la cama
esperando noticias. Gael salió del baño con las manos en la boca.
―¿Qué ha
pasado?
―Ay, cari,
ay…
―¡Gael, por
favor, qué pasa!
―Eros… que
nos ha enviado dos camiones de bomberos, ¡dos camiones!, ¡uno para ti y el otro
para mí!
Gael cogió
el abrigo, se calzó torpemente, abrió la puerta y corrió escaleras abajo.
―Pero ¿adónde
vas, loco?
―¡Corre,
cari, que hoy nos riegan!
Elvira
sonrió. Entornó la puerta y volvió a la
cama. Comprobó su móvil, ningún mensaje. Se acomodó la almohada y, cogiéndolo
de uno de los lados de la cama, siguió leyendo La mujer justa.
4 comentarios:
jajjajaj siempre letras frescas
Hola Elvira!
De vez en cuando me dejo caer para decirte que te sigo leyendo y que me sigue encantando como escribes.
Besitos
Di-ver-ti-dí-si-mo!!!!!
Como siempre...
Mua!!
¡Hombres! (lo digo por uno y otro:)) Los hombres de transición son muy entretenidos y, oye, la vida hay que vivirla, que son dos días y no estamos para malgastarla (qué fácil es decir esto, pero es buena filosofía ¿no?)
Ya espero la siguiente entrega, ¿pasó algo con los bomberos? jajajajaja
Lopillas, muchas gracias, me encanta verte por aquí.Muuaaaa!!
Monis y Miss Hurry, veo que os ha entretenido, pues habrá segunda parte... ;-)
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