Sobre el ring todo preparado para el combate. En una de las esquinas, en la categoría de peso pesado: Vitatis Fastus; en la de enfrente: mi madre, en la categoría de minimosca. Injusto, lo sé, pero las trampas en este juego las conocemos todos.
—Ama, solo debes estar tranquila, pero pon de tu parte
porque esta mala bestia te va a machacar como te despistes —le dije desde el
otro lado de las cuerdas mientras le daba un enérgico masaje de hombros.
—Hija, de verdad, estate quieta ya con las manitas,
¡que me vas a descoyuntar! Tanta mierda con el combate. Mira, me tienes, me
tienes, ¡vamos!, ¡no te digo hasta dónde me tienes!, ¡pero cómo me tienes!
¡HARTA! Haz esto, ahora lo otro, así no, asá, que lo haces mal, tienes que…
¡Hasta la mismísima tolola! Todo el día con el consejito en la boca, eres la Doña
yo sé, ¿eh? ¿Te digo yo cómo deberías hacer las cosas?, ¿eh?, ¿te lo digo?
¡No!, y que conste que sé que hago mal porque tu vida no tiene ni pies ni
cabeza, perdiste el norte hace mucho tiempo, pero allá cuidados, ¡allá
cuidados! Así que ¿sabes quién va a luchar?, ¿sabes?, ¡pues Rita la Pollera! ¿Que
no la conoces?, pues te la presento un día de estos. Harta ya de tanta mierda,
hija, de verdad. Te lo repito: déjame un poquito ya a mi aire, que yo también
me merezco descansar, ¿o no? No voy a luchar, no voy a luchar y no voy a
luchar. ¡Dame un respiro, por favor!, ¿eh?, ah, y una lima que me acabo de
partir la uña, si es que me pones de los nervios...
Me bajé del ring mirándola. Sentada en el pequeño
taburete sobre la lona, se ajustaba el albornoz con coquetería, como si todo
aquello no fuera con ella.
De camino al vestuario a por la lima y un botellín de
agua, me encontré con mi hermano Gerardo.
—¿Cómo la ves? —me preguntó dándome un abrazo.
—No hay nada que hacer, dice que no va a luchar y que
no va a luchar y que no va a luchar, no hay manera, dice que la dejemos
tranquila, creo que es lo mejor. Esa mole la va a machacar, no merece la pena,
Gerardo, estamos hablando de Vitatis Fastus. Creo que es mejor anular el combate
y que se vaya sin un golpe.
—Ah, fenomenal, así que tiras la toalla. Muy bien. El
camino fácil. La huida. Creo que así no se hacen las cosas, Elvira.
Lo miré como se mira a un muro, con la certeza de que
las palabras seguirían rebotando.
—Voy a coger una lima, se le ha roto una uña —y me
marché.
—Pues luchará, ¿me has oído, Elvi?, ¡luchará como que
me llamo Luis Gerardo Rebollo!
Amén.
Diez minutos después regresé al cuadrilátero. Mi
hermano de cuclillas frente a mi madre le hablaba con una enorme sonrisa. Ella
lo miraba embelesada, podría ser su hijo como el amor de su vida. Me acerqué.
—… así que no te preocupes, no vamos a atacar, lo
importante es la defensa, evitar golpes. Eres muy ágil, mamá, sabrás
escaquearte. Recorre la lona e intenta cansarlo, necesitamos ganar tiempo, ¿me
has entendido? —mi madre asentía embobada—. Cuanto más tiempo consigamos mejor
podremos invertirlo en una nueva estrategia, pero tú por eso no te preocupes,
nos encargamos nosotros, ¿vale? Solamente sal ahí y defiéndete, sabrás hacerlo
muy bien, vales mucho, ama. —Se abrazaron. Gerardo, al oído menos malo, le
susurró un te quiero y luego haciéndome un gesto bajó del ring.
Me senté en la lona, junto a ella, apoyada sobre las
cuerdas.
—Tienes un hermano maravilloso —dijo mirando al
frente, directa a su oponente Vitatis Fastus—. Sé que no me lo merezco como
hijo, es excepcional, tan inteligente, siempre supe que iba a ser ingeniero, el
mejor de su promoción. Es único, como él no hay dos, eso te lo digo yo.
—¿Y entonces? —pregunté.
—Entonces , ¿qué?
—Que si vas a luchar.
—¡Y dale la burra al trigo! —gritó girando con rapidez
la cabeza hacia mí—. ¿Tú qué es lo que no entiendes?, ¡porque no creo
que sea tan difícil!
—Mamá, escúchame —dije levantándome y colocándome
frente a ella—. Acabas de prometer a Gerardo que lucharías, ¿sí?, ¿te acuerdas?
—¿A Gerardo?
—A Gerardo.
—Gerardo… —se observó la uña rota y se la rozó con la
yema del pulgar—. Tu hermano Gerardo es guapísimo, esos ojos verdes que tiene
te dejan sin palabras, es guapo de verdad. —Derrotada me dejé caer sobre la lona
y la seguí escuchando allí sentada, sintiéndome todavía más pequeña si cabe—.
Los tuyos bonitos no son, eso ya lo sabes, no vamos a andar ahora con tonterías
pero tienen ese brillito, un brillito que te hace ser muy especial.
Me levanté y la abracé, quería estrujarla completamente
pero estaba tan delgadita que me daba la sensación que iría a romperla.
—¿Vas a luchar? —pregunté mirándola. Las dos
llorábamos. Nos volvimos a abrazar, y se lo volví a preguntar—: Ama, ¿vas a
luchar?
—Anda, dame la lima que esta uña me está dando mucha
dentera.
De repente el estadio entero rugió. Al ring saltó el árbitro.
Del techo bajó un micrófono de mano que alcanzó y pidió a los púgiles
acercarse. Nerviosa ayudé a mi madre a quitarse el albornoz, salí del
cuadrilátero y busqué a mi hermano. Llegaba corriendo por uno de los estrechos
pasillos que daban al centro. Me cogió por el hombro y juntos observábamos la
escena bajo las cuerdas de la esquina.
—Todo va a ir bien —me dijo Gerardo—. No te preocupes.
No pude mirarlo, abrí el botellín de agua y bebí
despacio.
El árbitro presentó a los luchadores y cuando todo
tendría que dar comienzo, mi madre se acercó a él y le dijo algo al oído. Luego, con
calma y sin parar de sonreír, se dirigió a la esquina donde estábamos, se
volvió a poner el albornoz y se atusó el pelo.
—Pero, mamá, ¿qué haces? —preguntó mi hermano desde
abajo.
—¿Yo?, marcharme. El señor de la pajarita, que es encantador, me ha dicho
que la puerta está allí —y señaló al fondo.
Antes de que mi madre pudiera bajar del ring, el
árbitro alzaba el brazo de su contrincante y todo el estadio gritó enloquecido.
Ya era oficial, Vitatis Fastus había ganado el combate. Me llevé el botellín de
agua contra el pecho y me quedé así quieta hasta que me di cuenta de que mi
hermano saludaba a alguien con la mano. Me di la vuelta y vi a mi madre ya en
la puerta del fondo del estadio. Agitaba la mano y nos mandaba besos al aire.
Parecía una reina. Nos hizo reír. Volvíamos a ser dos niños, sus dos niños.
Abrió la puerta y se marchó.
—Agur, ama… —dije bajito.
—Agur, ama —dijo Gerardo con un poquito más de voz.
A mi ama
5 comentarios:
Preciosa despedida, Elvi, así se hace. Intensamente emocionada...Un besazo!!!
Con un nudo en la garganta te abrazo muy fuerte, Elvira. Hace menos de un año que también mi madre me dijo adiós. Te quiero mucho.
Me ha encantando.
Cuántas emociones he sentido detrás de esta triste despedida.
Su descripción, la de ella, mi amiga, enorme y los dos personajes que has llevado a escena los he visto auténticos, reales.
No os olvido, ni tampoco que mañana será tu estreno teatral para el que te deseo suerte infinita. Musuak.Glori
Ay, nena, lo siento un montón.
Un besazo.
Jo qué chulooo...! Eres una artistaza!!
Me ha encantado también la foto que has elegido para ilustrarlo. La niña de la bañera es una monada ;-)
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