23 ene 2021

Maniac

 

Fotograma de Flashdance de Adrian Lyne

Entré en casa de Bea. La puerta estaba abierta. Silencio absoluto. ¿Bea?, pregunté pasando al salón. La encontré en uno de los extremos del sofá hecha una pelota. No me miró.

—¿Has cerrado la puerta de la calle? —preguntó.

—Sí —respondí.

Me apoyé en el mueblecito de la tele. Me quité el abrigo y las manoplas que me había hecho una amiga de Bilbao. Las observé y con cariño las metí en el bolso.

—Son bonitas —dijo al darse cuenta de mi celo.

—Lo son.

Dejé al abrigo y el bolso en el suelo y esperé.

—Me ha dejado, Elvira. Markus se ha ido.

Respiré profundamente, el 2021 acababa de empezar pero ya se me estaba haciendo largo. Me atusé el flequillo y me masajeé las sienes. ¿Qué podía decir?

—Nana, nananá, nanananananá, mmmmm… In the real time world, no one sees her at all, they all says she’s crazy… nananá, nana, nanananananá, naaaaaaaa…

—¿Qué dices?

—Canto —respondí.

—Cantas. ¿Y qué cantas si se puede saber?

—… nananá, nana, mmmmm, nanananá, she’s a maniac, maniac on the floor!

Y plantándome en medio del salón hice una pirueta con los brazos en cruz. He de decir que en mi cabeza lo ejecuté mejor.

Bea y yo teníamos una peculiar forma de consolarnos, seguramente porque ninguna de las dos lo sabía hacer mejor. A principios de 2018, Bea me llamó para tomarnos unas cervezas. Hacía más de 6 años que no la veía, desde que se fue a Berlín a probar suerte en el teatro. Me hizo ilusión. Madrid es un intercambiador. Siempre obligada a despedirte de gente que nunca sabes si volverás a ver.

—Te veo bien —me dijo.

Ella estaba espectacular. Ceñida en unos vaqueros oscuros, con una camiseta blanca, una larguísima melena ondulada y unos labios rojos que marcaban su potente sonrisa. Era una bomba de energía.

—Sí, estoy bien —contesté un poco abrumada por su vitalidad.

—¿Tienes un orzuelo? —preguntó señalándome el ojo derecho.

—¿Eh?, oh, no, no, no, es así, a veces se me cae el párpado. Va a días —Sonreí—. Es que, el año pasado, me quedé ciega de este ojo y me lo han operado 3 veces. Es una enfermedad.

—Coño, qué movida, ¿no? No te queda mal, tienes un aire a Whitaker, al actor, ¿sabes? Pero tú en guapa, claro. Bueno, piensa que todavía tienes otro ojo.

—Sí, aunque también lo perderé, pero dentro de unos años. Es una enfermedad —repetí.

—¿Ciega? Joder con la puta enfermedad, para eso es mejor tener un cáncer terminal y morirte en unos meses, ¿no? Vamos, pienso yo, porque a mí me pasa lo que a ti y me pego un tiro.

—Sí, yo lo estoy sopesando…  ¿Y tú? —pregunté.

—¿Yo? Pues tengo los dos ojos intactos y además sigo follando como una perra, siempre se me dio bien.

Sonreí.

—Lo de tener pareja estable no va contigo, ¿no? —dije.

Dio un trago largo a su cerveza y después me miró.

—No, no va conmigo. —Sacó el móvil de su bolso y me mostró una fotografía. Salía con un chico recostada en un sofá. Eran pura sonrisa—. Es Pablo, mi chico, vivíamos juntos. Casi un año viviendo juntos. Se mató hace 6 meses en un accidente de moto.

Cogí mi cerveza y la sostuve entre las manos.

—Lo siento —dije—. La viuda y la ciega podría ser el título de una obra de teatro, ¿no?

Nos miramos y rompimos a reír como dos locas. Acabábamos de encajar de nuevo. Esa noche confirmamos que seguíamos concurriendo el mismo universo amoral que tanto nos había unido hacía 8 años.

—Bea, ¿sabes qué canción es? She’s maniac, maniaaaaac on-the-floor!

Beatriz levantó la cabeza.

—No he sido la mejor persona del mundo, pero creo que tampoco me he portado tan mal como para sentirme tan sola.

—Es la de Flashdance

—No quiero seguir viviendo, Elvi, no así. Ya no tengo ilusión por nada. Es como si me hubieran vaciado por dentro.

Me arrodillé en el suelo y acaricié la alfombra. Era de pelo gordo. Escondí los dedos de la mano derecha entre sus nudos. Parecían lombrices. Sonreí. Apoyé las nalgas en mis talones, como una japonesita. Me acaricié las rodillas y me di cuenta de que tenía manchado el pantalón. Es café, pensé.

—Elvira…

Podía tratar mis propios deseos de morir, lo hacía cada día, pero qué difícil era enfrentarse a los de alguien a quien quieres con locura.

—También me sé la de Street of Fire, ¿te la canto?

—Vale.

Lying in your bed and on a Saturday night, mmmmm, nana, nananá, na-na-na…

La vi sonreír y yo también lo hice.

No hay comentarios: