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Fotograma de la película Midsommar (2019) de Ari Aster |
Nota: Este relato es la segunda parte de Café sectario
Mientras Elvira releía en voz alta el párrafo en el que
emparentaba la inquietud existencialista en el teatro de Unamuno con la de
Ibsen, Geraldine la escuchaba con los brazos prácticamente pegados al volante y
concentrada en la carretera.
—No se entiende —dijo.
—¿Qué no se entiende? —preguntó Elvira recolocando su
portátil sobre las rodillas en el asiento del copiloto.
—Lo de la herencia. No puedes afirmar como innovador que
el sentimiento de desapego vital es heredado, esa idea es la que empapela todo
el teatro del s. XVI y XVII. Busca otra perspectiva para explicarlo si no
quieres que te tumben en los 5 primeros minutos de exposición. —Elvira la miró
con desgana y cerró el ordenador de golpe—. No te enfades.
—¿Quién está enfadada? —Y después añadió entre dientes—.
Francesa rancia…
—Algún día me explicarás tu trauma con los franceses.
—El único trauma que tengo eres tú.
Geraldine se rio. Llevaba más de siete meses trabajando
codo con codo con Elvira y, aunque al principio le costaba gestionar sus
desplantes e improperios, había empezado a disfrutar de ese infantil malestar
que le generaba todo lo proveniente de Francia.
—Entonces llegamos y nos dejamos llevar, ¿no? —dijo
Geraldine intentando recuperar el buen humor de su compañera—. Tu amiga no sabe
que vamos, ¿es así? Lo que no me queda claro es si fingimos conocerla o no.
—Tú no tienes que fingir nada, no es amiga tuya.
—Geraldine volvió a soltar otra risotada, su compañera se le hacía muy cuesta
arriba, por más que lo intentara siempre recibía una bofetada de frente—. ¿De
qué te ríes?
—Bueno, es divertido pensar en lo mucho que inviertes por
caer mal a la gente cuando la realidad es bien distinta. Aquí estás, a punto de
implicarte en un grupo sectario de autoayuda durante todo un fin de semana para
sacar de allí a tu amiga. Mostrándote desde el principio como buena persona, ¿no
te ahorrarías mucho tiempo?
—De verdad que los franceses estáis hechos de lactosa, es oíros y me entra cagalera. —Se miraron un segundo y empezaron a reírse como dos niñas en medio de clase.
Aparcaron el coche frente a una bonita casa en la sierra
madrileña. Elvira echando un vistazo a los alrededores se decidió por tocar el
timbre de la verja. Nadie contestó. Las dos mujeres revisaron de nuevo la
dirección que en la oficina del centro de Madrid les habían dado.
—Será una experiencia única —les dijo la joven que les
atendió—. Federico, nuestro mentor, os ayudará a adueñaros de vuestras
emociones sanando el pasado. Y sé que nunca habéis asistido a algo tan, tan,
tan hermoso y bestial al mismo tiempo.
—No, no, no, nunca, te lo aseguro —contestó Elvira
ofreciéndole su tarjeta de crédito—. El retiro de mi amiga —y señaló a
Geraldine— también me lo cobras a mí.
—Ya, si no te importa, me haces el pago por Bizum, es más fácil, más cómodo, estamos
en 2022. Nos tenemos que ir olvidando de nuestras tarjetitas de plástico.
—Oh, oh, ya, por Bizum,
sí, sí, claro, sin recibo ni factura, cómodo y maravilloso todo este mundo.
—Sonrió mirando a su compañera de tesis y sacó el móvil.
Antes de salir de la oficina, la joven les indicó cómo
llegar en coche y les dio el programa de actividades que tendrían durante los
dos días de retiro.
—Vuelve a tocar el timbre porque es aquí —insistió
Geraldine frente a la verja de la casona.
Elvira tocó. Nada. Buscó la ranura del correo postal, la
abrió y voceó dos holas, tres eooos y un estamos aquí.
—Qué primitiva eres… —masculló Geraldine alzando la vista
al cielo.
La verja se abrió desde dentro. Un hombre de algo más de
cincuenta años con pantalones cortos y camisa de hilo azul clara las sonreía.
—Cristina y Léa, ¿verdad? —dijo apuntándolas con el dedo.
Ellas asintieron. La idea de no dar sus verdaderos nombres fue de Darío pero
pronto se dieron cuenta que, con el Bizum
y otros muchos detalles, estaban dejando rastro de sus verdaderas identidades,
aun así les resultaba divertido—. Ya me podéis perdonar. Estaba en la parte de
atrás, en la piscina y no he escuchado el timbre. El grupo está de senderismo,
regresarán en 40 o 50 minutos.
—Claro, llegamos un poco tarde.
—No pasa nada, ¿problemas en la peluquería?
Las dos mujeres no supieron qué decir hasta que Elvira
recordó que en la ficha, que tuvieron que rellenar sobre sus datos personales, afirmaban tener una peluquería.
—Sí, sí, sí, lo siento muchísimo, no queríamos abrir pero una clienta nos ha
llamado porque tenía una boda y pues, ¡vale, te peinamos!
—Oh, sí, sí, te peinamos, te peinamos, bien sûr! —Geraldine a los coros.
—Jamás debéis disculparos por daros a vuestro trabajo,
jamás, jamás.
—Jamás, jamás… —repitieron.
—Aquí aprenderéis a aplicar con éxito los 5 yamas del yoga a vuestro propósito, sea
cual sea: formar una familia, equilibrar cuerpo y alma o levantar una
peluquería, vuestra peluquería, tu peluquería, Cristina, tu peluquería, Léa. Aquí.
—Oh, vaya, oh, qué fantástico, es… tan, tan, fantástico,
¿verdad, Léa?
—Oh, sí, sí, muy, muy fantástico, grande fantástico.
—Os siento abrumadas y no lo quisiera, os acompaño a vuestra
habitación y después, cuando os hayáis hecho con el espacio y os sintáis
cómodas, os invito a un té en el jardín para seguir hablando mientras llegan el
resto de mentorís.
—Sí, los mentorís,
claro, somos mentorís, tú eres el
mentor y nosotros los mentorís. Mentorís, Léa.
—Oui, mentorís,
mentorís.
Dejaron las bolsas sobre las camas y al asegurarse de que
Federico ya había bajado a la primera planta se juntaron como dos imanes y empezaron
a reírse. Geraldine estaba absolutamente entusiasmada y le repitió a su
compañera, hasta cuatro veces, que nunca podría pagarle el que le diera la
oportunidad de observar tan de cerca a un narcisista de manual.
Federico les sirvió el té junto a la piscina y les pidió
que hablaran sin miedo sobre ellas, que no tuvieran temor, que no maquillaran
su pasado, que no aparentaran, que hablaran con la verdad para ir creando la
toma de conciencia tan necesaria para seguir construyendo un futuro sin
grietas. Geraldine comenzó inventándose un divorcio traumático por lo que tuvo
que huir de Francia y empezar de cero, primero en Murcia y ahora en Madrid. Y
Elvira se decantó por una complicada infancia con una madre ausente que le había incapacitado a día de hoy a responsabilizarse de sus dos hijas quienes vivían con
su padre en Santander y a las que veía cada dos fines de semana.
—Valientes, las dos. Inmensamente audaces. Nos cuesta
admitir nuestra vulnerabilidad pero fijaos en vosotras, qué transparencia. Con
esta sinceridad podemos construir los cuatro pilares fundamentales para
alcanzar nuestro propósito. —Les mostró la mano izquierda con cuatro dedos
alzados. Las dos mujeres lo imitaron y mostraron sus cuatro dedos en alto también—.
Exacto, los cuatro: cuerpo, mente, emoción y alma. —Elvira repitió alma levantando esta vez las dos manos
con un total de 8 dedos, Geraldine tuvo que mirar hacia otro lugar para controlar la
risa.
Después les contó una parábola sobre un panadero con una
furgoneta en un pueblo y un hombre con mucho frío que no tenía pan ni dinero
para comprarlo y de un vecino que tenía muchas barras en su casa y que un día
éste le explicó al friolero cómo hacerlo en su propia casa y desde entonces siempre
tuvo pan.
—¿Y el panadero? —preguntó Elvira.
—¿Perdón?
—Dejaron al panadero sin trabajo.
—No, emprendieron.
—¡Intrusismo capitalista! —exclamó.
Geraldine carraspeó.
—Es muy bonita, muy bonita —dijo la francesa—, una
historia muy inspiradora.
—Gracias, Léa, por escuchar. Es importante escuchar y apaciguar
nuestras voces rebeldes de pensamientos tóxicos y, Cristina, créeme, yo era
como tú, inconformista, subversivo, sedicioso, golpista… Yo era la
confrontación extremista entre mis emociones y mi alma, ¡yo! ¡Yo! ¡Fijaos en mí
ahora!, ¿lo diríais viéndome así de calmado, sosegado, apaciguado?, ¿lo diríais?
—Ah, mais non!, pas du tout, pas du tou.
Elvira apretó los dientes y parpadeó con lentitud, lidiar
con semejante charlatán le iba a costar más de lo que pensaba.
—Tranquila, Cristina, respira, sé cómo te sientes. Tu
mochila es tan grande que crees ver enemigos en todas partes pero no es así.
Soy Federico y voy a ayudarte a oxigenar tu pasado para que tu futuro no sea
doloroso. Empezaremos por el principio, simple, por el primer pilar: la salud,
eso es tu cuerpo, Cristina. Lo vamos a curar. Aquí.
Terminaron el té entre más parábolas y más pilares. Poco
después apareció en el jardín un reducido grupo de 6 personas, los mentorís, entre ellos, Beatriz que reía
a carcajadas cogida de la mano de una mujer, la misma que la de la foto de
Darío. Geraldine nerviosa se puso de pie a pesar de que Elvira le gesticulara
que no se moviera. Beatriz la miró, no sabía quién era, así que la sonrió con
dulzura y le dio la bienvenida al grupo. Geraldine no supo qué responder
solamente bajó la vista y señaló con la mirada a Elvira que seguía sentada en la
tumbona. Beatriz, pasmada, se soltó de la mano y se adelantó hasta su amiga.
—¿Qué coño haces tú aquí?
(Continuará…)