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Fotograma del documental Wild wild country (2018) |
Almudena y Darío estaban sentados en la mesa del fondo.
Desde ahí podían controlar la puerta. Bebían dos cafés y miraban la pantalla
del móvil de Darío.
— Es mejor que se lo digas tú.
—¿Yo? —preguntó Almudena echándose hacia atrás—. ¿Por qué
yo?
—Porque Elvi es tu mejor amiga.
—¡Y Bea la tuya!
La puerta de la cafetería se abrió y entró Elvira
cargando una mochila y dos tote bags.
—Esta investigación me está matando —dijo soltando los bártulos sobre la mesa—. Y ¿sabéis qué es lo peor?, que no la vamos a poder entregar
en el tiempo establecido. Se lo he dicho a Geraldine pero, como es francesa,
ella a los quesos. Geraldine, que vamos muy atrasadas. Oh, chérie, ¿y qué me dices del Coeur
de Neufchâtel con un poquito de confiture
de frambuesa?, oh, là là!, oh, là, là! Sí, ¡oh, lalá!, le digo yo,
porque como para explicarle que, con solo olerlos, me cago viva. Claro, es que…
—Elvi… —intentó
interrumpir su amiga.
—… es muy fina, fijaos que el otro día me trajo un bolso
dorado, ¡dorado!, pero ¿a dónde vas, criaturita, con semejante accesorio de la
Barbie destellos? Ahora, también os tengo que decir que le estoy cogiendo
cariño, sí, es francesa pero lo que siempre digo: su culpa no-es, nacen así,
pobrecita mía, y además…
—Elvira, por favor, siéntate, tenemos que hablar. —La voz
de Darío sonó convincente. Elvira contrariada se sentó a cámara lenta. “¿Qué
pasa?”, preguntó. Darío dio un codazo a Almu y esta empezó a hablar:
—Elvi, es Bea, estamos últimamente un poco preocupados
por ella.
—¿Bea? Esa siempre ha estado más loca que las maracas de
Machín, no le pasa nada.
Almudena y Darío cruzaron una mirada nerviosa. Darío
mostró su móvil a Elvira.
—Está en un grupo —dijo. Elvira cogió el móvil y se lo
acercó para ampliar las fotografías—. Es un grupo de ayuda, de… autoayuda.
—Elvira levantó la cabeza como si de un resorte se tratara, miró a sus amigos
sorprendida y volvió a las fotografías. En una de ellas aparecía Beatriz tumbada
en una esterilla abrazada a otra mujer, las dos sonreían, parecían tener una
fuerte amistad si no fuera porque se conocían de hacía dos meses. En otra, un
grupo de ocho personas rodeaban, con los brazos en alto, una hoguera en un gran jardín.
—¿Qué mierda es esta? —preguntó soltando el móvil y
modulando un tono de voz absolutamente diferente al que había mantenido
mientras contaba lo de los quesos de Geraldine.
—Lleva mandándome fotos desde hace unas cinco semanas
—explicó Darío—. Al principio no le di demasiada importancia, está bien que
salga con otra gente; lo de su cáncer, Markus, lo mío con Almu… No sé, pues,
joder, pensé: ¡qué de puta madre, sale del círculo!, ¿no?, ¡sale del círculo! Le
va a venir bien ver otras cosas, nuevas amistades, creo que todo es positivo.
Sin embargo, las fotos empezaron a volverse raras, ya no solo eran de paseos
por la Sierra, sino de sesiones de yoga y meditación grupales en retiros de fin
de semana, en casonas aisladas fuera de Madrid, ¿entiendes? No sé, todo se me
volvió sospechoso. Y la gota fue cuando me dijo que el grupo lo lideraba un
tal…
—¡¡¿Líder?!!
—Elvi, tranquilízate.
—¡¡¡Estoy muy tranquila, Almudena!!!
—¿Ya sabe lo que va a pedir, señora? —frente a la mesa la
camarera.
—¡Sí, un abogado!
—Nada, gracias —contestó Almudena y la joven regresó a la
barra molesta.
—Federico Gaescán —dijo Darío—. El pavo que mueve los
grupos se llama Federico Gaescán y por supuesto lo he investigado por internet.
Es valenciano pero ha vivido en Argentina más de 15 años, supongo que de allí
se ha traído toda esta movida. En Latinoamérica proliferan estos grupos de
crecimiento personal, emprendimiento, meditación, yoga y coaching, incluso en algunos te ofertan la “inigualable experiencia”
de un viaje introspectivo con ayahuasca. —Elvira se quitó las gafas y se frotó
los ojos con desesperación—. Te responsabilizan de los fracasos de tu vida
hasta ahora pero te prometen un cambio radical a través de sus cursos. Todos
son iguales. Y todos tiene un gurú, líder o mentor.
—Una secta —dijo Elvira colocándose de nuevo las gafas.
—Sí, de alguna manera son las nuevas versiones de las
sectas. La religión ya no es un buen cebo para captar gente, no obstante el
emprendimiento y crecimiento personal parece que sí.
Elvira se giró, respiró con dificultad y pidió un café a
la camarera de la barra que con hastío asintió.
—¿Qué vamos a hacer? —preguntó después.
Almu y Darío se miraron. Almudena agachó la cabeza y dijo
finalmente:
—Verás, hemos pensado que como tú tienes esa personalidad
tan, bueno… tan… así, tan… como de…
—¡El café! —la camarera dejó sobre la mesa la taza—. Son
2,60€.
—Primero me lo tomaré y luego te pagaré.
—La consumición se abona inmediatamente. Son las normas.
—¿Las normas? ¿Te parece que llamemos a la policía o
mejor aún que os denuncie por abusar de los derechos de los consumidores? Te
aseguro que os costará explicar semejante precio por un simple café en este
barrio. Dime, ¿qué prefieres?
La chica con un violento movimiento de cabello se alejó de
la mesa. Elvira con parsimonia abrió su sobrecito de azúcar y lo vertió en el café,
al levantar la vista se dio cuenta de que sus dos amigos la miraban fijamente.
—¿Qué?
—Pues eso, tu personalidad —aclaró Almudena—. Hemos
pensado mucho, mucho, mucho en tu personalidad. Elvi, no hay nadie mejor que tú
para meterse en ese grupo y desde dentro abrirle los ojos a Bea.
Elvira no movió ni una ceja.
—Es una broma, ¿verdad? —dijo—. Porque no podéis decir en
serio que me meta en una secta solamente porque me cabreo con los precios de la
hostelería madrileña. Es una broma, sí, decidme que es una broma.
Ninguno de los dos contestó. Elvira pegó un sorbito al café con la vista perdida en una de sus tote bags.
(Continuará…)
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