Mafalda "Basta!" por Quino
El viernes me llamó mi amiga Rosana para tomar algo. Es
cierto que no quedamos muy a menudo pero desde que se fue Gael a vivir a Oviedo
con Raúl, me sentía bastante sola y las pocas veces que me llamaba no solía
rechazarla.
―No es la primera vez que pierde el trabajo, no me asusta
―dijo atusándose el pelo para airearse el cuello. Hacía bastante calor, julio
había entrado con ganas en Madrid.
―Marcos tiene mucho talento, algo encontrará, mujer, no
te preocupes ―contesté llevándome el botellín de cerveza a la boca.
―Qué quieres que te diga, siendo guionista ya sabes cómo va esto. En el
gremio nunca han ido bien las cosas y en estos días todavía peor. Además ahora
con el crío pues… te agobias más ―Y señaló con la mirada a su hijo Daniel de 7
años que de un salto mortal se había bajado del columpio y venía brincando a la
mesa de la terraza.
―¡Hola, Dani! ¡Pedazo de salto! ―dije mientras le
aplaudía.
―¿Te has comido el bocadillo? ―preguntó su madre.
―Sí.
―¿Y el zumo?
―Sí. Elvira, ¿sabes hacer esto? ―Estiró con ambas manos
todo lo que pudo de sus mejillas hacia abajo intentando poner los ojos en
blanco. Me entró la risa.
―¡No hagas eso, hijo, por favor, que te vas a quedar
ciego!
Yo seguía riéndome.
―Elvira, mira, ahora junta las manos así ―Y las junté
según sus indicaciones, como si fuera a rezar. Dani me las separó un poco y
sopló en el interior y me las volvió a cerrar rápidamente, de golpe, ¡plas!―.
¡Corre, corre! ¡Tienes que olerte las manos y decir de qué era el bocadillo que
me ha comido!
Mientras su madre le recriminaba lo cochino que era, yo me
partía de risa. Aquel chico podía ser una mina de oro, si me lo llevara a casa
podríamos escribir la comedia del año, nos forraríamos. Como no dejaba de
reírme, Dani atacó esta vez con el baile.
―¿Y sabes bailar, Elvira?
―¿Bailar?
Esta vez las dos nos reímos.
―A ver, muéstranos, hijo, cómo se baila ―pidió su madre.
Dani se separó unos centímetros de la mesa, alzó los
brazo, flexionó un poco las rodillas y comenzó a cantar:
―¡Dame tu cosita, uh, uh! ―Dio un salto y cambió de
dirección―. ¡Dame tu cosita, uh, uh!
―¡Daniel! ―Su hijo paró en seco y la miró sin decir nada―.
¿Cuántas veces te hemos dicho que esas canciones en casa no nos gustan y como
no nos gustan no se pueden cantar? ¡No se cantan esas canciones!
―Mujer…
―Elvira, cállate, por favor. Dani, ven aquí ―Su hijo se
acercó―. ¿Quién te ha enseñado esa canción?
―Christian y Simón, y Alejandra también. ¡Pero mamá no es
la canción es el baile! Mira, yo te lo enseño, es un extraterrestre verde que
baila, déjame tu móvil.
―Dani, es el baile y es la canción, ya te hemos explicado
muchas veces tu padre y yo que estas canciones hacen daño a las chicas, y
nosotros no queremos canciones así.
―¡Pero si la canta Alejandra, mamá! ¡Y cuando se junta
con Lucía y Rebe también la cantan!, ¡y son todo chicas!, ¿eh, mamá?, ¡ellas
son chicas y no les pasa nada y la cantan muy fuerte y la bailan también!
―Mira, Dani, siempre te lo decimos, lo que hagan los
demás no nos debe importar, papá y yo no queremos esa música en casa, esas
canciones no son buenas y punto. Así que no vuelvas a cantarla, ni esa ni
ninguna de reggeaton. Otro cosa no, pero tus padres te educaremos en el respeto
a las mujeres nos cueste lo que nos cueste. Y ahora vete a los columpios,
¡venga!
―Pero a mí me gusta…
―No, no te gusta ―replicó su madre.
―Es divertida…
―No, no lo es, Dani. Vete a jugar.
Dani la miró con recelo y se marchó a los columpios.
―Rosana, igual es meterme donde no me llaman, pero Dani
es un niño de 7 años, ¡no sabía ni lo que estaba cantando!
―Tienes razón, Elvira, es meterte donde no te llaman.
Cogí el botellín y pegué un enorme trago. No quería
problemas.
―Siento si he sido borde, Elvi…
―Tranquila, tienes razón.
―Son muchas cosas, ¿sabes? Son muchas responsabilidades,
pero como la de educar a un hijo ninguna, y creo sinceramente que lo estoy
haciendo bastante bien, déjame por lo menos pensarlo.
―Claro, Rosana, nadie lo pone en duda.
―Con Marcos en el paro me siento presionada a sacarlo
todo adelante y, bueno, ya lo ves, Dani, es un crack, mal no lo estoy haciendo.
―Sí, sí que lo es ―me reí.
―Y quiero que lo siga siendo pero respetando al máximo a
las mujeres, que las valore con todo su potencial, no por su “cosita”. Con
Marcos en esta situación a veces me siento sola, y creo que si Marcos hubiera
tenido otra madre, que no digo que la suya… solamente digo… que si hubiera sido
educado bajo la igualdad quizá yo, ahora mismo, no estaría tan agotada.
―Entiendo ―dije sintiéndome realmente mal.
―Yo comprendo que Marcos no está en un buen momento, pero
sabes lo que es llegar de la oficina y encontrarme con que tengo que bañar al
niño y preparar la cena para los tres porque Marcos ha tenido una idea y lleva
toda la tarde escribiendo un guión que, según él, nos sacará de esta situación
pero que tú y yo sabemos que no llegará ni a terminarlo porque ha perdido hasta
la disciplina de la escritura diaria. Son todo chapuzas, una detrás de otra. Chapuzas
que comete sabiendo que voy a estar yo ahí para arreglar todo lo demás, y lo
consiente. No, Dani no. Dani no va a interiorizar por bazofias de canciones que
las mujeres estamos ahí para lo que el hombre quiera. La mujer, por desgracia,
tiene que demostrar con el doble de esfuerzo todo lo que vale, cada puesto de
trabajo debe estar justificado y dentro de la familia parece que si no
demostramos tener súper poderes debamos pedir perdón.
―Lo siento Rosana, siento no haberte entendido ―Me llevé
las manos al pecho, porque sinceramente me sentía culpable por haber pensado
mal de ella. La gente suele resaltar mi falta de empatía o lo egoísta que soy
pero hasta ese día no me di verdadera cuenta de lo complejo que podía ser mi carácter
y, ay, lo pasé mal―. Es cierto, que jamás se me ocurriría censurar nada en mi
casa, bueno, con nada me refiero a ninguna expresión artística, ¡vale!, es
cierto que el reaggeton es difícil considerarlo como tal, pero no deja de ser un
estilo musical con un origen y una historia y… no sé, es difícil, sí, pero te
entiendo y entiendo que tú lo hagas. Y perdóname, porque no sabía que las cosas
con Marcos estaban tan mal.
―Encontrará trabajo pero se está haciendo cuesta arriba.
Miré a lo lejos y vi a Dani tirándose de cabeza por el
tobogán. Me reí. Después volví a mirar a mi amiga abanicándose con una servilleta de papel. La admiré y sonreí.
―Oye ―dije de repente acordándome de una conversación con
mi amigo Luisje―. Hará cosas de dos meses un amigo que trabaja en Telemadrid me
dijo que por estas fechas saldría a concurso el puesto de directivo en
contenidos audiovisuales en la cadena. Hombre, yo creo que Marcos habiendo trabajado en Bambú y Zebra Producciones…
Rosana torció le morro.
―Sí, se presentó.
―Vaya, y ¿no ha habido suerte?
―Pues no, le han dado el puesto a una mujer, a Carola
Fernández.
―No me suena.
―A nadie le suena. Pero es mujer.
―Cómo que es mujer.
―Pues chica, Elvi, mujer. Que Telemadrid quiere dejar
atrás su imagen patriarcal, con el 90% de los puestos directivos ocupados por hombres, así que han dicho: pues venga, el próximo puesto se lo damos a una
mujer, sea cual sea su CV. Carola Fernández, ¿mujer?, sí, mujer, pues hala,
para adentro, con todo su coño.
―Perdona… ―empezaba a ver doble y no me había terminado
ni la primera cerveza.
―Pues, chica, por lo mismo que Isabel Coixet se llevó el
Goya. Ser mujer en un tiempo en el que el feminismo está de moda es sinónimo de
éxito. Mujer. Punto. Su único mérito. Y ya ves, a mí plin, porque Coixet no le
ha quitado el Goya a Marcos pero la tal Carola Fernández sí se ha quedado con
el puestazo que le correspondería a mi marido.
Con lentitud me levanté de la silla y grité hacia los
columpios:
―¡Dani, Dani, Dani! ―Cuando por fin el niño me miró, levanté los
brazos, flexioné un poquito las rodillas y canté con todas mis fuerzas―: ¡Daaaaame
tu cosiiiiitaaaa, uuuh, uuuh! ¡Daaaaame tu cosiiiiitaaaaa, uh, uuuh! ¡Daaaameeeee
tu cosiiiiitaaaa, uh, uuuuh!
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