Antes de contar lo que ocurrió debo decir que la idea no
fue mía. Sé que muchos me conocéis y sabéis de mi pasión por los muertos tanto
de este lado de la línea como del otro, pero no, aquella noche demasiado tenía
con asegurarme de que el vino cayera dentro de mi copa y no fuera.
—¿Qué tipo de ruidos? —preguntó Almudena.
—Ruidos —contestó Beatriz.
—Perdona, ¿el vino lo tienes en la cocina? —Yo. Siempre
preocupada por los problemas de mis amigas.
Salí de la terraza y fui directa a la cocina. Desde allí
oí gritar a Almudena que prefería cerveza. Así que cogí una botella de vino,
dos copas, un sacacorchos y 4 San Miguel.
Regresé y empecé a repartir la mercancía.
—Pero a ver, muchas veces creemos oír cosas fuera de nuestra
cabeza y en realidad están dentro —explicó Almudena.
—Ya te digo, mi cabeza está llena de voces —dije mientras
señalaba a Bea que abriera el vino.
—¡La mía también! No paran de decirme: “tírate a ese, y a
ese también, y a ese, y a ese, y a ese también, ¡tíratelo!”.
—Vale, chicas, os lo tomáis a chiste pero es verdad.
Nuestro cerebro hace ruido —dijo Almudena, después dio un primer sorbo al
botellín.
—Pero, ¡¿no vamos a brindar?! —se molestó Bea—. ¡Por un
verano lleno de noches de chicas!
—¡Por Fernando Simón! —Almudena.
—¡Por el chisporrotear de nuestros cerebros! —Yo.
Después Bea nos empezó a contar sus conquistas por Tinder. Todas virtuales. No quería
arriesgarse.
—¿El vikingo?
—No, Almu, cielo, el vikingo descartado. Estaba como un
tren pero, chica, no se puede mantener relaciones online con un hombre que
te pide que te toques las tetas sabiendo que con la otra mano sujetas el móvil,
¡a ver!, ¿y cómo me rasco el toto? Me lo hizo dos veces. La primera, vale,
bueno, lo excusas porque es de otra cultura, es brutote, se come los jabalíes a
bocados y el pobre no debe entender que el sexo es cosa de DOS. Pero ya la
segunda vez, dije: mira, troglodita, regresa a la cueva.
Y fue en ese momento, en que las tres estábamos a carcajada limpia, cuando un sonido sordo se oyó dentro de la casa. Nos miramos en
absoluto silencio, la risa se nos cortó de cuajo.
—¿Qué ha sido eso? —pregunté.
—Los ruidos —contestó Bea—. ¡Esos son los ruidos! Almu,
te aseguro que un cerebro no suena así.
Me levanté.
—¿A dónde vas?
—Bea, mujer, tendremos que saber de dónde viene.
—De la habitación. Los ruidos llegan de la habitación.
—Bueno, aun así voy a ver, ¿vienes, Almu?
—No, gracias.
Abrí con cuidado la puerta de su dormitorio. Una cama de
matrimonio en el centro; una mesilla con una pila de libros, un botellín de
agua y una caja de kleenex; un
armario empotrado con puertas de espejo en la pared de la derecha, y en la
pared de la izquierda una gran ventana que daba a la terraza. Subí el estor y
saludé a mis amigas. Ellas me miraron con pánico. Almudena chilló.
—¡Sal de ahí, sal de ahí! —gritó Bea.
De una zancada abandoné la habitación y corriendo llegué a
la terraza. Me abracé a Almudena muerta de miedo. Y no fue, hasta pasados unos
dos minutos, que me di cuenta de que ellas estaban completamente rotas de la
risa.
—¡Qué cabronas sois! —exclamé. Me senté, no sin cierta
vergüenza, y me serví mi tercera copa.
Fue entonces cuando Almudena, tras fracasar culpando al cerebro de aquel ruido, decidió elaborar una nueva teoría.
—¿Fantasmas? —pregunté.
—¡Hombre, qué si no!
—Really, George?
—Bea tampoco daba crédito.
Ya me había bebido la cuarta copa, entonces no me
preguntéis de dónde salieron todas esas fichitas del Scattergories puestas en semicírculo sobre la mesa de cristal de la
terraza, con un vasito en el medio.
—Diez letras: métemelaya —Bea llevaba 5 copas por lo
menos.
—Mil millones de letras: dejaquemetoqueeltotovikingo. —Y
ja, ja, ja, ja, ja, ja, tronchadas de la risa. Empecé a sujetar mi copa con las
dos manos, síntoma de una verdadera desescalada.
—Chicas, esto es muy serio. Es una Ouija. Bromas las justas porque se nos puede volver en contra.
Y ja, ja, ja, ja, ja, ja.
—¡Dejad de reíros y concentraos!
Yo apreté los ojos. Era lo único que sabía hacer cuando
me pedían concentración, y mirar hacia el suelo cuando me pedían que pensara.
En ambos casos siempre terminaba imaginándome a Jake Gyllenhaal entre mis
piernas, pero daba el pego.
—Pensemos preguntas, chicas.
—¿Christian Gálvez lleva peluquín? —Bea.
Y ja, ja, ja, ja, ja, ja.
—¡Con vosotras no se puede hacer nada serio!
—¿Hola, Buffy? —Bea.
Y ja, ja, ja, ja, ja, ja.
Almu nos ordenó que pusiéramos nuestro dedo índice de la
mano derecha sobre el vaso invertido. Me hice un poco de lío al soltar una mano
de la copa, porque dudé de cuál era la derecha.
—¡Con la que escribes, tonta del culo!
—Escribo con las dos en el ordenador.
—¡Pues con la que te tocas el toto!
Y ja, ja, ja, ja, ja, ja.
Almudena empezó a preguntar. La recuerdo muy seria en su
tarea, así que yo fingía asintiendo con la cabeza a cada rato. En un momento
dado, Bea y Almu se enzarzaron en una fuerte discusión, las veía a cámara
lenta. ¿La segunda botella?, pregunté. Pero ellas no me oían, seguían abriendo mucho la
boca y levantando los brazos como si quisieran echarse aire. La encontré. ¿Y mi
copa? Seguían sin oírme. ¿Mi copa, locas?, la había dejado aquí, es que… ya
tengo la botella, pero me falta la copa. La encontré. Y no sé, pasó algo de tiempo, dos, tres, diez,
quince minutos, no lo sé, la cuestión es que mis amigas habían dejado de
discutir entre ellas para hacerlo conmigo. Almu me señalaba, no la oía y eso
que la tenía muy cerca. Qué bonita eres, Almu. No parecía contenta con mis
palabras. Bonita. Milana, bonita. Me apuntaba y me apuntaba con rabia. Bea también.
Yo las quería, por qué ellas a mí no... Hasta que me di cuenta de qué es lo que
estaban señalando. Ah, la copa, ¿queréis mi copa?
—¡No es tu copa! ¡Es el puto vaso de la Ouija, tonta del
culo!
Y en ese momento volvimos a escuchar el golpe sordo que
venía de la habitación. Nos miramos. Me apreté el vaso contra el pecho.
—¡Ey, guapas!
Miramos a la terraza de al lado y el vecino de Bea nos
saludaba entre sus setos. Yo agité mi mano como si le conociera de toda la vida
aunque era la primera vez que lo veía. Quizá porque me hacía ilusión tenerlo
cerca, si íbamos a morir cuantos más fuéramos mejor.
Beatriz se puso de pie y se acercó a los setos.
—Oye, guapa, que jhsjhsjsh hisuytscc, hhskoouuvc. ¡Bczxtrsdw! ¡Ja, ja,
ja, ja! Gfswqqsn, xxvpñklçvbn, ¡fghbn!
—¡Ja, ja, ja, ja! —Bea.
—¡Ja, ja, ja, ja! —Almu.
—¿Ca’dicho?, ¿ca’dicho?, ¿ca’dicho? —Yo.
—Nada, misterio resuelto, que jhsjhsjsh hisuytscc, hhskoouuvc. ¡Bczxtrsdw! Gfswqqsn,
xxvpñklçvbn, ¡fghbn!
Y os prometo que me concentré en escuchar a Almudena como
nunca, pero quién puede negarse a Jake Gyllenhaal.
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