¡Agüita fresca! Cibeles, Madrid, años 50. Autor desconocido. |
LA IDA
Libérate del pasado y vuelve
a nacer…
Beatriz bajó el volumen de los Quentin Gas & Los Zíngaros y atendió la llamada entrante en manos libres.
—Hola, papi —contestó sonriendo a Elvira que desde el
asiento del copiloto se ajustaba, con precaución, las oscuras gafas.
—Hola, princesa, ¿habéis llegado ya? —preguntó su padre.
—No, estamos de camino. Hemos tenido que volver porque a
Elvira se le había olvidado la cortisona.
—Pobre criatura, menuda pesadilla constante.
—Papi, estoy con el manos libres, Elvira te está oyendo.
—Estoy bien, José Miguel, no te preocupes, la operación
salió genial, ahora reposo, por eso que te agradezco muchísimo este fin de semana en
el balneario.
—Nada, bonita, qué menos, qué menos, preciosa… Ya me ha
dicho Beatriz que no te conviene ni la piscina ni masajes ni yoga, pero puedes
optar a talleres de los de respirar...
—Meditación, papá.
—Sí, sí, meditación. También organizan paseos y charlas y
tienen una gran biblioteca, puedes leer.
—¡Papá, está ciega!
—Bueno, no estoy ciega…
—Sí, lo siento, bonita, es que eres tan joven que olvido…
—No estoy ciega, José Miguel, no te lleves mal rato,
estoy muy bien.
—Como un topo, papá.
Elvira sonrió, no daba crédito.
—Oye, princesa, mándame un mensaje cuando lleguéis. Está
todo pagado pero si Elvira necesita cualquier extra lo cargas en mi tarjeta,
¿de acuerdo? Y conduce con cuidado.
Se despidieron.
—Siempre quise tener un padre millonario —dijo Elvira.
—Siempre quisiste tener un padre, punto.
Beatriz volvió a
subir la música.
…de allí vengo y todo, todo,
todo, todo no es de color…
LA ESTANCIA
Und du weinst und ich
schreie, ich schreie auf dich ein…
Cuando Elvira vio a la joven delante de ella se quitó los
auriculares y Faber dejó de sonar.
—Hola, eres Elvira, ¿verdad? Me han dicho que has
reservado una hora conmigo para charlar un poco —dijo la joven y se sentó
junto a ella, en el banquito de madera de aquel enorme jardín.
—Sí, bueno, creo que algo de terapia no me vendría
mal. Llevo 10 años con Óscar, mi psicólogo porque, bueno, me cuesta un poco
llevarme bien con la vida. —Se rio algo nerviosa—. Quizá escuchar a una
psicóloga diferente me venga bien.
—Oh, no, no, no soy psicóloga, soy coach.
—¿Perdona?
—Coach
motivacional.
—¿Perdona? —Y apretó tanto la mandíbula que le dio un
calambre.
—¿Estás bien? —Elvira agitó la cabeza con la mano en la
boca—. Me llamo Adriana, y me encanta escuchar tu enfado con la vida, soy
adicta a los retos, ¿sabes?, y creo que en esta hora que vamos a pasar juntas
terminarás haciendo buenas migas con ella.
Elvira la miró atónita. Adriana continuó:
—Vengo preparada. Mira, elige una cartulina. —De una
bolsa de tela sacó 4 trocitos de cartulina: negra, roja, blanca y verde. Elvira
eligió la negra—. Estupendo, sabía que escogerías ese color. Porque elegimos lo
que somos y no al revés.
—Fenomenal, soy negra…
—Bien, ahora, haz una pelota con la cartulina,
¡estrújala!, ¡aplástala! Y mientras lo haces piensa en esa ira que hace que no
ames la vida como deberías. Canaliza esos sentimientos que te impiden saborear
el placer de ser quién y cómo eres. De sentirte viva. ¡Machaca esa pelota débil
y vulnerable de papel! ¡Adiós a las sombras! ¡Adiós a esa voz interna que te
pisotea poniéndote límites, barreras, obstáculos! ¡Adiós a esa voz de niña
malcriada y caprichosa que no te deja avanzar porque cree que siempre le debes
algo! ¡Acaba con el pasado! ¡Tritura esa pelota para avanzar, Elvira! ¡Abre la puerta de tu poder y
cambia!
—…
—¿Elvira?
—¿Sí?
—Debes estrujar tu cartulina y decir en voz alta qué
aplastas en ella.
—Oh… vale, vale, ya, claro, entiendo. —Carraspeó dos o tres
veces, se retiró el pelo detrás de la oreja con parsimonia y empezó a aplastar
la cartulina lentamente—. Yo te estrujo porque en Madrid hace mucho calor en
verano…
—¡Muy bien, Elvira! ¡La asfixia! ¡Acaba con ella!
—Yo te estrujo porque… porque el café ha subido a 3€ en
la Plaza de la Paja.
—¡Excelente, Elvira! ¡Eres muy valiente! ¡Mucho! Te estás
enfrentando a la sociedad, a esos códigos que no podemos entender, esas reglas
que te hacen infeliz. ¡Eres muy fuerte, Elvira, increíblemente fuerte! ¿Sabes
que pocos se atreven a verbalizar su incomodidad ante las normas sociales?
Pero tú lo haces, ¡vaya si lo haces! Sigue, vamos, ¿qué más hay en esa
destrucción de la cartulina?
—Sí, vale… Yo te estrujo porque, a ver… mi gato Tomás me
muerde los pies por las noches y no me deja dormir.
Adriana empezó a aplaudir lenta pero apasionadamente.
—¡Bravo, Elvira! ¿Lo has visto? Sin darte cuenta hemos
llegado al quid del dolor: la
responsabilidad con los demás. La responsabilidad, Elvira. Tú sola has avanzado
el camino para descubrir tus sombras, tus propias sombras que frenan la
felicidad que tanto necesitas. Lo has hecho tú sola Elvira, porque eres una
mujer increíble, fuerte, valerosa, sincera, que no se amedranta por nada y que
sabe reconocer su camino de vuelta y remodelarlo para retomar el viaje sin
incidencias. Tú, Elvira. ¡Tú!
A Elvira le volvió a dar otro calambre.
—Estoy bien, estoy bien.
—Ahora, Elvira, ¿confías en mí?
—…
—Tu mirada me dice que sí.
—Bueno, soy ciega de un ojo y medio…
—¡Agarra tu pelota de cartulina y lánzala! ¡Lánzala
lejos! Sácala de tu zona de confort, arráncala de tu espacio vital. Asume que
todo se terminó, que tu dolor debe ir y déjalo ir, déjalo marchar, ¡lánzala!
¡Lejos!
Elvira la lanzó con fuerza, pero al pesar tan poco aterrizó sobre
sus pies. Las dos miraron la pelota en silencio.
—Bien, Elvira, tu dolor se ha ido.
—Bueno, muy lejos no…
—Eres una mujer diferente desde ahora mismo. ¿Notas el
cambio?
—…
—Bien, voy a dejarte a solas para que asimiles la
transformación y pases el duelo por la pérdida, la pérdida de ese dolor que
hemos dejado ir y que ya nunca volverá a ti. Eres libre, eres mujer, eres
poderosa, eres feliz.
—Ajá…
Adriana se levantó y se alejó por el jardín, hacia el
edificio principal del balneario. Elvira, sin moverse del banco, se agachó, recogió
la pelotita de cartón, la dejó a su lado y volvió a colocarse los auriculares.
…Eigentlich will ich nur,
dass du weißt, dass ich will, dass du bleibst…
LA VUELTA
Llega la hora de ir a
Bilbao, te duchas, te arreglas y coges el carné…
Beatriz bajó el volumen de Los Ronaldos y atendió la
llamada entrante en manos libres.
—Hola, papi —contestó sonriendo a Elvira que desde el
asiento del copiloto se ajustaba, con precaución, las oscuras gafas.
—Hola, princesa, ¿habéis llegado ya? —preguntó su padre.
—No, acabamos de salir del balneario.
—¿Todo ha ido bien, cariño?
—Uy, sí, he disfrutado mucho, mucho, mucho… —Y volvió a
sonreír a su amiga que se tapaba la cara con las manos.
—Me alegro, princesa, ¿y Elvira?
—Estoy aquí, te oigo. También muy bien, muy inspirador.
—Beatriz soltó una carcajada—. Te agradezco mucho todo este fin de semana. Un
regalazo.
—Nada, nada, por favor, y ya sabes que para Beatriz eres
como una hermana así que para mí como una hija. —Elvira sonrió con cierta pena—.
Oye, princesa, conduce con cuidado, ¿vale?
—Que sííííí...
—Te quiero, pajarito mío.
—Y yo, pesado.
Elvira la miró y se tocó el esternón como si por un
momento se le estuviera hundiendo.
—Elvi —dijo tras colgar—, ¿te parece que, cuando
lleguemos a Madrid, intente aparcar en San Bernardo para tomarnos unas cañitas
por Malasaña? Así te cuento con detalle lo del instructor de yoga.
—Claro —contestó riéndose y, al percatarse, retiró la
mano del esternón.
Beatriz gritó una obscenidad y volvió a subir la música.
…es verano, es verano aquí,
los días son todos iguales cuando es verano aquí…
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