Tomábamos un shandy en una de las terrazas del barrio árabe de Singapur.
Hacía muchísimo calor y la cerveza con limón me estaba sabiendo a gloria. Adoraba Singapur por muchos motivos, y uno de los cuales era aquél. A pesar de que eran las once de la noche, las calles estaban a tope de gente. Todo el mundo trabajaba más de doce horas diarias pero nadie perdonaba el trago del fin del día.
Hacía muchísimo calor y la cerveza con limón me estaba sabiendo a gloria. Adoraba Singapur por muchos motivos, y uno de los cuales era aquél. A pesar de que eran las once de la noche, las calles estaban a tope de gente. Todo el mundo trabajaba más de doce horas diarias pero nadie perdonaba el trago del fin del día.
Coloqué mis pies desnudos sobre las rodillas de Ankit. Lejos quedaban sus “santiguaciones” cada vez que nuestros pies se rozaban. ¿Pero por qué haces eso?, le preguntaba cuando lo veía tocarse el pecho y luego la frente y murmurar algo entre dientes. Pido perdón, me respondía sin querer darme más explicaciones. Indio loco, pensaba.
Ankit había sido alumno mío durante más de dos meses. Después regresó a India por motivos personales y cuando volvió empezó a llamarme para practicar su español, en poco tiempo nos convertimos en muy buenos amigos.
Ankit se levantó precipitado lanzando mis pies al suelo.
—¡Aye, tú! ¡Cuidado! —grité quejicosa.
—Abid, ¿cómo estás? —saludó Ankit a un joven que acababa de pararse frente a nuestra mesa.
Nunca en mi vida había visto un hombre tan guapo.
—Abid, ésta es la profesora de español de la que te hablé, Elvira.
Abid me miró y me regaló una preciosa sonrisa, hola, me dijo.
Me puse tan nerviosa que sólo conseguí calzarme una de las sandalias con más de 6 centímetros de tacón de aguja. Así que cojeando, pero con una elegante dignidad, me acerqué a Abid, me aparté el pelo de la cara y le extendí seria mi mano.
—Hola, encantada.
Abid se rió, después recogió mi otra sandalia del suelo y me la ofreció.
—Bonitas sandalias… —dijo.
—Bien, ¿nos sentamos? —dijo Ankit incrédulo ante semejante situación.
Ankit me recriminó con la mirada y, con un simple apretón de labios, me pidió que intentará ser una persona normal.
Ankit me explicó que Abid debía ir a Argentina por viaje de negocios y necesitaba aprender algo de español, no era estrictamente necesario pero quería quedar bien ante sus clientes, puras formas protocolarias. Acepté ser su profesora durante los próximos cuatro meses.
—No habrá problema con el dinero, por favor, Elvira, pídeme lo que creas conveniente —añadió Abid.
—Oh, vamos, Abid, los amigos de mis amigos son mis amigos —creo que no pude encontrar frase más estúpida que decir, además al traducirla al inglés me hice un pequeño lío con el genitivo sajón que no terminaba de cuadrarme en ningún lado.
Abid se rió y me preguntó si podríamos empezar al día siguente. Fingí pensármelo durante un instante y dije que sí.
—Por favor, escríbeme la dirección de tu empresa para que pueda tomar un taxi —le pedí, luego bebí un trago de mi shandy.
—No, no, no, mi chófer irá a buscarte.
El shandy salió disparado de mi boca como un aspersor. Ankit se santiguó catorce veces y Abid no podía parar de reír. Quise desintegrarme. Me sequé la boca con la poca feminidad que me quedaba. Pedí dos mil veces disculpas y con forzada naturalidad, intenté explicar que aquello del chófer no era muy normal en mi, hasta ahora, círculo de amigos.
Después de concretar la hora, Abid se marchó asegurándome que había pasado un rato muy divertido. Lo vi alejarse por Arab street, tenía mucha clase.
—Elvira… Elvira… pero ¿tú sabes quién es éste? —me preguntó Ankit desesperadamente enfadado. Levanté los hombros poniendo cara de buena—. ¡Es Abid Shah Mir!
—¡Oh, my god!, ¡oh-my-god! ¿Es-Abid-Shah-Mir????? —dije marcando el ritmo de mis palabras con las palmas de las manos bien abiertas—. Vale… y ¿quién es ése? —pregunté finalmente sin entusiasmo alguno.
Ankit me contó que se trataba de uno de los grandes magnates de oriente medio. En Pakistán, su país de origen, era considerado como un rey. Su padre había creado un imperio industrial de la nada y Abid lo había heredado después de haberse licenciado en Oxford, aprendido siete idiomas, viajado por medio mundo y ser uno de los mejores jugadores de polo.
—Así que, Elvira, por favor, canaliza tu locura y aparenta ser medianamente normal.
Esta última frase no la pude escuchar muy bien, porque intentaba mantener la pajita de mi bebida entre la nariz y la boca sosteniéndola con mi labio superior.
—¡Mira, mira, mira, Ankit, mira lo que hago! —grité como pude porque tenía una pajita bajo mi nariz y no era fácil vocalizar así, te lo aseguro…
A pesar de su primer suspiro, Ankit no pudo evitar reírse como un tonto. Estás completamente loca, me dijo. Me descalzó y colocó mis pies sobre sus rodillas.
4 comentarios:
Con este te has superado!!!! jajaja, asi que Abid eh? me meo!! Por favor, deja de trabajar, déjalo todo, solo escribe.Nos forramos!!!!
Besos
Mai
He leido tú cuento del Paquistani y creo que eslo mejor que he leido ultimamente.
Eres genial, nadie como tú para crear cuentos raros.
Se parace a la rodaja del jamón York, e la nevera.
Espero que sigas escribiendo más y me ría tanto como en ete cuento.
Muchos besos hasta mañana.
Vaya par de fans que me he echado, sois dos amores, ja,ja, ja!! Gracias por los comentarios, chicas, se agradecen mucho.Un besito a mis dos pedorras!!! Muaaaa!!
Elviraaaaaa me tienes loca!!!!!!!!, me encantan tus cuentos y tu por supuesto.... pero quiero mas, se me hacen muy cortos y eso que me los leo un par de veces jejejejejeje opino como mai deja de trabajar y escribe.... bueno reina un besazo enorme
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