14 dic 2008

Diálogo congelado

Enfundé el portátil en la mochila. Metí un yogur bebible y un plátano en el bolso. Guardé las llaves del despacho en el bolsillo del abrigo, para tenerlas a mano nada más llegar, y cerré la puerta de casa. ¡Ay, mierda!, ¡las llaves del coche! Volví a abrir la puerta haciendo malabarismos con la mochila y el plátano saliéndose del pequeño bolso. Entré en casa de nuevo y busqué con la vista las llaves. Repasé todas las superficies y nada. A ver, piensa, ¿dónde las has puesto? Rápido porque en menos de 40 minutos tus alumnos pretenden hacer un examen. Recordé mis últimos movimientos antes de salir de casa, lo que me llevó al baño y nada, a la habitación y nada, a la cocina y nada, ¡espera!, si has cogido el yogur quizá… Abrí la nevera y allí estaban las pobres, muertitas de frío, junto a los yogures y el tuper de pavo. Me miraban con cara de por qué nos haces esto si siempre nos pillas a mano cuando nos necesitas. Las cogí y me disculpé.
—Lo siento, chicas.
—Bueno, mientras no nos tires al retrete.
Nuevamente me equipé con todos los bártulos y salí de casa.
Estaba todo nevado. Bajé las escaleras del porche con cuidado, sería muy mío en aquellas condiciones bajarlas de culo, y no tenía ninguna gana. Me sujeté a la barandilla granate, vaya, se está descascarillando, pensé. Qué desastre, nuestro palacio se desmoronaba otra vez.
Frente al coche, metí la llave en la puerta y la giré. Tiré para abrirla pero aquello no se movía. A ver, otra vez. Nada. ¿Qué estaba pasando, habían intentado robarme? Me agaché y puse mis narices a la altura de la cerradura pero… si... ¡está congeladaaaaaaaaa!!!
El hielo había hecho efecto Loctite. La puerta estaba lapada al coche por una transparente masa fría.
¡¿Qué hago?! Empuñando las llaves en la mano, con el bolso de bandolera, la mochila en el antebrazo y dando saltitos para evitar caerme en la nieve, fui corriendo hasta la puerta del copiloto. ¡Congelada, también! Miré mi reloj, faltaban treinta minutos para el examen.
Vale, tranquilidad, pide ayuda, me dije. ¡¿A quién?¡, me respondí nerviosa. ¡No sé, mujer, pues… a Fred o a cualquiera, vives en un barrio residencial lleno de casas!, me grité intentando hacerme reaccionar. Seguí mi propio consejo, así que me coloqué en mitad de la estrecha carretera. Porque estaba todo nevado que si no hubiese dicho que era un desierto. Nunca había nadie por la calle. Era el pueblo fantasma.
Dando saltitos y cargada con mis cosas como un árbol de navidad, volví al coche. En un acto de desesperación intenté hacer la cosa más estúpida jamás pensada. Como si de un soplete me tratara, empecé a echar mi aliento a propulsión alrededor de la puerta.
—Buenos días.
Me erguí rápidamente y sin darme la vuelta le devolví los buenos días a ese alguien que pasaba por ahí. Estaba completamente abochornada.
—Mañana de frío tenemos hoy, ¿eh?
—Vaya… ya te digo —dije tiesa como un palo y con la mirada fija en el más allá.
Oí sus pasos alejarse y me relajé.

Es que eres tonta de remate, me increpé, ¿por qué no le has pedido ayuda? ¡Porque me ha visto echar estúpidamente el aliento a la puerta congelada de mi coche!, me contesté con rabia. Pues eso, más tonta y no naces. La lista, la que todo lo sabe, a ver, pues, ¿qué harías tú? Bueno, ya, chicas, dejad de discutir. ¿Quién ha dicho eso?, me pregunté asustada. Yo no, me respondí. Aquí hay tres voces y sé que dos son mías pero la tercera me sobra. ¿Quién está ahí?, me volví a preguntar. ¡Hey, soy yo!, la narradora. Uy… por si éramos pocos parió la abuela. Bueno, un poquito de respeto, ¿no? que como buena narradora debo poner orden en los diálogos y esto se nos está desmadrando. Pero ¿y ésta quién es?, me volví a preguntar sin enterarme de mucho. Mujer, ésta es la que va de escritora, la pobre… escribe como el culo pero nadie se lo dice y claro… se emociona, y ¡hala!, venga cuentos y tú y yo, vamos, quiero decir, yo y yo a pringarla. Chicas, os estoy oyendo, os recuerdo que soy narradora omnipresente. Ni caso, que ahora empezará con su rollo de soy como dios: creadora de mis personajes, déjala con su ego, tú dale al aliento que en menos de 20 minutos tienes examen y la puerta sigue congelada, dale, dale.
—¿Estás bien?
Estoy escuchando una cuarta voz, os lo juro, ¡soy cuadripolar!
—Princesa, ¿estás bien? —volvió a repetir la cuarta voz.
Me di la vuelta con entusiasmo, sabía que estaba salvada.
—¡Fred! Oh, menos mal. Mira cómo está el coche y en quince minutos tengo que hacerles un examen a mis alumnos y no llego, no llego, no llego...
Creo que pude trasmitir el dramatismo suficiente para que añadiese inmediatamente:
—Pues te llevo yo, vamos, princesa, sube a la camioneta.
Me monté con todos mis trastos. Fred arrancó.
—¿Con quién hablabas?
—¿Qué…? —respondí intentando evadir la pregunta.
—Cuando te he encontrado estabas hablando sola.
—Ah… ¡eso!, ¡ja, ja, ja! —forcé una falsa carcajada—, no, lo que pasa es que a veces hablo con mis personajes, cuando me encuentro con situaciones que pueden ser relatadas pues empiezo a crear un cuento —así, sin más, lo dejé caer.
—Ya… —dijo Fred absolutamente incrédulo.
Continuamos el camino sin hablar hasta llegar a la puerta principal del viejo edificio de la universidad.
—Oye, princesa, a las cinco ya se hace de noche y no quiero que andes sola por ahí, así que antes de salir llámame que te vengo a buscar.
—¡Oh, gracias, Fred! —agradecí su detalle mientras me bajaba de la camioneta.
—Y oye… —titubeó antes de empezar— y… ¿yo soy personaje de alguno de tus cuentos…?
—Tú eres el rey de mi palacio, Fred, y ¿sabes…? —continué ilusionada—, tenemos una barandilla granate en nuestro porche…
—¿Granate? —preguntó asombrado.
—Granate… —contesté.
Le dije adiós con la mano mientras le sonreía y cerré la puerta de su camioneta.

7 comentarios:

María Jesús Rebollo dijo...

Hola Elvira:
Las llaves son muy importantes en la vida, porqé siempre quieren decir algo.
Espero qué todo té vaya bien y los examenes tan bien.
Fred es extraordinario como vecino y como amigo.
Parece el Rey del castillo.
Diselo para que se sienta feliz.

Anónimo dijo...

Elvira! Traete a Fred por Navidad!

Demian dijo...

Me has hecho reur mujer, no es raro que pierdan las llaves uds. Pero eso de ponerlas en la nevera me es nuevo jaja. Que suerte tiene Fred, quizas si miras a tu alrededor alguien más encuentres. Ah no escribes como el cu... Besos

Elvira Rebollo dijo...

Chicos, Fred es maravilloso pero por una cuestión de edad va a ser que no, voy a ver si le presento a Margaret y hacen buenas migas.

Demián, voy a andar con los ojos bien abiertos a partir de ahora ;-D
Besos!!

Conde de Galzerán dijo...

Curioso caso de desdoblamientos fractales. Debe ser divertido vivir un rato en tu interior,¡con tanta gente!.
Y la verdad, entre las llaves en la nevera y las calles nevadas, he tenido que acercarme a la estufa un poco más….. y es que uno ve tu foto, descalza, balanceándote en la hamaca, acabo creyendo que West Virginia está en el ecuador y olvido que los Apalaches están un poco más arriba.

Te deseo lo mejor en estos días, amiga.

Anónimo dijo...

Elvira, tu cuento esta bien escrito pero inconcluso. En el trayecto hacia la escuela con Fred hubieras creado una conversación para crear algún climax, pero esta interesante de todos modos.
Arturo

Elvira Rebollo dijo...

Gracias, Arturo, por tu consejo, estoy muy de acuerdo contigo, creo que una buena conversación de camino a la Universidad hubiera dado otro giro.

Este relato expone la metaliteratura, tomando este cuento como un experimento narrativo que explica la semificción de cada relato en el blog. Ésa es la única función del cuento, pero es cierto que podría enriquecerse con un diálogo más amplio aunque no era ése mi objetivo, por ello que lo más importante y esencial es la última frase de Elvira a Fred.

Gracias Arturo y bienvenido, saludos!