―¿Cuántas maletas ha facturado?
―Dos ―contesté al hombre que custodiaba la puerta de embarque que me llevaría de Frankfurt a Charlotte, después de haber pasado las navidades en casa.
Revisó mi pasaporte y me pidió que le mostrara los papeles del visado de trabajo. Se los di y me preguntó con seriedad.
―¿De quién son las maletas?
―¿Perdón?
―¿Cuántas maletas ha facturado?
―Dos… ―volví a responder con cierta inseguridad, ¿aquello tenía truco?
―¿De quién son las maletas?
―Perdone, pero… no comprendo la pregunta ―dije poniéndome un poquito nerviosa.
―¿Usted sabe inglés?
―Pues… creo que sí, pero… la pregun… ―no me dejó terminar, con gesto me pidió que pasara a la fila de al lado. Le dio a su compañero todos mis papeles y le dijo al oído algo en alemán, pero sabía que era sobre mí por cómo me miró el nuevo custodiador de puerta.
Me puse frente a él, me retiré el pelo detrás de la oreja y crucé los brazos.
―¡Io non parlo spagnolo! ―gritó el hombre.
Fue como si me hicieran la prueba de tensión del ojo, en dónde por sorpresa te tiran un chorro de aire frío al centro de la pupila. Porque, de igual manera, del susto se me metió el culo para dentro y los párpados se me pegaron a la ceja.
Después de un segundín pude reaccionar y le pedí que me hablara en inglés porque el italiano no era mi fuerte.
―Bien, ¿cuántas maletas ha facturado?
Vale, esta pregunta me la sabía.
―Dos ―contesté.
―Bien, ¿de quién son las maletas?
Ya estamos otra vez. Tragué un suspiro y con una falsa amabilidad le pedí que repitiera la pregunta.
―Bien, ¿de quién son las maletas?
―Pero… ¡¡¡¿qué maletas?!!! ―dije perdiendo absolutamente la paciencia.
―¡Sus maletas, señora! ¿De quién son sus maletas?
―¡¿Las mías?!
―¡Sí, las suyas!
―Pues, pues, pues… las mías son mías, ¿no? ―dije desesperada.
―Responda a las preguntas, por favor, ¿de quién son las maletas?
Tragué saliva y contesté como una buena alumna:
―Mis maletas son mías.
―Bien, ¿dónde preparó las maletas?
―Ay, madre… ―mascullé en español antes de empezar a contestar―, ¿dónde preparé las maletas…?, vale… ¿dónde..?, ¿no?
―Sí, ¡dónde!, necesito que me diga un lugar.
―¡Ah! ¡En Bilbao! ―respondí con la boca rellena de emoción, tanto era así que hasta se me había pasado el enfado, estaba en éxtasis evocando mi ciudad.
―¡Pero Bilbao es muy grande!
―¡Uy, no!, es muy pequeño, muy pequeño, muy pequeño, pero es precioso, Bilbao es… es… increíble ―y le estampé una enorme sonrisa luciendo todos mis dientes, pero creo que a él le sentó como una bofetada.
―Señora, por favor… ¡quiere decirme si usted preparó las maletas en un hotel, en su casa o en el parque!
―Ah… perdón, preparé las maletas en la casa de mis padres.
―Bien, ¿cómo fueron llevadas las maletas al aeropuerto?
Me encantaba la voz pasiva en inglés, sobre todo porque al traducirlo al español sonaba raro de pelotas, pero me divertía, así que contesté como si estuviera en un examen en la escuela de idiomas, pensando al milímetro mis palabras.
―Las maletas fueron llevadas al aeropuerto por el coche de mi hermano ―¡je, je, je!, no pude evitar reírme por dentro, hubiera sido más creíble, por lo menos gramaticalmente, decir que se teletrasportaron.
El hombre me devolvió el pasaporte y los papeles del visado de trabajo, y me dijo que esperara un minuto antes de colocarme en la fila de control de seguridad. Desde allí puede ver como a una mujer india, que aparentaba cerca de sesenta años, le hacían las mismas preguntas, pero ella no entendía nada. Finalmente, tras intentarlo tres hombres diferentes y revisando una y otra vez su pasaporte, la dejaron pasar sin que la mujer hubiera abierto la boca. Me encantaba comprobar la calidad de estos interrogatorios antiterroristas.
―Ya puedes sacar la pistola de debajo del sari ―dije susurrante a la mujer india que se acababa de colocar detrás de mí en la cola.
La mujer me miró fijamente.
―Era una broma… ―intenté corregirme con una risita tonta.
La mujer se rió imitándome pero no dijo nada, no me entendía.
Una vez que llegamos al control de seguridad, le ofrecí una bandeja a la mujer para que dejara sus cosas, le señalé sus zapatos, porque también debía quitárselos. Pero la mujer se metió la bandeja debajo del brazo y se pegó a mí.
―No, ay, no… mira, la bandeja aquí ―y la coloqué en la cinta transportadora de los rayos X―, y ahora deja tus cosas ―continuaba explicándoselo en español ya que era imposible entendernos en ningún idioma―, tu bolso ―y se lo señalé―, tus pulseras, normalmente no es necesario pero las tuyas son muy grandes y seguro que te pitan ―me quedé mirándolas, eran doraras dos de ellas, como enormes brazaletes, y además tenía, por lo menos, diez finas pulseritas que tintineaban con su juego de muñeca―, son preciosas ―dije sonriendo―, ah, y tus zapatos, mira, aquí, en el hueco de aquí te caben los zapatos.
La mujer se los quito apoyándose en mí y los colocó ordenadamente en el pequeño sitio vacío que le había señalado en la bandeja. Después, con una bonita mirada, me agradeció el gesto.
Tras pasar los rayos X y recoger todas mis cosas, decidí esperar a la mujer por si se olvidaba de algo. Cuando tuvo los bártulos consigo revisé su bandeja, estaba vacía así que la amontoné con el resto. No quise ser pesada por lo que me adelanté despidiéndome de ella. Entré en la sala de espera, justo antes de embarcar y me senté frente a la máquina de café. Llevas cuatro cafés en lo que va de mañana, así que la puedes mirar, pero terminantemente prohibido tomarte el quinto, me amenacé a mí misma muertita de ganas. Absorta en mi húmedo sueño de cafeína sentí que alguien se sentaba a mi lado. Era la mujer india que bajando la cabeza me saludó. Repetí su gesto. Al rato sacó de su bolso una cartera, la abrió y me la mostró.
―Amey ―dijo señalando una pequeña foto de carnet. En ella, un chico joven con gesto serio miraba al frente.
―¿Amey…?, ¿es tu hijo Amey…?, es muy guapo ―dije tocándome la cara intentando gestualizar mi halago para que pudiera entenderlo.
―Alabama.
―¿Vive en Alabama?, ¿estudia?, ¿trab… ―no terminé la pregunta porque me di cuenta que nunca lo podría saber.
La mujer guardó de nuevo la cartera y aceptó la espera con rictus serio. La miré con admiración, se había recorrido medio mundo para ver a su hijo sin masticar ni una sola palabra de inglés. Me deslicé en el asiento hasta colocar la nuca en el respaldo y miré al techo. Respiré hondo cerrando los ojos porque esa pequeña angustia volvía de nuevo. Me golpeé el pecho con la puntita de los dedos, toc-toc-toc, pero la angustia ya se había estancado ahí, en el esternón, toc-toc-toc, lo volví a intentar, pero nada. Quise respirar de nuevo pero ya empezaba a costarme. Toc-toc-toc. Abrí los ojos y conté hasta cinco. Los volví a cerrar, y lo vi con su cara de malo abrazándome dentro de su coche pocas horas antes de estar allí. Mírame a los ojos, Elvira, me dijo, y yo lo miré, yo te voy a esperar, te voy a esperar, ¿vale? Me sujetó la carita entre sus manos, sé que todo esto es muy raro, lo sé, pero… Elvira, todo esto… es real. Toc-toc-toc. Por fin la angustia se fue, se fue rodando cristalina por mis mejillas, se fue saludando a la tristeza que acababa de tomar posesión de todo mi ser.
Alguien me tocó el brazo, sobresaltada me incorporé en el asiento. La mujer india volvió a tocarme el brazo y me señaló la cola, la gente ya había empezado a embarcar. Me sequé la cara con las manos y evité mirarla. Me daba vergüenza. La mujer se golpeó en el pecho con la mano abierta y me preguntó:
―¿Amey?
―Sí, y se llama Paul… ―contesté mirándola con ternura, las dos estábamos allí, tristes, luchando contra la misma angustia de nombre diferente.
10 comentarios:
(snif) Just four months... kss
Deseo que solo sea un cuento .Porqué sí no me da un pasmo soy empatica y pienso lo qué habras sufrido.
Pero tambien se que eres muy buena escritora y lo habras creado tú.
He sufrido mucho pero ya estoy más tranquila al saber qué estás en casa.
Muchos besos.
sin palabras........ antes de que te des cuentas te tenemos otra vez aqui.... mil besos
Recuerdo una situación parecida en el aeropuerto de salida de Tel Aviv. Dos horas de manual con preguntas de ese tipo y respuestas, en pasiva, pasiva refleja y perifrástica activa. Algo surreal. Lo asombroso fue que ni siquiera me miraron lo que llevaba en una bolsa de deporte: tres kilos de piedras del desierto de Judea!. (Muy bonitas por cierto). No debo tener cara de pertenecer a la Entifada.
Me ha gustado tu relato, Elvira. Como siempre. Besos.
Oh là, là!
Tápate los ojos y pasa de mi desafortunado comentario de hoy en el facebook, metepatas!
Muxu
Beso inmenso!
Beso inmenso!
Genial! Eso es tener estilo en un control de seguridad.
A mi en el bundestag me cachearon, enocntraron una nariz de payaso, y como no sabian que era... me la puse.
El cacheo continuó, pero estaban cacheando a un payaso jeje
Lo tienes ahí delante, pero sólo por unos instantes más. Luego te quedas contigo misma y con el recuerdo de esa última frase, del último beso y de la última mirada. Es horrible. Pero luego la angustia pasa y la vida sigue su curso. Y entonces piensas, que coño! lo volveré a ver ...
En nada nos cuentas otra historia de airport pero.....DE VUELTA A CASA!!!!
me ha encantado como siempre!!!
Un besazo.
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