22 abr 2009

Amigos para siempre means you'll always be my friend

Llamé a Jaime pero Ander, su compañero de piso, me dijo que no estaba, que había salido a dar una vuelta con la bici.
―Pero si son casi las doce de la noche ―dije mirando mi reloj y sumando rápidamente las seis horas que separaban Estados Unidos de España.
―Ya, pero tía, ya lo conoces, ¿quieres que le diga algo?

Pues sí, se suponía que al día siguiente empezaban las vacaciones para los dos y habíamos decidido pasar una semana juntos en Nueva York. El plan era ir cada uno por su cuenta y encontrarnos en el aeropuerto JFK, pero era la noche anterior y no sabía su hora de llegada, ni su número de vuelo, y por supuesto Jaime tampoco tenía ni idea de mis datos. Ahora, a ninguno de los dos nos cabía la menor duda de que nos encontraríamos fácilmente en la Gran Manzana, porque Jaime y yo éramos…
―¡Dos putos mitos, tía! ―gritó Ander por teléfono.
Exacto.
Jaime y yo nos conocíamos de toda la vida. Éramos vecinos en Bilbao. Teníamos la misma edad y, al ser los pequeños de la casa, nuestras madres creían que era bueno perdernos de vista cada verano, así que siempre nos mandaban juntos a los mismos campamentos. Aquello fue mi pesadilla porque cuanto más tiempo pasaba con él más sentía que debía ser el padre de mis hijos pero, por alguna extraña razón, a él no le ocurría lo mismo.

3 de julio, Campamento Summer English, Huesca, doce años.
―¿Jaime… estás despierto? ―pregunté bajito.
Estaba a su lado compartiendo litera. Cuando los monitores se dormían, me colaba en la habitación de los chicos con Lara, y me acurrucaba junto a Jaime para hablar de mil tonterías hasta la mañana siguiente.
―Jaime… ―volví a repetir sin todavía tener respuesta― que yo te quería decir… que… jo… Jaime, que me pareces súper guapo, ¿no? Buff… no sé, en plan guapo, no en plan amigo guapo, sino guapo, guapo, ¿no? de así, de eso, ¿sí, Jaime? Y, bufff… pues, jo… que me gustas, me gustas mogollón, Jaime. ¿Jaime? ¿Jaime? ―dije dándole, finalmente, un manotazo en el brazo.
Jaime se quitó uno de sus auriculares de su walkman y me lo ofreció.
―Toma, toma, Bryan Adams, na-na-na-na-summer of sixty nine, man, la-la-la-yeah, on killi’n time, na-na, ye-ye-ye, forever, no! Jo, ¿a que está guapa está canción? ¡Na-na-come and gone!
―Sí… guay, guay ―dije colocándome el auricular en la oreja a todo volumen y cagándome en Bryan Adams.

2 de agosto, Campamento Let’s Have Fun, Ramsgate-Inglaterra, 16 años.
El bar estaba a tope por la final de la Copa del Mundo. Italia y Brasil en el campo. Jaime y yo, y otros veinte estudiantes, apretujados en una mesa frente a un pequeño televisor, lo de las pantallas gigantes llegaron mucho después.
Aquella era mi oportunidad, a Jaime lo tenía acorralado, de allí no podría salir.
―Jaime, verás, que yo… que quería hablar contigo ―dije cogiéndole del brazo.
Jaime sin apartar la vista del televisor agachó la cabeza para escucharme mejor porque con tanto ruido era casi imposible.
―Jaime… es que…
―¡Pero pásale, joder!
―¡Pásale! ―dije como una imita monos, hombre, había que disimular un poquito ―. Jaime… mira… que yo creo que somos amigos pero… buff… no sé…
―¡Eh, eh, eh! ¡Diego, Diego, eh, Diego! ―gritó Jaime, levantándose como si estuviera poseído, para llamar la atención de uno de nuestros amigos―, ¿has visto ese pase de Romario? ¡Joder, qué guapo, qué guapo, tú!, ¿eh, Diego?
―Sí, sí, le ha pasado la pelota así súper fuerte, ¿eh? Jolín, jolín, ¡vaya, vaya! ―dije en un intento ridículo de hacer creer que seguía el juego.
Tirándole de la camiseta conseguí que Jaime se volviera a sentar.
―¡Jo, Jaime, que te estoy hablando!
―Que sí, Elvi, que sí, a ver, dime ―y volvió a acercarse pero sin dejar de mirar al frente.
―Pues nada… que eso… Jaime, que yo, que bufff… desde hace ya ni sé, pues… estoy por ti, pero estoy súper por ti…
―¡TOMA! ¡TOMA! ¡TO-TO-TO-TOMA! ―gritó Jaime absolutamente fuera de sí, bueno, y las doscientas personas del bar también― ¡QUÉ GOLAZO! ¡OE, OE, OE, OE! ¡BRASIL CAMPEÓN! ¡Diego, Diego! ¡Brasiiiiiiiil!, ¡oe, oe, oe, oe, oe, oe!
Jaime me levantó de la silla y me cogió por el cuello espachurrándome contra su pecho, me estaba ahogando además de despeinándome, que eso era lo que más rabia me estaba dando en ese momento.
―¡Elvi, tía! ¡Brasiiiiiiiiiil! ―me gritó a la oreja haciéndome el baile de sambito― Joder, qué guapo, ¿eh, tía?
―Sí… guay, guay ―dije colocándome el pelito detrás de la oreja y cagándome en la Copa del Mundo.

18 de febrero, Bar Donovan Hunter, Bilbao, 24 años.
Tranquila, respira, tú se lo plantas y ya, que esto ni es amistad ni es nada, que llevas casi un mes evitándolo y no puede ser. Sé sincera que es lo mejor. Es tu mejor amigo, ¿no? Pues que asuma sus responsabilidades. Te has enamorado de él, pues parte de culpa será suya, digo yo, vamos. Así que venga, díselo en cuanto traiga los cafés, pero directa, sin rodeos. Además igual te dice que él también lo está, porque es verdad que últimamente te mira de otra manera, está como más cariñoso y Jaime nunca ha sido cariñoso, pero sí, está diferente. Seguro pero seguro, seguro. Lo que pasa es que tampoco se atreve a decírtelo, ¡hombre, claro!, es que es fuerte porque sois como hermanos, juntos desde niños. Pero está enamorado, se le ve. ¿Has visto cómo te mira desde la barra? Si hasta te hace gestitos con la mano, que rico es, por favor, mira cómo te hace con la manita. Pero sonríele, boba, que menudo careto de amargada traes, anda sonríe, eso, que así estás bastante más mona.
―¡¡¿Que si quieres uno o dos azucarillos?!!! Elvi, coño, que llevo una horita preguntándotelo con los dedos, que no te empanas de nada, pava.
―Uy… dos… dos ―dije mostrándole tres de mis dedos.
―Joder, macho, ni puta idea de cuántos quieres al final, te he traído cuatro por si acaso, a ver si te aclaras ―dijo sentándose en la mesa con los cafés y esparciendo los azucarillos.
―Jaime, tenemos que hablar.
―Pues sí, yo también quería hablar contigo, pero llevas un mes desaparecida, tía.
¿Te lo dije o no te lo dije? Éste se te declara hoy, tú deja que hable él primero, déjale, déjale.
―Pues ya he aparecido, a ver qué me tienes que contar ―dije aparentando tranquilidad.
―Tía, Elvi, que ando todo pillado.
―¿Cómo pillado? ―pregunté abriendo todos los azucarillos a la vez, no sabía ni lo que estaba haciendo, madre mía, madre mía, que después de doce años Jaime se estaba sincerando.
―Pues pillado, Elvi, pillado, que además ya sabes cómo soy, ¿no? que yo de esto paso, pero, joder tía, que esta pava me gusta de verdad.
Me iba a dar un ataque al corazón, ¡qué mono, por favor, que me lo como!
―Pero, Jaime, no sé... ¿la conozco?
―Jo, ¿que si la conoces?, mucho, tía, mucho.
Estiré mi mano y le acaricié la muñeca, estaba tan, tan emocionada que creo que iba a llorar.
―Yo, Jaime, es que no sé, no sé…
―Que sí, hombre, que sí sabes, que es Lara.
―¡¡¿Eh?!! ―exclamé con la mandíbula desencajada.
―Lara, joder, Lara, del Summer English, anda que no la liabais cada vez que entrabais en nuestra dormitorio. Pues, tía, que me la encontré hace tres semanas en el Casco y nos liamos y tal, y es que está cómo siempre, qué pocholada de tía, qué maja, pero qué maja, ¡buah!, me tiene súper pilla’o.
Dignamente hice que mi mano reculara y la coloqué bajo mi barbilla para que me ayudara a abrir la boca y articular palabra porque me había quedado sin habla.
―Qué contenta que estoy, vaya, Lara, jo, el tiempo que hace que no la veo y ahora, mira, que vamos a ser cuñadas, ¡ja, ja, ja! ―más falsa no podía ser.
―Ya te digo, es que ni me lo creo, bueno, oye, y ¿tú?, ¿qué es eso que me tenías que decir?
―¿Yo? Mmm… nada… no, nada, bueno, que estoy pensando en irme a trabajar al extranjero, muy extranjero, extranjero, extranjerísimo, vamos… no sé, así que como al fin del mundo, pppssst… qué sé yo, China, por ejemplo, ¿no? que digo yo, que ya que voy pues me quedo y no vuelvo… ¡Ja, ja, ja, ja! ―dije vomitando una risa más falsa todavía que la anterior.
―Joder, China, ¡qué guapo! Yo iría a verte, bueno, con Lara. Allí los tres en China, en plan Summer English, joder, es que ¿no me digas? ¡Qué situación más guapa, qué guapa!
―Sí… guay, guay ―dije esnifándome la taza de café con sus cuatro azucarillos y cagándome en Lara.

20 de marzo, Hotel Days Inn, New York, algunos años más.
Aunque Ander no habría apostado un duro, finalmente, Jaime y yo nos habíamos encontrado sin problema en el JFK, y tampoco se nos complicó mucho el llegar a Manhattan en metro y encontrar el hotel.
Después de cenar y dar una vuelta por la parte alta de Manhattan, me había recostado en la cama de la habitación con el portátil en las piernas.
―¿Qué pasa, tía, vas de Jessica Parker en Sex and the City? ―me vaciló Jaime desde su cama.
Lo miré con cara de asesina y le faltó tiempo para saltar a mi cama y botar al ritmo de Frank Sinatra y su New York, New York.
―Jaime, para, por favor, ¡joe, para, para! ―grité pero muerta de la risa.
―Ey, pero ¿tú sabes cuántas pavitas darían su vida por estar en una habitación de un hotel de New York con súper Jaime?
Lo miré y fruncí el ceño haciendo un poquito de fuerza y luego… ay, qué gusto.
―¡Ostias, pava! ¡¿Eso ha sido un pedo?!, ¿te acabas de tirar un pedo?
―¡Noooooooo! ¡No me lo he tirado! Se me ha caído… ―dije tronchada de la risa viendo la cara-susto de Jaime mientras saltaba a su cama de vuelta.
―¡Joder, qué puta guarra! Pero, tía, pero Elvi, macho, pero Elvi, que no, que no, que no, que pedos no, ¡PEDOS-NO!, que las tías no se tiran pedos, joder, Elvi, joder...
Quise defenderme pero estaba en pleno ataque de risa, me faltaba el aire. Y cuando me tranquilicé un poco y, por fin, intenté hablar se me había acumulado tanta baba que cuando abrí la boca se me cayó un reguero sobre el portátil.
―Pero, macho, ¡qué asco!, eres como un puto gremlin que se transforma a media noche, pero ¿qué te pasa, loca, qué te pasa?
―Che, chulito, que si somos amigos, somos amigos para lo bueno y para lo malo, ¿no? ―pues toma pedo por los veinte años de cruel rechazo―. Anda, loco, no te enfades. ¡Ey!, ¡New York, New, York!, ¡que lo vamos a pasar genial!
―Sí… guay, guay ―dijo ahuecando la almohada y cagándose en mis gases nobles.

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