25 dic 2009

Un tío de cómic I

Nota: Debido a la extensión de este cuento "Un tío de cómic" queda divido en dos entradas diferentes: I, II. Pero se trata del mismo relato, así que se recomienda la lectura continuada.
Norman por Martín Juaristi

Me he enamorado de un genio que dibuja cómics, que nunca superó que Urzaiz llevara mechas y que sonríe con una paralizante timidez.
Él no lo sabe por eso, porque es un genio que vive en su peculiar mundo de héroes donde las mujeres no han estudiado hispánicas sino ciencias ocultas, y su trabajo no está en la enseñanza sino en mostrarse al mundo en mallas ceñidas sobre pechos asfixiados derrochando poderes. Y que cuando hacen el amor en posición misionero no se les desparraman los senos hacia los lados, sino que se mantienen erguidos y siguen el compás de la penetración con un sutil ritmo flanero.

La clase era enorme, me sentaba casi al final, detrás del mismo chico cada día. No sabía muy bien qué hacía escuchando aquella clase de lingüística todas las mañanas. Tenía veinte años y ya había conocido tres universidades diferentes. Es cierto que las ciencias nunca fueron lo mío pero las letras tampoco. Fue en mi tercer intento de ser licenciada, cuando conocí a ese chico tan raro. Me gustaba llegar a clase diez minutos tarde para darle tiempo a que se sentara, luego entraba yo y, fingiendo que buscaba un buen sitio, me colocaba justo detrás de él para poder ver sus dibujos con detalle.

—Y, ¿cómo dices que se llama? —me preguntó Eva metiéndose un enorme trozo de pizza a la boca, lo cierto es que la comida de la residencia dejaba bastante que desear.
—Ah, ni idea, pero seguro que lo has visto alguna vez por la cafetería de la uni. Siempre va solo. Es así como rubito, con ojos azules, azules, azules y para abajo.
Eva dejó caer la pizza en el plato y se empezó a reír como una loca.
—¿Va solo y tiene los ojillos hacia abajo? ¿No se llamará “Tristón busca un amiguito”?, ¿no?
Cuando se hubo calmado ideó un plan para conocerlo, valorar sus dibujos y trazar una estratagema para llevármelo a la cama.
Al día siguiente fuimos juntas a clase, lo vimos llegar, esperamos unos minutos y después entramos con decisión pero alguien nos había quitado el sitio.
—Psst, ¡eh, chavalita! —grité susurrando desde el final de la clase a la chica que acababa de tirar a la mierda todo nuestro plan—. Ey, tía… que ése es el sitio de ésta —y di un golpe a Eva en el pecho para señalarla— y mío, así que… levanta, ey, tía… levanta, ya...
—A ver, por favor, ¿qué pasa ahí detrás? Vosotras dos ¿qué andáis? Sentaos por aquí —dijo la profesora con cara de pocos cuentos.
Toda la clase nos miró incluyendo el chico misterioso y a Eva no se le ocurrió mejor idea que saludar a todos como si de una reina se tratara, quise desintegrarme. Finalmente la aborta-planes decidió cambiarse de fila y nos pudimos sentar tras nuestro objetivo, la profesora continuó con la clase.
Eva estudiaba historia del arte y estaba convencida de que su criterio en artes plásticas era excepcional. Le encantaba darse aires de profesionalidad. Observó con absoluta paciencia como el chico empezaba un trazo, luego otro y otro. Después de unos cuarenta minutos me miró sin decir nada, cogió mi bolígrafo y escribió en lo alto de mis apuntes: este tío es un puto genio, tíratelo.
Cuando se terminó la clase, Eva le golpeó el hombro. Él se dio la vuelta. Yo apreté el muslo de Eva con todas mis fuerzas, no sabía lo que iba a pasar pero quería morirme.
—Perdona, ¿eres Iker, no? Iker de Llodio, ¿no? Amigo de Sergio, Karramarro y todos estos, ¿no?
—Mmm… no… no, no, creo que te equivocas.
—Ay, no, no, ¡es verdad!, perdona, no, no, tú eras… éste…
—Mario.
—¡Eso! Mario de Llodio.
—Mmm… no… eh… soy de Bilbao.
—Ah, sí, sí, de Bilbao y ¿vas y vienes todos los días o estás en alguna residencia?
—Anda, Eva, que llegamos tarde a Medieval, venga, vamos —me levanté y la agarré del brazo invitándola a irnos.
—No, voy y vengo todos los días.
—¡Ay!, ya voy, mujer —me dijo Eva poniéndose de pie.
Y volviéndose a Mario nos presentó con una enorme sonrisa en la boca:
—Bueno, pues ésta se llama Elvira y yo Eva. Pues nada, que nos vamos a Medieval y ¿tú?
—Eh… no, a fonética inglesa, yo… es que yo soy de inglesa.
—Pues nada, Mario–de-Bilbao-que-va–y-viene-todos–los-días-y–estudia-inglesa, hasta mañana entonces, ¿no?
Nos miró con cierto escepticismo, hizo un amago de despedida agachando la cabeza, recogió sus cosas y se fue arrastrando los pies.
—¿Karramarro…? —dije a Eva ojoplática. Ella me miró y nos empezamos a reír a carcajadas.

Al día siguiente, cuando entré en clase no lo vi. Estaba claro que, con el mal rato que había pasado el pobre chaval con aquel vergonzoso interrogatorio, habría decidido cambiar de sitio o simplemente dejar de venir. Lo estuve buscando con la vista durante toda la hora y allí delante no estaba. Se terminó la clase y una mano me tocó la espalda. Me di la vuelta y vi a Mario sentado detrás.
—Hola —me dijo con una tímida sonrisa preciosa—, hoy hemos cambiado los roles.
Me hizo reír. Me pidió los apuntes de lingüística y me prometió devolvérmelos pronto. Durante toda la semana siguiente no me dirigió la palabra, simplemente levantaba la cabeza si nuestras miradas se encontraban para su desgracia, parecía un auténtico sufrimiento dar muestras de contacto. Por el contrario yo ponía tanto entusiasmo en saludarlo que parecía tonta de remate, sólo me faltaba sacarme una teta y dejar que uno mis pezones se le metiera en un ojo. Un día, en el que ya tenía asimilado que mi chico raro me había robado los apuntes y quería fingir que no me conocía hasta el fin de sus días, me sorprendió acercándose a mí.
—Toma, esto es para ti.
Me dio mi taco de apuntes. Los cogí sin demasiada ilusión porque aquellos apuntes se habían convertido para mí en nuestro cordón umbilical. Ahora que lo habíamos cortado ya nada nos unía, no había ninguna excusa para poder entablar una conversación y, con lo difícil que parecía aquel chico, supe que a lo máximo que podría aspirar sería a sentarme tras él en una clase de lingüística, pero me equivoqué.

Dejé todos los libros de golpe sobre la cama al entrar en la habitación de la residencia. El taco de apuntes de lingüística se ladeó y se esparramó un montón de hojas por el edredón, me acerqué para verlo mejor porque una de ellas parecía un dibujo, sí, era un dibujo. La saqué del montón y la miré embobada. Mario me había hecho uno de sus dibujos. Era un tío pequeño de brazos y puños desproporcionados que miraba al lector amenazante diciendo ey, tú, ¿dónde están mis apuntes?
Eva se coló en mi habitación sin llamar y sin hacerme mucho caso, sólo quería mi secador. La miré sujetando el dibujo con los dos deditos pinza de cada mano.
—Mira.
Eva, por fin, se fijo en mí.
—Ostias, qué guapo, chaval… —levantó la vista rápida del dibujo y me miró atónita—. ¿No me digas que te lo ha hecho Mario–de-Bilbao-que-va–y-viene-todos–los-días-y–estudia-inglesa?
Asentí con la cabeza, las dos nos pusimos a chillar como energúmenas.
Cuatro días más tarde Mario y yo empezamos a salir.
Me encantaba besar a Mario, aunque en realidad no tuviera labios, eran dos finas líneas, una sobre la otra. Pero me gustaba por su ternura infinita, eran besos de una sensibilidad muda. Me gustaba mirarlo de cerca y averiguar qué estaría pensando en ese momento, era imposible. A veces creía que me cerraba con intención las puertas de su cabeza, sabía que nadie comprendería su singular mundo interno. Así que lo aceptaba y me conformaba con observar sus ojos tan azules como tristes, qué ojos tan tristes tenía Mario.
No duramos mucho tiempo, sólo algunos meses.


—A ver, pero ¿qué pasó?, es que no me lo puedo creer, nena, no me lo puedo creer.
Me encontré a Roberto en el chat. Le conté que ya no vivía en Francia, que me había mudado de nuevo a Bilbao, a casa de mis padres, porque Etienne me había dejado hacía poco más de mes y medio. Así que no dudó en llamarme al móvil, lo tenía al otro lado berreándome.
—¿Te lo dije o no te lo dije? Los franceses follan como los ángeles, cierto, pero nena, por eso mismo infieles hasta la muerte. Yo ya te conté lo mío con Adrien, ¿no? ¡Qué cabrón, qué cabrón! Hala, pues ya sabes, ¿no? Hazte las maletas y vente.
—Que no, Rober, que buff… ahora rollos de viaje no puedo, buff… si es que necesito buscar trabajo, y centrarme un poco, estoy muy perdida, mu perdida, mu perdida.
—¿Perdida? ¡Tú vente que yo te encuentro!, y en cuanto al trabajo tú lo que necesitas es China again. Pekín está hecho para ti, cariño. Ya te buscaré yo un currillo por ahí…. I’m a man with a mission!!!! Y al gabacho ni nombrarlo que ya te voy a presentar a dos amigos que tengo monísimos, con lo que tú vales, nena…
Hay gente con carisma y luego está mi amigo Roberto. Qué decir que no hizo falta más que esta breve charleta para comprar al día siguiente los billetes de avión por internet. Estaba decidido, iba a pasar la primera quincena de diciembre en Pekín.

2 comentarios:

J.M. Ojeda dijo...

¡Hola Elvira!
Paso un momentito para desearte.
Paz Amor Y Felicidad.
Felices Fiestas y Prospero Año Nuevo.

Saludos de J.M. Ojeda.
Pasare mas tarde, Adeu...

Elvira Rebollo dijo...

Gracias, José, Feliz Navidad!! aunque creo que llego un poco tarde, no?
Espero un buen 2010 para ti y todos los tuyos, un beso!