25 dic 2009
Un tío de cómic II
Fui a recoger a Eva a Termibus. Después de terminar la carrera se fue a Londres a buscarse la vida, allí se enamoró locamente de un indio, quien olvidó contarle que estaba casado y con tres niños. Eva se enteró después de dos años de relación. Dejó Londres para refugiarse en Madrid, encontró enseguida trabajo en una galería de arte moderno.
Se me saltaron las lágrimas al verla bajar del autobús. Eva me abrazó con muchísima fuerza.
—No llores, loca, no merece la pena, y menos por un francés.
Llegamos a casa de sus padres para dejar la maleta.
—¡Uy, pero hija mía! —Asun, la madre de Eva me abrazó y me ametralló a besos—. El tiempo que hace, pues igual tres años ¿no?, claro, te nos vas a las Chinas y luego te nos casas con ese francés tan guapo, hija mía, naciste con estrella. Porque mira que es guapo, ¿eh? si es que los franceses son especiales y qué románticos, ¿eh? —Asun miró a su hija—, yo a ésta ya le digo, mejor con uno de fuera porque aquí todos tienen la boina metida a rosca.
—¡Hala, ama!, ¡ya, venga, largo!
—Uy, qué carácter, hija… pues os dejo solitas, ¿vale? Elvira, cariño, me alegro de verte, anda, dame un beso y muchos recuerdos a tu chico guapo.
Salimos a tomar algo.
—Hola Chema —dijo Eva al chico de la barra, mientras acercaba dos taburetes.
—¡Hombre! Mis dos preciosidades emigrantes —Chema nos besó y nos sirvió dos cañas.
—Joder, así que en diciembre te piras a China, otra vez. Que de puta madre, tía —Eva encendió un cigarrillo y continuó—, por lo del curro no te preocupes, algo te saldrá, además teniendo allí a la locaza de Roberto está hecho.
Eva se dio cuenta y, tras una calada, ladeó la cabeza para mirarme más de cerca.
—Pero, ¿de qué coño te ríes, perra? —me dijo.
—No me estoy riendo —contesté intentado disimular la risita.
—Sí te estás riendo que te veo yo desde aquí —dijo Chema desde la otra punta de la barra señalándose el ojo con el índice.
Exploté en una carcajada.
—Vale, no pasa nada, pero bueno, sólo que… bueno, viene Mario a Pekín.
—¿Qué Mario? —preguntó Eva frunciendo el ceño.
—Mario —contesté.
—¿Mario? ¿Mario…? Mario… ¡Ostías! ¿MARIO? ¿Mario–de-Bilbao-que-va–y-viene-todos–los-días-y–estudia-inglesa?
—El mismo.
Las dos empezamos a chillar y a reírnos como tontas.
—Vosotras tenéis treinta añitos, pero entre las dos, ¿no? —nos dijo Chema guiñando el ojo, y nos sirvió otras dos cañas.
Aunque nadie daba un duro por ello, terminé mi licenciatura y fui profesora durante tres años en una universidad del norte de China. Una etapa preciosa de mi vida. Durante el último año, envié a mis amigos de profesión en Bilbao una oferta de trabajo muy interesante: profesor de español en una escuela secundaria en el sur de China. El valiente que la aceptó sin poner ninguna condición fue Mario. Desde entonces vivía en China, hacía ya dos años y medio.
Hola Mario, cómo andamos? yo con mucho cambio pero ya te contaré. Oye, mira, la primera quincena de diciembre voy a Pekín a casa de un amigo, te subes y nos corremos una juerga a la pekinesa?
Besito, genio!
Elvira.
Locuela, lo de Pekín me hace. Ahora mismo ando muy justo de pasta pero creo que para esas fechas empezaré a levantar cabeza y, como te dije, tengo unas ganas enormes de verte y de salir de parranda contigo.
Muchísimos besos, guapísima, estamos en contacto.
Mario.
Roberto me llamó al móvil.
—Necesito que me hagas un súper favor antes de venirte.
—Dime.
—Se me ha roto la cafetera Nespresso, desastre total, así que mira a ver si me puedes comprar una nueva.
—¡Rober, qué pijo! —dije riéndome—. Vale… está hecho. Oye, una cosilla, creo que un amigo se viene también a Pekín, ¿habría algún problema si se queda en tu casa?
—Ninguno, perfecto, que se quede el tiempo que quiera. ¿Puedo preguntar qué tipo de amigo es?, ¿amiguito, amigote, ex novio, gay, novio de una amiga o el polvo platónico con el que siempre has soñado?
—¿Eh? ¿Qué andas? No sé, es un amigo normal, normalísimo.
—Ay, nena, no te enteras de nada, de ésos no existen. Tú y yo nos llevamos tan bien porque a mí, como a ti, me van los rabos, si no de qué…
Colgué el móvil muerta de risa prometiéndole que le llevaría la cafetera.
Eva, después de estar unos días en Bilbao, volvió a Madrid.
Las semanas iban pasando rápidamente. Quedaban menos de siete días para marcharme a Pekín cuando recibí su email. No me lo podía creer. Llamé inmediatamente a Eva.
—Galería de Arte Haddon, buenos días.
—Muy buenos, quería hablar con Eva Uriarte, por favor.
—¿De parte de quién?
—De Andy Warhol.
—Oh… un momentito, por favor, no cuelgue.
—Dime, Andy.
—Al final no se viene.
—Vale, ¿quién y a dónde?
—Mario a Pekín.
—¡No jodas! ¿Se ha hecho cacas la semana anterior a irse? ¿De qué va ese tío?
—Se ha quedado sin un duro.
—Ah, bueno, qué susto me habías dado, vale, no importa, págale el billete.
—¿Queeeeeeeeeeé?, ¡estás loca!
A las dos nos dio un ataque de risa.
—Bueno, tranquilicémonos, ¿eh? lo único que necesitamos es un plan.
—Eva, olvídalo, te llamo simplemente para darte esta información y para que me digas qué quieres que te traiga de Pekín.
—Oh, vamos Elvirita, no te rindas, este tío dentro de un par de años estará montado en el dólar vendiendo sus dibujos. ¡Es un genio!
—Por eso mismo, a los genios hay que dejarlos tranquilitos y libres.
—Vale… pues un collar de jade, el último que me trajiste se me rompió.
Estaba tumbada en la cama de la habitación de invitados con Roberto a mi lado. Su casa era grande, estaba en la zona de las embajadas. Había tomado la postura fetal porque de la risa no podía estirarme, me contaba sus aventuras con un japonés. Al día siguiente salía mi avión de vuelta a Bilbao. Se me habían pasado los diez días rapidísimos. No hicimos gran cosa, sólo reírnos, comer y salir de compras pero creo que lo necesitaba, porque fue genial, una terapia perfecta para dejar a un lado a Etienne. Durante la primera semana quedé con mi amiga Feng Min, acababa de tener un hijo, se había casado hacía un año y por eso se trasladó a Pekín. Ahora era profesora en una Universidad de la capital. Me propuso volver a trabajar juntas en la facultad, como antes, me decía. Le aseguré que le daría una respuesta en primavera. El fin de semana, Rober se salió con la suya y me presentó a un par de amigos con los que nos fuimos de copas por la zona más pija de Pekín. Uno de ellos no estaba nada mal, pero era un poco chapas y no hay cosa que me excite menos que un hombre parlanchín.
En la cama, Roberto y yo apurábamos la última noche juntos.
—Ya te digo, nena, era lo mismo que acostarse con Hello Kitty, qué cosa más pequeña, pero monísimo ¿eh?—me contaba Roberto mientras yo le hacía gestos con la mano pidiendo tiempo muerto, me dolía la tripa de tanto reírme.
Al día siguiente me acompañó al aeropuerto.
—Dime que vas a aceptar el trabajo y que te vuelves en septiembre para quedarte —me dijo mientras me abrazaba.
—Ya veremos…
En abril llamé a Feng Min y le dije que aceptaba el trabajo, que empezara a mandarme el contrato para ir echándole un ojo. En junio Roberto me llamó para decirme que ya me había encontrado un pisito de alquiler, no era gran cosa pero poco más podía permitirme. Y el veintidós de agosto, a las cuatro de la mañana, estaba cansadísima sujetando un vaso de kalimotxo celebrando el último sábado de fiestas de Bilbao.
—Chicas, creo que yo me voy a retirar, ¿eh? —dije a la cuadrilla tirando el vaso al suelo.
—No, Elvi, quédate, es tu último finde antes de volver a China.
Marieta, con el katxi de kalimotxo, rellenó otro vaso de plástico y me lo ofreció.
—Buff, si es que no puedo más, Marieta, de verdad.
—Calla, calla, anda y cuéntame cosillas.
Me reí al verla tan despierta y con tantas ganas de fiesta pero yo estaba reventada, así que me acerqué a ella para darle un beso y marcharme a casa.
—Venga, dame un beso —le dije mostrándole la mejilla—, te llamo esta semana y quedamos, ¿vale?
Me despedí del resto con la mano cuando ya estaba unos metros fuera del grupo, si no hubiera sido imposible.
Cruzando los Jardines de Albia alguien me llamó. Me di la vuelta, vi a un grupo de chicos pero no reconocí a nadie. Continué mi camino y otra vez escuché mi nombre, Elvira querida. Me volví a dar la vuelta, esta vez un tanto mosqueada y me encontré a un genio de ojos azules y tristes con los brazos abiertos completamente borracho llamándome:
—Mi Elvirita querida.
—Mario… —me acerqué y lo abracé metiendo mis brazos bajo los suyos abiertos.
—Ey, te escribí un email para decirte que ya estaba en Bilbao.
—Lo sé, lo sé, pero he estado muy liada este verano, ya sabes que la próxima semana me voy a Pekín a currar, ¿no?
—Sip, sip... sip. Genial, porque quiero conocer Pekín este año, así que te llamaré para abusar de tu hospitalidad.
—Pues a ver si es verdad y no me das el plantón del año pasado.
—¡Sssht! prometido —dijo y trazó una supuesta línea de juramento en el aire —. ¿Qué más me cuentas, guapísima?
—Pues nada más, como no quieras que te cuente el cuento de Un tío de cómic.
—Buah, vale, ¿tiene buen final? —me preguntó mientras se rascaba la frente con los cuatro dedos a la vez.
—No tiene final.
Mario se acercó mucho a mí y se agachó lentamente hasta dejar sus ojos a la altura de los míos y me dijo en voz muy bajita:
—Pues ése es un cuento de miellllda… ¿no...?
Eché la cabeza atrás riéndome muchísimo. Después me volví a acercar a él, le sujeté la carita entre mis manos y lo besé en los labios lentamente. Él no dijo nada.
—Es que a los genios hay que dejarlos tranquilitos y libres, por eso ese cuento nunca tendrá un final.
Mario me acarició la mejilla y sonriéndome me dijo:
—Nos vemos en Pekín.
—Nos vemos en Pekín —dije.
Le robé un último beso y me marché.
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5 comentarios:
No dejes de escribir nunca plis.
Cuánto disfruto tus lecturas!!!
Besos muchos
Gracias, Lopillas, eres un encanto, oye y... FELIZ NAVIDAD!!!
Muaaaaaaaaaaaa!!!
Asi me gusta, en vacaciones los cuentos dobles!!! Mua
Elvi...me he emocionado mogollón, a moco tendido. Tantos recuerdos en un solo cuento (doble).
Y es que eso de que "a los genios hay que dejarlos tranquilitos y libres" es algo que yo también aprendí, más o menos por las mismas fechas...
Muaaaka!
Mi Monis, loquita, beso inmenso, de los de nunca acabar, mua!
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