12 jul 2010
Inverosímil
―¡Para, para! ―dijo Elvira colocando su mano, con gesto involuntario, sobre el volante desde el asiento del copiloto.
Pedro frenó, giró la llave de contacto y el motor cesó. Las luces seguían encendidas enfocando esa mancha rojiza casi desdibujada entre los arbustos, que a Elvira tanto le había llamado la atención.
―¿Qué es eso? ―preguntó la chica soltándose el cinturón de seguridad y acercándose al parabrisas.
Pedro miró a uno de los lados de la carretera y también lo vio.
Era invierno. Sería una noche de diciembre, hacía frío. En Laukiz había nevado, y a pesar de que en la carretera no había cuajado, los árboles y matojos, de ambos lados, estaban blanquecinamente polvoreados.
―¡No salgas! ―gritó Elvira al ver que Pedro ya había abierto su puerta―. Déjalo, si no importa, anda, que hace frío ―y con la mano le hizo un gesto para que volviera, pero Pedro ya estaba fuera del coche.
El joven se acercó al matorral, lo sacudió un poco para quitar la nieve y sonriendo miró al coche. Dentro, Elvira tenía las manos entrelazadas rozándose los labios, como si estuviera rezando o, simplemente, pidiendo un deseo. Qué es, preguntó muda, gesticulando con los labios. Pedro abrió el matorral en dos y la cortó. Con cuidado la portó en una mano hasta llegar, de nuevo, al coche.
―Una rosa, es una rosa… ―contestó Pedro con cierto escepticismo.
―¿Una rosa? ¿En invierno? ―y estirando el brazo, Elvira se la quitó de las manos. Con recelo se la llevó a la nariz. Pedro se rió. Sólo a Elvira se le ocurriría oler una rosa congelada.
―¿Qué haces, boba?
―Comprobar si es de verdad.
Volvió a reírse pero no dijo nada, porque a Pedro no sólo le gustaba ese curioso mundo del otro lado del espejo que mostraba Elvira, sino que, además, lo respetaba con absoluta complicidad.
Arrancó el coche y con lentitud tomaron la carretera. Pedro acarició el muslo de la chica y mirando al frente dijo:
―A veces pasa.
―¿El qué?, ¿qué es lo que pasa? ―dijo ella con la rosa entre ambas manos para no chafarla.
―Que te encuentras con eso, con lo que todo el mundo te aseguraba que no existía.
Elvira sonrió.
―Sí, a veces pasa ―dijo.
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2 comentarios:
que bonitooooo!!
este pedro me encanta!
besos
ma
Gracias, Ma, eres un amor!
Muaaaaaaaaa!!
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