―Escúchame, aquí van las listas de los grupos. El B2.1 edificio 4, aula 4.01.6, ¿vale? Grupo A2.2, edificio 12, ya sabes que van al revés, el 12 es el que está detrás del 7, aula 12.02.9.
Lola Campos, coordinadora de los cursos internacionales de la universidad. De unos cuarenta y tantos, soltera y un hijo de 9 años. Delgada y con un rizadísimo pelo corto. Gafas de pasta granate y enormes pendientes.
―Sí, sí… A2.2 en el 7.02.12… ¿no?
Elvira Rebollo, yo misma. Treinta y tantos, soltera y sin compromiso. Obviemos mi constitución y también la descripción del pelo. Bolso enorme colgado en el hombre derecho y un café en la mano izquierda.
―Elvira… ―suspira Lola―. Olvídalo, te mandaré un email. Recuerda solamente el de hoy, en el 4, aula 4.01.6. Tienes a un tal, espera, déjame ver ―abre una de las carpetas amarillas y pasa su dedo de arriba a abajo―, éste es: Carter Collins, irlandés, tiene dislexia, va a necesitar el 25% más de tiempo que el resto de la clase para hacer los exámenes. Bueno, es mejor que hables con el Programa de integración para estudiantes con discapacidad, extensión 397, Inmaculada Carrillo. Por otro lado, dos italianos: Pienaar y Fusi, quieren subir de nivel, al B1.1, échales un ojo esta semana y me cuentas. Y cuídame muy mucho a Mian Ning, china, problemas de autoestima y adaptación.
Asiento con la cabeza, recojo las listas, inspiro profundamente y comprendo, en ese mismo instante, que nunca llegaré a ser coordinadora de nada, me falta masa cerebral.
Salgo de su oficina, cruzo el campus y entro en el edificio 3.
―¡Elvira!, ¡así que te quedas un cuatrimestre más!, ¡ves, tonta, y tú decías que no!, que si los recortes, que si los recortes, que si los recortes, ¡bah!
Amelia Martínez, bedela del edificio 3 del campus. 37 años, casada, dos hijos, de 8 y 6. Melena larga, lisa y con flequillo. Siempre tararea canciones de Radio Futura.
Dejo el café y las listas sobre su mesa y la abrazo ilusionada.
―¡No te rías, guapa, que me veía en la calle!
―¡Bobadas, reina!, pero si no das ni un problema, ni te imaginas lo que pasa por aquí, verdaderos elementos… ¿Qué aula tienes?
―No, me toca en el edificio 4.
―Buff, olvídate, te paso una llave maestra y así evitas hablar con el conserje, Pepe, le acaba de dejar su mujer, está inaguantable, y le da al drinking-drinking cosa mala ―me toma del brazo y baja el tono de voz―. Se la pegaba con su primo. Fíjate el papelón.
―Pobre hombre.
―Bueno, que él nunca ha sido un santo varón ―y se ríe.
―¡¿Con quién?!
―Con Marga, la tetas.
―¿La de la cafetería del 1? ¡Venga ya!
―Cuando dos mujeres se ríen cogidas del brazo, mal asunto…
Francisco Moler. Kiko. Profesor de español en la universidad. 35 años, novio de Adela. Metro noventa y ciento veinte kilos. Una mole rellena de ingenio.
Con un café en una mano y los libros en la otra, se agacha y me pide, ofreciéndome su mejilla, un beso.
―Ay, Elvirilla de mis amores, que pensaba que no te iba a volver a ver. Anda, vamos pa’fuera que me quiero fumar un piti, que te tengo que contar.
―Si es lo de Pepe, ya lo sabe.
Las dos nos volvemos a partir de risa. Cojo el café, las carpetillas amarillas con las listas y la llave maestra, y me despido de Amelia, al son de Escuela de calor.
Fuera, Kiko me cuenta que las cosas con Adela no andan bien. Que ella le ha pedido que se vayan a vivir juntos y él todavía no lo tiene claro, que vale, que llevan casi tres años, pero que él siempre ha sido un puto raro para eso y que yo debería entenderlo, porque tampoco parezco demasiado normal. Es lo que se llama empatía por descarte.
―Joder, pero si no he recogido las putas fotocopias…
Carmen Labrador, profesora de español en la Universidad. Cuarenta y muchos, divorciada y un hijo de 16 años. Adicta a los escotes, los pantalones ceñidos y las botas altas. Rubia de media melena.
Se saca el cigarrillo de la boca y nos besa mientras repite una y otra vez lo de las fotocopias. Se lo vuelve a meter, y rebusca algo en su bolso.
―Y encima el cabrón de mi ex le quiere comprar una moto a Miguelín, para tocarme los cojones, claro, porque si no a ver… ¡Mierda, con el puto mechero! Anda, Kiko, dame fuego.
―Pero, Carmen, si tienes el cigarro en la boca.
―Joder, necesito un café…
―Y un polvo, Carmencilla de mis amores…
―¡Vete a la mierda!
Me entra la risa.
―No me jodas tú también, Elvira, coño, ¡y depílate el mostacho!
Kiko se apoya contra la pared descojonándose de la risa. Yo, seria, me paso el dedo índice por el labio superior buscando la pelusilla.
―Pues ya veo, Kiko, que los disgustos poco te afectan.
Adela de los Ríos, profesora de español en la universidad. Treinta y pocos. Novia de Kiko. Se niega a reconocer que la moda vintage ya no es cool, y siempre va hecha un cuadro.
―Tranquila, Carmen, ya entro yo a por los cafés, porque me parece que aquí no pinto nada.
―Oh, vamos, Adela, no me jodas, ¿qué tiene de malo echarse unas risas, tía?
―¿Un cortado, Carmen?
Ésta asiente y Adela entra en el edificio.
―Creo que no soy la única que necesita un polvo, ¿eh, Kikillo de mis amores?
Esta vez me aguanto la risa.
―Perdón, esto… Sois los profesores de español, ¿verdad?
El hermano gemelo de Andrés Velencoso. Dicho esto, cualquier descripción añadida, carece de importancia.
Kiko se lo afirma y él se acerca, poniéndose a mi lado. Nos explica que se llama Jorge, que es profesor de guión cinematográfico en la universidad, y que le gustaría comentarnos el caso de un par de estudiantes holandeses que no siguen bien la clase por su bajo nivel de español. Continúa hablando, intento escucharlo, pero su olor empieza a ponerme tonta. Me acerco un poquito más a él e inspiro profundamente, cierro los ojos y mi cama se nos queda pequeña.
―Mira, Jorge, el oso hormiguero que tienes debajo del sobaco es Elvira ―oigo decir a Kiko, todos se ríen. Yo me disculpo con el vaso de café frente a la boca, porque encima del bochorno, sólo hace falta que se fije en mi bigote―. Y si dices que tus estudiantes son del A2.2, los tiene ella.
―Elvira, pues, no sé…, ¿te parece que quedemos luego?, y así me echas una mano con estos chicos, ¿sobre las cinco y media en la cafetería del 1?
―¡Sí, sí, sí! ―y el vaso sale disparado.
―Es que la pobre pensaba que la echaban y ahora le pone pasión a todo ―dice Kiko, y oigo las carcajadas de Carmen, pero no la veo, porque ya tengo los ojos cerrados esperando a que la tierra me engulla para siempre.
―Vaya, las risas continúan.
Abro los ojos y veo a Adela con dos vasos de café.
―Adela, ya vale, tía, ya vale, ¿eh?, que no es el momento ―responde Kiko.
―Lo de que no es el momento, me lo has dejado bien claro esta mañana, gracias.
―Bueno, yo os dejo… ―dice un Jorge convencido de que quizá, una serie televisiva sobre profesores de español, no sería tan mala idea. Y al darse la vuelta para marcharse, se para en seco, se lleva las manos a la cabeza y, entre carcajadas, pregunta al aire―: ¿Pero qué hace ese puto loco?
Me giro y veo al pobre Pepe en calzoncillos, metido en la fuente del campus, gritando obscenidades.
―Joder, aquí no se salva nadie… Anda, Kiko, el mechero, que ahora sí que lo necesito.
4 comentarios:
¿Que te falta masa cerebral? ¿Y todos los nombres, apellidos, edades y situaciones familiares? jajajaj, tu puedes coordinar todo lo que quieras!! Genial. Bss
¡¡¡Estáis todos fatal!!! Si en mi curro se dieran situaciones la mitad de entretenidas... XD.
Pues no, está claro que tus días lo que se dice normales no son! jajjja... muy bueno! : )
Por lo menos estás entretenida entre horas de clase.. ya nos contarás qué tal el café con Jorge ;P
(y lo de la coordinación de grupos es sólo cuestión de entrenamiento!)
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