4 mar 2012

Emparrado

 Luz y emparrado de Sofía Serra

A veces ocurre que convertimos a un día de la semana en nuestro preferido. Elvira lo había hecho con el miércoles.
Sonó el despertador a las 9.30, Elvira estiró el brazo y alcanzó el móvil. 9.31, resopló y se colocó boca arriba. Lo normal era que la gente tuviera techo sobre la cama, los más atrevidos ponían un espejo, pero Elvira, en su buhardilla, tenía una enorme claraboya, por la que veía el cielo y, así, mirándolo, dudaba muchas veces de que realmente estuviera despierta.
Hacía buen tiempo. Elvira odiaba el sol, pero aquel día no le importó, porque era miércoles, su móvil se lo confirmó. Abrió la aplicación de Twitter, la acidez de los tuits de @08181 la entonaban tanto o más que el café. Y efectivamente, se rió al leerlos, pero qué jarto está el tío, pensó. Se puso el móvil en la frente, estiró los brazos sobre la cama, cerró los ojos y…
―¡Mieeeeeércolesss!
Lo dicho, entusiasmada con el día.
Se levantó, preparó café, se lo sirvió en un vaso, encendió su portátil y los altavoces, y buscó la versión que Walk off the Earth había hecho de Man Down, y ahí estaba, en bragas y camiseta, bailando al ritmo del Rum pum pum pum, Rum pum pum, Rum pum pum Man Down…
Ducha rápida, segundo café, bolso en el hombro, llaves en la mano y carrera para no perder el metro. Lo perdió, pero no importó, porque era miércoles.
―No ha habido suerte, ¿eh? ―le dijo un hombre desde el andén de enfrente, que veía como Elvira, recobrando el aliento, se reía.
―¡Casi, pero no! ―contestó ella. Pero qué simpática era la gente y qué maravilloso el mundo entero.
En el metro, la pisaron cuatro veces, y las cuatro dijo que no importaba con una vertiginosa sonrisa. En la universidad invitó a sus compañeros a café, y dijo a las chicas lo guapas que las veía hoy. En clase repitió tres veces lo contenta que estaba con la marcha del curso, piropeando el entusiasmo de cada uno de sus alumnos.
―Sois maravillosos… ―les dijo desde lo alto de la tarima, antes de que la clase se terminara. Ellos la miraron atónitos.
Recogió sus cosas y salió pitando del aula.
―¡Elvira! ―gritó Kiko, uno de sus compañeros de trabajo, desde el final del pasillo―. ¡Espérame, que te llevo en coche y nos tomamos unas cañas!
―¡No!, ¡cojo el bus, que hoy tengo curso de Sumiller!
―¡Pero si hoy es martes!
―¡Es miércoles, loco!, ¡es mieeeeeércolesss! ―Y empezó a imitar a una ola de mar con los brazos en alto.
―¡Vale, vale! Joder… está como una puta regadera…
En el autobús, Elvira sonrió al conductor cuando subió, y a las dos mujeres sentadas atrás, cuando bajó.
Entró en el bar de al lado de la escuela de cata y pidió una pulguita de jamón y un café. Cuando terminó, pagó y, todavía sentada en la barra del bar, sacó un tarrito de cristal del bolso. Lo miró mordisqueándose los labios. Era colonia de vainilla. En el curso de sumiller estaba terminantemente prohibido usar colonia, ducharse ese día con jabones olorosos, y las chicas no podían ir maquilladas. Pensó que por un poco nadie se iba a dar cuenta. Así que destapó el tarrito de cristal y se echó un par de gotas en el cuello y otro par en las muñecas. Luego inspiró y se dio cuenta de que se había pasado. Sacó un kleenex, lo untó en saliva y se lo restregó por el cuello. El camarero la miraba con asco. También se olió las muñecas, joder, joder, joder, decía, y empezó a agitarlas al aire, joder, joder, joder, seguía diciendo, que me he pasa’o, que me he pasa’o... Salió del bar, y el camarero respiró tranquilo.
Entró en la escuela apretando el culo, como si aquello pudiera camuflar el olor.
El aula parecía un laboratorio. Techo, suelo y paredes pintados en blanco. Había siete mesas altas, de unos 15 metros de largo cada una de ellas. También blancas, al igual que los taburetes. Dos pizarras y un proyector. Sobre las mesas, un vaso de agua, una copa  negra y cinco de cristal transparente, para cada estudiante. 
Elvira se sentó en su sitio de siempre, y bebió un poco de agua. En diez minutos empezó la clase. A su derecha Nuria, y a su izquierda el taburete estaba vacío. Elvira se pellizcó los labios y miró a la puerta.
―Bueno, chicos ―empezó diciendo Antonio, profesor de química del curso―, estábamos viendo la crianza en madera, ¿verdad? Bueno, pues veamos la caracterización química de la madera. Tenemos los polifenoles de bajo peso molecular, es decir, ácidos como el gálico, siríngico… ―Elvira miró de nuevo a la puerta―, también nos encontramos con los aldehídos…
La puerta se abrió, Elvira giró la cabeza y, al verlo entrar, sonrió.
―Menudo tráfico, tía…
Alberto Herrán, su taburete de la izquierda.
La clase continuó dos horas más de dura teoría sobre taninos, elagitaninos, lípidos, ácidos fenólicos y un sinfín de nombres a los que Elvira no conseguía ponerles cara. Pero al fin, llegó la explicación de las diferencias organolépticas entre los robles, y con ella la cata de vinos, que aquel día iba a consistir en diferenciar vinos de roble americano y europeo.
Se sirvió el primer vino a los casi veinte estudiantes. Y después de que Antonio pidiera silencio absoluto, dio permiso para que empezaran con la cata.
Alberto se inclinó sobre Elvira y, rozándole la oreja con su nariz, le susurró:
―¿Por qué será que sólo puedo oler a vainilla…?
―No sé… ―contestó ella con la vista al frente.
Alberto se inclinó un poco más y con lentitud aspiró el cuello de Elvira. A ella se le encogió el estómago y se le erizó el vello de los brazos.
―Eres tú… te has puesto colonia... ―dijo sin despegarse ni un milímetro de ella, por lo que Elvira no pudo evitar soltar un gemidito.
―¿Pero qué pasa ahí, chicos? ―preguntó Antonio frente a la clase.
Elvira gesticuló con la mano que nada, era incapaz de hablar. Tragó saliva y miró a Alberto que, erguido en su taburete, agitaba su copa como si tal cosa. Ella intentó concentrarse en la suya, la alzó para verla a trasluz y, cuando iba a anotar la descripción del color en su cuaderno, sintió que Alberto estaba de nuevo junto a ella.
―No saco aromas… Tu vainillita lo tapa todo…
Elvira sonrió con sorna y se llevó la copa a la nariz. Aspiró al mismo tiempo que lo hacía Alberto. Estaban tan juntos que sus cabezas se rozaban. Después se miraron.
―¿Cedro…? ―dijo ella.
―¿Eso es un lunar o una peca…? ―dijo él.
―¿Qué…?
―Aquí… ―y con el índice le rozó la sien.
―No…  no sé… no sé… ―agachó la vista a su copa y aspiró de nuevo―. Ahumados también noto…
―Es un lunar… ―y se lo acarició de nuevo.
―Será roble europeo... francés...
―Y... y aquí tienes otro...
Elvira no podía tener el estómago más metido hacia dentro, le costaba hasta respirar.
―A ver corrijamos ―planteó Antonio―. Empezamos directamente con aromas. Elvira, ¿intensidad?
―Mucha, mucha… está lleno de intensidad, hay… hay intensidad por todas partes…
La clase rió.
―Silencio ―pidió el profesor― Elvira, por favor, a estas alturas, el examen debe ser riguroso.
Elvira se disculpó, mientras se frotaba la frente con la mano, sin levantar la vista de su cuaderno.
En la segunda, tercera, cuarta y quinta cata hubo más susurros, roces, miradas y lunares descubiertos.
Después de casi cinco horas, la clase terminó. Alberto se levantó y, colocando su mano sobre la cintura de Elvira, se despidió con un cariñoso hasta el miércoles.
―Hasta el miércoles… ―contestó ella.
Ya en la cama, boca arriba, contempló el escaparate de la noche y sonrió, porque sabía que siete días pasaban volando.

9 comentarios:

Miss Hurry dijo...

Ooohhhh!!! XD una etiqueta es de amooooor!!!! (mañana con la sobriedad igual digo algo más :P)

El niño desgraciaíto dijo...

Es que la vainilla... XD

El niño desgraciaíto dijo...

Es que la vainilla... XD

Anónimo dijo...

¡¡¡qué me gusta, Elvira!!! y mil gracias por haberte traído esa foto..¿sabes? a mí siempre me ha encantado, pero siempre he percibido que a la mayoría no, así que no puedo estar más contenta, primero que te haya gustado a ti,y luego que la hayas escogido para un relato ¡tan precioso! y lleno de ..ay..tan cálidos y sugerentes "aromas" (yo casi me derrito como un helado de vainilla con el "cuenteo de pecas y lunares" del compi de clases de Elvira, ¡por dios!, que gustazo, jeje
Un besazo, eres un pedazo de escritora.

08181 dijo...

Jarto... Me llama jarto! Ella! Que va a una cata de vinos con perfume de vainilla, y ropa interior de encaje!
Porque ahora no lo niegues, llevabas la ropa interior de ir a matar.

Elvira Rebollo dijo...

Mis Hurry, cómo va la resaca?? jajaja!!

Sofía, mil gracias por la foto. Luz y emparrado, existe algo más representativo? de hecho tu foto dio título al relato. Eres una artista, no me canso de ver tu blog, mua!!

08181, ropa interior de encaje??? de qué película te has escapado, bigotes
Lo dicho: jarto (pero me encantas)

Elvira Rebollo dijo...

Ayahara!!! Me parece a mí que la prota de este blog se caracteriza por ser la antiheroína del amor, así que poco prometo con el siguiente post ;-)
Besazo, loquita!

Doctora Anchoa dijo...

¡¡¡Pero qué bonitooooo!!! Y luego que no acertamos averiguando la madera del barril... ;).

Anónimo dijo...

¡Qué bonita descripción de cualquier momento de la vida! devoro tus relatos porque me encantan!
El de Lucas fue muy de Bilbao por lo de "con fundamento" y éste ¡vaya que si tiene!pues invita a pensar y, además, en positivo; y el de la Sumiller coqueteando con el amor me ha sabido a vainilla dulce y rica, ¡Preciosos! Muxuak, Glori